Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La historia de la
plenitud de los tiempos la cambió María Santísima al responderle a Dios su
estremecedor saludo. El Altísimo aguardaba galante una respuesta de amor para
salvar al hombre y revindicar a sus ángeles. La criatura inmaculada permitió la
concepción del Verbo.
El “fiat” de la
Virgen extendió su humilde obediencia de mujer corredentora desde la anunciación
hasta la cruz. La acción de la sierva fue adherida al primer testimonio de la
resurrección.
La gloria del
Redentor, levantado del sepulcro, es el perdón. Su voluntad es un idilio
irrevocable entre el alma frágil y su Creador. “…A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados…” (Juan 20, 23).
La senda feliz
para llegar a esa absolución sacramental, ministerio sacerdotal y condición sine qua non, es María, la madre de Jesús. Ella está encargada
de velar por la santa doctrina. Herencia genética de los méritos de su Hijo que
le entregó el don de la maternidad eclesial.
La Iglesia, en su
matrimonio con el Mesías, exige el traje nupcial de María. Es la prenda vital
porque sin esa se repetirá la pregunta de la condenación: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí
sin traje de boda?” (Mateo 22, 12).
La consagración
total, oficio sagrado de la esperanza cristiana, requiere de comprender esa
inmensidad constante de amar con el latido del Corazón de Jesús.
La respuesta para
una santidad enamorada del bien, la verdad y la belleza sigue vigente en los
labios de Nuestra Señora: “Hágase
en mí según tu palabra”. (Lucas 1, 38)”.
Gracias Madre por tu FIAT que nos abrió la puerta de la Redención! De tu mano bendita llegaremos a la Plenitud.
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