Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariológica
Colombiana
Los
padres dominicos de Chiquinquirá imprimieron el afiche titulado: “100
Años. Desagravio Rionegro. Virgen Peregrina”. El póster recordó, con algo de olvido, dos profanaciones y una
expiación. La reproducción no pudo explicar el trasfondo de un asunto
tenebroso.
El
primero de abril de 2013, en la sacristía de la Basílica , doña Jenny
Alfonso ilustraba a dos peregrinos sobre el cartel. Su voz, de guía turística, disertaba
con pena: “Son cuatro los machetazos que recibió el lienzo de la Virgen de Chiquinquirá en
el pueblo de Rionegro (Santander)”.
Efectivamente
el rostro de la Virgen
y del Niño, ampliados por el arte fotográfico, denunciaba tres largos cortes y
uno menos profundo y corto, ubicado entre el primero y el tercer sesgo. Sin
embargo las laceraciones, estigma criminal, no fueron ejecutadas en Rionegro
sino en Pamplona (Norte de Santander).
La
charla cambió de tono porque Jenny quería saber más del acuchillado momento. En
ese punto hubo silencio. Entonces, estas líneas intentarán mostrar el otro lado
del letrero de la infamia.
El
redactor se permite retroceder al siglo XX y se une a los hombros de unos
frailes dominicos. Ellos cargaban con la tarea de conseguir los recursos
económicos para financiar la coronación de la advocación porque así lo decretó
el obispo de Tunja, monseñor Eduardo Maldonado Calvo, en obediencia al mandato del
papa Pío X, que el 9 de enero de 1910, ordenó la coronación de la Virgen de Chiquinquirá como
Patrona de Colombia. La demora en ejecutar el decreto del Pontífice se debió a
la paupérrima economía de un país desmembrado por las consecuencias de la Guerra de los Mil Días que no
permitía costear la logística del evento.
En esa romería fue invitada
a reposar en el templo de Santo Domingo de Pamplona (Norte
de Santander) y en ese sacro lugar, el 20 de enero de 1913, fue atacada con
odioso fanatismo. Acto vil patrocinado por un sectario.
El corresponsal,
que cubrió los hechos, escribió: “…Ante ayer llegó aquí imagen Santísima Virgen de
Chiquinquirá acompañada concurso numerosísimo. Unen colecta óbolo para fiesta.
Solemne coronación suya. Anoche penetraron Iglesia de Santo Domingo, donde
hospedose Nuestra Señora, uno o más malvados, embetunaron santas imágenes con
aceite y negro humo desfigurándolas y poniendo arriba dos letras: A.R. hicieron
cuatro cortadas a Ella y Niño en la cara. Sociedad Cristiana hondamente
conmovida llora consternada y protesta contra salvaje, estúpido sacrilegio y
criminal ultraje a María Santísima a su Divino Hijo y al sentimiento
religioso…”
Seguiré informando Julio Estévez Bretón.
La
noticia llegó a Chiquinquirá con un inexplicable retraso. El 31 de enero de 1913 el
semanario El Baluarte tituló: “Sacrilegio en Pamplona” y publicó el
telegrama de Estévez. Las directivas de
del periódico, órgano de las juventudes conservadoras, se atrincheraron detrás
de un timorato silencio impuesto por sus intereses comerciales. En los
siguientes días sus páginas no dijeron ni una palabra del tema en estudio.
El
mutismo periodístico siguió su curso doméstico, es decir el de la mordaza. Mientras
tanto, el calendario llegó al día 17 del mes de abril cuando Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá entró, lastimada y radiante, al municipio de Rionegro
(Santander). La acompañaron miles de feligreses hasta el templo parroquial de la Inmaculada Concepción.
Los enemigos de la Iglesia aprovecharon la ocasión,
para nuevamente y desde la sombra, lanzar a sus esbirros contra el signo
maternal de una nación campesina, La
Chinca.
Al amanecer del 21 de abril,
la copia viajera de la
Señoritica fue atacada por un impío con un arma blanca. A las cuatro de la mañana, el sacristán
encontró el lienzo profanado.
Y
vaya sorpresa, esta agresión menor en daños, pero igualmente artera y envilecida,
sí desató un escándalo de proporciones interdepartamentales. Las distancias se
acortaron. El 22 de enero, el párroco de Rionegro, E. Bernal, informó a
Chiquinquirá sobre el alevoso agravio. El mismo día, la Asamblea de Duitama
(Boyacá) aprobó una proposición que rechazó enérgicamente el crimen. El 23, el
obispo del Socorro, Francisco Cristóbal Toro, se pronunció indignado.
Al prelado siguieron otras manifestaciones enardecidas precedidas por un “yo
acuso”.
El
mismo 23 (en Bucaramanga) don Bartolomé Rugeles consignó en su diario: “…Ayer tarde llegó noticia de atentado en Rionegro con
el cuadro de la Virgen
con que están escamoteando al pueblo. Hubo plegaria y mucha crónica, telegramas
del cura, de dominicos de corresponsal muy violentos. (No pasó el caso como lo
cuenta el comentario)…” El cronista, al otro día, retomó el in
suceso en su cuaderno de notas: “…Los
pormenores del atentado en Rionegro son en contra de los que informamos. El
cuadro en general no sufrió nada. Tienen un preso, carpintero…” (Cf.
Bartolomé Rugeles. Diarios de un
comerciante bumangués 1899-1938).
Las peroratas de la protesta
se desbordaron bajo la batuta de los aspavientos de los notables de la
provincia. El 24 alzó la voz la Ciudad
Levítica , Zapatoca. El 25, el periódico El Baluarte volvió a reiterar su protesta y el primero de mayo tituló: “El
sacrilegio de Rionegro. Horrible profanación. El cuadro de la Virgen de Chiquinquirá
completamente despedazado.” Y las
vestiduras rasgadas continuaron cayendo a pedazos contra el noble e incauto
pueblo de Rionegro.
En la República de los barullos
prefabricados, los hechos se adaptan a los motivos particulares para que en la
desmemoriada historia nacional, la verdad y la realidad nunca coincidan.
La verdad habló de dos hechos
sacrílegos, Pamplona y Rionegro. La realidad afirmó con espanto que sólo hubo
una enmienda cuya penitencia dura ya cien años, Rionegro. La prueba está en una placa
con la siguiente inscripción:
Voto de desagravio a la Virgen de Chiquinquirá
“Gloriosísima Virgen de
Chiquinquirá, Reina y Señora de Colombia. Nosotros, los vecinos de Rionegro,
llenos de pesar al llegar al triste aniversario del atentado salvaje y
sacrílego que contra vuestra santísima Imagen se cometió en nuestro suelo,
venimos a vuestras plantas a ofreceros un solemne desagravio, y a haceros votos
de amor sincero y fidelísimo:
“Desde este día nos obligamos,
Señora y Madre nuestra, a celebrar todos los años, el 21 de abril, una fiesta
solemne en vuestro honor, como reparación de aquel horrendo crimen, detestado
con toda la energía de nuestra alma. Pondremos, además en vuestro cuadro una
placa de oro donde nuestros nombres, sean el brocado que subsanen la ruptura de
vuestro manto y una copia de ese cuadro así subsanado, colocada en el lugar
mismo de la profanación, dará testimonio perpetuamente de que reinas en
Rionegro filial y tiernamente venerada de vuestros amantes hijos”. El párroco,
Antonio Quintero, presbítero; Manuel A. Cadena, Alcalde; Fernando Navarro M.,
Juez Municipal; Hipólito Pinto Concejal; Gumersindo Arciniegas, Concejal;
Celestino Ramírez, Concejal…. Siguen otras firmas.
Rionegro, abril 21 de 1914.
Después de este escueto
resumen quedan por resolver algunas preguntas de la señora Alfonso. Los
interrogantes se pueden sintetizar en ¿qué pasó después?
Antes
de intentar resolver los cuestionamientos es bueno recordar que en 1913 se dio un proceso electoral. En febrero hubo elecciones para escoger a los
diputados de las asambleas departamentales; en mayo se votó por los
representantes a la cámara, y en octubre se conoció a los nuevos miembros de
los concejos municipales.
Los dos protervos asaltos
contra la figura peregrina de la
Patrona se ejecutaron dentro del bochinche politiquero de antaño, previo a
una votación. Eso eventualmente podría explicar, pero no justificar el arrebato
de impiedad.
Y el cuestionario
continúa. ¿Por qué las autoridades de Pamplona no le dieron la trascendencia
debida al primer golpe?
La respuesta
simple sería porque Pamplona, la denominada Ciudad Mitral, no iba a permitir
que el odio de la afrenta manchara su nombre de tan rancios abolengos
católicos. Además, el régimen conservador, imperante en el país, optó por imponer
sus prudencias inútiles.
En cambio cuando
el delito ocurrió en Rionegro, un pueblo de filiación liberal, el griterío tuvo
que ser reparado con una satisfacción escrita en letras doradas y ceremonias
que formaron parte del folclor religioso. Los sucesos vernáculos, cuando tienen
color político, actúan de forma que siempre lesionarán la autenticidad de la
prueba.
¿Y qué sucedió con
los autores materiales? En Pamplona se supo: “…El
individuo que tal hizo recibió también su merecido, pues a los pocos días sufrió
un accidente, debido a lo cual volaron desgarradas de sus brazos, la manos que
perpetraron tan nefando hecho…” (Cf. Uriel Mendoza Castillo, O.P., Breve historia de Nuestra Señora del Rosario
de Chiquinquirá. Bogotá. Editorial Dulima, 1932).
En Rionegro, don Jesús Antonio Báez rescató de la memoria familiar una crónica que tituló: “Rionegro y la Virgen de Chiquinquirá”. “…Uno de los que entraron a la
iglesia, se dedicó al licor y en medio de sus borracheras cada vez más
continuas, se vanagloriaba de su machismo por haber entrado a la iglesia a
profanar el cuadro. En una de esas rascas, le dio por montar un caballo que vio
cerca y que al decir de los presentes, era manso. Una vez se acomodó sobre él y
habiendo picado sus ijares por las espuelas, el potro empezó a correr desbocado
y sin que nadie pudiera pararlo. El jinete se dejó caer del lomo pero no pudo
soltar sus pies de los estribos y en esa loca carrera, su cuerpo se fue
despedazando contra las piedras del camino. Al final, el espectáculo –decían
quienes lo vieron- era dantesco e inefable. Del otro sacrílego, hay un poco más
de relato en la memoria. Cuentan que enfermó unos años después y según el
médico que lo vio debía guardar cama por unos días. Sería cosa de administrar
las medicinas y nada más. Pero la dolencia empezó a complicarse y el personaje
de marras fue perdiendo las facultades físicas para levantarse, así que tenían
que llevarle sus comidas a la habitación de la hacienda que poseía. Allí su
esposa le alimentaba, lavaba su cuerpo y le cambiaba de ropas, algo que solo
ella pudo hacer, pues con el tiempo, de la piel del enfermo empezaron a brotar
gusanos y obviamente el olor era insoportable. El día que expiró, levantó vuelo
del caballete de la casa un cuervo –chulo en el lenguaje santandereano- que
había permanecido allí durante la agonía del moribundo…” (Ver blog de Báez).
¿Y contra los
autores intelectuales hubo alguna medida? El Estado legalista ejecutó el
procedimiento falaz de las investigaciones exhaustivas: “no ahorraremos
esfuerzos hasta dar con el paradero de los verdaderos responsables”.
La conclusión,
sacada de varios retazos de archivos, testigos
y tradición oral, muestra que la conspiración contra Nuestra Señora del
Rosario de Chiquinquirá se gestó en los altos escenarios del poder terrenal
donde resultaron involucrados conspicuos personajes de nobles linajes y
nauseabundas ideologías masónicas. Por ese motivo, la verdad y la realidad
nunca se podrán ensamblar en el engranaje de la justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario