Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Sana
a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Sl. 147, 3)
Las revelaciones marianas en Lourdes modificaron la
historia del asombro. La fascinación de aquel prodigio atrajo a multitudes de
pecadores que llegaron a hasta la fuente de aguas milagrosas para curar los
males del cuerpo y los vacíos del alma.
El fenómeno de las enfermedades sanadas se injertó en la
conducta social de un siglo reacio a practicar los mandamientos de ley de Dios.
Motivo por el cual, el 24 de febrero de 1858, la Madre del Verbo habló por la
boca de Bernarda, una pastorcita que aún no sabía quién era esa Señora, la de
una hermosura deslumbrante. La Dama le ordenaba desde un nicho labrado por la
naturaleza en la gruta de Massabielle, Roca Vieja.
La mujer tenía: “…Los vestidos de una tela desconocida, y
tejidos sin duda en el taller misterioso en donde se viste el lirio de los
valles, eran blancos como la inmaculada nieve de las montañas, y más preciosos
en su sencillez que los deslumbradores vestidos de Salomón en su gloria. El
traje le arrastraba, pero tenía castos pliegues que dejaban ver los pies, que
descansaban sobre la roca y hollaban ligeramente la rama del rosal. Sobre cada
uno ellos, de virginal desnudez, se abría la mística rosa de color de oro…”
Escribió Henrique Lasserre en su libro Nuestra
Señora de Lourdes, 1868.
La comunicación imperativa de María Santísima fue:
“¡Penitencia!, “¡Penitencia!, ¡Penitencia!”. Y su acento de Cuaresma, 166 años
después, sigue vigente, pero sobre ese sacramento de reconciliación los vendedores
de cataclismos guardan un mutismo sordo porque son los pescadores de la
falacia.
Salve María! Tu inmaculado corazón siempre triunfará!
ResponderEliminarBendiciones
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