Foto Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Salve nombre lleno de perfume”, san Teodoto
de Ancira
El saludo del arcángel san Gabriel a la Santísima Virgen
modificó la costumbre de llamarla por su nombre de pila.
La salutación angélica agregó, con el vocablo Kejaritoméne,
una dimensión novedosa y perenne a la disciplina de la onomástica. El nombrarla conectó la realidad de un
registro civil judaico con una semántica profunda. Esta se injertó en el alma
delicada de la Purísima. La joven
doncella se preguntó qué significaría aquel saludo (Lc 1, 29) y el mensajero
celeste le respondió: “No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios”. (Lc 1,30).
El sagrado nombre de María recibió la explicación reveladora
de su misión dentro de la voluntad absoluta de El Omnipotente. Su naturaleza femenina
fue iluminada por el trascendental significado de un título que le enseñó su
condición inmaculada.
La conciencia de la elegida fue elevada por la
anunciación. Ese acto maravilloso la preparó para establecer un diálogo
definitivo con el Eterno y su retorno al interior de la historia humana. Ella
dejó de ser simplemente María para convertirse en el tabernáculo del Altísimo a
través de su humilde obediencia de esclava del Señor.
Así el plan de
salvación, obra de su hijo El Redentor, quedó adherido a su nombre con una
cualidad indivisible y extraordinaria. El vociferante saludo de Isabel le ratificó su merced de Bienaventurada: “Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno”. (Lc 1, 42).
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