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Alto de la Peña Vieja. Foto archivo Particular |
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Ruinas de la Ermita de la Peña. Foto Jorge E. Castro F, |
Por Jorge E. Castro Fresneda.
El sábado 16 de agosto de 2008, siendo las siete de la mañana en compañía
de mi hijo Jensen, mi yerno Martín y nuestra mascota Duncan, un perro de raza
Akita japonés, salimos con destino a la Ermita de Nuestra Señora de la Peña
lugar donde fue hallada la escultura tallada en roca de la Virgen y su corte de
ángeles.
Partimos hacia nuestro destino. Caminamos, con la intención de hacer
penitencia, desde nuestra residencia ubicada en el barrio Eduardo Santos, en la
avenida calle 3ª. con carrera 18, para tomar posteriormente la avenida calle sexta
o de los Comuneros. Para nuestro viaje llevamos suministros de agua y pedazos
de panela, a su vez salimos sin celulares, ni dispositivos electrónicos.
Alrededor de las ocho de la mañana nos encontrábamos frente al santuario.
Allí, dispuestos a continuar nuestro camino a la ermita, seguimos en dirección
hacia el Alto de la Cruz. Empezamos a subir la montaña, en línea recta,
transcurrió aproximadamente una hora y 30 minutos. Estábamos exhaustos de tanto
caminar, pero con la mirada enfocada en la cruz que se sentía cada vez más
cerca, a un poco más o menos de 400 metros fue cuando fuimos sorprendidos por
un abismo que solo nos permitía ver la cruz a distancia pero no podíamos seguir
avanzando. En ese momento sentimos una gran impotencia y desilusión, estábamos
perdidos y sin salida.
Lastimosamente, tendríamos que devolvernos y dar por terminado nuestro
recorrido. No obstante, mantuvimos la fe y no perdimos la esperanza de llegar a
nuestro destino. Así que con devoción le pedí a Nuestra Señora de la Peña que
nos iluminara y nos guiara por el camino correcto. Fue entonces que, de repente,
vi con claridad un árbol grande con ramas gruesas y fuertes, que se encontraba
al costado izquierdo del abismo el cual nos serviría de puente para bajar por
sus ramas y poder acceder a la ruta que nos llevaría directo a la ermita.
Continuando con nuestra travesía bajamos por las ramas de aquel árbol, que
inexplicablemente eran de fácil acceso. Mi yerno sujetó el perro que era grande
y pesado. Comenzamos a descender logrando llegar a tierra firme sin novedad.
Una vez más fuimos testigos de un milagro. Vimos como de un momento a otro un
panorama desolador se transformó en bendición. El Altísimo puso ante nuestros
ojos la solución perfecta para continuar hacia nuestro destino. Me sentí como
Moisés abriendo las aguas del mar Rojo.
Estando en la cima de la montaña encontramos las ruinas de la ermita vieja,
lugar sagrado y de veneración. Admiramos la imponente naturaleza que la rodea.
Con orgullo le contaba a mi hijo y a mi yerno las veces que había subido de la
mano de mi madre y que en ese momento había sido yo quien seguía sus pasos,
manteniendo viva la tradición familiar.
Permanecimos allí una hora y emprendimos nuestro viaje de regreso a casa,
siguiendo el curso de una quebrada, que a su vez formaba una media luna que nos
alejaba del abismo, un camino escabroso pero que nos llevó a salvo al santuario
y de ahí a nuestro hogar.
Indudablemente fue una gran experiencia. Gracias a la Santísima Virgen de
la Peña.
Qué bella aventura, dirigida amorosamente por nuestra Madre bendita. Gracias por compartirla: quizás muy pocos se arriesguen y ustedes lo han hecho por amor a Ella.
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