jueves, 23 de enero de 2025

María Santísima, sin mordazas

Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda

 


 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

“…todos ellos perros mudos…” (Is 56, 10)

El fiat de María engendró al corazón de Jesús. El primer latido del Salvador, eco del amor, bendijo el vientre de la Corredentora. El arcano beatífico de la encarnación del Verbo gestó un exclusivo e indivisible cristianismo cuya profunda esencia redentora tuvo un origen absolutamente mariano.

Así, la Palabra hecha hombre pasó a depender del cariño pedagógico de su esclava, la Madre de Dios. Escrito está en el evangelio de la infancia de Jesús.

Y por espacio de dos milenios la erudición mariana sostuvo la fe de los humildes en la escuela de la misericordia. Allí, la cátedra de la santa obediencia, aplastaba la cabeza del maligno y sus garras, las herejías. La virtud eclesial triunfaba con su bendición universal.

Hoy, la gloria vencedora de la evangelización padece de fatiga y optó por ceder ante el cronograma de las modas de la confusión mundana. Caos patrocinado por el derecho a la infamia. La iniquidad predica, con la razón del poder, el error comunista.

En Colombia, el jardín de la Virgen de Chiquinquirá, la manía de negociar la vigencia del orden moral se transformó en una podadora de la sana doctrina. El autoritarismo eclesial impone el silencio sobre la Mariología, como ciencia teológica.

El mutismo se implanta para complacer a los custodios de los lobos. La mudez heterodoxa modifica, en sus imprentas de garaje, a las Sagradas Escrituras para obtener una iglesia al gusto de sus pecados. El fenómeno impone la afasia cruel de la negación de María, llena de gracia. Conducta condicionada por el interés servil de acoger a los apóstatas.

La afonía clerical, sofista y banderiza, sermonea contra la tesis de san Luis María de Montfort: “no se ha suficientemente alabado, exaltado, honrado, amado y servido a María...”

jueves, 16 de enero de 2025

María, Madre de la Iglesia

 La Chinca. Foto Julio Ricardo Castaño Rueda.

  Papa Juan Pablo II. 1997

1. El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a María «miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Iglesia, afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la honra como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (Lumen gentium, 53).

A decir verdad, el texto conciliar no atribuye explícitamente a la Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de modo irrefutable su contenido, retomando una declaración que hizo, hace más de dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto XIV (Bullarium romanum, serie 2, t. 2, n. 61, p. 428).

En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo los sentimientos filiales de la Iglesia que reconoce en María a su madre amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre de la Iglesia.

2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien raro, pero recientemente se ha hecho más común en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano. Los fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Madre de Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subrayar su relación personal con cada uno de sus hijos.

Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al misterio de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comenzado a invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de la Iglesia».

La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, en el magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha sido «con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 302). Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en las enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI.

3. El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento.

María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.

María en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen » e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 5).

En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad.

Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11, 52), indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio redentor, al que María está maternalmente asociada.

El evangelista san Lucas habla de la presencia de la Madre de Jesús en el seno de la primera comunidad de Jerusalén (cf. Hch 1, 14). Subraya, así, la función materna de María con respecto a la Iglesia naciente, en analogía con la que tuvo en el nacimiento del Redentor. Así, la dimensión materna se convierte en elemento fundamental de la relación de María con respecto al nuevo pueblo de los redimidos.

4. Siguiendo la sagrada Escritura, la doctrina patrística reconoce la maternidad de María respecto a la obra de Cristo y, por tanto, de la Iglesia, si bien en términos no siempre explícitos.

Según san Ireneo, María «se ha convertido en causa de salvación para todo el género humano» (Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 959) y el seno puro de la Virgen «vuelve a engendrar a los hombres en Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7, 1.080). Le hacen eco san Ambrosio, que afirma: «Una Virgen ha engendrado la salvación del mundo, una Virgen ha dado la vida a todas las cosas» (Ep. 63, 33: PL 16, 1.198); y otros Padres, que llaman a María «Madre de la salvación» (Severiano de Gabala, Or. 6 de mundi creatione, 10: PG 54, 4; Fausto de Riez, Max Bibl. Patrum VI, 620-621).

En el medievo, san Anselmo se dirige a María con estas palabras: «Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la madre de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), mientras que otros autores le atribuyen los títulos de «Madre de la gracia» y «Madre de la vida».

5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profunda convicción de los fieles cristianos, que ven en María no sólo a la madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Aquella que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y de la gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con todo derecho es proclamada Madre de la Iglesia.

El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio Vaticano II proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores ». Lo hizo él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesión conciliar (21 de noviembre de 1964), pidiendo, además, que «de ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título» (AAS 56 [1964], 37).

De este modo, mi venerado predecesor enunciaba explícitamente la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gentium, deseando que el título de María, Madre de la Iglesia, adquiriese un puesto cada vez más importante en la liturgia y en la piedad del pueblo cristiano.



miércoles, 1 de enero de 2025

María, madre de la redención universal

Foto Julio Ricardoa Castaño Rueda.

 

San Anselmo (1033-1109). Benedictino, arzobispo de Canterbury, doctor de la Iglesia



¿Cómo hablar dignamente de la madre que ha dado a luz a mi Señor y mi Dios? Por su fecundidad fui liberado de mi cautividad, por su parto fui rescatado de la muerte eterna, por su Hijo fui levantado de mi ruina y llevado del infortunio hacia la bienaventurada Patria. ¡Oh bendita entre todas las mujeres! Es el fruto bendito de tu seno (Lc 1,42) que me ha dado todo eso por el renacimiento del bautismo. Me lo ha dado en la realidad presente o en esperanza. Aunque fui yo mismo que me privé de todo por mi propio pecado, al punto de estar vacío y al límite de la desesperación. Siendo mis faltas perdonadas,¿ sería yo ingrato hacia la que tantos bienes me llegan gratuitamente? ¡Dios me guarde de agregar esta injusticia a mis iniquidades!

 Dios ha dado su Hijo, fruto de su corazón, que es su igual y él ama como a sí mismo. Nos ha dado a María y del seno de María, nos ha dado su Hijo Único. Toda la creación es obra de Dios y Dios nació de María. ¡Dios ha creado todo y María ha dado a luz a Dios!...Dios es el Padre de todo lo creado, María la madre de todo lo recreado. Dios es el Padre de la creación universal, María la madre de la redención universal. Dios ha engendrado al que todo creó (Jn 1,1-3) y María dio a luz al que todo salvó (Jn 1,16-17).