Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La
cabeza de un milagro estaba abandonada entre una caja de madera ubicada dentro
de la Basílica
de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.
No
se trataba de una decapitación mística, como pensaron algunos, ni el sortilegio
propio de un aprendiz de brujo. Resultó ser, paradójicamente, una práctica religiosa
que unía la oración y la piedad en un
círculo de agradecimiento. Los artesanos les venden a los peregrinos unas
figurillas de cera que luego se ofrecen ante el ara con una frase: “Gracias, virgencita
linda.”
El
acontecimiento, tan cotidiano para los romeros de antaño y hogaño, no pasó
inadvertido para una señora oriunda de la Sultana del Valle. Ella deseaba indagar sobre
esas prácticas rituales ancestrales.
Y,
sin saludo ni presentación, le soltó un cuestionario a un bogotano devoto que
estaba a su lado:
¿Qué
significan esos muñequitos amarillitos que le colocan a los pies de la Virgen ? ¿Por qué la Reina tiene dos catedrales
en Chiquinquirá? ¿Y por qué esa imagen hace milagros?
Las
respuestas llegaron por cortesía del cariño mariano a la Chinca :
Las
figuras de color amarillo son las pruebas fehacientes de la intercesión de la Madre de Dios, la Santísima Virgen
María. Por Ella ocurren hechos maravillosos que rompen las leyes de la ciencia.
Cada pieza es el testimonio de un favor recibido. Tienen formas humanas (hombre,
mujer o niño) que indican diferentes signos. Ellas van desde la curación de
alguna enfermedad mortal hasta un parto feliz. También se fabrican modelos de
vehículos y casas que indican la adquisición de esos bienes tan urgentes para
la calidad de vida familiar.
La
serie puede ser descuartizada, según necesidades o testimonios. Usted podrá encontrar
brazos, piernas, ojos y para el caso, una testa de rostro femenino que certificó
algún don del cielo que bajó por la escalerilla del santo rosario.
Sonrió
y con un marcado acento insistió: “Vení, contame, ve. No entiendo porque la Virgen tiene dos catedrales,
¿oís?”
No
hay dos, no puede haber una dupla de esas dimensiones arquitectónicas en ningún
pueblo de la tierra civilizada por el Evangelio de Cristo. El inconveniente en
esta villa es de semántica, geografía urbana y cultura religiosa más una pizca
de socarronería boyacense.
Si
un turista despistado pregunta en la Ciudad Santuario :
“¿en dónde queda la Catedral ”,
los buenos informantes, a sabiendas de lo que hacen, le indican la ruta para la
catedral del Sagrado Corazón de Jesús. Esa iglesia está ubicada cerca de la
antigua estación del ferrocarril y frente al parque David Guarín.
Allí
tiene su silla o cátedra el obispo de la Diócesis de Chiquinquirá, monseñor Luis Felipe
Sánchez Aponte, que preside a la grey a él encomendada por el Santo Padre para
enseñarle y guiarle por los caminos de la doctrina de la Iglesia católica.
Ese
sacro lugar, tan importante para el pastoreo de las almas, es diferente a la Basílica de Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá, que cumple con otras funciones. Aquí se
alberga a los promeseros de tierras lejanas que vienen a dejar sus mandas a ante
el trono de la Patrona. Su
sobria estructura, de estilo neoclásico, se ubica frente a la Plaza de la Libertad , en el corazón
del centro histórico de la ciudad.
Resuelto
el enigma del laberinto geográfico se tocó el tema del término distintivo, que
después de pasar del griego al latín, se convirtió en una expresión que
significa: “casa real”.
El título de “Basílica” lo
otorga el Papa a los templos que por su importancia histórica lo merecen. El 18 de agosto de 1927, su santidad
Pío XI le concedió la dignidad de Basílica Menor porque guardaba la pintura de la Virgen del Rosario de
Alonso de Narváez (Tunja 1562). Los trazos se deterioraron hasta borrarse en Sutamarchán
(1574) y se renovaron milagrosamente en Chiquinquirá en 1586. Para obtener el calificativo se
pasó por un delicado proceso eclesial donde se analizaron las causas que
determinaron el privilegio.
El Sumo Pontífice es el único con la autoridad para entregar el sonoro
nombre. Esa prerrogativa le dio el derecho a lucir en el presbiterio los signos
de su dignidad, el canópeo y el tintinábulo.
¿Y esas palabrejas existen?, interrumpió la mujer. Sí, aunque
fueron pensionadas del diccionario de la RAE.
El canópeo es una pieza de las insignias papales, que antiguamente
se usaba para darle sombra al Santo Padre. Es también un símbolo de la
autoridad papal sobre la Iglesia.
El tintinábulo (campanilla) es la insignia que la Santa Sede concede a las
iglesias a las que eleva de categoría. Se usa por lo general en la procesión
del Corpus Christi.
La dama quedó muda. No pudo repetir los extraños nombres. A fuerza
de señas se le presentó el canópeo porque su compañero de nobleza eclesial no
estaba… Seguramente lo trastearon mientras decoraban el altar para la pasada
fiesta de Pentecostés, (24 de mayo de 2015) y se olvidaron de regresarlo a su
lugar.
La turista optó por pasar al escabroso tercer punto, el perseguido
por los iconoclastas. Ella preguntó: “¿Y por qué la llaman la milagrosa imagen?”
Porque su nombre es una realidad que parte de la historia de un
milagro. Así aparece reseñada en los documentos oficiales de la Colonia. Por ejemplo, en el
pleito que se generó después de la segunda salida de la Virgen de su santuario, en
1633.
El meollo de la disputa lo originaron los hijos de la muy leal
ciudad de Tunja. Los tunjanos querían quedarse con el cuadro que los
santafereños reclamaron por ser la capital del Virreinato de la Nueva Granada. Las castas, de
la alcurnia muisca-hispana, no consideraban a la doctrina de Chiquinquirá digna
de ser la poseedora y guardiana de ese tesoro, telúrico y celeste.
El asunto lo tuvo que dirimir la Real Audiencia , en marzo
de 1635, por que el
capellán de Chiquinquirá, cura Gabriel de Rivera Castellanos, protestó ante el
Cabildo de Santafé de Bogotá por los serios inconvenientes presentados por la ausencia de la
Virgen de su terruño.
El litigio por la posesión del lienzo fue fallado en favor de su
legítimo dueño. Los oidores, en su sabia jurisprudencia, se inclinaron por el
humilde sitio escogido por la voluntad divina para dejar reposar en él un signo
de su misericordia. “…se
acordó se escriba a los corregidores de los partidos de naturales de esta
jurisdicción y a los padres doctrineros y personas devotas que estén en el
campo a quienes den por sí y pidan limosnas para fenecer el resto que en la
dicha petición se refiere para que devuelva a su casa la milagrosa imagen de Nuestra
Señora de Chiquinquirá. Con lo cual se acabó este cabildo y se firmó y va
testado. (Cf. Archivo Histórico Regional
de Boyacá, Cabildo, Leg. 16, ff. 237rv.)
Ahora, mi
buena señora, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, cuál es el inconveniente
en que una pintura echa por un hombre, a imagen y semejanza de la Madre de Dios, haga
prodigios. Recuerde que para el Altísimo no hay nada imposible. (Lucas 1, 37).
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