Con todo,
la erección de un santuario no es sino una manifestación de la devoción
mariana. El culto que China rinde a la Santísima Virgen
y su fisonomía especial no serán bien comprendidos sino enmarcándolos en el
cuadro de la civilización en la cual se desarrollaron.
Ahora bien,
tres corrientes culturales y religiosas han ejercido sobre el alma china una
influencia profunda: el confucianismo, el taoísmo y el budismo. En sus
relaciones humanas, el chino, conforma su conducta a las reglas del
confucianismo, mitigado por la filosofía taoísta, mientras que su vida interior
es orientada por el budismo.
Frente al
culto mariano, la influencia de la filosofía taoísta permanece débil. El
taoísmo en la mentalidad china, representa la contemplación o el misticismo,
como el confucianismo la ética. El preconiza el retomo a la naturaleza, se
subleva contra lo artificial. El está, en materia de arte y de literatura, en
favor del campo y de la naturaleza. Tiene el culto por la sencillez. Un
profesor sinólogo de Roma llegaba hasta afirmar: “Si san Francisco de Asís
hubiese nacido en China, sería considerado como un gran taoísta, porque en él
se hallan realizadas todas las grandes aspiraciones taoístas en el sentido más
elevado y más completo”.
El taoísmo,
sin embargo, apenas ha contribuido a incitar al alma china a la búsqueda de
bellos sitios para venerar allí a María. La influencia del budismo es muy otra.
…El budismo
es en China tan antiguo como el cristianismo en Europa. Ahora bien, entre las
divinidades de China, existe una diosa por nombre Kuan-Yin, que evoca nuestra
Virgen María. En sus comienzos no había divinidades en el budismo. Kuan-Yin fue
introducida posteriormente. No se sabe con seguridad si se trataba de una mujer
o de un hombre divinizado. Pero en la práctica común, Kuan-Yin ha llegado a ser
la diosa más popular en el budismo, la madre de los pobres y de los
abandonados.
He aquí la
leyenda: Kuan-Yin era la hija de Miau-Chang-Lan, rey de Shelin. Desde su juventud,
ella deseaba consagrarse a la vida monástica, y habiendo vencido la oposición
de su padre, entró en el convento de Lan-Shu-Shien. Posteriormente su padre la
recobró, pero no pudiendo lograr hacerle llevar una vida profana, ordenó que
fuera estrangulada. El alma de Kuan-Yin, después de haber descendido a los
infiernos, volvió a tomar posesión de su cuerpo y, resucitada la joven, fue
milagrosamente transportada a la isla de P'OTO. Algunos años más tarde,
habiendo enfermado su padre, Kuan-Yin cayó en su casa y para curarlo, sacrificó
sus propios brazos. Su padre conmovido, ordenó entonces le erigieran con gran
honor “una estatua con manos y pies perfectos”. Y fue así como se construyó la
estatua de Kuan-Yin. Ella es la diosa de la piedad y de la bondad, y
ordinariamente se la representa sentada sobre una flor de loto.
Delante de
esta figura femenina, los budistas chinos se prosternan ofreciéndole sus
homenajes, pidiéndole verse libre de sus males. Particular-mente las esposas
estériles vienen a implorar el nacimiento de un hijo que, recree el hogar.
La
costumbre tan difundida de venerar esta diosa, no ha podido menos que facilitar
la introducción de la devoción a la Santísima Virgen , pues los chinos más pronto
tradicionalistas, y en guardia contra toda novedad, hallarían, abriéndose a la
luz de la fe, una figura femenina, y cuánto más bella que la de Kuan-Yin, la
sonrisa de la Virgen
María , y sobre todo su sonrisa maternal.
En efecto,
los católicos chinos veneran ante todo a Nuestra Señora, porque Ella es la
“Madre” que comparte nuestros dolores y nuestras alegrías, y nos guía en
nuestra vida cotidiana.
Aquí
tocamos un punto importante de la psicología religiosa de los chinos a
propósito de la
Santísima Virgen. Ella es “nuestra Madre”. Y encontramos aquí
la tradición confucianista, tercer y capital elemento de patrimonio cultural
chino.
En Europa,
María es llamada “la Virgen ”
más frecuentemente que “nuestra Madre”. En China, al contrario, el vocablo
preferido es el de “nuestra Madre”. Aún llegará a traducirse: Ntra. Sra. de
Lourdes o de Fátima, por “Sta. Madre de Lourdes y de Fátima”. Luego se trata
aquí, no de un asunto de terminología y de costumbre, sino de un hecho de
importancia capital, y que no puede comprenderse sino cuando se conoce el papel
de la piedad filial enseñada por el confucianismo.
Mientras
los padres viven, sus hijos trabajan para asegurarles la comodidad y el
descanso. Después de la muerte de los padres, los hijos continúan presentando
ofrendas a su memoria. Si se pregunta a un chino por qué practica y cultiva las
virtudes, él responderá que procura glorificar el nombre de sus padres. Si se
quiere dar una advertencia severa a un chino
que no marcha por el buen camino, es preciso decirle que
tenga cuidado de no manchar la memoria de aquellos que le son caros. A los ojos
de un chino, la dignidad más sublime está representada por el Cielo, que para
él es ya un Ser Supremo personificado, pero como el cielo está muy distante de
los hombres, son los padres quienes se lo representan; así, los hijos veneran a
sus padres como a los representantes del Cielo.
…Esta
piedad consiste sobre todo en un respeto afectuoso. Ella es por excelencia a
base de caridad. Enseñada desde las primeras edades de la historia y practicada
sin interrupción en el curso de largos siglos, ella corre por las venas de los
chinos como la sangre.
Esta piedad
familiar de los chinos, impone a los niños una obligación que va más lejos, si
se quiere, que aquella que impone el IV mandamiento. En China un hijo permanece
siempre hijo, aún a los 60 años, y conserva por este hecho la obligación de
obedecer a sus padres y de servirles. Toda su vida está ordenada al servicio de
sus padres. “Honrar a sus padres” es el pensamiento constante de los chinos y
el motivo principal de toda acción buena y heroica. Es la llama que arde en los
corazones y estimula las energías.
Si en la
sociedad la mujer desaparece, en la familia, por el contrario, ella reina. La
dueña de casa goza de toda su autoridad, es objeto de un gran respeto, y es
cerca de ella donde los niños buscan consejo para la vida cotidiana, y sólo con
su aprobación toman los hijos la decisión de un negocio importante. La madre
china es verdaderamente el árbitro supremo del hogar en el cual ella conserva
siempre su influencia y autoridad. Una palabra suya puede traer a sus pies al
hijo, aunque sea primer ministro.
La piedad
filial, fuente de todas las virtudes, lazo de perfección, y que se expresa por
una veneración afectuosa, debía pues, naturalmente, constituir la base psicológica
del culto mariano.
Es natural
en efecto, que esta ideología china acerca de la piedad filial con todo lo que
encierra de afecto confiado hacia la madre, haya; venido a aplicarse a la
devoción a la
Santísima Virgen. Recurrir a la “Santa Madre”, venerar su
persona, invocar su ayuda, presentarle homenajes filiales, o manifestarle un
afecto muy especial… todo parece normal a los chinos que son católicos.
Tales son
los elementos psicológicos que son más propios del alma china: que del alma
occidental, y que dan a la devoción de los católicos de China, hacia María, su
nota específica.
(Por un sacerdote chino; traducido de Ultramare por las RR. HH. de la Presentación ,
Bogotá).
Tomado de la Revista Regina Mundi núm. 4.
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