Por José Luis Ortiz-del-Valle Valdivieso Santa Fe de Bogotá, 13 de marzo de 2025 AD
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Fotos José Luis Ortiz del Valle V. |
Una tarde del enero pasado, recorría las calles de la vieja Santa Fe de Bogotá de la mano de mi hija Sara, cuando al caminar nos encontramos en la plazoleta que precede la bella construcción colonial del templo de Nuestra Señora de Las Aguas (hoy calle 19 con carrera 29). Al ver las puertas abiertas, como hace muchos años no estaban, inmediatamente entramos en el lugar santo para sorprendernos con las maravillas del arte colonial que alberga: su altar mayor, finamente tallado y hojillado, de exuberante belleza y majestuosidad sinigual; sus frescos, parcialmente descubiertos, evidencian la especial devoción santafereña por Nuestra Madre del Cielo y de la tierra y, por supuesto, el excelso desarrollo del arte pictórico en la Santa Fe que antaño erigiera el santuario; las preciosas imágenes de la Santísima Virgen y de los santos, flanqueando la nave mayor… es decir, nos transportamos por la gracia divina y por el arte que ella inspiró, a esa época en que la Santa Fe era no solo el nombre de esta villa sino el signo y el carácter bajo los cuales ella surgió y prosperó: ¡Nuestra Santa Fe Católica, por la gracia de Dios!
Al revisar con más detalle las imágenes y en particular la de la Virgen del Carmen, en el costado sur de la nave central, hallé debajo de su pedestal un pequeño cuadro adosado a la pared, quien sabe hace cuántos años, que contiene una esquela coronada por el escudo de la Orden del Carmelo y el título de “La Flor del Carmelo”, casi ilegible ya por el rigor de tiempo y del clima. Mirándolo más de cerca pude distinguir que se trata del magnífico soneto datado del Siglo de Oro que, en palabras inspiradas, del presbítero-poeta Pedro Calderón de la Barca, fue llamado originalmente “La Primera Flor del Carmelo” y el que, casi a escondidas, sigue honrando humildemente en este suelo hispánico de América a la Virgen del Carmen:
“¿Ǫuién eres, ¡oh Mujer!, que aunque rendida al parecer, al parecer postrada,
no estás sino en los cielos ensalzada, no estás sino en la tierra preferida?
Pero, ¿qué mucho, si de Sol vestida, qué mucho, si de estrellas coronada, vienes de tantas luces ilustrada, vienes de tantos rayos guarnecida?
Cielo y tierra parece que, a primores, se compitieron con igual desvelo, mezcladas sus estrellas y sus flores;
Para que en Ti tuviesen Cielo y tierra, con no sé qué lejanos resplandores de flor del Sol plantada en el Carmelo.”
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