Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Si hay en Cristo una nueva creatura, vosotros sois
renovados” (2 Co 5, 17)
El milagro en la tela desteñida de la
capilla sin puerta de la encomienda de Catalina García fue plasmado por la
gracia santificante del Espíritu Santo para recordar las enseñanzas de Jesús de
Nazaret a través de la conversión del pueblo muisca y sus catequistas.
La señal de aquel acontecimiento, la
iluminación, se concibe hoy con una documentación
histórica que acede al conocimiento del secreto para la salvación de las almas.
Los trazos revitalizados, con lumen
Dei, sobre un manta de algodón maltrecho han sido el testimonio heredado a las
preces de los gentíos capaces de viajes asombrosos y promesas cumplidas,
durante 435 años. La acción fundamental del prodigio basta para estudiar el restablecimiento
de la Palabra en las tierras de Chiminigagua.
¿Renovar el Evangelio en los dominios
de una cultura precolombina? Es la pregunta que abre las puertas a la tarea de
descifrar el primer signo del fenómeno chiquinquireño.
La respuesta trae la afirmación de
un sí con mayúscula. El Verbo plantó unas semillas que presidieron a los
clérigos y a los estandartes de Aragón y Castilla, enviados por los Reyes
Católicos a las dehesas del cacicazgo de Susa. Ese planteamiento,
revolucionario y contundente, es tarea intelectual de un jesuita italiano, cuyo
apellido fue castellanizado. Él pasó de llamarse Antonio Julia a Julián. Vino
al mundo en Camprodón (Provincia de Gerona), el 3 de mayo de 1722. Hombre de
carácter académico escribió en las páginas del ilustrado, político y contradictorio
siglo XVIII.
Por orden del rey Femando VI, y no
de la Compañía de Jesús, desembarcó en la bahía de Cartagena de Indias en 1749.
Allí por una contraorden de la curia quedó bajo la tutoría del recién
posesionado obispo de Santa Marta, José Javier de Arauz. El prelado lo envió a
misionar entre las tribus de La Guajira, lejos de sus compañeros que viajaron
para las tupidas selvas del Darién, ellos sí acatando la voluntad del monarca
español.
Tiempo después, Julián el aventurero,
siguió con monseñor para Santafé de Bogotá donde Arauz se posesionó como
arzobispo (1754) y el sacerdote se encargó de dictar la catedra de teología
dogmática en la Pontificia Universidad Javeriana. El docente laboró sin tregua
hasta la expulsión de su comunidad de los feudos de don Carlos III, en 1767. (San
Carlos, lo llamaron los liberales decimonónicos).
El docto presbítero, Julián, redactó
un libro curioso, fascinante, y poco leído en la posmodernidad. Se trata de Trasformazione de llAmerica cuyo subtítulo lo volvió famoso: Monarquía del diablo en la
gentilidad del Nuevo Mundo americano. Ver la edición del Instituto Caro Cuervo, 1994.
El texto guarda la explicación a un arcano
del lienzo. La restauración de esa pintura es el llamado a la reactivación de la
fe cristiana, catedra dictada 1.500 años antes de aquella octava de Navidad de
1586. “Una vez salió un sembrador
a sembrar”. (Mt 13, 3).
El padre Julián redactó el capítulo
titulado: “Disertación crítica expositiva sobre la primera epístola del apóstol
s. Pedro que descubre haber Cristo visitado y predicado por sí mismo a las gentes
americanas antes de su admirable ascensión al cielo”.
“Descubierto el Nuevo Mundo
Americano, se descubren muchas verdades (y con el tiempo se descubrirán muchas
más) escondidas en la Divina Escritura, y hasta ahora ignoradas. Una de ellas
es la que ya propongo; y para no tener más suspenso al lector digo francamente
y con fundamento sólido, que Cristo Nuestro Señor en los cuarenta días
intermedios de su Santa Resurrección y admirable Ascensión al cielo visitó y
predicó a las gentes de la América, y les dio y dejó noticia de los divinos
misterios y verdades católicas en que las hallaron imbuídas los españoles conquistadores
y ministros evangélicos. El fundamento lo tomo de la tradición y monumentos
conservados entre los americanos. La prueba mayor de la apostólica autoridad de san
Pedro en su primera epístola. La tradición descubrirá la cabal y legítima inteligencia
del texto del Santo Apóstol y este comprobará las memorias y vestigios de tan
admirable predicación. Oigamos primero al Príncipe de los Apóstoles en los tres
versos de su primera epístola al capítulo tercero. (Pág. 188).
Páginas más adelante ratificó sus
ideas:
“…Fueron incrédulos. Y esta tierra y
esta región digo que es la América, en la cual tanta gente bárbara estaba como
en cárcel de tinieblas de la ignorancia, e infidelidad escondida y cerrada por
todas partes del mar océano en la cual se fabricó el Arca, en la cual vivió Noé
y todos los antediluvianos y en la cual por fin estuvo el paraíso terrenal de
donde fue arrojado Adán con Eva a las vecinas regiones, en las cuales sus
descendientes también pasaron su vida hasta el diluvio.
Esta es mi exposición, que presento
a la imparcial censura de los eruditos y vengo a satisfacer a las dos mayores o
únicas dificultades, que pueden ofrecerse y después a comprobar mi inteligencia
del texto legítima con monumentos de la historia americana y otros testimonios.
(Pág. 196).
El cura Julián debió encontrar
fascinante el antiguo culto prehispánico de veneración a Nuestra Señora en las
tribus güicanes de Boyacá y a la Virgen de los Remedios en la Provincia de
Popayán. Esta última es muy querida por los nativos de la vereda el Danubio, corregimiento
el Queremal del municipio de Dagua, Valle del Cauca. El filial afecto a María,
la Madre del Salvador, era vivencia de los aborígenes sin contar con las
advocaciones del Virreinato del Perú que pertenecían a la tradición religiosa
vernácula antes del almirante Colón.
También vale recordar que el metropolitano,
José Javier de Arauz, organizó desfile administrativo y de colonial romería al célebre
templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, corría el año de 1755.
Seguramente
monseñor invitó al hijo de san Ignacio a la peregrinación porque ambos quedaron
gratamente impresionados por la realidad misericordiosa de la Villa de los Milagros.
El impacto de los favores
recibidos por los promeseros fue tan alto en los sentidos del mitrado que se le
antojó la idea de secularizar la parroquia en contra del sentido común de la
real legislación que entregó ese santuario a los frailes dominicos. El jesuita,
que no era dado a la administración de los bienes ajenos, destacó en sus
observaciones la benignidad de la taumatúrgica Virgen Morena en su obra citada,
página 170.
Los tonsurados reseñaron
en sus consciencias que la maravilla de la pintura restaurada era una constante
invitación a la cristianización por medio de los sacramentos, especialmente por
la reconciliación. Allí el alma rota, sucia y alejada de su Creador por el
pecado recupera su esplendor con la bendición del perdón. El confesionario, principio
de un camino de santidad.
En conclusión, el
resplandor renovador del cuadro se adelantó, por cuatro siglos, al discurso sobre
nueva predicación de su santidad Juan Pablo II:
“La conmemoración del medio milenio
de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro
como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de
re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en
sus métodos, en su expresión”. (Cf. Viaje
apostólico a América Central. Discurso del santo padre Juan Pablo II a la
Asamblea del Celam. Port-au-Prince (Haití). Miércoles 9 de marzo de 1983.
María primera evangelizadora de nuestro pueblo, a través de su imagen renovada en Chiquinquirá.
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