San Bernardo (1091-1153).
Monje
cisterciense y doctor de la
Iglesia.
Sermón 31 sobre el Cantar de los Cantares.
Sermón 31 sobre el Cantar de los Cantares.
En la
Antigua Alianza los hombres estaban bajo el régimen de los
símbolos. Por la gracia de Cristo, presente en la carne, la misma verdad ha
resplandecido para nosotros. Y sin embargo, con relación al mundo venidero,
todavía vivimos, en cierta manera, en la sombra de la verdad. El apóstol Pablo
escribe: «Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me
conoce» (1C
13,9) y «no es que ya haya conseguido el premio» (Flp 3,13). En efecto, ¿cómo
no hacer diferencia entre el que camina en la fe o el que se encuentra ya en la
clara visión? Así «el justo vive de fe» (Ha 2,4; Rm 1,17) –es el bienaventurado
que exulta por la visión de la verdad; mientras, el hombre santo vive todavía
en la sombra de Cristo... Es buena esta oscuridad de la fe; filtra la luz
cegadora para nuestra mirada todavía en la tiniebla y prepara nuestro ojo para
que pueda soportar la luz. En efecto, está escrito: «Dios ha purificado sus
corazones a través de la fe» (Hch 15,9). Porque el efecto de la fe no es apagar
la luz, sino conservarla. Todo lo que los ángeles contemplan a rostro
descubierto, la fe lo guarda oculto para mí; lo hace descansar en su seno para
revelarlo en el momento querido. ¿Acaso no es una buena cosa que tenga envuelto
lo que tu todavía no puedes captar sin velo?
Por otra parte, la madre del Señor también vivía en la oscuridad
de la fe, puesto que le fue dicho: «Dichosa tú que has creído» (Lc 1,45).
También del cuerpo de Cristo recibió una sombra, según el mensaje del ángel:
«El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35). Esta sombra pues,
no tiene nada de despreciable porque es el poder del Altísimo que la proyecta.
Sí, verdaderamente, en la carne de Cristo había una fuerza que cubría a la Virgen con su sombra, a fin
de que la pantalla de su cuerpo vivificante le permitiera soportar la presencia
divina, aguantar el resplandor de la luz inaccesible, lo cual era imposible a
una mujer mortal. Este poder ha domado toda fuerza adversa; la fuerza de esta
sombra echa fuera los demonios y protege a los hombres. ¡Poder verdaderamente
vivificador y sombra verdaderamente refrigerante! Y es totalmente en la sombra
de Cristo que nosotros vivimos, puesto que caminamos por la fe y recibimos la
vida alimentándonos con su carne.
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