Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La
cruz de Cristo se cayó de la conciencia de sus discípulos. El lábaro se cambió
por el oráculo de la vidente en los centros de predicación barrial.
La
ideología de lo fútil surgió de una plaza de mercado llamada religiosidad a la
carta. El Altísimo fue transformado en una lámpara de Aladino que se frota con
el don de lenguas de la pitonisa. La verborrea fanática hizo surgir a “papito
Dios”, el señor de la fortuna que rige los destinos de la utópica trinidad:
salud, dinero y amor.
La
perorata sobre la prosperidad invitó al exceso de quimeras dentro de la
banalidad que sustentó al relativismo, corruptor formidable de la moral cristiana.
Así, el creyente interpreta las verdades de la fe según su febricitante
necesidad de idolatría.
Para
comprender esa realidad se tomaron ejemplos cotidianos vividos por quienes se
niegan a practicar el Credo Apostólico sin la esencia de la Palabra , la tradición, el
magisterio y el catecismo.
-“¿Te vas a confesar?, pero si tú no has
robado ni matado a nadie. Para qué vas a perder tiempo”. Conclusión, el Decálogo
del Sinaí fue pulverizado y los sacramentos de la reconciliación y de la
comunión invalidados.
A
esa costumbre se suma el concepto conciliador de un monseñor que explicó: “Mira,
si tú sientes que no estás bien dialoga con un sacerdote, él te puede
orientar”. Si el sujeto siente que
abortar es un derecho otorgado por el libre desarrollo de su personalidad por
el crimen pues queda libre de culpa. ¿Para qué hablar con un cura de almas que
no usa la palabra pecado por temor a violentar la intimidad del penitente?
Ante
la viciosa costumbre de justificar las herejías surgió el comodín del Obispo de
Roma: “Es que el Papa dijo que el adulterio ya no es pecado…” y así,
sucesivamente, los embustes emitidos por las fauces del maligno quedan
oficialmente incorporados a la conducta de la beatería, que sí sabe lo que Dios
no sabe.
La
lista es larga y las páginas cortas para tratar el escándalo de la arenga
diabólica: “Seréis como dioses” (Gen 3,5). El modelo encaja en la adivina de misa casera. Ella
le pide a “mamita María” escarcha de colores porque obtuvo la gracia de leer el
versículo bíblico que sana la dolencia del hermano cliente. Ante la hazaña de
la exégesis de apartamento nació el puntual pago del diezmo que deja oír en las
sombras financieras un grito miserable: “papito Dios me prosperó”.
Las
matemáticas de la farsa son simples. Los ingenuos que donan dinero al agorero, alquimista
de yerros en virtudes, logran enriquecer al elegido por la mentira. Esa transacción
se multiplica con la solidez clandestina de la simonía que deja sin ofrenda al
templo y al bautismo sin razón.
Lo
alucinante de ese negocio de espiritualidades es su fuerza de opinión pública que
se apoyó en un televisivo canal. El espacio vende las sofisticas posturas de
los renegados: “El Papa es un impostor porque no usa zapatos rojos” y para
demostrarlo enfocan el rostro de su ídolo, una escultura que sí hace milagros
porque está aprobada por el consejo editorial del video. Las dudas de su tele audiencia
se cancelan con la fecha exacta del fin del mundo.
Y
antes de que los hijos de Casandra vociferen su vaticinio, se le implora a Nuestra
Señora del Rosario de Chiquinquirá que guié
a la patria láit por el camino de la bienaventuranza: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. (Mateo 16:24).