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Nacimiento de la Virgen. Gilarte Mateo. 1650 |
Benedicto XVI
Sábado 8 de septiembre de 2012
[...] Hoy, queridos hermanos y hermanas,
la Iglesia exulta en la celebración litúrgica de la Natividad de la santísima
Virgen María, la Toda Santa, aurora de nuestra salvación.
El sentido de esta fiesta mariana nos lo
recuerda san Andrés de Creta, que vivió entre los siglos VII y VIII, en su
famosa Homilía en la fiesta de la Natividad de María ,en la que el evento se
presenta como una tesela preciosa de ese extraordinario mosaico que es el
designio divino de salvación de la humanidad: «El misterio del Dios que se hace
hombre y la divinización del hombre asumido por el Verbo representan la suma de
los bienes que Cristo nos ha regalado, la revelación del plan divino y la
derrota de toda presuntuosa autosuficiencia humana. La venida de Dios entre los
hombres, como luz esplendorosa y realidad divina clara y visible, es el don
grande y maravilloso de la salvación que se nos concede. La celebración de hoy
honra la Natividad de la Madre de Dios. Pero el verdadero significado y el fin
de este evento es la encarnación del Verbo. De hecho, María nace, es amamantada
y educada para ser la Madre del Rey de los siglos, de Dios» (Discurso I: pg 97,
806-807). Este importante y antiguo testimonio nos introduce en el corazón de
la temática sobre la que reflexionáis y que el concilio Vaticano II ya quiso
subrayar en el título del capítulo VIII de la constitución dogmática Lumen
gentium sobre la Iglesia: «La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el
misterio de Cristo y de la Iglesia». Se trata del « nexus mysteriorum », de la
íntima conexión entre los misterios de la fe cristiana, que el Concilio indicó
como horizonte para comprender los distintos elementos y las diversas afirmaciones
del patrimonio de la fe católica.
[...] María, de la que se subraya ante
todo la fe, se comprende en el misterio de amor y comunión de la Santísima
Trinidad; su cooperación al plan divino de la salvación y a la única mediación
de Cristo está claramente afirmada y puesta debidamente de relieve,
presentándola así como un modelo y un punto de referencia para la Iglesia, que
en ella se reconoce a sí misma, su propia vocación y misión. Por último, la
piedad popular, desde siempre dirigida a María, se apoya en referencias
bíblicas y patrísticas. Ciertamente, el texto conciliar no trató
exhaustivamente todas las problemáticas relativas a la figura de la Madre de
Dios, pero constituye el horizonte hermenéutico esencial para cualquier
reflexión ulterior, tanto de carácter teológico como de carácter más
propiamente espiritual y pastoral. Representa, además, un valioso punto de
equilibrio, siempre necesario, entre la racionalidad teológica y la afectividad
creyente. La singular figura de la Madre de Dios se debe ver y profundizar
desde perspectivas diversas y complementarias: aunque sigue siendo siempre
válida y necesaria la via veritatis ,se deben recorrer también la via
pulchritudinis y la via amoris para descubrir y contemplar aún más
profundamente la fe cristalina y sólida de María, su amor a Dios y su esperanza
inquebrantable. Por eso, en la Exhortación apostólica Verbum Domini dirigí una
invitación a proseguir en la línea marcada por el Concilio (cf. n. 27),
invitación que os dirijo cordialmente a vosotros, queridos amigos y estudiosos.
Ofreced vuestra competente aportación de reflexión y propuesta pastoral, para
hacer que el inminente Año de la fe constituya para todos los creyentes en
Cristo un verdadero momento de gracia, en el que la fe de María nos preceda y nos
acompañe como faro luminoso y como modelo de plenitud y madurez cristiana al
cual mirar con confianza y del cual sacar entusiasmo y alegría para vivir cada
vez con mayor compromiso y coherencia nuestra vocación de hijos de Dios,
hermanos en Cristo y miembros vivos de su Cuerpo que es la Iglesia.
A la protección maternal de María os encomiendo a todos vosotros y vuestro esfuerzo de investigación, y os imparto una especial bendición apostólica. Gracias.
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