Fray Edelberto Zárate
González,O.P.
Por Julio Ricardo Castaño
Rueda
Sociedad Mariológica
Colombiana
El Viernes
de Dolores (26 de marzo de 1999) llenó de un sello mariano imborrable el
ministerio sacerdotal de fray Edelberto Zárate González,O.P. En la Basílica de Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá, el venerable lienzo tutelar presentó un
fenómeno de iluminación sobrenatural. El acontecimiento que marcó su vida fue
relatado así:
“Estaba en un confesionario cuando me llamó
el hermano Gerardo Bermúdez., O.P”. La respuesta fue: “no ve que estoy ocupado
confesando. ¿Qué pasó?”
“Que la Virgen se está renovando”, respondió el afanado
mensajero. Los abuelitos que hacían fila para la reconciliación no entendieron
qué pasaba, ni por qué había tanto alboroto.
Salí a mil, rememoró fray Edelberto, y dejé
para después a los penitentes. “Subí el presbiterio y me puse a mirar a la Virgen con la gente
alrededor. Lo primero que vi fue al niño de la Virgen que estaba resplandeciente.
Estaba en una nube blanca, blanquísima. Vi el velo de la Virgen de color blanco, muy
brillante y el rostro de la Virgen
se puso blanco.
‘Aquí hay una manifestación especial de
Dios. Recemos el avemaría’. Me arrodillé. Se me fue la voz. Me quedé en una
actitud contemplativa. Después lloré”.
Los fieles que le acompañaban alaban el
misterio de Dios con frases espontáneas muy bonitas. Algunos rezaron el Magníficat.
“Personalmente tomé los datos de los testigos, eran trece. Durante algún tiempo
se reunieron para orar, pero el grupo poco a poco se dispersó. Entre mis
papeles están esas notas. Algunas se
perdieron en el trasteo de celda, pero tengo otras”.
La manifestación no duró más de 15 minutos,
pero fue suficiente para cambiar la vida de un peregrino de Bucaramanga y
convertirse en primicia para los noticieros de televisión.
El padre Zárate al terminar la mariofanía,
sobre la siete de la mañana, regresó a la disciplina conventual. Se fue muy
inquieto a orar con su comunidad en la capilla conventual.
Hizo una pausa para sacar de su memoria la
emoción del recuerdo y expresó: “No podía rezar los Laudes porque mi
pensamiento estaba en la basílica. No podía concentrarme en el oficio”.
Al terminar su tarea regresó al templo a
mirar el cuadro “que estaba común y
corriente”. Dejó de hablar y aguardó un momento la siguiente pregunta. En esa
época seguía afectado interiormente por haber sido testigo de la obra del
Altísimo y optó por callar. “Decidí decir algo sobre el tema si me lo
preguntaban. De resto permanecería en silencio”.
Movido por la humildad dominica siguió como
si nada a cumplir con sus tareas en la Capilla de la Renovación. Allí lo aguardaban, con ansias informativas, los
periodistas de la emisora Reina de Colombia, AM y FM. “Ambos estaban ahí y
también me entrevistó Judit Sarmiento que me preguntó sobre si los huecos del
lienzo se taparon”.
Después de atender a la prensa acompañó a
unos feligreses que realizaron el vía crucis en la vereda Córdoba Bajo. Durante
el largo camino les comentó a los fieles
que: “la Virgen
se había manifestado porque necesitaba oración”. Eran los tiempos del secuestro
y el país pasaba por una situación de violencia muy crítica, abortos y guerra,
agregó.
Al terminar las estaciones celebró la santa
misa y luego pasó a almorzar a la casa de la abuelita de fray Antonio González,
O.P. Sumido en sus meditaciones regresó al templo de la Renovación.
Mientras tanto, la Ciudad Mariana se
convirtió en un corrillo de romeros que preguntaban por el milagro. “En la calle
y en el atrio la gente comentaba: ‘Llegó la televisión para hablar con el
hermano Gerardo’. Los grupos de la
Legión de María pedían que se les explicara el caso”.
Nueva pausa para excusarse porque su retentiva
resultó afectada por una enfermedad que padece. Con algo de esfuerzo siguió
conversando. “Yo le pedí permiso al prior y al obispo de Chiquinquirá, que era
monseñor Héctor Gutiérrez Pabón para
escribir un relato sobre lo que pasó. En abril de 1999, a los 20 días, se
imprimió un plegable titulado: La Virgen del Rosario de Chiquinquirá se llenó de
resplandor. Debieron ser como unos quinientos ejemplares porque eso era muy
caro. El material se regaló entre los peregrinos… Yo le traje uno, aunque usted
ya debe tenerlo”…
Sobre el efecto
causado en su alma sacerdotal afirmó: “No hay duda de que fue renovado mi amor por la Virgen. Eso hizo que yo me aferrara
más al amor de la Virgen María
porque Ella vino a traernos la luz de Cristo como lo dice el Evangelio de Lucas:
“Luz para revelación a los gentiles. Y gloria de tu pueblo
Israel”. (2,32). Además,
influyó mucho para que ayudara a promover el santo rosario entre las familias
de los secuestrados”.
Una mujer víctima del secuestro lo buscó
para pedirle oración por un familiar en cautiverio extorsivo. Fray Edelberto le
preguntó: “¿Qué quiere que rece? La señora le respondió: pues el santo rosario,
padre”.
“Entonces le pedí permiso al prior, que era
fray Omar Sánchez Suárez, para rezar el rosario antes de la misa de cinco de la
mañana. Él me dijo: ‘si usted quiere, hágalo’. Antes de esa hora no se rezaba
porque se hacía en la tarde. Me levantaba a las 4:30 a.m., a rezar por las necesidades
de los secuestrados”.
Vuelven los recuerdos a estremecer su
serenidad. “Hubo otra manifestación en la Renovación , pero no recuerdo el año. Lo que sí no
olvido era que estaba de párroco fray Aldemar García Ceballos y sucedió un 8 de
julio.
Unos peregrinos de Cúcuta estaba en el Museo
de la Renovación
guiados por Cristian, un acolito muy
preparado por los dominicos en el tema histórico. Se encontraban junto a un cuadro
en alto relieve donde aparece el papa Juan Pablo II ante la Patrona. El guía vio
que al rostro de la Virgen
le manaba una lágrima. La tocó y era óleo como el usado para los bautismos.
Junto a él estaba doña Dora Pérez, funcionaria de la Parroquia. Ella
sintió la textura del aceite que tenía un aroma muy especial. Ellos fueron a
hablar conmigo al día siguiente, nueve de julio, en el convento. Yo tengo los
apuntes sobre el tema en mi celda. Los voy a buscar”.
Han pasado 17 años y expresa satisfecho. “Mi consuelo en la fe es
el Viernes de Dolores. No se puede olvidar. Siempre hablo de la devoción a la Virgen que está pendiente
de nuestros sufrimientos, sin hacer alusión a ese día.
“A veces el maestro de novicios me pide que
repita la historia en las aulas del convento porque los frailes son muy
respetuosos hacia el hecho y hacen pocos comentarios”. Un silencio cálido
pareció cerrar la charla.
Padre, le parece bien si se publica
nuevamente el texto de su folleto y
luego este relato como un ejercicio de identidad para las nuevas generaciones
de colombianos. Suspiró y contestó. “Sí, hágalo. Gloria a Dios, Espíritu Santo”.
La secretaria del Convento San José, doña
Gladys Garavito, interrumpió el encuentro porque ya era hora de que el fraile
tomara un medicamento. Eras las cuatro de la tarde del 3 de mayo de 2016, día
de la Santa Cruz.
Junto a un cuadro de Santo Domingo se
hizo el trabajo de reportería gráfica y el silencio del claustro recordaba: “Por aquel
entonces dijo Jesús: — Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias
porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a
los sencillos”. (Mateo 11-25).
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