El 21 de abril de 1816 el lienzo fue sacado por la fuerza de la Basílica de Chiquinquirá
Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda/SMC
Escultura Jaime Castaño Hinestrosa
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
Sí,
hoy se cumple el bicentenario de una infamia que los bogotanos no impidieron
con la fuerza de su coraje. Eran los tiempos del engaño vestido de levita
liberticida.
El
rufián que profanó con sus bayonetas la casa de la Patrona marchaba a paso de
fuga por los arrabales de la ciudad de la santa fe. La urbe de la Inmaculada Concepción
miraba atónita el tropel de mulas y labriegos arriados hacia el abismo del
desastre.
Un testigo consignó en su diario la travesía afanada. El domingo 5 de mayo de 1816 anotó:
“…Entró Serviez con toda la infantería, a las diez del
día, y en medio de los dos primeros batallones traían a la milagrosa imagen de
Nuestra Señora de Chiquinquirá, la original, encajonada y envuelta en un toldo.
¡Qué dolor ver a una reliquia tan grande, nada menos que el Arca del Testamento
de la Nueva Granada ,
en medio de una tropa insolente, cargándola ellos mismos con la devoción que se
deja entender, cuando había de ser en hombros de sacerdotes, como cuando vino
ahora 150 años…” (Cf. José María Caballero. Diario.
Biblioteca de Bogotá. Edición Villegas Editores. Bogotá, 1990).
Serviez, recién ascendido al cargo de Brigadier
General, no pudo preveer las consecuencias que su acto de
bandolerismo le acarreó.
La
primera secuela surgió del arzobispado de Santafé de Bogotá. El 7 de mayo, los gobernadores
eclesiásticos, Juan Bautista Pey de Andrade y José Domingo Duquesne, expidieron
el decreto de excomunión por haber sacado del Santuario de Chiquinquirá a la
sagrada imagen sin el permiso del provincial de la Orden de Predicadores.
La noticia no alcanzó a
llegar a los oídos del impío porque andaba supervisando el ascenso de sus
reclutas a las breñas de Cáqueza en Cundinamarca. El sujeto tampoco escuchó la Palabra que estaba en las
páginas de la Biblia
del cura de Chipaque, fray José de San Andrés Moya: “…No subáis, porque no va Yavé en medio
de vosotros y seréis derrotados…” (Números 14, 42).
La noche arropó a la cordillera con sus sombras y “…la ira de Dios pesa sobre él…” (Juan 3, 36).
La oscuridad trajo la luz del rescate. El seis de mayo,
el coronel Miguel de la Torre paseó los estandartes
reales por el empedrado de la plaza mayor. Los santafereños recibieron con
vítores y aplausos al invasor. La alegría se hizo sentir especialmente al
colaborar con caballos de refresco, guías, víveres e información valiosa sobre
la ruta de Serviez.
No de otra manera se explica cómo el
comandante del Escuadrón de Carabineros Leales de Fernando VII, capitán Antonio
Gómez, entró a Chipaque el siete en persecución del forajido.
Gran
sorpresa se debieron llevar los fugitivos, ante la proximidad de la caballería
del Rey, porque abandonaron a la
Virgen en el Alto de Sáname. El calendario marcó el ocho de
mayo día de san Pedro de Tarantasia, un francés pío.
El
lienzo recuperado fue llevado en procesión a la capital donde recibió los homenajes por
parte de la elite criolla.
El
misterio de la paradoja se burló de aquel hurto. Las fuerzas expedicionarias le
devolvieran la dignidad religiosa a la colonia. Las sanguinarias tropas del
Pacificador Pablo Morillo tuvieron la gentileza militar de no olvidar cual era
el culto debido para Nuestra Señora. Detalle soberano que los “prohombres” del
fraude pasaron por alto.
La
realidad escueta muestra que una España enardecida por el sacrilegio no ahorró
el plomo de sus fusiles para destruir al culpable. El 9 y
el 11 de mayo Gómez derrotó a las unidades de de aquel ejército de campesinos
liderados por un ladrón. En la cabuya de Cáqueza, Serviez cortó la tarabita
sobre el río Negro para poder salvar el pellejo. Dejó a los infelices rústicos
que pagaran con sus vidas el peaje de su
huida.
El
recorrido de Manuel Serviez cumplió con un sino fatal. Pudo escapar del paredón
que le tenía reservado el señor Conde de Cartagena en la Huerta de Jaime, pero no
pudo evitar que la ley de las llanuras le aplicara un juicio lapidario a sus
fechorías.
En
noviembre de 1816, se armó una trifulca de truhanes y garitos para asesinarlo. Era el mes de los difuntos.
“…Ocupada
la isla de Achaguas por Páez, Serviez eligió para su habitación un pequeño
rancho bohío frente a la isla, con el río de por medio, allí vivía casi
incomunicado, porque apenas lo visitábamos el coronel Tomás Montilla y yo.
Algunos jefes apureños, que estaban pobres, desnudos, y más que todo, viciosos
se propusieron por rica presa los baúles del general Serviez, porque los
juzgaban con dinero; y en una noche del mes de noviembre lo asaltaron, le
dieron muerte horrorosa a machetazos y saquearon su tesoro, el cual rodaba al
siguiente día apenas, en las mesas de juego, en onzas de oro… (Cf. José Félix
Blanco. Documentos para la historia de la
vida pública del libertador de Colombia, Perú y Bolivia. Tomo V).
El oro robado de los altares
le reclamó su ofensa. El metal con el cual financió su correría sirvió
para otros menesteres que están muy lejos de cualquier ideal heroico.
Los baúles de Serviez fueron
su mortaja. En ellos guardó el botín de los sagrarios que profanó en su
recorrido por esa tierra que se levantó para ensangrentar sus surcos con
dolores.
Y aún después de muerto, el
proceso de reclamación contra su proceder seguía tiznado por una mancha imborrable:
pícaro y hereje.
“…El cura de Sátiva, al norte de Tunja, reclamó el
propio año del despojo, 1816, contra los procedimientos del presbítero Antonio
García, por el robo de las alhajas de la parroquia que ‘arrebató’ con la fuerza
armada como comisionado del general Serviez…”
“…El afligido cura suplicó al presbítero Nicolás
Cuervo se interesara ante la Junta
de Secuestros, e incluso señaló que se trataba de las alhajas que se llevó
Serviez ‘en un par de baúles aforrados de cuero’…” Cf. Eduardo Cárdenas,
S.J., Pueblo y religión en Colombia (1780-1820). (ANB AE 28, 269-284).
Sobre el tema queda mucha
tinta para el linotipo porque no se trata de colocar el dedo en la llaga de los
maquillajes que escandalizaron las cátedras escolares con la mitomanía
institucional.
En las aulas se escucharon
figuras retóricas como: “Serviez lideró una gesta de titanes que incendió a los
Andes con la llama de la libertad”. A la infantil poesía se sumaron las
aventuras de acento grecolatino que hablaron de una epopeya diagramada sobre la
farsa trágica de una comedia. Triunfo del cuentero.
Por
caridad no más estatuas a la mentira, patrimonio inmaterial de una nacionalidad
sin linaje.
Es
tiempo de implorarle a la Madre
de Dios, la querida María de Chiquinquirá, perdón por aquel sacrilegio. Que se
repite cuando se crucifica a su Hijo en el lábaro de un discurso criminal.
Antes por la independencia ahora por una paz sin esencia.
En
conclusión, la Virgen
fue rescatada por los españoles y la patria secuestrada por los libertadores.
Pregunta final: ¿Colombia seguirá las huellas del nuevo Serviez o regresará a
Chiquinquirá, tierra de María?
No hay comentarios:
Publicar un comentario