Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
Hay peregrinos que viajan hacia Chiquinquirá en busca
de una solución. Necesitan que sus creencias dejen de virar en contravía de la
fe cristiana. No los motiva la predica ni la bondad del catolicismo. Tienen
entre su morral un sincretismo religioso mezclado con vacíos profundos. En sus
años de ausencia moral acumularon teorías y especulaciones sacadas de las
aulas callejeras donde el hombre impone
su anhelo más allá de la dimensión de la razón y lo llama sueño.
El fascinante derecho de soñar con un mundo al gusto
del ideal individual, sin normas, tiene un defecto. El proceso onírico depende
de un guía que lo despierte a la fantasía de la realidad. Porque el exceso de
elucubraciones lúdicas finaliza en una tolerancia que raya en la alcahuetería.
Bienvenido el aborto, el uso de estupefacientes y la larga lista de atrocidades
en favor del libre desarrollo de la personalidad que se atan al libertinaje de
un sofisma manoseado por la crueldad.
La racionalidad egoísta termina por volverse una pesada
carga de incógnitas. Ese criterio incorrecto está de acuerdo con aquello que
rompa el orden ético en aras del bienestar del ego hedonista…
Un paradigma del modelo anarquista pasó muy cerca de
estas páginas para dejar el testimonio de su experiencia. Él, el libre pensador
del barrio, por vivir a la moda de las caravanas extranjeras que viajan hacia
Chiquinquirá se preguntó: ¿qué los invita a la travesía? ¿Turismo?, ¿historia?,
¿religión?, ¿fe?, ¿promesas?, ¿folclor?, ¿curiosidad?, ¿tradición?, ¿necesidad?
En el engranaje de las respuestas cada pieza de las incógnitas tiene un
mecanismo dinámico que impulsa al individuo a visitar el templo de la Patrona Nacional ,
pero no es el motor.
El gran aliento, que ha sostenido por más de cuatro
siglos el trasegar de las muchedumbres es el afecto de Dios. El misterio del
santuario abarca el regreso del penitente al seno de la maternidad divina. Si
la intención abre la intimidad al constante llamado de Cristo: “convertíos”,
ningún mortal regresará intacto de Chiquinquirá. No podrá porque la voz del
milagro ha depositado su imperio de misericordia en el alma con una palabra
indeleble: “Renovación”.
Renovar es un verbo que no admite dudas porque se
conjuga en un solo tiempo, el presente vital e infinito. Regenera siempre. El
neuma, tocado por la fragancia que perfuma el altar de la Virgen de Chiquinquirá,
incendia la existencia. El pecador entiende que el barro es la materia prima
del alfarero que moldea según su consentimiento para plasmar la perfección del
Altísimo.
Frente al tabernáculo la opinión falaz, el sofisma
comercial, la herejía perversa y la lista de errores levantados por milenios en
contra de la verdad son derretidos por la luz del Evangelio. La venda de la
terquedad, debilidad del continuo errar, se deshace. Las montoneras de esquemas
preconcebidos, por una sociedad ahíta de vicios, se derrumba ante el sentido de
la ternura en la inocencia de la fe.
El resultado es contundente. El peregrino incrédulo
estuvo en la casa de Dios y su Madre como gran anfitriona salió a recibirlo
rodeada de ángeles. Ella se encargó, con maternal delicadeza, de consolarlo y
curarlo a través del propio arrepentimiento. La Reina lo condujo ante sus
amados sacerdotes en el confesionario. El servicio de lavandería espiritual lo
pagó la sangre de Cristo. El hombre, roto y desteñido, como alguna vez estuvo
el sagrado lienzo que guarda la
Basílica quedó inmaculado y pudo pasar al banquete
Eucarístico. El prodigio inmenso de la
salvación desplazó el pasajero vaivén de
la subsistencia hacia la eternidad. El sendero de las ceremonias especulativas
se perdió en la ruta que conduce a un diluvio de bendiciones.
¿Qué los mueve? y la respuesta total es el propulsor
latente del corazón de una Madre Virgen que enamorada asintió: “Hágase en mí
según tu palabra” y desde entonces, como lo declamó el poeta Alcántara, “el amor
se hizo romero”.
De las romerías y su excelsa misión apostólica de
predicar el evangelio de María surge el valor sagrado de los sacramentos. Entre
ellos el marital como lo canta la Guabina Chiquinquireña.
El rebelde redimido escuchó de su amada la plegaria de
marcha: “Virgencita de Chiquinquirá, llévanos con bien. Santo ángel, con tus alas protégenos y con tus espadas defiéndenos”.
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