jueves, 25 de abril de 2013

Nuestra Señora del rostro destazado



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariológica Colombiana

Los padres dominicos de Chiquinquirá imprimieron el afiche titulado: “100 Años. Desagravio Rionegro. Virgen Peregrina”. El póster recordó, con algo de olvido, dos profanaciones y una expiación. La reproducción no pudo explicar el trasfondo de un asunto tenebroso.

El primero de abril de 2013, en la sacristía de la Basílica, doña Jenny Alfonso ilustraba a dos peregrinos sobre el cartel. Su voz, de guía turística, disertaba con pena: “Son cuatro los machetazos que recibió el lienzo de la Virgen de Chiquinquirá en el pueblo de Rionegro (Santander)”.

Efectivamente el rostro de la Virgen y del Niño, ampliados por el arte fotográfico, denunciaba tres largos cortes y uno menos profundo y corto, ubicado entre el primero y el tercer sesgo. Sin embargo las laceraciones, estigma criminal, no fueron ejecutadas en Rionegro sino en Pamplona (Norte de Santander).

La charla cambió de tono porque Jenny quería saber más del acuchillado momento. En ese punto hubo silencio. Entonces, estas líneas intentarán mostrar el otro lado del letrero de la infamia.

El redactor se permite retroceder al siglo XX y se une a los hombros de unos frailes dominicos. Ellos cargaban con la tarea de conseguir los recursos económicos para financiar la coronación de la advocación porque así lo decretó el obispo de Tunja, monseñor Eduardo Maldonado Calvo, en obediencia al mandato del papa Pío X, que el 9 de enero de 1910, ordenó la coronación de la Virgen de Chiquinquirá como Patrona de Colombia. La demora en ejecutar el decreto del Pontífice se debió a la paupérrima economía de un país desmembrado por las consecuencias de la Guerra de los Mil Días que no permitía costear la logística del evento.
La Virgen salió de su santuario en peregrinación por los campos de su patria. Ella pidió una ofrenda para su corona, pero se encontró con una realidad adversa. Una herida que sangra por el alma de un pueblo creyente.

En esa romería fue invitada a reposar en el templo de Santo Domingo de Pamplona (Norte de Santander) y en ese sacro lugar, el 20 de enero de 1913, fue atacada con odioso fanatismo. Acto vil patrocinado por un sectario.

El corresponsal, que cubrió los hechos, escribió: “…Ante ayer llegó aquí imagen Santísima Virgen de Chiquinquirá acompañada concurso numerosísimo. Unen colecta óbolo para fiesta. Solemne coronación suya. Anoche penetraron Iglesia de Santo Domingo, donde hospedose Nuestra Señora, uno o más malvados, embetunaron santas imágenes con aceite y negro humo desfigurándolas y poniendo arriba dos letras: A.R. hicieron cuatro cortadas a Ella y Niño en la cara. Sociedad Cristiana hondamente conmovida llora consternada y protesta contra salvaje, estúpido sacrilegio y criminal ultraje a María Santísima a su Divino Hijo y al sentimiento religioso…” Seguiré informando Julio Estévez Bretón.

La noticia llegó a Chiquinquirá con un inexplicable retraso. El 31 de enero de 1913 el semanario El Baluarte tituló: “Sacrilegio en Pamplona” y publicó el telegrama de Estévez. Las directivas de del periódico, órgano de las juventudes conservadoras, se atrincheraron detrás de un timorato silencio impuesto por sus intereses comerciales. En los siguientes días sus páginas no dijeron ni una palabra del tema en estudio.

El mutismo periodístico siguió su curso doméstico, es decir el de la mordaza. Mientras tanto, el calendario llegó al día 17 del mes de abril cuando Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá entró, lastimada y radiante, al municipio de Rionegro (Santander). La acompañaron miles de feligreses hasta el templo parroquial de la Inmaculada Concepción.

Los enemigos de la Iglesia aprovecharon la ocasión, para nuevamente y desde la sombra, lanzar a sus esbirros contra el signo maternal de una nación campesina, La Chinca.

Al amanecer del 21 de abril, la copia viajera de la Señoritica fue atacada por un impío con un arma blanca. A las cuatro de la mañana, el sacristán encontró el lienzo profanado.

Y vaya sorpresa, esta agresión menor en daños, pero igualmente artera y envilecida, sí desató un escándalo de proporciones interdepartamentales. Las distancias se acortaron. El 22 de enero, el párroco de Rionegro, E. Bernal, informó a Chiquinquirá sobre el alevoso agravio. El mismo día, la Asamblea de Duitama (Boyacá) aprobó una proposición que rechazó enérgicamente el crimen. El 23, el obispo del Socorro, Francisco Cristóbal Toro, se pronunció indignado. Al prelado siguieron otras manifestaciones enardecidas precedidas por un “yo acuso”.

El mismo 23 (en Bucaramanga) don Bartolomé Rugeles consignó en su diario: “…Ayer tarde llegó noticia de atentado en Rionegro con el cuadro de la Virgen con que están escamoteando al pueblo. Hubo plegaria y mucha crónica, telegramas del cura, de dominicos de corresponsal muy violentos. (No pasó el caso como lo cuenta el comentario)…” El cronista, al otro día, retomó el in suceso en su cuaderno de notas: “…Los pormenores del atentado en Rionegro son en contra de los que informamos. El cuadro en general no sufrió nada. Tienen un preso, carpintero…” (Cf. Bartolomé Rugeles. Diarios de un comerciante bumangués 1899-1938).

Las peroratas de la protesta se desbordaron bajo la batuta de los aspavientos de los notables de la provincia. El 24 alzó la voz la Ciudad Levítica, Zapatoca. El 25, el periódico El Baluarte volvió a reiterar su protesta y el primero de mayo tituló: “El sacrilegio de Rionegro. Horrible profanación. El cuadro de la Virgen de Chiquinquirá completamente despedazado.” Y las vestiduras rasgadas continuaron cayendo a pedazos contra el noble e incauto pueblo de Rionegro.

En la República de los barullos prefabricados, los hechos se adaptan a los motivos particulares para que en la desmemoriada historia nacional, la verdad y la realidad nunca coincidan.

La verdad habló de dos hechos sacrílegos, Pamplona y Rionegro. La realidad afirmó con espanto que sólo hubo una enmienda cuya penitencia dura ya cien años, Rionegro. La prueba está en una placa con la siguiente inscripción:

Voto de desagravio a la Virgen de Chiquinquirá

“Gloriosísima Virgen de Chiquinquirá, Reina y Señora de Colombia. Nosotros, los vecinos de Rionegro, llenos de pesar al llegar al triste aniversario del atentado salvaje y sacrílego que contra vuestra santísima Imagen se cometió en nuestro suelo, venimos a vuestras plantas a ofreceros un solemne desagravio, y a haceros votos de amor sincero y fidelísimo:

“Desde este día nos obligamos, Señora y Madre nuestra, a celebrar todos los años, el 21 de abril, una fiesta solemne en vuestro honor, como reparación de aquel horrendo crimen, detestado con toda la energía de nuestra alma. Pondremos, además en vuestro cuadro una placa de oro donde nuestros nombres, sean el brocado que subsanen la ruptura de vuestro manto y una copia de ese cuadro así subsanado, colocada en el lugar mismo de la profanación, dará testimonio perpetuamente de que reinas en Rionegro filial y tiernamente venerada de vuestros amantes hijos”. El párroco, Antonio Quintero, presbítero; Manuel A. Cadena, Alcalde; Fernando Navarro M., Juez Municipal; Hipólito Pinto Concejal; Gumersindo Arciniegas, Concejal; Celestino Ramírez, Concejal…. Siguen otras firmas.

Rionegro, abril 21 de 1914.


Después de este escueto resumen quedan por resolver algunas preguntas de la señora Alfonso. Los interrogantes se pueden sintetizar en ¿qué pasó después?


Antes de intentar resolver los cuestionamientos es bueno recordar que en 1913 se dio un proceso electoral. En febrero hubo elecciones para escoger a los diputados de las asambleas departamentales; en mayo se votó por los representantes a la cámara, y en octubre se conoció a los nuevos miembros de los concejos municipales.

Los dos protervos asaltos contra la figura peregrina de la Patrona se ejecutaron dentro del bochinche politiquero de antaño, previo a una votación. Eso eventualmente podría explicar, pero no justificar el arrebato de impiedad.

Y el cuestionario continúa. ¿Por qué las autoridades de Pamplona no le dieron la trascendencia debida al primer golpe?

La respuesta simple sería porque Pamplona, la denominada Ciudad Mitral, no iba a permitir que el odio de la afrenta manchara su nombre de tan rancios abolengos católicos. Además, el régimen conservador, imperante en el país, optó por imponer sus prudencias inútiles.

En cambio cuando el delito ocurrió en Rionegro, un pueblo de filiación liberal, el griterío tuvo que ser reparado con una satisfacción escrita en letras doradas y ceremonias que formaron parte del folclor religioso. Los sucesos vernáculos, cuando tienen color político, actúan de forma que siempre lesionarán la autenticidad de la prueba.

¿Y qué sucedió con los autores materiales? En Pamplona se supo:  “…El individuo que tal hizo recibió también su merecido, pues a los pocos días sufrió un accidente, debido a lo cual volaron desgarradas de sus brazos, la manos que perpetraron tan nefando hecho…” (Cf. Uriel Mendoza Castillo, O.P., Breve historia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Bogotá. Editorial Dulima, 1932).




En Rionegro, don Jesús Antonio Báez rescató de la memoria familiar una crónica que tituló: “Rionegro y la Virgen de Chiquinquirá”. “…Uno de los que entraron a la iglesia, se dedicó al licor y en medio de sus borracheras cada vez más continuas, se vanagloriaba de su machismo por haber entrado a la iglesia a profanar el cuadro. En una de esas rascas, le dio por montar un caballo que vio cerca y que al decir de los presentes, era manso. Una vez se acomodó sobre él y habiendo picado sus ijares por las espuelas, el potro empezó a correr desbocado y sin que nadie pudiera pararlo. El jinete se dejó caer del lomo pero no pudo soltar sus pies de los estribos y en esa loca carrera, su cuerpo se fue despedazando contra las piedras del camino. Al final, el espectáculo –decían quienes lo vieron- era dantesco e inefable. Del otro sacrílego, hay un poco más de relato en la memoria. Cuentan que enfermó unos años después y según el médico que lo vio debía guardar cama por unos días. Sería cosa de administrar las medicinas y nada más. Pero la dolencia empezó a complicarse y el personaje de marras fue perdiendo las facultades físicas para levantarse, así que tenían que llevarle sus comidas a la habitación de la hacienda que poseía. Allí su esposa le alimentaba, lavaba su cuerpo y le cambiaba de ropas, algo que solo ella pudo hacer, pues con el tiempo, de la piel del enfermo empezaron a brotar gusanos y obviamente el olor era insoportable. El día que expiró, levantó vuelo del caballete de la casa un cuervo –chulo en el lenguaje santandereano- que había permanecido allí durante la agonía del moribundo…” (Ver blog de Báez).

¿Y contra los autores intelectuales hubo alguna medida? El Estado legalista ejecutó el procedimiento falaz de las investigaciones exhaustivas: “no ahorraremos esfuerzos hasta dar con el paradero de los verdaderos responsables”.

La conclusión, sacada de varios retazos de archivos, testigos  y tradición oral, muestra que la conspiración contra Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá se gestó en los altos escenarios del poder terrenal donde resultaron involucrados conspicuos personajes de nobles linajes y nauseabundas ideologías masónicas. Por ese motivo, la verdad y la realidad nunca se podrán ensamblar en el engranaje de la justicia.

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