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Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“…todos ellos perros mudos…” (Is 56, 10)
El fiat de María engendró al corazón de
Jesús. El primer latido del Salvador, eco del amor, bendijo el vientre de la
Corredentora. El arcano beatífico de la encarnación del Verbo gestó un exclusivo
e indivisible cristianismo cuya profunda esencia redentora tuvo un origen absolutamente
mariano.
Así, la Palabra hecha hombre pasó a depender
del cariño pedagógico de su esclava, la Madre de Dios. Escrito está en el evangelio
de la infancia de Jesús.
Y por espacio de dos milenios la erudición
mariana sostuvo la fe de los humildes en la escuela de la misericordia. Allí,
la cátedra de la santa obediencia, aplastaba la cabeza del maligno y sus
garras, las herejías. La virtud eclesial triunfaba con su bendición universal.
Hoy, la gloria vencedora de la evangelización
padece de fatiga y optó por ceder ante el cronograma de las modas de la confusión
mundana. Caos patrocinado por el derecho a la infamia. La iniquidad predica,
con la razón del poder, el error comunista.
En Colombia, el jardín de la Virgen de Chiquinquirá, la manía de negociar
la vigencia del orden moral se transformó en una podadora de la sana doctrina.
El autoritarismo eclesial impone el silencio sobre la Mariología, como ciencia teológica.
El mutismo se implanta
para complacer a los custodios de los lobos. La mudez heterodoxa modifica, en
sus imprentas de garaje, a las Sagradas Escrituras para obtener una iglesia al
gusto de sus pecados. El fenómeno impone la afasia cruel de la negación de María,
llena de gracia. Conducta condicionada por el interés servil de acoger a los apóstatas.
La afonía clerical, sofista
y banderiza, sermonea contra la tesis de san Luis María de Montfort: “no se ha suficientemente alabado, exaltado, honrado, amado y servido a
María...”
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