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Foto Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El rosario del promesero es el canto de la humildad colombiana. Sus
plegarias suenan a camándula bendecida por la artesanía de la fidelidad. Sus preces
traen el rumor de las ventiscas en los páramos y los oleajes marítimos de dos
mares. Sus ruegos convidan a un continente a la procesión. El salterio nacional
besa a la romería interminable. En sus
labios vibra una jaculatoria a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.
Ella, la Rosa del Cielo, vive en el altar de la oración hogareña. Terruño
vital de las aldeas levantadas sobre las circunstancias de la agreste
geográfica. Ella cobija el abandono de las latitudes en su recitación trajinada
al compás de una esperanza que la fe convirtió en certeza.
Su rosario en familia es el guardián del concepto de Pío XII, invisible
sustancia sobrenatural. Jaculatoria del Evangelio para engendrar el cielo en el
alma. El ruego de sus misterios es una meditación celeste. El viajero pasa, sin
prisas ni silencios, una cadencia sosegada. Es el tiquete del peregrino al
emprender la marcha para ir a postrarse ante el Dios misericordioso sostenido
por Mamá Linda Renovada.
El rosario es su antídoto contra la malicia política. Engendro de los motivos
del trágico sofisma que crucificó a Colombia… Y vuelve el mes de julio a releer
memorias de una independencia fraudulenta mientras la realidad se santifica al
amparo de sus fiestas marianas.
El heroico pueblo abandonó sus labrantíos para ir a visitar el santuario de
La Chinca. Es un llamado ancestral. Las multitudes andariegas, con los acordes
de la guabina chiquinquireña, migran guiadas por el aliento místico de la
corona de rosas.
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