Por: SS. Juan
Pablo II |
1. Siguiendo
la constitución dogmática Lumen gentium, que en el capítulo VIII quiso
«iluminar cuidadosamente la misión de la bienaventurada Virgen en el misterio
del Verbo encarnado y del Cuerpo místico, así como los deberes de los redimidos
para con la Madre
de Dios», quisiera proponer ahora, en estas catequesis, una síntesis esencial
de la fe de la Iglesia
sobre María, aunque reafirmo, con el Concilio, que no pretendo «exponer una
mariología completa» ni «resolver las cuestiones que todavía los teólogos no
han aclarado del todo».
Deseo
describir, ante todo, «la misión de la bienaventurada Virgen en el misterio del
Verbo encarnado y del Cuerpo místico», recurriendo a los datos de la Escritura y de la Tradición apostólica y
teniendo en cuenta el desarrollo doctrinal que se ha alcanzado en la Iglesia hasta nuestros
días.
Además, dado
que el papel de María en la historia de la salvación está estrechamente unido
al misterio de Cristo y de la
Iglesia , no perderé de vista esas referencias esenciales que,
dando a la doctrina mariana su justo lugar, permiten descubrir su vasta e
inagotable riqueza.
La
investigación sobre el misterio de la
Madre del Señor es verdaderamente muy amplia y ha requerido
el esfuerzo de numerosos pastores y teólogos en el curso de los siglos.
Algunos, queriendo poner de relieve los aspectos centrales de la mariología, la
han tratado a veces junto con la cristología o la eclesiología. Pero, aun
teniendo en cuenta su relación con todos los misterios de la fe, María merece
un tratado específico que destaque su persona y su misión en la historia de la
salvación a la luz de la Biblia
y de la tradición eclesial.
2. Además,
siguiendo las indicaciones conciliares, parece útil exponer cuidadosamente «los
deberes de los redimidos para con la
Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres,
especialmente de los creyentes».
En efecto, el
papel que el designio divino de salvación asigna a María requiere de los
cristianos no sólo acogida y atención, sino también opciones concretas que
traduzcan en la vida las actitudes evangélicas de Aquella que precede a la Iglesia en la fe y la
santidad. Así, la Madre
del Señor está destinada a ejercer una influencia especial en el modo de orar
de los fieles. La misma liturgia de la Iglesia reconoce su puesto singular en la
devoción y en la vida de todo creyente.
Es preciso
subrayar que la doctrina y el culto mariano no son frutos del sentimentalismo.
El misterio de María es una verdad revelada que se impone a la inteligencia de
los creyentes, y que a los que en la
Iglesia tienen la misión de estudiar y enseñar les exige un
método de reflexión doctrinal no menos riguroso que el que se usa en toda la
teología.
Por lo demás,
Jesús mismo había invitado a sus contemporáneos a no dejarse guiar por el
entusiasmo al considerar a su madre, reconociendo en María, sobre todo, a la
que es bienaventurada porque oye la palabra de Dios y la cumple (ver Lc 11,28).
No sólo el afecto,
sino sobre todo la luz del Espíritu deben guiarnos para comprender a la Madre de Jesús y su
contribución a la obra de salvación.
3. Sobre la
moderación y el equilibrio que hay que salvaguardar tanto en la doctrina como
en el culto mariano, el Concilio exhorta encarecidamente a los teólogos y a los
predicadores de la palabra divina «a que eviten con cuidado toda falsa
exageración...».
Las
exageraciones provienen de cuantos muestran una actitud maximalista, que
pretende extender sistemáticamente a María las prerrogativas de Cristo y todos
los carismas de la Iglesia.
Por el
contrario, en la doctrina mariana es necesario mantener siempre la infinita
diferencia existente entre la persona humana de María y la persona divina de
Jesús. Atribuir a María lo máximo no puede convertirse en una norma de la
mariología, que debe atenerse constantemente a lo que la revelación testimonia
acerca de los dones que Dios concedió a la Virgen en razón de su excelsa misión.
Del mismo
modo, el Concilio exhorta a teólogos y predicadores a evitar «una excesiva
estrechez de espíritu», es decir, el peligro de minimalismo, que puede
manifestarse en posiciones doctrinales, en interpretaciones exegéticas y en
actos de culto, que pretenden reducir y hasta quitar importancia a María en la
historia de la salvación, así como a su virginidad perpetua y a su santidad.
Conviene
evitar siempre esas posiciones extremas, en virtud de una fidelidad coherente y
sincera a la verdad revelada, tal como se expresa en la Escritura y en la Tradición apostólica.
4. El mismo
Concilio nos brinda un criterio que permite discernir la auténtica doctrina
mariana: «En la Santa
Iglesia [María] ocupa el lugar más alto después de Cristo y
el más cercano a nosotros».
El lugar más
alto: debemos descubrir esta altura conferida a María en el misterio de la
salvación. Se trata, sin embargo, de una vocación totalmente referida a Cristo.
El lugar más
cercano a nosotros: nuestra vida está profundamente influenciada por el ejemplo
y la intercesión de María. Con todo, hemos de preguntarnos acerca de nuestro
esfuerzo por estar cerca de ella. Toda la pedagogía de la historia de la
salvación nos invita a dirigir nuestra mirada a la Virgen. La ascesis
cristiana de todas las épocas invita a pensar en ella como modelo de adhesión perfecta
a la voluntad del Señor. María, modelo elegido de santidad, guía los pasos de
los creyentes en el camino hacia el paraíso.
Mediante su
cercanía a las vicisitudes de nuestra historia diaria, María nos sostiene en
las pruebas y nos alienta en las dificultades, señalándonos siempre la meta de
la salvación eterna. De este modo, se manifiesta cada vez más su papel de
Madre: Madre de su hijo Jesús y Madre tierna y vigilante de cada uno de
nosotros, a quienes el Redentor, desde la cruz, nos la confió para que la
acojamos como hijos en la fe.
Durante la audiencia general del miércoles 3 de
enero de 1996. Fuente: Catholic.net
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