La catequesis de una promesera
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
En
Chiquinquirá, la Villa
de los Milagros, es frecuente escuchar historias de peregrinos, relatos
vernáculos que por su sencillez guardan la herencia del valor teológico.
Este
cronista fue testigo de una idea expresada en una tienda- restaurante donde los
romeros toman sus alimentos con sabor a tierra colombiana sin más recetas que
la tradición del buen gusto.
Entre
la sopa de mazorca y las viandas exquisitas se habló de la Santísima Virgen
María. El respeto apostólico del creyente, que sabe que puede expresar sus
ideas sin temor, estuvo dentro de los linderos de un santuario mariano.
Mientras
las cucharas y los comentarios de los hombres dejaban construir sus
conversaciones sobre María Santísima, una hermosa zipaquireña, hija de nobles
solares, dejó para el recuerdo de la travesía sus posturas sobre el episodio de
las Bodas de Caná (Juan 2-1,11). Ella entregó el resumen de sus tesis para
estas líneas que solo quieren destacar el valor de la Mariología popular.
Ciencia construida bajo el anónimo pasar de los andariegos que visitan a la Patrona de rodillas y con
su camándula enredada en el alma.
El
texto de aquella charla de romeros dice: “En ese pasaje tan interesante, la Madre de Dios es muy
solicita a la necesidad de los novios, pero también intercede y se adelanta al
misterio de la Eucaristía
a la transustanciación, al Cordero.
Ante
el llamado de atención de su Hijo: ‘Aún
no ha llegado mi hora’ (la hora del sacrificio por la humanidad) Ella acató la
voluntad de su Hijo y lo ratificó con la frase: ‘Hagan lo que Él les diga’. Los
sirvientes obedecieron el mandato de Jesús y llenaron las vasijas.
Las
tradiciones de los judíos no explican lo de las seis tinajas destinadas a los
ritos de purificación. Pero en este signo hay tanta complejidad en su
simplicidad que vale la pena mirarlo con la lente del catolicismo. En ese acto
de la ablución, los cristianos marianos podemos pensar en el sacramento de la
confesión donde nos limpiamos de nuestros pecados para poder pasar al banquete
de la Eucaristía.
Dios
nos espera siempre y nos dice: ‘Llenen sus corazones hasta el borde’. Él nos
explica que nunca limita el amor que nos tiene porque está destinado para
nuestra salvación.
La
crónica muestra a un novio que escuchó a un maestresala decir: ‘todos sirven primero el
vino mejor; y cuando se ha bebido en abundancia, el peor. Tú, en cambio, has
guardado el vino mejor hasta ahora’. Este hecho nos enseña el paralelo entre
los dos líquidos, el humano y el divino. El licor de Dios es el mejor porque es
en su ágape donde se sirve el elixir de la vida eterna.
Sin
embargo, el hombre se deja llevar por las superficialidades mundanas. Se
obnubila por las cosas materiales y no se da cuenta de que Dios es lo único
trascendentalmente importante.
El
Evangelio también destaca un sacramento, el del matrimonio donde se unen lo
divino y lo humano. En esta descripción se identifica lo indisoluble de la
unión, a ejemplo de las bodas de Cristo con su Iglesia, indivisible por el
afecto divino.
De
esos enlaces y su excelsa misión surge el valor sagrado, tanto del sacramento
marital como el de la Iglesia ,
al fundirse con Jesucristo en la intimidad de la Eucaristía.
En
síntesis, los esposos por el misterio de la comunión deben llegar a la
salvación por medio de la fe, la esperanza y la caridad”.
La
promesera calló y partió. En sus labios se escuchó una plegaria de marcha:
“Virgencita de Chiquinquirá, llévanos con bien. Santo ángel, con tus alas protégenos y con tus espadas defiéndenos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario