jueves, 17 de octubre de 2019

La Virgen de Chiquinquirá y nosotros los liberales



Joaquín Quijano Mantilla.
El Epiro, día de san Pascual Bailón y de san Bruno de 1919.

Hace días vengo recibiendo cartas de mis amigos del río Suta para allá, invitándome a la coronación de la Virgen.

Una de ellas dice: ‘usted le debe muchos milagros y tiene obligación de exteriorizar su agradecimiento’.

Y es verdad. Yo no le pido a la Virgen de Chiquinquirá todos los días; apenas voy a ella en demanda de amparo, cuando mis fuerzas flaquean, cuando mis ojos no encuentran un punto a donde tender mis manos, y cuando mi voluntad se paraliza ante algún designio de los hados.

Entonces le pido, y ella me concede lo que imploro de su divina gracia. Recuerdo que en la pelea de Gramalote le ofrecí, si triunfaba la revolución, ir a visitarla después de la guerra, a pie, desde el lugar donde residiera, y en 1904 fui desde Bogotá y no me atreví a confesarme por no decirles a los padrecitos dominicanos los motivos de la promesa. Más tarde le ofrecí una misa cantada; porque el señor Suárez no les hiciera nada a los de Sopó cuando fuera presidente y también me lo ha concedido.

La Virgen de Chiquinquirá goza de la confianza de los colombianos.

En Venezuela se le venera con tanto fervor, que todas las· embarcaciones del lago de Maracaibo, y las de los ríos Catatumbo y Escalante, tiene la imagen entronizada en la parte principal, y ningún patrón de piragua se arriesgaría a izar velas no llevándolas a bordo.

Su fiesta en Maracaibo es lo más imponente que puede verse. Imagínese el lector mil naves empavesadas con banderas y gallardetes de todos los colores, los marineros vestidos de gala, en alta noche, bajo un cielo tachonado de estrellas y desfilando por frente a las embarcaciones, la imagen de la Virgen, que es su amparo en las noches de tormenta y su guía en los días de peregrinación a lo largo de las costas.

Un día le referí al reverendo padre Vargas una festividad de aquellas y lo hice llorar.
-       Por qué no escribe usted eso y los publicamos en La Sociedad.
-Porque soy radical y tal vez no me lo reciban, le contesté, escondiendo un libro de Heriberto Spencer, que llevaba de compañero de viaje.

El amable padre sonrió y se puso hablar de otras cosas. Y volviendo a la actual coronación de la Virgen, el Directorio, si no es posible reunir la Convención del partido liberal, debe resolver si los liberales podemos aceptar esas invitaciones o si nos está vedado exteriorizar francamente nuestras creencias.

Aunque tengo para mí que, en esta tierra, los hombres que predican ciertas doctrinas no son sinceros con ellas hasta la hora de la muerte. Liberales hay que gozan con romperles a los infelices el hilo de las creencias que les conservan un girón de esperanza aunque sea en el más allá, y apenas les nace un hijo lo bautizan en sus alcobas. Aquí todo el mundo oye misa, paga los diezmos y primicias, cumple tarde o temprano con la iglesia, habla contra los curas y lee libros prohibidos.

Desde que tengo uso de razón he presenciado la agonía de muchos hombres de ideas avanzadas, y no he visto morir más que uno con la misma entereza con que vivió.

Su cadáver fue sepultado en Zipaquirá, y en los momentos de mayor tortura, no aceptó que se le hablase de religión ni se le diesen consuelo para el más allá. Sin embargo, a su entierro no asistieron sino tres liberales.

De resto, los librepensadores que me tachaban mi modo de ser cuando me veían al cuello un escapulario tan grande como un candado, a la hora de verse con 39 grados de fiebre mandaban que les hiciesen lo que la iglesia tuviese a bien, y como decía una señora, morían como viejas agobiadas por los auxilios espirituales y colgados de todos los santos.

La Virgen ha sido buena con nosotros. El general Pedro Soler Martínez decía que su vida, arriesgada siempre con tanto denuedo, se la debía a ella.
Un día, en Cajicá, me refería un amigo, cayó un rayo, le fundió todo lo que tenía de metal en el cuerpo y no sintió la más leve impresión porque estaba implorando su auxilio.

La Convención, que creyó prudente dejarles a los porteros liberales sus prebendas, y a ciertos empleados, gorgojos que rumian calladamente su inconsecuencia, debiera decir:

Los liberales doctrinarios, radicales y socialista, pueden aceptar invitaciones a la coronación de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

Y en esto no obraría mal, porque es necesario que sepa que en Colombia también hay santos liberales.

Ahí está San Cayetano lindo de La Palma, como dicen las bellísimas ocañeras. De los mártires del liberalismo colombiano tal vez ninguno ha sufrido como San Cayetano.

En 1900 los conservadores lo arrancaron de su camarín, y en una noche inolvidable para sus fieles, se le trató de trasladar a Ocaña. A la mitad del camino, empezaron a caer rayos y centellas a oscurecerse en esa dirección de tal manera que los conductores desistieron de su empeño sacrílego y se devolvieron observando aterrados que al regreso el camino estaba perfectamente seco y tan claro como si hubiese luna. Le habían puesto un vestido azul, y cuando lo colocaron en el lugar apacible, vieron con estupor que sus vestidos tenían el sublime color rojo con que siempre ha permanecido en las horas prósperas y en las horas adversas del partido liberal.

San Cayetano lindo de La Palma, como Nuestra Señora de Chiquinquirá, nos han sido siempre leales y propicios hasta en nuestras mayores desventuras.

¿Por qué ahora que se le corona como Reina del cielo y de la tierra, no hemos de asistir sin temor alguno a tributarle las alabanzas que merece? Seamos sinceros y exterioricemos nuestros sentimientos sin miedo al ridículo. No digamos una cosa y hagamos otra.

Recuerdo que viajando un día por el monte de El Moro, en dirección a Chiquinquirá, un amigo muy liberal y ateo nos iba diciendo lo que deberíamos hacer si triunfábamos en la guerra. Yo me escandalizaba de la expatriación del señor Arzobispo, a quien respeto en tan alto grado, de la del doctor Carrasquilla, tan sabio y elocuente, del remate de las iglesias y de los conventos, como decía nuestro copartidario.

De repente se le fue la mula por un precipicio y empezó a gritar:

-¡Virgen de Chiquinquirá:..
¡San Roque bendito! ... ¡San! ...
Cuando lo sacamos con todo y animal, uno de los compañeros le dijo:

 -Usted, que no cree en nada, ¿cómo llamó en un momento a todos
los santos?

-¡Ah!, contestó, limpiándose el barro; porque uno con un susto dice
barbaridades. Y siguió diciéndonos lo que debíamos hacer cuando fuéramos Gobierno.

Tomado del periódico Libertad y Orden. Manizales Caldas, 28 de junio de 1919.


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