Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz”. (Is 9,2)
La Villa de los Milagros recibió a los
promeseros que celebraron los 438 años de la prodigiosa renovación de una
pintura de la Virgen del Rosario. El misterio y las pervivencias permanecieron
vigentes en el corazón de una patria mártir.
Los viajeros, aferrados a la fatiga y a la camándula,
llegaron al santuario para suplicar una gracia especial contra la heterodoxia
reinante en un país donde el error es un derecho inalienable.
Líbranos Señora, Madre de Dios, de la imposición
de la opinión como criterio equivocado de la ignorancia absurda porque ella
negocia el Evangelio en los escenarios sociales del ecumenismo, sin verdad ni
misericordia.
Contra esa moda imperativa de la autoridad dictatorial,
eclesial o civil, un pueblo creyente se levantó de madrugada a recorrer las
trochas de la fe.
Allí frente a María Santísima, el Tabernáculo
del Altísimo, las muchedumbres nacionales y foráneas se inclinaron reverentes
para rendir un homenaje de vasallaje ante la Patrona.
Las almas angustiadas por el pecado disfrazado
de virtuosismo modernista encontraron en la sala de la reconciliación la
absolución, sacramento de la penitencia. En Chiquinquirá, la Capital Religiosa de
Colombia, cesan los conflictos ideológicos, colonia del sofisma, estigma que
confunde el bien obrar. En la patria chica de María de Chiquinquirá el Espíritu
Santo escribe con fuego la palabra Renovación.
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