Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Porque
tú eres mi lámpara, oh Señor; el Señor alumbra mis tinieblas”. (2 Sam 22, 29).
Zipaquirá, la ciudad de las huellas de sal,
tiene en sus rincones coloniales a decenas de vendedores voceando la promoción
de velas de colores.
El paquete, de nueve unidades de la Fabrica
Imperial, cuesta 2000 pesos y bajará de precio por la necesidad de la
tradición. Tenderos y feriantes aprovecharon el Evangelio para cautivar
clientes en la temporada decembrina. La ocasión oferta las banderas plasmadas
con imágenes de la Virgen. Estas se colocarán en puertas y ventanas de millones
de hogares nacionales sin importar la guerra, como la de 1854, que los persigue
con su trajín de macabro acoso.
La razón del acontecimiento lumínico tiene un
peso histórico para las familias porque se aproxima la fiesta de las luces, la
noche de las velitas. En el noctámbulo siete de diciembre, vísperas del
aniversario de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción, Colombia
se engalana con las candelas sin mancha, herencia de sus mayores.
La primicia inmaculista, que sacudió feliz a
la devoción de los abuelos, quedó consignada en el Diario político y militar
de don José Manuel Restrepo, 20 de febrero de 1855.
“…Llegó hoy el correo de Europa con la noticia de que el
Papa declaró en 8 de diciembre último ante una reunión de 51 cardenales, 37
arzobispos y 57 obispos convocados en Roma de varias partes del mundo, ‘que es
un dogma de fe su concepción, por privilegio y gracia especial de Dios, en
virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada
y exenta de toda mancha de pecado original’. El Papa hizo esta declaratoria con
mucha pompa y solemnidad. Un repique general de campanas anunció en Bogotá a
los devotos de la Concepción de María, tan piadosas nuevas, que serán
celebradas en las iglesias de la Nueva Granada; todas son católicas, y hasta
ahora no se ha erigido templo ni capilla alguna de otra religión que la
católica romana...” (Cf. Tomo IV 1849-1858.
Imprenta Nacional. Bogotá, 1954. Pág. 544). Son 169 años de una alegría mariana. El regocijo
enciende la oración junto al pesebre para abrigar el corazón de la esperanza.
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