Por Julio Ricardo Castaño Rueda.
Miembro de la Sociedad Mariológica
Colombiana.
Jesús, el Hijo de Dios, aprendió a ser hombre en el
corazón de María.
El aprendizaje surgió de una predestinación creada
por el Padre Celestial antes del tiempo. El misterio de la redención pasó por
un origen maternal. La
Inmaculada y Prerredimida ofreció el fruto de su vientre en
aras de la salvación para el género humano.
La tarea asignada a la Prudentísima Virgen
es la corredención, la profecía del Protoevangelio lo confirma: “…Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre
tu linaje y el suyo; éste, te aplastará la cabeza y tu pondrás asechanzas a su
calcañal. (Génesis 3,15). La misión de María comienza sin ella haber
nacido.
El maravilloso oficio es una esperanza sellada por su
descendencia. El Cristo llegará. Apenas
hace unas horas que la serpiente se infiltró en la conciencia paradisíaca y ya
existe una poderosa intercesora.
La glotona caída de Eva engendró el pecado que
destruyó el Paraíso ubicado, según el Génesis, a las orillas de los ríos Tigres
y Éufrates. (Mesopotamia). El hombre perdió su derecho a permanecer en los
jardines del Altísimo. La obra perfecta, en una indiscreta rebeldía, trastocó
el orden universal.
La fémina de barro es condenada. Eva, la madre
culpable, es reemplazada por la Madre
Amable. Eva se cambia por Ave.
Los ángeles caídos cruzaron el punto sin retorno.
Jamás serán perdonados. Jamás volverán al Cielo. El demonio, con su astucia
burlada, comprende que su audacia lo perdió. El daño es benditamente reparable.
Aquel instante trágico sirvió para encender una chispa
misericordiosa. La ignición entre las fuerzas opuestas atraería a Jesús, la
patria de las almas vivas.
La humanidad, derrotada por la desobediencia, será
redimida por la obediencia. El que acata la voluntad paterna será crucificado.
Así la muerte se convertirá en vida. La traición la reparará una lealtad
resucitada.
La lucha entre el abismo y la piedad chocan en un
campo de batalla diferente: El libre albedrío. La conciencia, esa relación
intrínseca que separa al individuo del mundo, tendrá que escoger entre la
verdad y la muerte.
El espíritu del mal asume las consecuencias nefastas
de su felonía. Condenado sin piedad decide atacar con su venganza. El cieno que
camina se enfrenta contra la falacia.
La ira divina había creado la soledad y un adiós para
volver a comenzar.
La estirpe de Caín pasará por un diluvio, una
bendición, una alianza con Noé (anti inundaciones) y el derrumbe arquitectónico
de la torre de Babel (levantada en la llanura de Shinar, Babilonia).
En resumen, las lenguas confusas alabarán al Ser
Supremo sin cesar.
La contienda, por regresar el universo a la armonía
primera, necesita un seno sin yerro. La mancha original requiere un remedio
urgente cuyo bálsamo es el sacro-oficio, el oficio sagrado, el sacrificio de
Cristo.
La especie perfecta conocerá el privilegio del
perdón. La reconciliación borrará la ofensa.
Y por fin, sobre el eco de todas las voces
desgraciadas, emerge una luz definitiva. En la madrugada precristiana, la
aurora respira una ilusión.
El padre de la fe
La esperanza se inició con una circuncisión como
alianza. La pequeña cirugía de un prepucio le cambió el nombre a don Abram por
el de Abraham. El rebautizado será el papá de las naciones.
Las naciones son tribus sin rumbo moral, y
acorraladas por los retos evolutivos. Esas sociedades embrionarias inventan
deidades para adorar. Buscan los rastros del Paraíso porque perdieron las
huellas del principio y el fin. La idolatría pagana les carcome la devoción.
Los siglos se mueren bajo un reloj de arena. La
promesa, empeñada al caldeo, germina sobre los horrores del olvido.
Los hijos de Abraham gimen en Egipto. Los faraones
controlan los destinos económicos de los hebreos. La queja sube hasta los oídos
del Justo Juez. El “Salvado de las Aguas” emprenderá la gran expedición que
teñirá, con sangre y milagros, las aguas del mar Rojo. (1250 a . C.).
Los andariegos se apoyan en el poder aurífero.
El becerro dorado es adorado para justificar los
fines y los medios. La conciencia judía sufre con la verdad absoluta. La
veracidad no era precisamente el patrimonio ético de una comunidad criada por
el panteísmo egipcio. La muerte era el negocio más lucrativo para los
sacerdotes de Amón y sirvientes del faraón.
Los liberados añoran la productiva esclavitud
faraónica. Los semitas marchan por el desierto en busca de una tierra prometida
que no se merecen. La omnipotencia del Arca no los convence, y no son pocos los
disgustos que le causan a Moisés. El apego a las costumbres sedentarias impone
un lento andar entre los trashumantes.
Las primeras generaciones libres escucharon que eran
la propiedad del Señor por virtud de la Alianza del Sinaí. Las arenas y las desmemorias
dejarían erosionar los mandatos.
Las centurias siguen disolviendo la vanidad. La
tradición oral guardó relatos y creencias. Los escribas copiaban las leyes
judaicas. Sin embargo, les falta algo. El pueblo quería ver la confirmación de
sus anhelos.
El ansia pasa por los acontecimientos narrados en la Biblia desde El Éxodo hasta
el Segundo de reyes. En ese transcurso temporal, los vagabundos cruzan el río
Jordán e ingresan a Canaán, la tierra prometida. (Palestina).
Definitivamente, la palabra es sagrada. Es un placer
celestial comprimir en un párrafo varios libros que gastaría meses en estudiar.
La forma de abarcar los hechos es un poco drástica, pero inevitable en este
texto.
El lector, ducho en el conocimiento de las santas
escrituras, sabrá perdonar el atrevimiento y seguir los planes del redactor. Él
busca a la Corredentora
en otra época.
Los carros asirios
En el siglo VIII a. C., los actos de la civilización
Asiria ingresan en la historia bíblica. Las tropas asirias se convierten en un
padecimiento sin remedio para los israelitas. Las componendas políticas y los
negocios no les sirven. Asiria considera a Israel como un Estado vasallo.
En el año 745 a . C., Tiglat-piléser III asume el trono de
Asiria. El sin tocayo invadió a Israel y mandó que el rey Menahem le volviera a
pagar el tributo (2 Reyes 15: 17, 23). La esclavitud, por parte de un
extranjero, regresaba para colocar el yugo sobre la dura cerviz israelita.
La soledad de los sometidos escuchó un relato
renovador.
Al sur, una voz clamaba en el desierto. En Jerusalén,
capital del reino de Judá, Isaías entró en la escena preventiva. Él es llamado
para ejecutar una misión profética. Él les hablaría del Dios que vendría a
través de María. Corre el año 740
a . C.
El belicismo conspira contra las intenciones
del elegido.
El rey Ahaz de Judá, que gobernó del
736 al 716 a. C., decidió no unirse a
Siria e Israel, que se aliaron para detener el avance de los asirios. Isaías
hizo una vital profecía cuando el trono de Judá estaba siendo amenazado por los
reyes Resín de Siria y Pécah de Israel, durante la guerra Siro-eframítica (734-733 a . C.).
La dupla real intentó sin éxito
destronar a Ahaz y sustituirlo por un monarca títere. En medio de la crisis,
Ahaz no escuchó a Isaías. El profeta le pidió dejarse guiar por la Providencia y no por
sus áulicos que le aconsejaron servir a Tiglat-piléser III.
La sordera obtusa escuchó la voz del Señor con un tono enérgico. El mensaje
fue:
“…El Señor dijo también a
Ahaz: Pide al Señor tu Dios que haga un milagro que te sirva de señal, ya sea
abajo en lo más profundo o arriba en lo más alto.
Ahaz contestó: “No, yo no
voy a poner a prueba al Señor pidiéndole una señal.
Entonces Isaías dijo:
Escuchen ustedes, los de la
casa real de David.
¿Les parece poco molestar a
los hombres que quieren también molestar a mi Dios? Pues el Señor mismo les va
a dar una señal: La Virgen
está en encinta y va a tener un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel…” (Isaías 7: 10,14).
El puente hacia el Nuevo Testamento
está listo, pero el vaticinio contempla un horizonte triste.
Mientras la predicción de Isaías consume el tiempo
requerido para su cumplimiento, los clanes continúan sumidos en la infidelidad.
El castigo rebosó las fronteras.
Los enemigos avanzaron. Salmanasar V, rey asirio desde
el 726 hasta el 722 a .
C., tomó a Samaria, capital de Israel. La caída de Samaria permite el destierro
de los israelitas a Asiria. El reino desaparece en el año 721 a . C.
La invasión y la deportación les trajeron
consecuencias nefastas.
Senaquerib (reinó entre el 705 y el 681 a . C.), hijo de
Salmanasar V, asedió e invadió Jerusalén en el año 701 a . C. Los líderes de Judá
se las vieron con un formidable estratega. Senaquerib utilizó la marina con la
que, en el 694 a. C., persiguió a los rebeldes caldeos y los derrotó. El
tirano paseó sus pendones desde Babilonia (del acadio AB-ilim
o Babilu, “puerta de Dios”), hasta Egipto.
La expansión gastará ocho décadas más en romper los
vínculos telúricos y sagrados de los judíos.
Las reyertas civiles arrecian y las variantes
geopolíticas sobre el destino de Asiria, la potencia del Oriente Próximo, traen
un cruel viraje. La ciudad de Assur cayó en poder de los medos en el año 614 a . C. Los invasores,
provenientes de Media, (antigua región que
corresponde a la zona noreste de Irán) se aliaron con los babilonios para tomar
a Nínive en el año 612 a .
C. El Imperio Asirio cambió de manos. Comienza la Dinastía Neobabílonia
o Caldea.
Nabucodonosor II derrotó al faraón Necao (Nekau) en
Karkemish, Siria, en el 605 a .
C. y el 7 de septiembre del mismo año se convirtió en rey de Babilonia a la que
gobernó entre el 605 y el 562 a .C.
El amo y sus huestes victoriosas avanzaron hacia el
occidente. El ejército invadió el sur de Palestina, y el rey Joaquín de Judá se declaró su vasallo.
Pocos años le duró la promesa. El perjuro decidió
rebelarse y murió en el intento. Su sucesor, Joaquín, enfrentó un sino fatal.
Las fuerzas babilónicas sitian y toman a Jerusalén entre los días 15 y 16 de
marzo del 597 a .
C., según una crónica escrita en lenguaje cuneiforme.
Joaquín se rindió ante Nabucodonosor II. El vencedor
decidió enviarlo cautivo, con sus esposas, los oficiales y el personal del
palacio a Babilonia.
Lo peor estaba por llegar. Una década después, el rey
Sedequias de Judá se levantó en armas contra el invasor (587-586 a . C.). La acción no fue
perdonada. Nabucodonosor II incendió el templo de Jerusalén y deportó a los
pobladores a Babilonia. (2 Reyes: 25- 8, 18).
Los esclavos recordaron el mensaje de Isaías, el
profeta de la fe. Los desterrados llevaron un augurio feliz: La Virgen dará a luz al
Salvador.
En esa época aparece un hecho fundamental, entre el
castigo y la fe: Los exiliados regresaron a la zona geográfica del primer
destierro.
Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso Terrenal
regado por el Tigres y el Éufrates. Israel fue desalojado y llevado a las
antiguas aguas del Edén. Los descendientes adámicos soportaron un extrañamiento
riguroso: “…Sentados junto a los ríos de
Babilonia lloramos al acordarnos de Sión…” (Salmo 137,1).
En esas, las dos tragedias condenatorias, la
prefigura de la Virgen
María iluminó y sostuvo el destino de los afligidos. La
repetida crónica del pecado encontró a su auxiliadora en la Mesopotamia.
Así, el pronóstico de Isaías se engendró en los
procesos orales de una raza pastoril. Junto a las fogatas, los viejos contaron
el significado del Emmanuel, el Dios con nosotros.
Las virtudes teologales se inocularon en el tuétano
generacional. Las tribus escucharon, repitieron, esperaron y murieron sin ver
los resultados.
Jehová rescató a los suyos del cautiverio. La cosa es
literalmente así de simple, pero con la variante histórica. Las acciones
incluyen la declinación del Imperio Neobabilónico que duró menos de un siglo.
En el año 539 a . C., las tropas de don Ciro II, el
Grande, tomaron posesión de Babilonia. El rey la anexó al recién fundado
Imperio Persa y permitió la libertad para los judíos (538 a . C.).
La caravana judía, que regresó a Jerusalén para
reconstruir el templo, sumó 42.360 personas sin contar los esclavos (Esdras 2,
64). La columna fue guiada por Zorobabel, descendiente directo del rey David.
La edificación se concluyó en el 516
a . C. Esta fecha se considera el fin del cautiverio.
Algunos grupos liberados se instalaron fuera de
Palestina y formaron la primera diáspora judía que influyó en el desarrollo
mercantil del Oriente Próximo. La colonización afectó a los actuales países del
suroeste de Asia y el noreste de África.
El término “Oriente Próximo” recoge a Egipto, Irán,
Irak, Israel (los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania), Jordania,
Kuwait, Líbano, Arabia Saudí, Siria, Turquía, Yemen y una parte de la península
de Arabia. Es decir: Bahrein, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.
El resto se puede leer en una buena biblioteca porque
es necesario volver tras los signos de un milagro.
La mano poderosa del Señor permite romper el tiempo y
saltar al Nuevo Testamento en busca de una escuela, la de Jesús.
El Eterno declara su amor
El 25 de marzo del año cero Dios decidió ser hombre.
La fecha, teóricamente, le corresponde al año romano
749. Sin embargo, en el siglo VI un monje llamado Dionisio hizo un cálculo
equivocado para el nacimiento del Cristo. El religioso escogió el año 754 de Roma. Según la leyenda,
el 21 de abril del 753 a. C., Rómulo
fundó, sobre el monte Palatino, a la caput
mundi. Ese año sostiene a la Era Cristiana , lo
cual indica que Jesús nació en el año 5 a . C. Otras investigaciones más “precisas”
ubican el hecho cumbre entre el año 8 y el 4 a.
C.
El parto sagrado ocurrió dentro del reinado de don Cayo Julio César Octavio Augusto (63 a .C.-14 d.C.), primer
emperador de Roma (27 a .C.-14 d.C.)
Ni modo de corregir el desfase temporal porque habría que ajustar un poco más
de dos milenios de datos aproximados y el sistema cedular.
Mejor explorar el misterio de la encarnación
redentiva.
La voluntad omnipotente se enfrentó a la
trasformación de su propia estructura espiritual. La segunda persona se separa
de su lugar eterno. La enjertación en el tiempo y la elongación trinitaria
rompen la esencia adorable.
La morfología divina se modifica. La omnipotencia
absoluta se inclina ante su propia impotencia. La voluntad del
Todopoderoso estableció dos funciones
inviolables para él mismo. La primera es no dejarte de amar y la segunda no
modificar tu libre albedrío. La defensa de esos postulados le costará la vida.
La función albedrío lo detiene. El poderoso gestor
solicita la colaboración y el apoyo humilde de una criatura, María. El Verbo no
puede encarnarse sin un permiso previo. El Redentor requiere de una
Corredentora.
El Supremo envía a un mensajero para entablar un
profundo diálogo teológico. La propuesta lleva una declaración amorosa. La
respuesta, que no es inmediata, cambiará la biografía de Dios.
El Omnipotente pidió encender su holocausto.
“…A los seis meses, Dios
mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde vivía una
joven llamada María; era virgen, pero estaba comprometida para casarse con un
hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró en el lugar
donde ella estaba y le dijo:
¡Salve, llena de gracia! El
Señor es contigo…” (Lucas 1: 26, 28).
La elegida, quizás interrumpió su oración matutina, y
pidió una explicación sobre el inexplicable temor que le produjo la sorpresa
celestial.
El ángel le respondió:
“…María, no tengas miedo,
pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta tendrás un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús.
Será un gran hombre, al que
llamarán Hijo del Dios Altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su
antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su
reinado no tendrá fin…” (Lucas 1: 30, 33).
La encarnación del Verbo aún debe aguardar.
La mujer, la Inmaculada Concepción ,
necesita argumentar y preparar una verdad irrefutable contra los futuros cismas
cristianos. La virginidad de María es perpetua. Antes, durante y después de la
fecundación. Antes, durante y después del parto.
“…María preguntó al ángel:
-¿Cómo podrá suceder esto,
si no conozco varón?...” (Lucas 1,34).
La acertada pregunta no alberga ninguna duda, como
piensan algunos detractores. La Rosa Mística
suplica que la respuesta provenga del Hacedor. El milagro de ser virgen,
después de concebir, es el patrimonio del Altísimo y no de ella.
Además, María no era la única doncella de Nazaret. La
diferencia, con las otras jóvenes de Galilea, es trascendentalmente radical
porque se le otorgó un título con culto: “Llena
de gracia”. Ese don especial la trasformó en la Madre de la Divina Gracia.
Sin la Prerredimida no habría Salvador.
La voz del Creador continuó tejiendo la respuesta
feliz.
“… El ángel le contestó:
-El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder del Dios Altísimo se posara sobre ti. Por eso, el niño que
va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a
tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener
hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible…”
(Lucas 1: 35,37).
Satisfechas las futuras disertaciones teológicas, las
ciencias conciliares y la exégesis es la hora de un “Sí” con mayúscula. María
se dispone para concebir en su alma el Evangelio, la buena noticia. La
respuesta enamora al Padre de la humanidad.
“…He aquí
a la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra…” (Lucas, 1-38). La
existencia contenida en esa frase será la bienvenida para Jesús. La aceptación
parió a la era cristiana. Eva murió.
El instante transforma la identidad de María y pasa a
convertirse en una familiar estrecha de la Santísima Trinidad.
Ella es la hija predilecta del Padre, la madre de Jesús y la esposa purísima
del Espíritu Santo. La Virgen
es el Tabernáculo del Altísimo con su trilogía perpetua y santa.
La revolución no termina. La primera Eucaristía se
oficia en su seno. María se hace consustancial al Verbo. El cuerpo de María se
convertirá en la carne y en la sangre de Jesús.
El vínculo consanguíneo con su hijo expresa una
entrega total a la obra salvadora.
El amor encarnado inicia la gestación. Los latidos
del corazón, que romperá Longinos en el calvario, suenan victoriosos. La frente
se ofrece para soportar las espinas. Las santas llagas preparan el perdón
reconciliador. El pozo misericordioso de las futuras heridas destila, desde ya,
la esperanza del hijo pródigo. Nada detendrá a la sangre en su divino
manantial.
Las manos crecerán para bendecir multitudes y
multiplicar los milagros. Los dedos escribirán sobre la tierra un secreto de
perdón. Su voz domesticará a los vientos y sus pies caminarán sobre el mar. El
levantamiento encarnado echó a andar su felicidad mística.
El taller de los dolores inaugura su cátedra humana.
El Jesús embrión se alimenta con la caridad materna. El consuelo irrigado crea
la doble naturaleza, Dios y hombre. La Madre
Intacta dona su neuma. Jesús se trasforma en el alma de
María.
En la escuela mariana, la primera clase es sobre la
alegría del Evangelio. La Madre Amable
comparte su dicha.
El misterio de la Visitación se inició
con el viaje de Santa María a la aldea de Ain Karim, donde moraban Isabel y
Zacarías.
Este pasaje, tan olvidado por la vanidad racional,
recuerda una verdad simple: “Los apóstoles no fueron los primeros en anunciar a
Jesús”. La Madre
del Creador es la gran evangelizadora, la pionera. Ella transformó la Anunciación en el
primer Kerigma (anuncio).
Isabel, la estéril fecunda, llena del Espíritu Santo
saludó a la Digna
de Alabanza y le entregó la segunda parte del Ave María: “Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…”
(Lucas 1, 42).
Jesús encarnado ratificó la virtud del entusiasmo. Él
santificó a Juan, el Bautista. Isabel lo explicó con precisión: “… ¿Quien soy yo, para que venga a
visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo mi hijo se
estremeció de alegría en mi vientre…” (Lucas 1: 43,44).
La maternidad divina, dogma sustentado por el
Evangelio y por el primer grado de consanguinidad con el Verbo, es la gracia
suprema. María con su fíat (hágase)
aceptó en sus entrañas virginales al Mesías en nombre de toda la humanidad.
Y Cristo, cabeza del cuerpo místico, entregó a su
progenitora el conjunto de los fieles bautizados.
Sin embargo, el gozo trae dolores. El machismo aún
duda del orden materno establecido para el rebaño.
Los obispos de posturas laxas, que toleran a los
cismáticos- apostatas, deberían volver sobre ese episodio y revertir su
tolerancia sobre la Reina
de los Apóstoles, modelo del cristianismo eucarístico.
Todavía duele una acción del Concilio Vaticano II. El
29 de octubre de 1963 se sometió a votación la propuesta de incluir a la Virgen Fiel como Madre de la Iglesia (constitución
dogmática).
Los resultados son asombrosamente crueles: 1.114
votos a favor y 1.074 en contra. Los
marianos ganaron por escasos 40 votos. Los obispos detractores recuerdan lo
expresado por Timoteo: “…Si somos
infieles, Él permanece fiel porque no puede desmentirse a sí mismo. A pesar de
todo, no se hunden los sólidos cimientos puestos por Dios, en los cuales está
inscrito: El Señor conoce a los suyos…” (2 Timoteo 2: 13, 19).
El papa Paulo VI, el 22 de noviembre de 1964, nombró
a María Santísima como Madre de la Iglesia.
El momento remite a un proverbio aplicado a Nuestra Señora: “…Quien me hallare hallará la vida y alcanzará
la salvación de mi Señor…” (Pr. 8, 35).
La segunda clase dictada por la Reina de los Ángeles, une el
Antiguo y el Nuevo testamento en el Magnificat, el cántico alaba y adora a su
Señor.
San Juan Eudes (1601-1680) escribió sobre el
particular: “Si amas a esta Virgen Inmaculada eres casto, si la honras eres
devoto, si la imitas eres santo”.
¿Por qué es tan difícil entender lo proclamado por
san Luis María de Montfort? (1673-1716): “…A Jesús por María…” Dios vino al
hombre por medio de Ella. Los seguidores de Cristo deben reinvertir el proceso.
La especialización en Jesús continúa.
La estrella de Belén
El emperador Augusto ordenó, por medio de un edicto,
que el mundo romano debía empadronarse. Lucas, el médico evangelista, consignó
el mandato pero no explicó cuándo se realizó. Vaya uno a saber cuál le
correspondió a José. “… Este primer
censo fue hecho siendo Quirinio gobernador de Siria…” (Lucas 2,2). Las
fuentes históricas demuestran que Quirinio realizó un registro poblacional
entre los años 6 ó 7 d. C.
La gruta, símbolo perenne de la pobreza, albergó al
Dios hecho hombre y no al Hombre-Dios como lo describen algunos teólogos
posmodernos. El orden y sus acontecimientos los contradice. La teología
modernista se volvió un vademécum donde reina el acabóse.
Y para aclarar las tinieblas intelectuales, la
humildad se agita en un pesebre. La Madre Castísima llena el gran vacío que habita
entre la humanidad y su Salvador. El esperado por siglos no tiene fieles.
El niño del establo los bendice desde su anonimato.
Los ángeles y los pastores trasnochados son los primeros en participar de esa
experiencia.
Los sencillos atraen a la omnipotencia. Este pasaje
evangélico inunda con sus enseñanzas el camino teológico. Ojalá, los sacerdotes
con dudas de fe, volvieran a releer este episodio.
La teología no es otra cosa que amar al Señor. Y no
consiste en corregir la conducta divina, como tantas veces lo expresó el padre
Alfonso Llano S. J., (2003) en su bien censurada columna del periódico El Tiempo.
El hijo de san Ignacio olvidó la herencia de la
majada. Los pastores hablaron sobre Jesús y: “…María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente…”
(Lucas 2,19).
Esta es una lección mariana fundamental. Por favor,
señores presbíteros, apliquen ese método en las catequesis. Las parábolas del
Nazareno se deben guardar en los latidos apostólicos y no entre los caprichos
beatos.
La palabra hay que meditarla con el pulso de las
entrañas. La Virgen Prudentísima
así lo enseña.
Los momentos siguientes muestran una obediencia sin
tacha. La Reina ,
concebida sin pecado original, no reclama los títulos otorgados por el Altísimo
para violar la ley. Ella se somete al orden establecido.
Ocho días después del sagrado parto, le circuncidaron
al niño que derramó sus primeras gotas de sangre.
En el recinto sagrado, las gentes apuradas, los
agiotistas y los sacerdotes, dedicados a la simonía, no reconocen al Mesías.
Nada para asombrarse. El poder siempre considerará a los demás inferiores.
Pobres los poderosos que por usar manto, uniforme o toga ejercen un mando que aleja
a la Divinidad. El
anonimato, en un mundo vanidoso, se impone.
Sucedió en Jerusalén dos milenios atrás y sucede
entre algunos religiosos de hogaño. La
mayoría no acepta que las ovejas que guían son bípedas y no cuadrúpedas.
Ese párrafo invita al lector a orar, con la
intercesión de la Reina
de los Confesores, por los sacerdotes. El Catolicismo necesita prelados santos.
La santidad no tiene negociación. Laicos y místicos tienen la misma misión: No
dejar pasar a la Sagrada Familia
por sus vidas sin amarla.
En el templo, el justo Simeón bendice al Redentor y
profetisa que una espada de dolor atravesará el alma materna. El augurio se
cumpliría el Viernes Santo, 33 años después.
La prueba bíblica de la crianza está en el
Evangelio de Lucas. Él escribe que cuando Jesús cumplió los doce años fue con sus padres a
Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua.
El carpintero aprendiz no retornó a Nazaret con la
caravana. Tres días terribles anunciaron el trauma del triduo pascual. La Reina de los Mártires y su
esposo padecieron lo indecible. Se les extravió su hijo, el Verbo de Dios.
Ante esa realidad,
el quinto misterio gozoso
del Santo Rosario, “la pérdida y hallazgo del Niño Jesús en el templo”, debería
ser modificado. No hay gozo en la desaparición de un hijo. La enunciación
quedaría muy acorde con las circunstancias así: “El hallazgo de Jesús en el
templo”. Porque la pérdida implica tormento y no placer. María lo confirma:
“…Y su madre le dijo: Hijo
mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos
de angustia…” (Lucas 2,48).
El consolador encuentro-reprimenda se compensó con
una fascinante vivencia que entró en un tiempo especial. Son 18 años para
compartir la cotidianidad con Jesucristo en una simbiosis particular: discípula
y maestra.
El Evangelio confirma, sin ambigüedades, donde pasó
esos años formativos: “…Entonces volvió
con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo. Su Madre guardaba todo
en su corazón. Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del
favor de Dios y de los hombres…” (Lucas 2: 51,52).
Esa época preparatoria se graduó en las Bodas de
Caná. Una petición maternal adelantó la hora señalada para el inicio de la
redención. Jesús, el hijo obediente, dudó en intervenir y le contestó: “…Mujer, ¿por qué me dices esto? Mi hora no
ha llegado todavía…” (Juan 2,4). La respuesta es admirable: “…Hagan todo lo que Él les diga…” (Juan
2, 5).
La cátedra mariana se resume en esa frase-regalo para
los sirvientes del casorio. Cristo, por la indicación filial, convierte 360 litros de agua en un
exquisito vino. Los milagros ya no se detendrán. Desde entonces, la Omnipotencia
Suplicante ruega porque el alma humana habite en el Corazón
de su Jesús.
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