No recuerdo
quién me la mandó. Otras tantas, después de contestarlas, fueron a la canasta
de papel, ésta no. Ni alcanzo a darme cuenta perfecta y cabal del porqué esta
tarjeta me dice tanto: ¿Será la ingenuidad del artista que se manifiesta en la
carita del Divino Niño? ¿O serán los angelitos de los cuales no puedo acertar
si están ayudando a san José a bajar, con su por lo demás insignificante peso,
la palmera para que el patriarca pueda coger más fácilmente los frutos, o es
que solamente por curiosidad se asoman para mirar a la Virgen y al Niño? ¿O no
será nada de todo esto, sino simplemente la perfección de la composición
artística que mueva al espectador: la
Virgen sobre el burrito necesitaba de un marco, y lo dan en
forma sencilla, pero perfecta, la palma y san José?
En fin, sea
lo que fuera, la tarjeta, se salvó de la canasta de papel.
Quisiera
tenerla en colores, porque la leyenda en inglés al respaldo dice: “El milagro de la palmera, un incidente de la
huida a Egipto. Relieve pintado en madera de nogal. De España (Castilla),
alrededor de 1490-1510. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York”. Quizá algún
día tendré una copia en colores.
No se trata,
ciertamente, de una escena respaldada por textos del Nuevo Testamento. Antes
causa la impresión de que sea una de las tantas escenas graciosas contadas en
los evangelios apócrifos.
Volví a
encontrar mi tarjeta de Navidad en la Historia nativitatis laudabilisque conversationis
intactae Dei Genetricis quam scriptam reperi sub nomine Sancti Jacobi fratris
Domini”. La autora de este poema es Hrosvita de Gandersheim quien vivía en
el silencio de su claustro en el centro de Alemania en la segunda mitad del
siglo X de nuestra era. En esta historia
de la natividad y admirable modo de vivir de la Virgen intacta, la
monja aprovechó las leyendas del evangelio apócrifo de san Mateo (Seudomateo),
y en sus 859 hexámetros relata escenas evangélicas o teje piadosamente
alrededor de ellas, usando aquellas fuentes apócrifas, versos llenos de
sentimientos y ternura.
Cuando le
advirtieron que tales rasgos apócrifos eran falsos inventos, se sonreía y de
ninguna manera quiso perder por ello su poesía; dijo ingenuamente que quizá en
un futuro estas leyendas saldrían comprobadas. Tenía tanta razón con este argumento
que no sólo no experimentó oposición a su obra, sino encontró, al contrario,
muchos imitadores. Llegó a ser ella inventora de un nuevo arte: pues abrió el
paso a la especie literaria de las leyendas medievales.
Si la
iglesia primitiva condenó tan enérgicamente aquellos evangelios apócrifos y
trató de todas maneras impedirles la entrada en el culto y en los corazones
cristianos, fue porque tenía que defender con claro criterio la auténtica
figura de Cristo y hacer respetar el deseo de la Virgen bendita, de no
aparecer más de lo necesario en los escritos sagrados, como nos enseña san Luis
María de Montfort. Pero una vez afirmadas toda la Cristología y
Mariología por la Iglesia
en concilios y obras patrísticas, no había ya ningún inconveniente de que la
fantasía piadosa se ocupara de tales escenas atractivas y simpáticas de la vida
de la Virgen. En
verdad, si la Virgen
comió de los frutos de la palmera o no, y si en esta forma o en otra, ¿a quién
podría estorbar esto en su fe bien cimentada?
Por lo tanto,
tranquilamente, Hrosvita de Gandersheim pudo cantar así:
Mira, el
niño amado, sentado en el regazo de María
Dice alegre
al árbol con suave y dulce manera:
Palma,
inclina tu copa y curva tus ramos altivos,
Ves que mi
madre quiere comer de tus frutos hermosos.
Dijo así, y
humilde el árbol se curva al son del mandato.
Hasta que
llega al pie de María, Virgen divina.
Cuando
estuvo el árbol privado del fruto sabroso,
Curvo quedó
como antes ni quiso erguirse de nuevo;
Nueva señal
parecía fuera precisa del Niño.
Este le
dijo: Ahora levanta de nuevo tu copa;
Eres feliz
compañera de otros beatos plantados
En el jardín
de Edén por la mano del Padre Eterno.
Gloria séate
en el futuro a ti por servirnos,
Palma,
habrás de ser signo de mártires y vencedores.
Deja ahora
brotar a tu pie y raíces escondidas
Agua
clarísima, dulce manantial para mi Madre.
Presto se
hizo lo que el Niño Divino mandara.
Regocijados
María y todos bebieron del agua
Que del
suelo brotaba en hilos de puros colores.
Para su sed,
el milagro del Niño dio el remedio,
Agua amable
y dulce que mitigaba la sed en seguida.
Pero para
llevar a nuestros lectores a las fuentes de nuestra tarjeta de Navidad, que
oigan el relato tal como lo dice aquel legendario “evangelio” que más que por
su texto, de pocos conocido, nos vino por la influencia que ejerció sobre toda
la iconografía medieval.
“Y ocurrió
que, al tercer día de su viaje, María estaba fatigada en el desierto por el
ardor del sol, y viendo una palmera, dijo a José: Voy a descansar un poco a su
sombra. Y José la condujo hasta la palmera, y la hizo apearse de su montura.
Cuando María estuvo sentada, levantó los ojos a la palmera, y viendo que estaba
cargada de frutos, dijo a José: Yo quisiera, si fuese posible, probar los
frutos de esta palmera. Y José le dijo: Me sorprende que hables así, viendo la
altura de ese árbol, y que pienses en comer sus frutos. Lo que a mí me
preocupa, es la falta de agua, pues ya no queda en nuestros odres, y no tenemos
para nosotros ni para nuestros animales.
Entonces el
niño Jesús que descansaba con la figura serena y puesto sobre las rodillas de
su madre, dijo a la palmera:
Árbol,
inclínate, y alimenta a mi madre con tus frutos. Y a estas palabras la palmera
inclinó su copa hasta los pies de María, y cogieron frutos con que hicieron
todos refacción. Y, no bien hubieron comido, el árbol siguió inclinado,
esperando para erguirse la orden del que lo había hecho inclinarse.
Entonces le
dijo Jesús: Yérguete, palmera, recobra tu fuerza, y sé la compañera de los
árboles que hay en el paraíso de mi Padre. Descubre con tus raíces el manantial
que corre bajo tierra, y haz que brote agua bastante para apagar nuestra sed.
Y en seguida
el árbol se enderezó, y de entre sus raíces brotaron hilos de un agua muy
clara, muy fresca y de una extremada dulzura. Y viendo aquel agua, todos se
regocijaron, y bebieron, ellos y todas las bestias de carga, y dieron gracias a
Dios”. (Cap. XX. del Seudomateo).
La lectura
de los evangelios y demás escritos apócrifos y la familiaridad con las obras de
arte basado en ellos tuvieron una consecuencia muy graciosa en los posteriores
videntes cristianos. Mientras María de Agreda, por ahí en 1660 en su Mística Ciudad de Dios (Historia divina
y vida de la Virgen ,
Madre de Dios, Madrid, 1744) veía solamente cómo los ángeles por mandato divino
proporcionan a los viajeros fugitivos en el desierto el alimento necesario (insuper humillimae divinae Virginis preces
paternum cor iamiam sublegerant, II pars, liber IV, cap. XXII, núm. 634),
la famosa vidente Ana Catalina Emmerick (1820), veía en sus éxtasis
precisamente lo que los apócrifos le habían inspirado durante sus piadosas
lecturas: “Más tarde vi a la
Sagrada Familia , desprovista de todo socorro humano,
atravesando un bosque, a la salida del cual había un datilero muy alto con gran
número de dátiles en su extremidad superior pendientes de un racimo. María se
acercó al árbol, tomó en sus brazos al Niño Jesús, y alzándolo, rezó una
oración. El árbol inclinó su copa como arrodillándose ante ellos, y pudieron
así recoger su abundante fruta. El árbol quedó en la misma posición. Toda clase
de gente del lugar seguía luego a la Sagrada Familia , mientras María repartía dátiles
a muchos niños desnudos que corrían detrás de ella. Como a un cuarto de legua
llegaron cerca de un sicómoro de grandes dimensiones y se metieron dentro del
hueco del árbol que estaba en gran parte vacío, ocultándose a la vista de la
gente que los seguía, de tal modo que pasaron de largo por el lugar sin verlos
y así pudieron pasar la noche ocultos. Los he visto al día siguiente seguir a
través de un arenal. Sin agua y cansados se detuvieron junto a un montículo del
camino. María rezó con fervor y vi entonces brotar un manantial de agua
abundante que regaba la tierra reseca del arenal. José le abrió un cauce para
apresar el agua en un hoyo que hizo y se detuvieron a descansar. María lavó y
refrescó al Niño, y José llenó su odre de agua y dio de beber al asno”.
No dudamos
que la Sma. Virgen ,
en casa de san Juan Evangelista, haya tenido que contar al amado discípulo las
peripecias de su fuga a Egipto y todos los sufrimientos que en ella le tocaron
por voluntad de Dios. Aunque de este relato nada entró en el texto de los
santos evangelios oficiales, no se puede negar la posibilidad de que muchos de
sus rasgos se hayan transmitido en la tradición oral del cristianismo primitivo
y que de allí hayan encontrado recepción en los “evangelios apócrifos” —por lo
cual se ve que Hrosvita de Gandersheim a lo mejor pudo tener razón al decir que
quizá resultarían tales rasgos algún día comprobados—; pero entretanto han
edificado en grande medida a poetas, artistas y videntes. Y se entiende que
después de saber todo esto, aquella sencilla tarjeta de navidad ya no corre
peligro de ser botada en una canasta de papel, sino antes conquistó un puesto
honroso entre mis libros y cuadros.
Ricardo Struve Haker
Pbro.
“Ciertamente,
Señora, cuando te miro, no veo sino misericordia. Pues en favor de los
miserables fuiste hecha Madre de Dios, engendraste además a la misericordia, y,
finalmente, te ha sido conferido el oficio de compadecer”.
San Buenaventura.
Tomado de la revista Regina Mundi nro 2
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