
Academia de estudios marianos, fundada el 22 de septiembre de 1959 por el sacerdote alemán Richard Struve Haker, en el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Bogotá, con el permiso de la XIX Conferencia Episcopal Colombiana. La Revista Regina Mundi es su órgano de difusión. www.sociedadmariologicacolombiana.com
viernes, 20 de agosto de 2021
domingo, 8 de agosto de 2021
La Virgen de la Peña, doloroso olvido
Por Julio Ricardo Castaño
Rueda
Sociedad Mariológica
Colombiana
La mariología bogotana guarda sus secretos en las
montañas orientales. Tres santuarios marianos lo confirman: Monserrate (1620),
Guadalupe (1656) y la Peña (1685). Allí, las advocaciones de María Santísima
conforman el triduo de una bendición para la urbe de la Inmaculada Concepción.
La trilogía tiene una escultura raizal de arte sacro
que representa a Nuestra Señora de la Peña, patrona de la capital, pero entre
los rolos solo unos miles saben dónde vive. Y de esa cantidad absurda quizás una
decena podría hablar, con propiedad académica, de su rica historia, tan
perseguida por el escándalo de las carnestolendas.
El pueblo neogranadino veneró a la Virgen de la Peña
con delirio de incienso y la nobleza criolla, de rancio abolengo santafereño,
la relegó por las descaradas comparsas del domingo de quincuagésima. En 1908, el
periódico el Hogar Católico, en su edición del primero de marzo, informó
que la Capilla del Sagrario celebraría las cuarenta horas de adoración al Santísimo
“para contener los desórdenes del carnaval”. El impreso, dirigido por la Junta
Central de la Doctrina Cristiana, omitió su esencia “de carácter popular y
religioso”.
Así, la
intimidad de la amnesia se incrustó profunda en la desmemoria de los afectos.
La fiesta patronal, el 10 de agosto, será alegría para un reducidísimo conjunto
de fieles porque los de la loma la celebran el 15, templo abierto para oficiar
la misa dominical.
Y al final del festejo, una tarea. Hay un arcano de trazos recientes por descifrar. Las palabras “la cruz” fueron escritas con letras blancas en las rocas del cerro Aguanoso que contemplan el abismo. (¿2020?) Quedan las seis preguntas de la noticia para resolver ese epígrafe que identifica a la Virgen humilde, oferente al pie del lábaro.
jueves, 5 de agosto de 2021
«Mujer, he ahí a tu hijo»
Por su santidad Juan Pablo II
Audiencia General (23-04-1997)
Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de
revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y
entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad
cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena,
dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones
nuevas de amor entre María y los cristianos.
Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la
piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo
predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente de resolver un
problema familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirmada por
la interpretación de muchos Padres y por el común sentir eclesial, con esa
doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender
el papel de la Virgen en la economía de la salvación.
Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal
intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a María,
asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo «mujer», que Jesús
usa también en las bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de
su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un
simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más
elevado.
2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no
cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. En efecto, al salir de
Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su madre.
Además, la presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás permite
suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones con su familia y sus
parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte
de su Hijo.
Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más
auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del
sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En
efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús a su madre, añade
un inciso significativo: «sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» (Jn 19,
28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar
su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en
Madre en la obra de la salvación.
3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad
de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que
impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se
manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en
madre nuestra.
Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció
a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano,
ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la
humanidad entera.
La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del
Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3, 20). Sin
embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la
nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así
en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume
la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.
Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy
doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: «Mujer,
he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que
prolongaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por
consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente
acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la
maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la
humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se
manifiesta en su dimensión universal.
las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan,
constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a
recibir el don de la gracia divina.
4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de
María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el discípulo
predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que
esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa
y personal relación de María con cada uno de los cristianos.
Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal
concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, encomendándose con
confianza a su amor materno.