Joaquín Quijano Mantilla.
El Epiro, día de san
Pascual Bailón y de san Bruno de 1919.
Hace días vengo recibiendo cartas de mis amigos del río Suta para allá,
invitándome a la coronación de la Virgen.
Una de ellas dice: ‘usted le debe muchos milagros y tiene obligación de
exteriorizar su agradecimiento’.
Y es verdad. Yo no le pido a la Virgen de Chiquinquirá todos los días;
apenas voy a ella en demanda de amparo, cuando mis fuerzas flaquean, cuando mis
ojos no encuentran un punto a donde tender mis manos, y cuando mi voluntad se
paraliza ante algún designio de los hados.
Entonces le pido, y ella me concede lo que imploro de su divina gracia.
Recuerdo que en la pelea de Gramalote le ofrecí, si triunfaba la revolución, ir
a visitarla después de la guerra, a pie, desde el lugar donde residiera, y en
1904 fui desde Bogotá y no me atreví a confesarme por no decirles a los padrecitos
dominicanos los motivos de la promesa. Más tarde le ofrecí una misa cantada;
porque el señor Suárez no les hiciera nada a los de Sopó cuando fuera
presidente y también me lo ha concedido.
La Virgen de Chiquinquirá goza de la confianza de los colombianos.
En Venezuela se le venera con tanto fervor, que todas las· embarcaciones
del lago de Maracaibo, y las de los ríos Catatumbo y Escalante, tiene la imagen
entronizada en la parte principal, y ningún patrón de piragua se arriesgaría a
izar velas no llevándolas a bordo.
Su fiesta en Maracaibo es lo más imponente que puede verse. Imagínese el
lector mil naves empavesadas con banderas y gallardetes de todos los colores,
los marineros vestidos de gala, en alta noche, bajo un cielo tachonado de
estrellas y desfilando por frente a las embarcaciones, la imagen de la Virgen,
que es su amparo en las noches de tormenta y su guía en los días de
peregrinación a lo largo de las costas.
Un día le referí al reverendo padre Vargas una festividad de aquellas y lo
hice llorar.
- Por qué no escribe usted eso y los publicamos en La Sociedad.
-Porque soy radical y tal vez no me lo reciban, le contesté, escondiendo un libro de Heriberto Spencer, que llevaba de compañero de viaje.
El amable padre sonrió y se puso hablar de otras cosas. Y volviendo a la
actual coronación de la Virgen, el Directorio, si no es posible reunir la
Convención del partido liberal, debe resolver si los liberales podemos aceptar
esas invitaciones o si nos está vedado exteriorizar francamente nuestras
creencias.
Aunque tengo para mí que, en esta tierra, los hombres que predican ciertas
doctrinas no son sinceros con ellas hasta la hora de la muerte. Liberales hay
que gozan con romperles a los infelices el hilo de las creencias que les
conservan un girón de esperanza aunque sea en el más allá, y apenas les nace un
hijo lo bautizan en sus alcobas. Aquí todo el mundo oye misa, paga los diezmos
y primicias, cumple tarde o temprano con la iglesia, habla contra los curas y
lee libros prohibidos.
Desde que tengo uso de razón he presenciado la agonía de muchos hombres de
ideas avanzadas, y no he visto morir más que uno con la misma entereza con que
vivió.
Su cadáver fue sepultado en Zipaquirá, y en los momentos de mayor tortura,
no aceptó que se le hablase de religión ni se le diesen consuelo para el más
allá. Sin embargo, a su entierro no asistieron sino tres liberales.
De resto, los librepensadores que me tachaban mi modo de ser cuando me
veían al cuello un escapulario tan grande como un candado, a la hora de verse
con 39 grados de fiebre mandaban que les hiciesen lo que la iglesia tuviese a
bien, y como decía una señora, morían como viejas agobiadas por los auxilios
espirituales y colgados de todos los santos.
La Virgen ha sido buena con nosotros. El general Pedro Soler Martínez decía
que su vida, arriesgada siempre con tanto denuedo, se la debía a ella.
Un día, en Cajicá, me refería un amigo, cayó un rayo, le fundió todo lo que
tenía de metal en el cuerpo y no sintió la más leve impresión porque estaba
implorando su auxilio.
La Convención, que creyó prudente dejarles a los porteros liberales sus
prebendas, y a ciertos empleados, gorgojos que rumian calladamente su
inconsecuencia, debiera decir:
Los liberales doctrinarios, radicales y socialista, pueden aceptar
invitaciones a la coronación de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Y en esto no obraría mal, porque es necesario que sepa que en Colombia
también hay santos liberales.
Ahí está San Cayetano lindo de La Palma, como dicen las bellísimas
ocañeras. De los mártires del liberalismo colombiano tal vez ninguno ha sufrido
como San Cayetano.
En 1900 los conservadores lo arrancaron de su camarín, y en una noche
inolvidable para sus fieles, se le trató de trasladar a Ocaña. A la mitad del
camino, empezaron a caer rayos y centellas a oscurecerse en esa dirección de
tal manera que los conductores desistieron de su empeño sacrílego y se
devolvieron observando aterrados que al regreso el camino estaba perfectamente
seco y tan claro como si hubiese luna. Le habían puesto un vestido azul, y
cuando lo colocaron en el lugar apacible, vieron con estupor que sus vestidos
tenían el sublime color rojo con que siempre ha permanecido en las horas
prósperas y en las horas adversas del partido liberal.
San Cayetano lindo de La Palma, como Nuestra Señora de Chiquinquirá, nos
han sido siempre leales y propicios hasta en nuestras mayores desventuras.
¿Por qué ahora que se le corona como Reina del cielo y de la tierra, no
hemos de asistir sin temor alguno a tributarle las alabanzas que merece? Seamos
sinceros y exterioricemos nuestros sentimientos sin miedo al ridículo. No
digamos una cosa y hagamos otra.
Recuerdo que viajando un día por el monte de El Moro, en dirección a Chiquinquirá,
un amigo muy liberal y ateo nos iba diciendo lo que deberíamos hacer si
triunfábamos en la guerra. Yo me escandalizaba de la expatriación del señor
Arzobispo, a quien respeto en tan alto grado, de la del doctor Carrasquilla,
tan sabio y elocuente, del remate de las iglesias y de los conventos, como decía
nuestro copartidario.
De repente se le fue la mula por un precipicio y empezó a gritar:
-¡Virgen de Chiquinquirá:..
¡San Roque bendito! ... ¡San! ...
Cuando lo sacamos con todo y animal, uno de los compañeros le dijo:
-Usted, que no cree en nada, ¿cómo
llamó en un momento a todos
los santos?
-¡Ah!, contestó, limpiándose el barro; porque uno con un susto dice
barbaridades. Y siguió diciéndonos lo que debíamos hacer cuando fuéramos
Gobierno.
Tomado del periódico Libertad y Orden. Manizales Caldas, 28
de junio de 1919.
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