miércoles, 29 de agosto de 2012

Nuestra Señora de la Concepción Inmaculada del Rosario de Arma de Rionegro


Declaración del presbítero don Juan Esteban Leonín de Estrada

            En la ciudad del señor Santiago de Arma, en veinte y un días del mes de junio de mil setecientos ochenta y tres años, yo don Juan Esteban Leonín de Estrada, comisario subdelegado particular de la Santa Cruzada, cura y vicario, juez eclesiástico y de diezmos de dicha ciudad y sus anejos, certifico a los señores y demás que la presente vieren y forma en el grado que debo, puedo y el derecho me permite, y también me dijeron los ya referidos que desde dicho inmemorial se decía que se dio por merced de Nuestro Soberano por patrón de esta ciudad al SEÑOR SANTIAGO EL MAYOR, y por patrona a NUESTRA SEÑORA DE LA CONCEPCIÓN, que dijeron había mandado con un ara de jaspe (que está en el Sagrario) el señor Felipe Segundo, quien envió otras imágenes para otros lugares y se trocó la que venía para ésta, y que se había puesto por los señores diocesanos LA CONCEPCIÓN DEL ROSARIO y que se celebrase el día ocho de diciembre: y prueba esta nominación una certificación del señor don Cristóbal. (Nota del paleógrafo: El nombre de “don Cristóbal” citado corresponde al Excmo. señor Obispo de Popayán, don Cristóbal Bernaldo de Quirós, quien visitó la Provincia de Antioquia en el año de 1677), que consta en los libros eclesiásticos cuando estaba ésta en el sitio de las Tapias y acostumbraban a vestir a Nuestra Señora los jueces, los que habiéndolo intentado no lo consiguieron por no haberse dejado sacar ni aún los anillos de los dedos, y vertiendo nuestra Señora muchas lágrimas se las enjugaron con algodones que hasta el año de cuarenta y seis se mantuvieron algunos en dicho sagrario; y volviendo al vestido, no consintió el que se lo quitaran, y habiendo dado cuenta dichos jueces mandó el señor don Cristóbal, que vistiesen a Nuestra Señora las mujeres sin que asistiese hombre, y luego al punto que la vistieron salieron a dar cuenta, quedándola sin luces y habiéndole salido una estrella en la frente se encendió toda la iglesia de resplandor y gritando que se quemaba concurrieron y se fue opacando el resplandor quedando solamente en la frente de Nuestra Señora, por lo que dicho señor don Cristóbal, mandó con pena de excomunión que cuando vistiesen a Nuestra Señora de la Concepción del Rosario de Arma se encerrasen en la iglesia las mujeres sin que se consintiese hombre de diez años para arriba, lo que hasta hoy se observa, añadiendo al requerimiento que se me hace que luego que se trasladó del sitio de Santa Bárbara esta precitada ciudad a éste ya referido suelo (en donde por ayuda de parroquia se había erigido la capilla del señor san José, concedida por el señor fray Diego y nominado el sitio del Señor San José de Arma Viejo), estuvieron por ocho días tañendo unas campanas muy sonoras y algunas músicas en el aire lo que se infirió el gozo que hizo al recibimiento de su feliz esposo, todo lo que certifico real y verdaderamente, y a vuestra merced, señor alcalde ordinario don José Antonio Ruiz y Zapata, devuelvo todo original quedando pronto a ejecutar siempre que me participare sus justas letras. Dada en Arma en la fecha citada y firmada por ante mí dicho vicario y testigos por falta de notario.

            Juan Esteban Leonín de Estrada. Testigo: Francisco Félix Vallejo. Testigo: Justo Peláez. Testigo: Tomás Suazo.

Tomado de Regina Mundi

jueves, 23 de agosto de 2012

Alabanzas a María

Letanías a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá

Fray Omar Orlando Sánchez Suárez, O. P.

Señor, ten piedad.                           Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.                           Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.                           Señor, ten piedad.
Madre de la verdad.                        Ruega por nosotros.
Madre de la vida consagrada.
Madre de los dominicos.
Madre de los abandonados.
Madre de los desplazados.
Madre de los que piden limosna.
Madre de los sin casa.
Madre de los ancianos.
Madre de los jóvenes.
Madre de los obreros.
Madre de los campesinos.
Madre de los prisioneros políticos.
Madre de todos los pueblos.
Madre del crucificado.
Madre que siempre nos escuchas y nos comprendes.
Maestra de humildad.
María esclava del Señor.
María, modelo de fe y esperanza.
María, virgen oyente.
Alegría del cielo.
Amiga de los niños.
Bendita entre todas las mujeres.
Catequista de los pobres.
Compañera en nuestro camino.
Santa María salud de los enfermos.
Señora, de los injustamente condenados.
Tú, que presentaste a Jesús en el templo.
Tú, a quien una espada atravesó el corazón.
Tú, en cuyo seno el Verbo se hizo carne.
Tú, que conservaste y meditaste estas cosas en tu corazón.
Virgen del perdón.
Virgen de los peregrinos y viajeros.
Virgen sencilla y humilde.
Estrella de la evangelización.
Honor y gloria de nuestro pueblo.
Mujer coronada de estrellas.
Mujer libre de todo pecado.
Protectora de las familias.
Protectora de los comerciantes.
Refugio de los pecadores.
Santa María compañera de los trabajadores de nuestras minas.
Santa María de los tristes.
Santa María del Invierno.
Santa María del verano.
Santa María, consuelo de los penitentes.
Santa María, consuelo de los promeseros.
Santa María, que nos enseñaste a amar a Dios sobre todas las cosas.
Santa María, que presentaste a tu Hijo a los pastores.
Guía de los peregrinos.
Rosa del Cielo.
María; Reina de Colombia, y peregrina por la paz.
Virgen del Rosario, Reina de Colombia, y madre nuestra.
Virgen del Rosario de Chiquinquirá, Patrona de Colombia.
V: Pues sois de los pecadores, el consuelo y la alegría;
R. Oh Madre clemente y pía escuchad nuestros clamores.




Salve:
Oración a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, Reina y Patrona de Colombia

Padre nuestro,
En tu solicitud amorosa
Has querido favorecer a nuestra Patria
Dándonos en Chiquinquirá
Un signo de tu presencia;
Por la intercesión poderosa
De la santísima virgen María,
Cuyo patrocinio hoy celebramos,
Concédenos crecer en la fe
Y lograr nuestro progreso
Por caminos de paz y de justicia.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


  • San Efrén primer poeta de la Virgen María diácono del siglo IV, oriundo de Mesopotamia actualmente Irak.
Acto seguido.
Hijo del padre sacerdote pagano bautizado a la edad de 18 años, trabajó como empleado en un baño público, profundo conocedor de la sagrada escritura se le denominó – citara del espíritu santo-.

Declarado doctor de la iglesia en 1920 por el papa Benedicto XV.

Autor de 20 himnos en honor de Nuestra Señora, con expresiones de tierna devoción a quien dirigía sentidas frases en poesía de carácter popular que tuvieron amplia difusión. Precursor de todas las letanías marianas.

  • Señora Nuestra Santísima Madre de Dios, llena de gracia; Tú eres la gloria de nuestra naturaleza humana, por donde nos llegan los regalos de Dios, al ser más poderoso que existe, después de la Santísima Trinidad, la mediadora de todos nosotros ante el mediador que es Cristo, Tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo, eres la llave que nos abre las puertas del paraíso, nuestra abogada, nuestra Intercesora. Tú eres la madre de Aquel que es el ser más misericordioso y más bueno.

  • María, más resplandeciente que el sol, conciliadora del cielo y de la tierra, paz, alegría y salud del mundo, corona de las vírgenes, toda pura, Inmaculada, incorrupta…
Tomado de la Revista Regina Mundi



miércoles, 15 de agosto de 2012

Credo a la Virgen

San Maximiliano Kolbe.

Amo a la Señora, la amo filialmente, con todo el corazón.

Creo en su maternidad divina
Creo en su perpetua virginidad,
Su Inmaculada Concepción.

Creo en su misión corredentora
Al lado de su Hijo, el Redentor.

Creo en su Asunción y glorificación
Celeste en cuerpo y alma;
Porque María es la imagen de la Iglesia Que deberá tener su cumplimiento
En la edad futura.

Creo en su maternidad eclesial
Y creo en su realeza universal.

Creo en su mediación de gracia
Para el desarrollo de la vida divina
En las almas.

Creo finalmente en su presencia de amor Al lado de cada una de las creaturas,
Como Madre, Auxiliadora y Consoladora.

Y creo en el triunfo universal
Del Corazón Inmaculado de María hoy,
Porque esta es su hora.

Tomado de la revista Regina Mundi

jueves, 9 de agosto de 2012

Nuestra Señora y la Comunidad de La Presentación

Parece redundante hablar de las relaciones de Nuestra Señora con algo tan suyo como la Presentación; sin embargo nunca se satisface el corazón de la hija hablando de su Madre y jamás la Madre dirá: "basta" cuando se trate de proclamar y agradecer sus larguezas con los hijos de su amor.

Puesta Marie Poussepin —Venerable Madre Fundadora de la Congregación— desde el bautismo (1653) bajo el amable patrocinio de la Santísima Virgen y relacionada providencialmente desde niña en su vida espiritual con el tronco secular dominicano, pues su director espiritual fue el reverendo padre Franciscano Mespolié, O.P., quien la recibió como miembro de la Tercera Orden Dominicana, no quiso abdicar de su título de Dominicana, ni cambiarlo por ningún otro, cuando ya Dios le mostró su misión de fundadora; tanto amó ella la filiación mariana, bebida en la vieja fuente del Gran Patriarca de Guzmán.

Allá en los comienzos de la Congregación (1724) se bendijo solemnemente la Capilla de Sainville consagrada a la Presentación de Ntra. Sra. sin duda alguna, de acuerdo con el P. Mespolié, pues los dominicos eran grandes propagadores de la devoción a este misterio. Desde entonces "La Cdad. de la Caridad de Sainville" se conoce en el mundo entero con el nombre de "La Presentación"; desde entonces el día 21 de noviembre es el destinado para que las hermanas, siguiendo en pos de la Niña María en su Presentación en el Templo, renueven sus votos de religión; y desde entonces también María Santísima cobija la familia de Marie Poussepin con su manto maternal, como cobija a la gran Orden Dominicana y es la Madre y Reina de la Presentación en su obra tres veces secular que se halla ya extendida por todas las partes del mundo y que abarca todas las formas de la caridad, antiguas y modernas.

Las Constituciones de la Comunidad redactadas por la misma Venerable Madre Fundadora y que no han sido cambiadas, respiran en todos sus capítulos una profunda piedad mariana. Del primer capítulo que trata de la naturaleza y fines de la Congregación tomamos el siguiente hermoso párrafo: "Las hermanas no deben contar con ellas solas para misión tan superior a sus fuerzas; pero pueden esperarlo todo de Dios, con el auxilio de la Santísima Virgen, bajo cuya protección está puesta la Congregación; y para merecer esa protección se esforzarán en aumentar cada día la devoción a María, recordando que el mejor medio de honrarla es el imitar las virtudes que Ella practicó en un grado tan eminente. La tomarán por patrona y en su honor solemnizarán cada año el día de la Presentación"... En el capítulo de las oraciones vocales dice: "El Santo Rosario es la primera devoción de la Congregación... Las hermanas harán del rosario su arma y su escudo, además tratarán de inspirar y propagar hasta donde les sea posible esta devoción tan admirable y sencilla". Entre los medios que proponen las Constituciones para conservar la castidad, recomiendan: "Siendo las hermanas de la Presentación Hijas de la Santísima Virgen, a quien están consagradas, por demás sería recomendarles la tierna devoción a María; deben poner en Ella toda su confianza y venerarla como su Madre; María por su parte velará sobre ellas y les alcanzará todas las gracias que necesitan para guardar la santa pureza y perseverar en ella hasta el último suspiro..."

¿Qué raro, pues, que entre los miles de hermanas que han militado bajo las blancas banderas de la Presentación y que se han santificado conforme a sus Constituciones, Ntra. Sra. haya elegido algunas para hacerlas confidentes suyas especiales, voceros de su amor para la Congregación y testigos de sus delicadezas maternales?

A mediados del siglo XIX regía los destinos de la Presentación, en calidad de Superiora General, la muy reverenda madre Saint Pierre, a quien la Comunidad ha llamado la segunda fundadora por el empuje enérgico y el desarrollo providencial —espiritual y material— que dio a la Congregación. Para esos difíciles momentos ningún socorro más seguro encontró, la gran hermana de la caridad que el recurrir a María, sabiendo que "podía esperarlo todo de Ella". Y la Santísima Virgen respondió a su llamado y a su confianza; Ella la guió en sus valientes empresas e iniciativas y el día de la Asunción se mostró a sus ojos arrebatados. La Madre asombrada exclamó: "Cuan bella era!..." Y en otra ocasión, como lo atestigua el abate Gervais, en su libro: Vio a la Santísima. Virgen aparecérsele en la cima del jardín de la Grande Bretéche (Casa Madre de la Presentación).... y en señal de su protección maternal, la Augusta Madre de Dios, extendía sus brazos sobre la Comunidad". Y, todavía vio la Madre S. Pierre otra vez a Ntra. Sra. acompañada de Santo Domingo cuando la previnieron sobre las tribulaciones que le sobrevendrían precisamente porque ella resucitaría la "Cuestión Dominicana" o sea la filiación de la Presentación con la familia del inmortal apóstol del Rosario.

Y no fue sólo esto: pora ratificar la legitimidad de los lazos con qué esta superiora deseaba reanudar la Presentación con su Madre de origen, la Orden Dominicana, Ntra. Sra. se dignó aparecerse a una humilde hija de la Presentación y de la Madre San Pedro, Hermana Saint Florent, el 20 de noviembre de 1846. Oraba la hermana fervorosamente en la Capilla de la Casa de Mendigos de Nantes, la víspera de sus votos perpetuos cuando se apareció la Santísima. Virgen, tal como está en la medalla milagrosa y le dio un mensaje para la Comunidad; que las Hermanas fundadoras de la Comunidad rezaban diariamente el rosario completo —cosa que la buena religiosa ignoraba— que se aplicara, en cuanto a ella, a rezarlo y transmitiera a las superioras el deseo de que así se hiciera en adelante. Además le recomendó pedir para la Presentación entera el espíritu de sencillez, la caridad y la humildad. "Hija mía, le dijo al despedirse, Ntra. Sra., guardad mi rosario y él os guardará...!" Al año siguiente, en la Presentación de 1847, la Virgen Santísima reclamó a su confidente por qué no había cumplido su misión cerca de las Superioras. "Oh, mi Santísima Madre, respondió la humilde religiosa, dignaos manifestar vuestra santa voluntad a otra de mis hermanas más digna de ser escuchada que yo". "No, dijo la Reina del cielo, es a ti a quien quiero confiar esta misión. Llevarás mi mensaje a tus superiores". Cuando la veneranda superiora, Mere Saint Fierre, supo los hechos ocurridos en Nantes, pidió las luces divinas para orientar su conducta y guardó la más perfecta discreción. Un poco más tarde, favorecida ella misma por la aparición de la Santísima Virgen, y con la aprobación eclesiástica, y habiendo reconstituido el Archivo de la Cdad y encontrado en él muchos datos acerca de la devoción del Santo Rosario por parte de las antiguas hermanas, restableció con todo fervor en la Comunidad la Archicofradía del Sto. Rosario.

Así y por el fallo de la Iglesia, puso la Reina del cielo un fin glorioso a la Cuestión Dominicana postrando como lazo de unión entre la hija y la madre el Santo Rosario y "señalando como principio de vida y prenda de prosperidad la sencillez, que puede considerarse como el distintivo de la Presentación y otras dos virtudes que son, la una la base y la otra la cima de la perfección, la humildad y la caridad".

Mas aún, el 18 de abril de 1848, muy poco tiempo después de las apariciones a la hermana Saint Florent y por deseo y orden de la Segunda Fundadora fue consagrada la Comunidad al Corazón Inmaculado de María, refugio seguro, y asilo sagrado en que las casi 5.000 hermanas de la Presentación han vivido durante el último siglo, seguras en las tormentas, guerras y persecuciones. Mención especial merece la protección milagrosa de la Santísima Virgen a la Cdad. tanto en la Revolución de 1789 como en las últimas guerras 1870-1914-1939. Siempre ha sido el manto de María su protección y amparo y el Santo Rosario su arma invencible.

Las Superioras Generales, todas, recibieron y transmitieron como herencia preciosa el amor acendrado a María; sabían que ese amor haría de cada hija de Marie Poussepin un apóstol de la caridad digno de tal Madre. Pero entre las últimas se distingue por el filial y delicado amor que desborda en las Circulares Marianas, la actual dignísima superiora general, mere Therese Augusta.

Veamos ahora, en la vida de cada día qué hace la hermana de la Presentación para corresponder a tanto amor de su Reina, Patrona y Madre.

Además de su vida de intimidad con Ella en la oración, tanto mental como vocal y de los actos de piedad especialmente dedicados a su culto, que la Santa Regla prescribe, es para cada hermana de la Presentación, María, ideal de perfección, inspiradora, motor de su apostolado y causa eficiente del bien en las almas que en su misión de caridad tiene a su cargo.

María en los labios y en el corazón de la hermana madre de los huérfanos de los desamparados que la miseria y la maldad humana hicieron hijos de la caridad. María al pie de la cuna de los huérfanos, como inspiradora de ternuras, de cariño y como única Madre de los niños sin hogar.

María, en los labios y en el corazón de la hermana que junto a la joven obrera, a la mujer caída, a la demente, al anciano, al mendigo, al indigente, y de todas las razas y en todos los climas, ejerce una misión salvífica, la de mostrarles que hay una casa paterna celestial y en ella una Madre cariñosa y buena.

María en el corazón y en los labios de la Maestra que ante los ojos transparentes y ardorosos de la juventud puede mostrar en Ella un ideal de belleza, un prototipo de grandeza, una llama Inmaculada de amor, único capaz de cautivar, de conquistar, de colmar a plenitud las capacidades infinitas del corazón joven.

María en la boca y en el corazón de la hermana enfermera, que va dejando en las almas que alientan los miembros doloridos del Cuerpo Místico de Cristo, con el consuelo, la imagen doliente de la Madre y el dulce nombre de la Inmaculada, faro que ilumina el puerto de la Patria definitiva y eterna.

María, por último, en el comienzo, en el medio y en el fin de la vida religiosa de la hermana de la Presentación que hizo de ella su ideal en el noviciado, su modelo en el apostolado y su consuelo en el lecho de la muerte.

La Niña María ascendiendo las gradas del templo, en el misterio de su Presentación guió los primeros pasos, inspiró los primeros votos de la hermana de la Presentación. La Virgen María será quien ascienda con ella las gradas eternales, en el postrero y feliz día de la suprema entrega, y quien a Dios la presente, hija de su amor y seguidora de sus huellas por el camino de la pureza y la caridad.
                                                                                                                     S. P.

Un misterio

Para vosotras niñas escribo estas páginas y pido a la Santísima Virgen que ellas aumenten su amor en vuestros corazones.

No es un cuento, es la historia que viviente habéis visto, y quizá muchas veces al oiría contar, vuestras mentes inquietas han pensado un instante y habéis exclamado ¡es muy raro!, mas luego despreocupadas del asunto, no ha vuelto a ocupar vuestra atención.

Os pintaré tan solo, a grandes rasgos, uno de esos cuadros conmovedores, a los cuales por desgracia, nos acostumbramos en la vida: Ved una niña de vuestra edad o quizá más pequeña, su carita pálida y sus pobres y hasta míseros vestidos os hacen comprender que jamás sus brazos han arrullado una linda muñeca, ni sus mejillas se han calentado con el amoroso beso maternal; para ella no hay dulces ni caricias y sin embargo su boquita sonriente y su mirada pura y serena os dicen que en ese corazón no hay pesares ni amarguras.

Desfilan cada día ante nuestros ojos cuadros semejantes cuyos protagonistas de toda edad y condición son miserables y desgraciados ante el mundo. Aquí está el Misterio, en los corazones de estas multitudes reina absoluta calma. Ellas sonríen y trabajan, no envidian a los ricos, el pan escaso y negro algunas veces, lo comen con tranquilidad; misterio indescifrable..., ¿por qué ríen, por qué si están tan solas, si nadie a esas niñas acaricia jamás, si el beso de la madre les falta y su ternura, si se hallan sin abrigo, sin el calor de hogar, si a veces el trabajo les trae mil sinsabores y espinas tantas punzan su pobre corazón?

¿Misterios?... Pregúntale a los padres que solos los dejaron, a esas madres santas que gozan ya de Dios, y entonces el misterio se esfuma suavemente y luz esplendorosa alumbra el corazón.

Es que ellas les legaron tesoro no soñado, ¡Una Madre! la más bella de todas las creaturas, aquella que consuela, que alienta y da valor, aquella que en sus hondos dolores siempre está. Aquella que amorosa les cubre con su manto, que escucha sus plegarias, que alienta con su voz, que guía de sus hijos los pasos por el mundo y que sonriente y suave les habla del buen Dios.

|Oh Niñas! que entre suaves caricias maternales no sentís de la vida la espina del dolor, pedidle a vuestras madres que consagraros quieran a la que nunca muere, a la que solo puede llenar el corazón, y así, cuando las penas lastimen vuestra vida, la Virgen de los cielos mitigará el dolor y siempre para el alma encontraréis la fuerza, la dicha y el amor.

                                                                                      María del Carmen Mayer


Tomado de la revista Regina Mundi


jueves, 2 de agosto de 2012

La plegaria de 1812


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariologica Colombiana
La novena de Nuestra Señora de la Peña reemplazó a La Bagatela en la conciencia revolucionaria de los santafereños. En 1812 Bogotá, la ciudad del Águila Negra, padecía la llaga de las desavenencias políticas. La disidencia, entre carracos y pateadores, rompió la paz de los virreyes con el yugo de la libertad.

En ese teatro de banderizos, la Patria Boba estrenó la función y el duelo entre las súplicas de una novena y los discursos camorreros del Congreso de Villa de Leiva. La primera se apoyó en la esperanza legítima de un Dios vivo y los segundos se acomodaron a la soberbia legalista de los gamonales de levita.
Los criollos, con sus títulos de “Alteza Serenísima”, manejaban los intereses del notablato a su antojo. ¿Qué se podría esperar de esa antinomia? La respuesta es el caos.
El ambiente de confusión sirvió para que el presbítero capellán del Monasterio de la Concepción, don Juan Agustín Matallana, levantara la voz de su himno a la caridad: “Novena en honor de Jesús, María y José que se veneran en la Ermita de la Peña, extramuros de la ciudad de Santafé, desde el año 1685”.

El sacerdote, consciente de los peligros anarquistas que amenazaban a su grey, dejó muy en claro cuál era el objetivo de su obra: “…Para excitar la devoción de tan Sagradas Personas a favor de los cristianos; el año de 1812…” Los patriotas fueron los primeros en acoger la medida. Entre los realistas, la invitación sería pasada por el tamiz socarrón de la charla burlesca.


 
La oralidad callejera inventó chascarrillos de esquina, ironías de salón, baladronadas de chalanes, edictos de muralla, promesas de amor, conjuros de asamblea, juramentos de caballeros, piropos sonrojados y coplas rajaleñas:

“Toditos en este mundo
Tenemos qué callar
Los unos porque lo han hecho
Los otros porque lo harán”.  Crítica anónima contra Nariño, 1812.

Más allá del sarcasmo, las muchedumbres necesitaban una guía espiritual. En la pila de San Victorino se reunían las marchantas, con las aguateras del chorro de la Capuchina. En la plazuela de las Cruces las madres rezaban el Santo Rosario. Los cachifos del barrio de San Jorge descendían por la calle de San Miguel hasta la Plaza Mayor para buscar el altozano de la Catedral y satirizar las noticias. La plaza de San Francisco albergaba a los artesanos de Las Nieves. Los pequeños grupos se arremolinaban, en sus respectivas parroquias, para escuchar con silente atención la voz del señor cura en la oración correspondiente al segundo día de la Novena a la Sagrada Familia de la Peña:

“…Señor y Dios mío, en voz tengo puesta toda mi esperanza: vos habéis destinado a los ángeles para que me guarden y defiendan; salvad y libradme de los enemigos que cruelmente me persiguen, para que mi alma no sea despojo del león que furioso me sigue para despedazarme: favorecedme por la intercesión y méritos de Jesús, María y José de La Peña…”

Las preces se inocularon en las almas catequizadas por el ejercicio de la piedad. Los feligreses sabían que sus mayores les habían dejado un faro de esperanza en la loma tutelar. La razón de la invocación tiene su propio argumento. El Santuario de la Peña guarda la única imagen de La Sagrada Familia tallada en piedra por las manos del misterio divino. El hallazgo realizado por Bernardino Rodríguez de León, el 10 de agosto de 1685, cambió la rancia rutina de Santa Fe, la capital del tercer virreinato establecido en América.

La devoción la sustentaron los abuelos al fundar, el 18 de enero de 1717, una cofradía en honor de Nuestra Señora de la Peña, Reina y Alteza de Bogotá. Contra ese patrimonio vital de los afectos se estrellaría la guerra civil.

El 2 diciembre de 1812, los perjuros súbditos del monarca español decidieron regar el árbol de la libertad con la sangre de sus fieles labriegos. Dos tocayos se destrozaron en un combate feroz entre las peonadas de las familias feudales de la Sabana. Las fuerzas de Antonio Nariño, Presidente de Cundinamarca, son derrotadas en Ventaquemada por las tropas de Antonio Baraya, al servicio del Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada.

José María Espinosa escribió en sus Memorias de un abanderado sobre aquel zafarrancho perdido por los pateadores o centralistas: “…Nada se pudo reorganizar. Pues la dispersión fue completa, y tuvimos algunos muertos, entre ellos un joven Aros y un valiente capitán del Auxiliar llamado Portocarrero, a quienes sentimos mucho…” La capital quedó a merced del vencedor.

Las gentes, entre las chanzas y la mordacidad que permitían las jerarquías sociales establecidas en las colonias, decidieron unirse para defender sus más caros valores. El funcionamiento regular de las castas no se detendría. Los de pata al suelo cavarían trincheras y las matronas tejerían banderas. La angustia y la incertidumbre los consumía sin rangos de sangre. La salida terapéutica para la amenaza criminal era el legado de san Benito: Ora et labora.

La lucha sin cuartel era una ordalía para los herederos de 274 años de evangelización. La primera consecuencia del fenómeno bélico convirtió a la Virgen de la Peña en esa causa superior que forma apóstoles y mártires. Los bogotanos de antaño no serían la excepción porque combatieron bajo la sombra protectora de la familia de Nazaret.


El ataque de los “próceres” contra Santafé de Bogotá sucedió el 9 de enero de 1813. El batallón Artillería recibió con disparos de metralla a la manipulada soldadesca de Baraya. Los conscriptos invasores traían la garganta irritada por beber aguardiente con pólvora y sólo vociferaban consignas inútiles antes de caer. La ciudad-aldea resistía en la Alameda, la Huerta de Jaime, San Diego y San Victorino. Los defensores confiaban en la intercesión de la Madre de Dios, que los mantenía firmes y dignos. “¿Quién es Ésta, que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant. 6,10).

La oración de la novena, para el día octavo, se adaptaba perfectamente a las condiciones adversas de una urbe sitiada: “…Señor Dios justo, santo e inmortal. ¡Vos sois nuestro amparo y nuestro seguro asilo!: En vos hallamos siempre un puerto seguro en las muchas y terribles tormentas que nos afligen y rodean: ¿qué podemos temer, si vos Señor Dios nuestro nos defendéis en todas nuestras angustias?...”

El cronista José María Caballero, arte y parte de los acontecimientos, escribió en su Diario: Sábado 9: “…Cuando las tropas enemigas salieron a la esquina de Carnicería, y pensaban esparcirse por toda la ciudad, dicen que estaba una mujer vestida toda de azul, que según algunos piadosos aseguraron ser María Santísima Nuestra Señora de la Concepción, pues bajo los dulcísimos nombres de Jesús, María y José militan nuestras tropas, y esa mujer les dijo que no entrasen en la ciudad, sino que siguiesen para San Victorino, que allá estaban todas las tropas; y así lo hicieron sin que uno solo se animase a entrar a la ciudad; siendo así que el principal deseo y anhelo era el prometido saqueo que Baraya les había ofrecido, y teniendo a la ciudad libre y sin que nadie les impidiese la entrada, no sino seguir para el campo siguiendo el consejo de la mujer. ¿No se deja ver claro el poderosísimo patrocinio de María Santísima que no consintió que esta ciudad fuese entregada al saqueo, al estupro, y quizá a la violación de las esposas de Jesucristo y profanación de los templos, muertes y otras tantas iniquidades? Que todo se puede creer de unas tropas encarnizadas, llenas de furor y con deseo del saqueo general…”


Y más adelante, en las páginas sobre ese mismo suceso, puntualizó: “Se dijo por varias personas de crédito, y por muchas bocas, que cuando estaba el fuego en los más vigoroso, andaba una mujer por entre las tropas y a la parte que más caían las balas; y después dicha mujer, aunque se inquirió no pareció, lo que se tiene por verosímil que fue María Santísima Nuestra Señora, para ampararnos y favorecernos…”

Las letras de la novena, en su último día, pronosticaron la victoria de Cundinamarca: “…Los siete arcángeles señalados para mi amparo, no ande por otros caminos que los que me lleven venciendo a los jebuseos amorreos…”

Los heroicos ciudadanos no olvidaron los favores concedidos por su Patrona y fueron a visitarla en vistosas y dichosas romerías. Caballero anotó en su Diario. Sábado 23:“…Hoy subió el Cabildo secular en cuerpo hasta La Peña, la fiesta de Nuestra Señora (cosa no vista), en acción de gracias por la victoria...” Y El domingo 31 se lee: “… Hoy fue el presidente a La Peña a cumplir una promesa, con su familia…”

El presidente Antonio Nariño y Álvarez, un ex librero masón, llegó hasta al santuario acompañado de sus hijos para inclinarse ante la Reina del Cielo porque las tesis de su logia, El Arcano Sublime de la Filantropía, se habían convertido en puras bagatelas.

El primer intento por instaurar una república se extinguió y la novena a Nuestra Señora de la Peña fue reformada por su autor y reimpresa por Bruno Espinosa en 1814. En esa edición, en la lección histórica para el quinto día, se habla del favor recibido por los defensores del centralismo.

 “… A ellos se agrega el compendio de los muchos milagros en uno con la derrota de seis mil enemigos en San Victorino el día nueve de enero de este año de 1813 dispensada por Jesús, María y José, aunque algunos dicen que fue casualidad. Al principio de la aparición y traslación fue muy grande la devoción de los fieles; después se fue entibiando poco a poco; pero ya en estos tiempos se va restaurando de nuevo…”
El triunfo de los leales a sus devociones abrió el camino a la unidad institucional porque las anarquías de los memorialistas sólo atrajeron a las bayonetas de Juan Sámano. La cátedra de las sepulturas les avisó que habían perdido una oportunidad feliz de cambiar sin acudir al fratricidio.

Los jefes de la derrotada hueste bajaron la cabeza para no mostrar sus alevosías. Las almas soberbias necesitan un espacio limitado por la sombra para maquinar el desquite mezquino. La campaña del sur, liderada por un traductor convertido en precursor, sufrió un descalabro cruel. La venganza se infiltró en la retaguardia que cubría a los valientes Granaderos de Cundinamarca. La traición al general Nariño, en los ejidos de Pasto, le recordó a la naciente nación que Santafé había perdido su inocencia. (10 de mayo de 1814).

Sin embargo, la tradición mantuvo vivo el episodio de 1813. El Centro Mariano Nacional de Colombia conserva los nuevos ejemplares de la Novena en honor de Jesús, María y José en su advocación de la Peña. El material, editado por el reverendo padre Ricardo Struve, recuperó los textos escritos por Matallana porque la gesta de San Victorino la repiten los siglos con voz de titanes:

 “…Como la Reina, exaltada
Entre las hijas se ve,
La ciudad de Santa Fe
De bendiciones colmada
Con mil trabajos probada
De decirnos no se cansa.
En Jesús, María y José
Fundemos nuestra esperanza…”