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Foto Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por San Gregorio Palamás.
Si un árbol es conocido por su fruto, y un buen árbol da buenos frutos (Matero 7:17; Lucas 6:44), entonces ¿no es acaso la Madre de la Bondad misma, aquella que dio a luz a la Belleza Eterna, incomparablemente más excelente que cualquier bien, tanto en este mundo como en el mundo arriba? Por consiguiente, la coeterna e idéntica imagen de la bondad, el pre-eterno, que trasciende todo ser, Aquel que es el preexistente y buen Verbo del Padre, movido por su inefable amor por la humanidad y compasión por nos nosotros, se vistió de nuestra imagen, para reclamar para sí mismo nuestra naturaleza que había sido arrastrada al Hades, renovando así esta naturaleza corrupta y levantarla a las alturas del Cielo. Para este propósito, Él tuvo que asumir una carne que era tanto nueva como nuestra, para así restituirnos desde nosotros mismos. Ahora Él encuentra una Sierva perfectamente apropiada para sus necesidades, la proveedora de su inmaculada naturaleza, la Siempre Virgen a la que ahora cantamos, y cuya milagrosa Entrada en el Templo, dentro del Santo de los Santos, ahora celebramos. Dios la predestinó a ella desde antes de los siglos para la salvación y el rescate de nuestro género. Ella fue elegida, no de cualquier multitud, sino de entre las jerarquías de aquellos elegidos a través de los siglos, renombrados por su piedad y entendimiento, y por sus palabras y obras que complacieron a Dios.
En el principio, hubo uno que se levantó en contra de nosotros: el autor del mal, la serpiente, la cual nos arrastró al abismo. Muchas razones lo incitaron a levantarse en contra nuestra, y de muchas formas él esclavizó nuestra naturaleza: envidia, rivalidad, odio, injusticia, tracción, malicia, etc. En adición a todo esto, él también tiene dentro de sí el poder de traer la muerte, la cual el mismo engendró, al ser el primero que cayó de la verdadera vida.
El autor del mal estaba celoso de Adán, cuando lo vio llevado de la tierra al Cielo, del cual él había sido desterrado justamente. Lleno de envidia, atacó a Adán con terrible ferocidad, e incluso deseaba vestirle con el manto de muerte. La envidia no solamente engendra odio, sino también asesinato, el cual está serpiente aborrecedora del hombre hizo acaecer en nosotros. Pues él quería ser amo de los terrenales para la ruina de aquello que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Ya que no era lo suficientemente audaz para atacar cara a cara, el recurrió a la artimaña y el engaño. Este verdaderamente terrible y malicioso conspirador pretendió ser un amigo y consejero útil al asumir la forma física de una serpiente, y furtivamente tomó su posición. Con su consejo en contra de Dios, el infundió en el hombre su poder mortal, como veneno ponzoñoso.
Si Adán hubiese sido lo suficientemente fuerte para mantener el mandamiento divino, entonces se hubiera manifestado como vencedor de su enemigo, y hubiera soportado el ataque mortal. Pero ya que voluntariamente cedió al pecado, fue derrotado y fue hecho pecador. Siendo él la raíz de nuestra estirpe, nos ha producido como retoños poseedores de la muerte. Por eso, era necesario para nosotros, si él iba a pelear en contra de su derrota y clamar victoria, librarse a sí mismo del veneno mortal en su alma y cuerpo, y absorber vida, la vida eterna e indestructible.
Era necesario para nosotros el tener una nueva raíz para nuestro género, un nuevo Adán, y no solo uno que fuese sin pecado e invencible, sino uno que también fuese capaz de perdonar los pecados y liberar del castigo a aquellos sujetos a él. Y que no solo tuviese vida en sí mismo, sino también la capacidad de restaurar la vida, para así otorgar tanto vida como perdón de los pecados a aquellos que se adhirieran a Él y están relacionados con Él a través del linaje, restaurando a la vida no solo a aquellos que viniesen después de Él, sino a también a todos los que ya habían muerto antes que Él. Es por eso, que San Pablo, aquel magnifico clarín del Espíritu Santo, exclama, “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante." (1 Corintios 15:45).
Excepto por Dios, no hay nadie que sea exento de pecado, o vivificador, o capaz de perdonar pecados. Por tanto, el nuevo Adán no debe ser solamente Hombre, sino también Dios. Él es al mismo tiempo: vida, sabiduría, verdad, amor, y misericordia, y cualquier otra cosa buena, para así poder renovar al antiguo Adán y restaurarle a la vida a través de la misericordia, sabiduría y justicia. Estas cosas son totalmente opuestas a aquellas que el autor del mal usó para darnos envejecimiento y muerte.
Así como el asesino de la humanidad se levantó en contra de nosotros con envidia y odio, así mismo la Fuente de la vida fue levantada (sobre la Cruz) debido a su inmensurable bondad y amor por la humanidad. Él deseaba vehementemente la salvación de su creatura, es decir, que su creatura fuera restaurada por Él mismo. En contraste con esto, el autor del mal quería llevar a la ruina a la Creatura de Dios, y entonces poner a la humanidad bajo su poder, y afligirnos tiránicamente. Y así como él logró vencer y hacer caer a la humanidad por medio de la injusticia y la artimaña, con el engaño y la traición, así mismo el Libertador a través de la verdad, justicia y sabiduría causó la derrota del autor del mal, y la restauración de su creatura.
Fue una obra de justicia perfecta que nuestra naturaleza, la cual voluntariamente fue esclavizada y abatida, entrara nuevamente en la batalla por la victoria y deshacerse voluntariamente de la esclavización. Es por eso, que Dios se dignó a recibir de nosotros nuestra naturaleza, uniéndose hipostáticamente a ella de una forma maravillosa. Pero era imposible el unir esa Naturaleza Altísima, cuya pureza es incomprensible para la razón humana, a una naturaleza pecadora antes de que fuese purificada. Por lo tanto, para la concepción y nacimiento del Dador de pureza, era requerido una perfectamente inmaculada y Purísima Virgen.
Hoy celebramos la memoria de aquellas cosas que contribuyeron, aunque sea una vez, a la Encarnación. Aquel que por naturaleza es Dios, igualmente sin origen y coeterno Verbo e Hijo del Padre Trascendental, se hace Hijo del Hombre, el Hijo de la Siempre Virgen. “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8), inmutable en su divinidad e inmaculado en su humanidad, solo Él, como el Profeta Elías presagió, “nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.” (Isaías 532:9). Solo Él no nació en iniquidad, ni fue concebido en pecado, en contraste con lo que el profeta David dice de sí mismo y todo otro hombre (Salmo 50/51:5). Incluso en aquello que asume, Él es perfectamente puro y no tiene necesidad de purificarse a sí mismo. Pero por causa nuestra, Él aceptó purificación, sufrimiento, muerte y resurrección, para poder transmitir esto a nosotros.
Cristo nace de la inmaculada y Santa Virgen, o mejor dicho, de la Purísima y Santísima Virgen. Ella está sobre toda mancha carnal, e incluso sobre todo pensamiento impuro. Su concepción no fue resultado de la concupiscencia carnal, sino por el cubrimiento del Espíritu Santo. Este deseo siendo totalmente ajeno a ella, es a través de la oración y la presteza espiritual que ella declaró al ángel: “He aquí la sierva del Señor; hágase a mí conforme a tu palabra.” (Lucas 1:38), y concibió y dio a luz. Por lo tanto, con el fin de que la Virgen fuera digna de este sublime propósito, Dios marcó a esta Hija siempre virgen ahora alabada por nosotros, desde antes de los siglos, y de la eternidad, eligiéndola de entre sus elegidos.
Pongan entonces toda vuestra atención, en donde comenzó esta elección. De los hijos de Adán, Dios eligió al maravilloso Set, quien se mostró como un cielo viviente a través de su comportamiento, y la belleza de sus virtudes. Esa la razón por la cual fue elegido, y de quien la Virgen florecería como la carroza divinamente apropiada de Dios. Ella era necesaria para dar a luz y reunir a los terrestres a la filiación celestial. Por esta razón también todo el linaje de Set fueron llamados “hijos de Dios,” porque de este linaje un hijo del hombre habría de nacer Hijo de Dios. El nombre Set significa levantamiento o resurrección, o más específicamente, significa el Señor, quien promete y da vida inmortal a todos los que creen en Él.
¡Qué tan precisamente exacto es este paralelismo! Set nació de Eva, tal y como ella lo dijo, en lugar de Abel, a quien Caín había matado por sus celos (Génesis 4:25); y Cristo, el Hijo de la Virgen, nació para nosotros en lugar de Adán, a quien el autor del mal también mató por sus celos. Pero Set no resucitó a Abel, ya que tan solo era una figura de la resurrección. Mas nuestro Señor Jesucristo resucitó a Adán, ya que Él es la Vida misma y la Resurrección de los terrenales, por quien a los descendiente de Set les es concedida adopción divina a través de la esperanza, y son llamados hijos de Dios. Fue debido a esta esperanza que ellos fueron llamados hijos de Dios, como es evidente en el primero que fue llamado así, fue el sucesor elegido. Este fue Enós, el hijo de Set, quien tal y como Moisés escribió, comenzó a invocar el Nombre del Señor (Génesis 4:26).
De esta manera, la elección dela futura Madre de Dios, comenzó con los mismísimos hijos de Adán y procedió a través de todas las generaciones del tiempo, por Divina Providencia pasó al Profeta Rey David y a los sucesores de su reino y linaje. Cuando llegó el tiempo elegido, entonces de la casa y posteridad de David, Joaquín y Ana fueron elegidos por Dios. Aunque no tenían hijos, debido a su vida virtuosa y buena disposición, eran los mejores de entre todos los descendientes del linaje de David. Y cuando orando buscaron a Dios para que los librase de su infecundidad, le prometieron a Dios dedicar a su hija desde su infancia. Por Dios mismo, la Madre de Dios fue proclamada y dada a ellos como hija, para que de tan virtuosos padres fuera criada la virtuosísima niña. De esta manera, la castidad unida con la oración dio fruto al producir la Madre de la virginidad, que dio a luz en la carne a Aquel que nació de Dios Padre antes de todos los siglos.
Ahora bien, cuando los justos Joaquín y Ana vieron que se les había concedido su deseo, y que la promesa divina se había realizado, entonces ellos por su parte, como verdaderos amantes de Dios, se apresuraron a cumplir el voto que habían ofrecido a Dios tan pronto como la infante dejo de amamantarse. Y ahora llevan a la que es verdaderamente santificada hija de Dios, la Madre de Dios, la Virgen al Templo. Siendo colmada con dones Divinos incluso a tan temprana edad,… Ella determinó, y no otros, lo que le habría de ocurrir. A su manera Ella mostró que más que ser presentada, fue Ella misma la que entró en el servicio de Dios por su propia voluntad, como si tuviese alas, esforzándose en llegar a este amor sagrado y divino. Ella consideró deseable y adecuado el entrar en el Templo y habitar en el Lugar Santísimo.
Por eso, el Sumo Sacerdote, al ver a esta niña que tiene más gracia divina que nadie más, desea establecerla en el Lugar Santísimo. Él convenció a todos los presentes para que aceptaran esto, ya que Dios lo había causado y aprobado. A través de su ángel, Dios asistió a la Virgen y le envió su alimento místico, con el cual ella fue fortalecida en naturaleza, mientras corporalmente alcanzó la madurez y fue hecha más pura y más exaltado que los ángeles, al tener a los espíritus celestiales como sus siervos. No fue llevada al Lugar Santísimo tan solo una vez, sino que fue aceptada por Dios para morar allí con Él durante su juventud, para que a través de ella, se abrieran los Aposentos Celestiales y fueran moradas eternas para aquellos que creyeran en su milagroso alumbramiento.
Así es, y es por eso que ella, desde el comienzo del tiempo, fue elegida de entre los elegidos. Ella quien se ha manifestado como la Santa de los Santos, quien tiene un cuerpo incluso más puro que los espíritus purificados por la virtud, es capaz de recibir… al Hipostático Verbo del Padre sin origen. En este día la Siempre Virgen María, como Tesoro de Dios, es colocada en el Lugar Santísimo, para que en el tiempo adecuado, (como pasaría después) Ella sirviera para el enriquecimiento, y la ornamentación, de todo el mundo. Por lo tanto, Cristo Dios también ha glorificado a su Madre, tanto antes, como después de su nacimiento.
Nosotros que entendemos que la salvación comenzó por causa nuestra a través de la Santísima Virgen, le damos gracias y la alabamos según nuestra capacidad. Y verdaderamente, si la mujer agradecida (de quien nos habla el Evangelio), después de escuchar las palabras salvíficas del Señor, bendijo y agradeció a su Madre, levantando su voz sobre estruendo de la multitud y diciendo a Cristo, “Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que te amamantaron” (Lucas 11:27), entonces nosotros quienes tenemos las palabras de vida eterna escritas para nosotros, y no solo las palabras, sino también los milagros y la Pasión, y el levantamiento de nuestra naturaleza desde la muerte, y su ascenso de la tierra al Cielo, y la promesa de vida inmortal e infalible salvación, entonces ¿cómo no hemos de cantar y bendecir a la Madre del Autor de nuestra Salvación y el Dador de Vida, celebrando su concepción y nacimiento, y ahora su Entrada en el Santo de los Santos?
Ahora hermanos, escapemos de las cosas terrenales y vayamos a las celestiales. Cambiemos la senda de la carne por la senda del espíritu. Cambiemos nuestro deseo de cosas temporales por el deseo de aquellas que perduran. Despreciemos los deleites carnales, que sirven como encantos para el alma y que pronto se desvanecen. Deseemos los dones espirituales, los cuales permanecen sin disminuir. Alejemos nuestra razón y nuestra atención de los afanes mundanos y levantémoslos a los lugares inaccesibles del Cielo, al Santo de los Santos, en donde ahora mora la Madre de Dios.
Por la tanto, de la misma manera nuestros cánticos y oraciones a ella obtendrán entrada, y entonces por su mediación, seremos herederos de venideras bendiciones eternas, por la gracia y amor a los hombres de Aquel que nació de ella por causa nuestra, nuestro Señor Jesucristo, a quien le rendimos gloria, honor y adoración, junto con su Padre sin principio y su Espíritu Coeterno y Vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.