En el Seminario
de Bogotá recibe, ante la severa y señorial fachada, a todos los que quieren
subir las gradas del altar, la imagen veneranda de María Santísima, la Inmaculada y llena de
gracia. En el patio espacioso que llega hasta la capilla y se llena
constantemente más que de flores con los estudios y los diálogos de los
seminaristas, preside cariñosamente san José. A él está consagrado este
semillero sacerdotal.
En el viejo
seminario, el de La
Candelaria , estas mismas estatuas orientaban al visitante y
acompañaban permanentemente a los futuros sacerdotes. También en uno de los
venerables claustros, de meditación y estudio, un antiguo cuadro hacía
contemplar la blanca purísima barba del Patriarca para que se extendiera la
ternura de la mano del Verbo Eterno, por Quien han sido hechas todas las cosas.
Los devotos de
María Santísima son fíeles devotos de san José. Sin embargo a veces, por lo
menos en algunos, hay más sentimiento que conocimiento del esposo de María.
Creemos que debe revisar cada uno, que todos debemos hacer la investigación
necesaria sobre los conocimientos o sería ignorancia en este y otros puntos.
La santa
Iglesia no duda del aprecio y estima grande en que los fieles deben tener a san
José. Le consagra tres fiestas muy solemnes y de trascendencia extraordinaria.
Cada año ordena
a sus súbditos que detengan sus actividades el diecinueve de marzo para
dedicarse, en memoria de san José, a las cosas de arriba, a los asuntos del
cielo, al comportamiento con el Niño; y con la Madre , a darle vueltas en el corazón a las
enseñanzas de quien trabajó y veló por Jesús y María.
Al llegar los
jubilosos aleluyas de la Pascua
enciende con el cirio de la media noche del sábado santo una solemnidad al
Patrono de la Iglesia
que está extendida y sigue extendiéndose por las cuatro partes de la tierra.
El día del
trabajo cristiano, la gran fiesta de san José Obrero, comienza el mes de Ella,
para decir algo y mucho al corazón no sólo de los obreros sino de todos los ricos
que pertenecen a la
Iglesia. Son ellos principalmente quienes debieran adherir de
corazón y de obras a san José Obrero para ser los apóstoles de la justicia
social, de la caridad social. No decimos que los obreros queden relegados a
segundo término aún en lo que hace a su título y profesión (esto sería
inadmisible) sino que los ricos deben entrar al cielo por la buena orientación
y servicio dado a los obreros mediante el entender y practicar el Evangelio. No
se requiere otra cosa distinta de que los cristianos, en esto de las riquezas y
del trabajo y de las necesidades económicas y de las ganancias, vivan de verdad
el cristianismo.
Convendría
reflexionar sobre cada una de estas fechas. Sobre las razones de estas
festividades. Así conoceremos un poquito más al “varón justo”, “esposo de María
Santísima”, al guía de Jesucristo y de María, “del Niño y de la Madre ”, al obrero tan
consagrado a su deber que quienes iban oyendo a Jesús, en el comienzo de la
vida pública, no le llamaban por su nombre, sino “el hijo del obrero”.
I
Esposo de la Santísima Virgen
María
Tomemos el
Santo Evangelio con mano firme y con seria inteligencia. En san Mateo, apenas
al comienzo, se nos dice que José es esposo de María. El Nuevo Testamento lo
llama esposo y es el ángel quien le advierte que repare en la virtud y en las
grandezas de su cónyuge en quien por virtud del Espíritu Santo se obraron
maravillas. Es el padre legal de Jesús. No habrá palabra humana para calificar
su castidad, pero, sabemos que vivió en carne mortal vida de ángel. Es el jefe
del hogar, la cabeza de la familia a quien le llegan los mensajes y mandatos de
Dios. El ejerce la autoridad y tiene la responsabilidad del “Niño y de la Madre ”, varón justo de cuya
mortificación debiéramos tomar lecciones e imitarla como los excelsos ideales
para los cuales vivió. María Santísima, Madre Virgen, inmaculada y bella, se
desposó con un hombre tan equilibrado, tan lleno de fe, tan puro como Ella, la
llena de gracia.
No dejemos a un lado en nuestros
estudios sobre el Esposo de María Virgen.
II
Primero fue la
dura piedra de su región desde Nazaret y después las arenas del desierto de
Egipto. Primero la adoración de los campesinos y de las gentes importantes que
con cánticos de ángeles y luces celestiales se postraron ante el Niño sostenido
en el trono regio: los brazos de su Madre Virgen. Después la vida solitaria de
Egipto. Más tarde el regreso. Y siempre en el cumplimiento del deber procurando
lo necesario a la
Familia. Protector y amparo de la Sagrada Familia es
el Patrono providencial de la santa Iglesia. Confiados en él decimos:
“Oh, Dios ¡que
con inefable providencia os dignasteis elegir al bienaventurado José para
esposo de vuestra Santísima Madre; os suplicamos nos concedáis, que pues le
veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en los
cielos!”
“Alimentados en
la fuente del don divino, os suplicamos Señor Dios nuestro, que así como nos
hacéis gozar de la intercesión del bienaventurado José, así también por sus
méritos e intercesión, nos hagáis partícipes de la gloria celestial”.
Ciertamente que
el real conocimiento de este varón justo dado por Dios como esposo a la Virgen Madre y
constituido sobre la
Sagrada Familia como ministro fiel y prudente, para que, como
padre, guardase al “Unigénito concebido por obra del Espíritu Santo” traerá a
los cristianos el don de una vida de mayor confianza y caridad en Dios que da
esplendor a los lirios del campo y vuelo a las aves, y a los humanos el poder
de ser santos y perfectos. San José fue proclamado Patrono de la Iglesia católica el ocho
de diciembre de 1870.
III
De la fábrica
sale la materia ennoblecida, pero, las más de las veces, ¡hay!, las almas salen
envilecidas. El amor y servicio a Dios debiera ser la norma de todos los
obreros. La ley del trabajo nos fue dada por el Señor. Ganaremos lo necesario
con el trabajo, con el esfuerzo, con el empleo y ejercicio de nuestras
capacidades.
Dijo el Papa:
“Si amáis verdaderamente al obrero (y debéis amarlo, porque su condición se
asemeja más que ninguna otra a la del Divino Maestro), debéis prestarle
asistencia material y religiosa. Asistencia material, procurando que se cumpla
en su favor no sólo la justicia conmutativa, sino también la justicia social,
es decir, todas aquellas providencias que miran a mejorar la condición del
proletario; y asistencia religiosa, prestándole los auxilios de la religión,
sin los cuales vivirá hundido en un materialismo que lo embrutece y lo
degrada”.
San José era un
obrero, “uno de esos labriegos artesanos que formaban la gran masa de los
habitantes de Palestina y cuya aplicación al trabajo y cuya disciplina desde el
regreso de Babilonia, habían permitido a la comunidad judía volver a enraizarse
en el suelo de sus abuelos. Su nombre era de los antiguos y comunes”. La figura
de este trabajador es admirable por su sencillez, por su constancia, por su
firmeza; el Evangelio “le rodea de sombra, de humildad y de silencio; se le
adivina más que se le ve”, se reconoce al gran creyente, al gran trabajador;
“sus manos daban olor de madera fresca y de trabajo”.
En estos
tiempos en que los cristianos debemos aplicar en su exactitud el Evangelio,
especialmente en lo relacionado con la justicia, la caridad, el trabajo, el
servicio a los demás, la obediencia a Dios, la prontitud en ejecutar las
órdenes divinas, debemos acudir a san José, quizá con mayor necesidad que en
épocas anteriores. Los ricos deben acudir a san José que era “de la casa de
David”. Los pobres, a su vez, tienen su ejemplo al alcance de sus manos. Los
unos y los otros son cristianos y son trabajadores. Ciertamente las actividades
son distintas, pero el ideal es el mismo y uno mismo el fin. En los múltiples
campos del trabajo tenemos cada uno nuestro puesto, todos trabajamos; somos
obreros del Reino de Dios en este mundo. La figura de san José nos invita a ser
sinceros porque si los unos y los otros, los pobres y los ricos, son
sinceramente cristianos, el inmenso y angustioso problema del presente se
resolverá sin grandes dificultades.
Al instituir
para el primero de mayo de cada año, la fiesta de san José Obrero, la Santa Iglesia hace a
todos los cristianos un conmovido reclamo y un serio llamamiento a vivir
esencialmente el Evangelio. Entendemos así la oración con que los fieles
debemos dirigirnos a Dios en ese día.
“Oh Dios,
Creador de todas las cosas, que estableciste para el género humano la ley del
trabajo, concédenos propicio que con el ejemplo y la protección de san José
hagamos lo que nos mandas y consigamos los premios que nos prometes”.
José Ramón Sabogal G.
Pbro.
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