¡Ay
del mundo a causa de los escándalos! Tiene que haber escándalos, pero, ¡ay del
que causa el escándalo!" (Mt 18, 7)
Por
Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro
de la Sociedad
Mariológica Colombiana
Las sectas famélicas regurgitan juicios hipócritas.
Los áulicos de la decadencia, azuzados por los guardaespaldas de la mentira,
vociferan el libreto de la infamia. Los cismáticos, en sus cofradías tétricas,
se postran delirantes ante la injuria. Allí, adoran al relativismo escéptico,
radical y nihilista, su totémico ídolo. La exaltación de la premisa alcahueta
es el sofisma perverso.
La etnia de Caín olvida que la Santa Iglesia
católica está construida sobre la historia del escándalo sublime. El primer
gestor de esa secuencia de hechos incompresibles fue Jesús de Nazaret, el Hijo
de Dios.
El Verbo hecho hombre escandalizó a los judíos de su
tiempo cuando les enseñó: “…Yo soy el
pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y
el pan que yo les daré es mi carne, vida del mundo…” (Juan 6,51).
Mientras ese dogma estremecía las normas de una época
donde el milagro era una realidad cotidiana, el carpintero de Belén subió al
Gólgota para morir estremecido por la necesidad de perdonar.
Resucitó. Y el estrépito, la algarabía y el griterío
del asombro le pertenecieron a la
Iglesia edificada por Cristo sobre el hombre que lo negó,
Pedro.
Los siglos de la era cristiana conoce la persecución.
Es el pan nuestro de cada día. Son 2.000 años de honrosa bendición. Desde las
ergástulas romanas hasta las cárceles comunistas de la China continental siempre
hubo un apóstol dispuesto a ofrendar su vida por defender la verdad del
Evangelio.
El anonimato de los mártires a nadie le incomoda
porque no hay millonarias demandas económicas para usurpar en un festín de
bandoleros. El poder feroz de los medios enmudece ante el silente esfuerzo del
heroísmo evangelizador. No es cuestión de orden moral. Es la simple dictadura
de las audiencias masificadas por una sintonía morbosa. Las cámaras hurgan en
la indigencia humana para exhumar hechos protervos. Reciclan el mal para
presentarlo vestido de bien. La denuncia, por mezquina venganza, mata a la
inocencia.
Si la justicia terrena clama por las hogueras y los
paredones contra los presbíteros criminales… Nadie los detendrá.
En síntesis, estas páginas se declaran culpables de
confesar una fe donde se queman las vilezas de la culpa. Las voces de sus
párrafos se levantan para interceder por un perdón eterno. Perdón para las
almas de los religiosos que cometieron delitos de lesa humanidad. El Corazón de
Jesús escribió, con la punta de una lanza, que la misericordia es el escándalo
de Dios.
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