viernes, 15 de agosto de 2025

La Asunción de María y la Gloria de los Santos a la luz de las Escrituras. Una hipótesis bíblica y ecuménica*


 

 

Gregorianum 106, 2 (2025) 257-286

TRADUCCIÓN del texto original en italiano, publicado en Gregorianum.




Carlos Lorenzo Rossetti

 

 

 

 


 

Para ella no hay muerte, sino vida eterna. Porque la muerte del justo es alabanza ante Dios, pues es gran glorificación.

(Transitus Mariae, Wilmart, n. 19).

 

«Podemos afirmar juntos la enseñanza de que Dios ha acogido a la Santísima Virgen María en la plenitud de su persona en su gloria como conforme a la Escritura y que, de hecho, solo puede ser comprendida a la luz de la Escritura»

(ARCIC II, María, 58).

 

 

Toda la fe cristiana gira en torno a la fuerza vivificante del amor divino que se manifiesta en la resurrección de Jesús y en la nuestra (cf. 1 Co 15). El Antiguo Testamento, con sus relatos de ascensiones a Dios, tanto de Enoc (cf. Gn 5,24) como de Elías (cf. 2 R 2,11), y el relato apócrifo de la ascensión de Moisés, expresan la nostalgia humana por la otra vida de los amigos de Dios. El mismo Señor, en una de sus últimas palabras polémicas, afirma que nuestro Dios es «Dios de vivos y no de muertos» y esto debería bastar para darnos la certeza de que aquellos con quienes ha hecho una alianza están unidos a él también en el más allá (cf. Mc 12, 26-27 y par.). Este es el lienzo de fondo.

  

*Dedicamos este ensayo como homenaje agradecido al cardenal Camillo Ruini, ex profesor de Escatología, que se dejó interpelar con benevolencia y perspicacia por este escrito.

 

DOI: 10.69080/Gregarianum.106/2.2025.257-286


implícito en toda la escatología católica y, por tanto, también en el dogma definido en 1950 por Pío XII en Munificentissimus Deus1.

Es bien sabido que, desde un punto de vista documental, la fe en la Asunción de María tiene sus raíces en los relatos llamados “apócrifos” de la Dormición de la Virgen (Transitus Mariae, Liber Requiei…) que se remontan a los siglos XIII y XIV. IV y V. En verdad, estos textos quizá sean incorrectamente clasificados como apócrifos y más bien merecerían la denominación de “escritos hagiográficos originales de la Gran Iglesia”2. De hecho, incluso con datos legendarios, transmiten tradiciones judeocristianas muy antiguas y expresiones auténticas del sensus ecclesiae3. Muchos aspectos por ellos descritos han sido también, por así decirlo, “canonizados” por la iconografía clásica. La certeza de la inmediata glorificación de la Virgen fue objeto de una celebración litúrgica y de un extraordinario florecimiento de discursos y homilías, especialmente a partir del siglo III VII y VIII, para luego llegar a la definición dogmática4.

Desde el punto de vista ecuménico, especialmente en lo que respecta a los hermanos reformados, desde los años 50 hasta ahora, la mayor dificultad para recibir el dogma radica en su pobre fundamento bíblico:

 

«Los dogmas marianos, nacidos en el aislamiento confesional y en parte también a partir de él, difícilmente pueden llegar a ser ecuménicos. La palabra bíblica, en cambio, es ecuménica. Es cierto que no lo dice todo pero también es cierto que dice lo esencial. «Es el alma de la teología», afirma muy bien el Concilio. Es también el alma del ecumenismo y de un acercamiento ecuménico a María”.5.

 

La hipótesis que aquí planteamos es que existen precisamente algunas citas bíblicas (no consideradas en el pronunciamiento magisterial) que harían los datos de fe más sólidos desde el punto de vista teológico y, por tanto, más aceptables a nivel político.

 1El texto latino en AAS 42 (1950) 753-773; Citaremos del Magisterio mariano, 370-386 (nn. 392-431). Entre los libros recientes véase A. Ducay, La Asunción; C. Galle, La Asunción; También las Actas de los simposios: La Asunción de María (2001); R. Calì – todos., ed., Maria Assunta; EM Toniolo, ed., Il dogma (especialmente la contribución de S. De Fiores, 11-60); Asunto al cielo.

2SC Mimouni, Les traditionales, 255. Para una rápida visión de conjunto, véase el ensayo de E. Norelli en E. Toniolo, ed., Il dogma, 121-164. Véanse los textos de A. Gila, Los testimonios más antiguos y M. Colavita, ed., Textos apócrifos.

3Ésta es la conclusión de la tesis de M. Olejnik, Gli albori.

4Para los textos de la Tradición nos remitimos a TMPM y TMSM.

5P. Ricca, «Un diálogo», 70. Cf. G. Bruni, Mariología ecuménica, especialmente 522-534 sobre el texto del grupo de Dombes; EM Toniolo, ed., María en diálogo; véase ya P. Duggan, The Assumption dogma, 124; ARCIC, Mary, §§ 2, 46, 58 con discusión Ensayos del Grupo Asesor de Fe y Orden de la Iglesia de Inglaterra (2007).


ecuménico. Nuestro enfoque también nos llevará a profundizar en la llamada "escatología intermedia", especialmente la teología relativa al destino de los santos inmediatamente después de su fallecimiento y, por tanto, a devolver la prerrogativa mariana al seno de la corona sanctorum6.

Tras una mirada a los argumentos bíblicos presentados por el Magisterio (1), indicaremos tres textos que podrían aducirse para apoyar la asunción de María.

(2); Para concluir discutiremos las implicaciones de esta “dilatación” bíblica (3).

 

 I.  Recursos bíblicos del Magisterio sobre la Asunción La fórmula de la constitución Munificentissimus Deus dice así:

«La Virgen Inmaculada, preservada de toda mancha de pecado original, al término de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial y exaltada por el Señor como Reina del universo, para ser más plenamente conforme a su Hijo, Señor de señores, vencedor del pecado y de la muerte»7.

 

Pío XII fundó el dogma en diversos argumentos teológicos, remontándolo sobre todo al hecho de que la glorificación corporal corresponde a la pureza virginal y a la maternidad divina (cf. Juan Damasceno). Entre los datos tradicionales aducidos hay de carácter litúrgico (la solemnización cada vez mayor de la fiesta), pero también de conveniencia (el honor debido a la madre; cf. Francisco de Sales). La participación en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte y la fe constante de la Iglesia son los dos pilares de la definición.

En cuanto a los recursos bíblicos8, entre los más utilizados por los Padres y doctores destacan algunos lugares tipológicos del Antiguo Testamento:

 

– El tema del Arca de la Alianza: «Ven, Señor, a tu reposo; tú y el Arca de tu santificación» (Sal 131,8). El Arca es colocada en el templo como imagen del cuerpo de María, preservado de la corrupción y elevado a la gloria celestial.

 6Hay algunas analogías con nuestra propuesta ya en O. Karrer, «Das Neue Dogma»; D. Flanagan, «Escatología»; JM Hernández Martínez, «La asunción»; A. Danczak, La pregunta; G. Greshake, Maria-Ecclesia, especies 300-305.

7DS 3903; tomado del Concilio en Lumen gentium 59 y del Catecismo de la Iglesia Católica [= CIC] en el n. 966.

8Cf ya A. Bea, «La Sagrada Escritura».


   La Reina y Esposa, coheredera de la gloria de Cristo: la primera cantada en el Salmo 44/45, 10.14-16, sentada a la derecha del Redentor; el segundo celebrado en el Cantar de los Cantares como aquel «que sube del desierto, como una columna de humo perfumada con mirra e incienso» (Cantar de los Cantares 3:6; 4:8; 6:9).

  Jerusalén visitada y glorificada por Dios según el versículo de Isaías

«Glorificaré el lugar donde reposan mis pies» (Is 60,13ss; cf. Antonio de Padua).

 

Del Nuevo Testamento es decisivo el saludo angélico de Lucas 1,28: «Salve, llena de gracia...», y luego Ap 12,1ss: la «Mujer vestida de sol».

El topos bíblico de María como «Nueva Eva» – decisivo desde la primera teología patrística (Justino, Ireneo…) y luego ampliamente retomado también por san John Henry Newman y por Lumen Gentium – está fuertemente subrayado:

 

«Pero de modo particular hay que recordar que, desde el siglo II, la Virgen María es presentada por los Santos Padres como la nueva Eva, estrechamente unida al nuevo Adán, aunque sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal, que, como fue predicho por el protoevangelio [Gén 3, 15], terminaría con la victoria completa sobre el pecado y la muerte, siempre unidos entre sí en los escritos del Apóstol de las Gentes. Por tanto, como la resurrección gloriosa de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la lucha que tenía en común con su Hijo debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal: porque, como dice el mismo Apóstol, «cuando... este cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada por la victoria» [cf. Romanos 5 y 6; 1Co 15, 21-26. 54-57)» (Mun. D., n. 427).

 

Esta “cristología adamita” fuertemente paulina, pero no sin paralelos joánicos (cf. Jn 19), constituye el trasfondo bíblico de la definición.

Íntimamente relacionados, los dos dogmas marianos (la Inmaculada Concepción y la Asunción) tienen su raíz en la unión de María con Cristo: «la perfecta inocencia de su alma, libre de toda mancha, corresponde de manera adecuada y admirable a la amplísima glorificación de su cuerpo virginal; y ella, así como estuvo unida a su Hijo unigénito en la lucha contra la serpiente infernal, así junto con él participó en el glorioso triunfo sobre el pecado y sus tristes consecuencias" (Fulgens corona, 1953, n. 1, ib. n. 606). El argumento decisivo es, por tanto, que María, como “socia Christi” y Nueva Eva, es aquella en quien se refleja de la manera más sublime el destino de Cristo. En Ella se refleja el ser mismo del Hombre Nuevo, que es verdaderamente hijo de Dios, plenamente santo en la caridad y glorioso en la Resurrección. María, “redimida


de modo sublime” es la “hija amada del Padre”, la Inmaculada/Santísima, la gloriosa Asunción9.

Conviene recordar que Pío XII definió el dogma en la significativa fecha del 1 de noviembre de 1950, es decir, en la Solemnidad de Todos los Santos del Año Jubilar. Era una manera de señalar que María es incomprensible fuera de su relación con Cristo y con toda la comunión de los santos. La estructura de la Constitución permanece, sin embargo, ligada a la teología de los privilegios que, de hecho, aisló un poco a la Virgen de la communio sanctorum10.

Aquí quisiéramos intentar engrosar el argumento bíblico aduciendo tres textos que, de hecho, no son considerados en la enseñanza oficial católica sobre la Asunción y sobre la escatología en general. 11 No son directamente marianas (y con razón, pues la Virgen quizá vivía todavía en el tiempo de su escritura), pero puesto que se refieren al resultado glorioso reservado a los santos, pueden y deben aplicarse a fortiori a la Virgen María.

 

 

II.  Tres textos bíblicos en apoyo de la Asunción:

Monte27, 51-53; 2Co 5, 1-5; Apocalipsis 20, 4-6

 

1.  Mt 27, 51-53 y María resucitada con Cristo

 

51Καὶ ἰδοὺ τὸ καταπέτασμα τοῦ ναοῦ ἐσχίσθη ἀπí ἄνωθεν ἕως κάτω εἰς δύο, καὶ ἡ γῆ ἐσείσθη, καὶ αἱ πέτραι ἐσχίσθησαν,

52καὶ τὰ µνημεῖα ἀνεῴχθησαν καὶ πολλὰ σώματα τῶν κεκοιμημένων ἁγίων ἠγέρθησαν,

53καὶ ἐξελθόντες ἐκ τῶν µνηµείων µετὰ τὴν ἔγερσιν αὐτοῦ εἰσῆλθον εἰς τὴν ἁγίαν πόλιν καὶ ἐνεφανίσθησαν πολλοῖς.

 

«51Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y la tierra tembló, y las rocas se partieron.

52Los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos muertos resucitaron.

53Y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, entraron en la santa ciudad,

"se apareció a muchos" (Mt 27, 51-53).

 

 9Sobre este tema nos remitimos a nuestra «Socia Christi», 153-182.

10Cf. S. Segoloni Ruta, «María en la comunión de los santos», 274-280.

11Además de Munificentissimus Deus, véase también CDF, Algunas cuestiones de escatología (1979); CTI, Cuestiones de escatología (1991); CCC (1992); Benedicto XVI, Spe salvi (2007).


Este pasaje, típico de Mateo, alude a la glorificación instantánea, incluso física, de algunos individuos –presumiblemente los justos del Antiguo Testamento– tras la resurrección de Cristo12. Esta anticipación del eschaton está ya prefigurada por la rasgadura del Velo del Templo, que recuerda los cielos abiertos cuando Jesús salió de las aguas del bautismo (Mt 3,18).

Tanto la Biblia de Jerusalén (1998) como la Biblia Search the Scriptures (2020), en sus notas ad locum, no dudan en comparar este pasaje con lo que se presenta en otras partes del Nuevo Testamento como el “descenso a los infiernos” (1P 3,19). San Francisco alude también a este misterio de Cristo. Hilario de Poitiers, comentando este versículo, escribe: «iluminando las tinieblas de la muerte y aclarando la oscuridad del infierno, [Cristo] rescató sus restos de la muerte con la resurrección de los santos, que aparecieron en ese momento»13. En último término, es la intuición revelada de que la muerte digna de resurrección de Jesús tiene un impacto salvífico sobre toda la humanidad y que Cristo como el «Primero de los Resucitados» (cf. 1 Co 15,20; Col 1,18; Ap 1,5) inaugura el mundo nuevo de la resurrección desde su Pascua. La “Ciudad Santa” no se refiere tanto a la Jerusalén terrenal como a la celestial (Ap 21:2.10; 22:19). Este sería el lugar mencionado en la carta a los Hebreos, al que se acercan los fieles en la liturgia: «al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial [πόλει θεοῦ ζῶντος, Ἰερουσαλὴμ ἐπουρανίῳ] y a innumerables ángeles, a la reunión y asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo... y a los espíritus de los justos llevados a la perfección [ἐκκλησίᾳ πρωτοτόκων ἀπογεγραμμένων ἐν οὐρανοῖς…καὶ πνεύμασι δικαίων τετελειωμένων]» (Heb 12, 22-23)14. Estos últimos corresponden a "los que viven en el cielo [τοὺς ἐν τῷ οὐρανῷ σκηνοῦντας]" (Ap 13, 6, cf también 12, 12).

Varios Padres dan testimonio de una interpretación realista y escatológica de los versículos.mateanos. Así que, s. Massimo de Turín: «El infierno, ahora abierto de par en par, devuelve a los muertos. La tierra renovada vuelve a florecer con sus resucitados. El cielo abierto da la bienvenida a todos los que ascienden por él. Incluso el ladrón entra al paraíso, mientras los cuerpos de los santos hacen su entrada en la ciudad santa. Los muertos regresan entre los vivos; todos los elementos, en virtud de la resurrección de Cristo, son elevados a una mayor dignidad»15.

En la tradición medieval algunos autores relacionaron explícitamente esta resurrección de los santos con la Asunción de María. Así, por ejemplo, el amigo de

 


12Cf. H. Zeller, «Corpora Sanctorum»; C. Doglio, El primogénito.

13En Mateo, 33, 7 (PL 9, 1075B). Evangelio de Nicodemo (Tischendorf B) 20, 3; 24, 1 y

Efrén de Nisibis, Himno. Parad. IV, 6; VIII, 111 (SC 137, 66. 117).

14Teodosio de Alejandría se refiere a Heb 12 en un contexto mariano, cf TMPM, II, 62.

15Sermones, 53, 1-2; cf también Cesáreo de Arles, Sermones, 204, 1.


s. Bernardo, abad Geroh de Reichersberg († 1169), hablando de las obras maravillosas realizadas por Dios en la “grandeza del poder” (in multitudine virtutis) del Salmo 65,3, dirigiéndose a Cristo, “primicias de los que duermen”, afirma:

 

«En verdad, no sólo has resucitado en la grandeza de tu poder, sino que con el mismo poder también los has resucitado a ellos [cf. Mt 27,52-53] porque la muerte no tendrá más dominio sobre vosotros; Y respecto a aquellos se cree con fe segura que, habiendo resucitado para dar testimonio de vuestra resurrección ya acontecida y de la nuestra que está por venir, ya no han vuelto a sus sepulcros, sino que ya han recibido la doble estola [stolas geminas]. Lo mismo, según una piadosa creencia y aunque no se pueda afirmar con certeza, le ocurrió a la santísima Virgen María, es decir, que, ahora glorificada no sólo en alma sino también en cuerpo, recibió la doble estola [stolam geminam]. Su cuerpo, según se dice, fue enterrado normalmente por los santos Apóstoles; pero después ya no fue hallado en el sepulcro, así como el cuerpo del mismo Señor, después de su sepultura, ya no fue hallado en el sepulcro. Y no es de extrañar que «tus enemigos mientan sobre la grandeza de tu poder» (cf. Sal 65,3 Vg) con el que, según la fe fiel, resucitaste el cuerpo virginal de la Madre [matris virgineum corpus resuscitasse], pues también han mentido (cf. Mt 28,11-15) sobre el poder indiscutible con el que has consagrado de nuevo el tabernáculo resucitado de tu carne, después de haber sido envuelto en los sudarios del triduo sepulcral.16.

 

María está asociada al resucitado de Mateo 27 como beneficiaria de la doble estola, con una referencia a la glorificación de todo el ser en cuerpo y alma.

Del mismo modo, Pedro de Poitiers († 1205):

 

«Cristo destruyó la muerte temporal para todos, en la esperanza [spe]; en realidad lo hizo por sí mismo, quien «resucitando de entre los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñoreará más de él» (Rm 6,9); por la Santísima Virgen que creemos ascendió al cielo con carne glorificada; y también por los santos durmientes que se levantaron con él [et in beata Virgine, quam in carne glorificata credemus in caelos ascendisse, et in sanctis dormientibus qui cum eo surrexerunt] (cf. Mt 27, 52). En todos ellos destruyó la muerte eterna en cuanto a la eficacia [objetivamente meritoria] [ad enougham], pero no en cuanto a (nuestra) realidad [subjetiva] [ad efficentiam]. Porque la redención era suficiente para todos, y, en cuanto dependiera de él, todos serían salvados. De hecho, destruyó la muerte eterna, el descenso a los infiernos, al que, antes de la Pasión de Cristo, descendían todos, buenos y malos.17.

 

16En el Salmo, Sal. LxV (PL 194, 126A-B); tradicional. de TMSM, III, 338. En esta línea, véase ya Pascasio Radberto en TMPM, vol. 3, 789 (PL 30, 122-142).

17Oraciones cinco libros, libre IV, 19 (PL 211,1207D-1208A); cf. TMSM, III, 528.


El Cristo pascual destruyó tanto la muerte física/temporal (corrupción) como la muerte eterna (condenación): la primera victoria se revela precisamente en Cristo mismo, pero también en María y en el primer resucitado (Mt 27). La derrota de la muerte eterna está condicionada por la aceptación “subjetiva” de la redención de Cristo; Pero su descenso a los infiernos es el signo objetivo de esta victoria (sufficicentia). La glorificación de María, como la del Resucitado, expresa la eficacia también por parte de los hombres que acogen esta victoria (efficientia).

El mismo s. Tomás, sin hacer pero alusiones marianas, en dos textos adopta la lectura realista y escatológica de Mt 27,52s: considera que a diferencia de Lázaro (cf. Jn 11) —que resucitó, pero luego murió de nuevo— los muertos en cuestión «resucitaron para no morir nunca más [surrexerunt non iterum morituri], porque resucitaron para manifestar la resurrección de Cristo, y es evidente que Cristo resucitado de entre los muertos no muere nunca más» [Rm 6,9]. Además, si resucitasen [para morir de nuevo], no sería para su beneficio, sino más bien para su detrimento; luego resucitaron para entrar al cielo con Cristo”18.

El mayor testimonio del uso mariano de Mt 27 –hasta donde tenemos conocimiento– se debe a un santo moderno, muy devoto de la Escritura y probable futuro “doctor ecclesiae”: san John Henry Newman († 1890). En su comentario (publicado póstumamente) a las Letanías lauretanas, divididas en tres secciones (Inmaculada, Anunciación, Asunción), vio en este mismo pasaje "la razón más obvia" para fundar la fe en la resurrección/asunción de la Virgen María. En el contexto de la primera invocación de la última sección, “Maria Sancta Dei genitrix” (24 de mayo), meditó sobre la victoria sobre la corrupción de la muerte de la Virgen, resucitada por su hijo redentor.

 

«María fue dispensada del destino común de los hombres, que no es sólo morir, sino volver tierra a tierra, cenizas a cenizas, polvo al polvo. También María debía morir, y de hecho murió [«morir debía, y murió»], como había muerto su divino Hijo, porque era hombre; Pero muchas razones se han impuesto a los escritores sagrados para afirmar que, aunque el cuerpo de María fue por cierto tiempo separado de su alma y entregado al sepulcro, no permaneció en el sepulcro, sino que sin demora fue reunido con su alma y resucitado por nuestro Señor a una vida nueva y eterna de gloria celestial».

 

 18Thomas, Super Matth., ad loc., lect. 2 (Marietti 2395) y Sent. IV, d. 43, q. 1, a 3, q. 1la, ad 3. En la Suma tenemos una opinión diversa en línea con las autoridades de Agustín y Jerónimo (cf. IIIa q. 53, a. 3, ad 2).


En apoyo de esta tesis el cardenal aduce la propia perícopa de Mateo. El argumento es que un destino de resurrección y de gloria que incluye a los «santos Profetas, Sacerdotes y Reyes de la ley antigua» no puede sino ser atribuido también y a fortiori a la propia Madre del Señor.

 

«Si otros siervos de Dios han sido resucitados del sepulcro por el poder de Dios, no se puede suponer que el Señor les haya concedido este privilegio sin concedérselo también a su Madre…[Sigue la cita de Mt 27]. Dice San Mateo que “muchos cuerpos de los santos”, es decir, los santos profetas, sacerdotes y reyes de los primeros días, resucitaron en anticipación del último día. ¿Se puede pensar que Abraham, o David, o Isaías, o Ezequías, fueron tan privilegiados y que la Madre de Dios no lo fue igualmente? ¿No tenía ella derecho a esperar del amor del Hijo lo que otros habían recibido? ¿No estaba ella más cerca de él que el más grande de los santos que la habían precedido? ¿Y es acaso concebible que la ley del sepulcro fuera suspendida para ellos y no para ella? Con confianza, por tanto, decimos que el Señor, después de haberla preservado del pecado y de sus consecuencias por los méritos de su propia Pasión, no tardó en aplicar todos los méritos de esa Pasión tanto a su cuerpo como a su alma [no perdió tiempo en derramar todos los méritos de esa Pasión sobre su cuerpo así como sobre su alma]»19.

 

Observamos que el uso de los términos “muerte” y “resurrección” para María –que tal vez podría ofender a algunas personas– es, de hecho, muy tradicional. Se encuentra en muchos Padres (sobre todo en la gran homilética griega entre los siglos VII y VIII), en varios autores medievales, incluso en San Alfonso María de Ligorio. Para s. Juan Pablo II la Virgen participó, por amor, en el misterio de la muerte redentora de su hijo20.

Notamos también que la referencia a Mt 27, 52s en una perspectiva mariana es

También se encuentra en Oscar Semmelroth y Karl Rahner21.

 

 19JH Newman, Meditaciones y devociones, 365f.

20Público general25 de junio de 1997. Sobre la Asunción como resurrección del sueño de la muerte, véase, por ejemplo, Germano de Constantinopla, Hom. I (PG 98, 41ss, que se refiere a Heb 2, 9) y Andrés de Creta, Hom. I En la Dormición (PG 97, 825ss., que cita Sal 88, 49). Sobre toda la cuestión, recuerde el resumen de la pág. M. Jugie, Muerte.

21Véase respectivamente Maria oder Christus, 103s y Maria Mutter, 15s (cf TMSM, VII, 602 y 685s). Settimio M. Manelli también hace un gran uso de Mt 27 en clave escatológica (cf. «Le “assunzioni” bibliche», 138-142; con referencias a J. Daniélou, Santi pagani, 49-62).


2.  2Cor 5, 1-4 y María “vestida” con el cuerpo celestial

 

1Οἴδαμεν γὰρ ὅτι ἐὰν ἡ ἐπίγειος ἡμῶν οἰκία τοῦ σκήνους καταλυθῇ, οἰκοδομὴν ἐκ θεοῦ ἔχομεν οἰκίαν ἀχειροποίητον αἰώνιον ἐν τοῖς οὐρανοῖς.2καὶ γὰρ ἐν τούτῳ στενάζομεν, τὸ οἰκητήριον ἡμῶν τὸ ἐξ οὐρανοῦ ἐπενδύσασθαι ἐπιποθοῦντες,

3εἴ γε καὶ ἐκ/ἐνδυσάμενοι οὐ γυμνοὶ εὑρεθησόμεθα.

4καὶ γὰρ οἱ ὄντες ἐν τῷ σκήνει στενάζομεν βαρούμενοι, ἐφ'ᾧ οὐ θέλομεν ἐκδύσασθαι ἀλλ'ἐπενδύσασθαι,

ἵνα καταποθῇ τὸ θνητὸν ὑπὸ τῆς ζωῆς.

5ὁ δὲ κατεργασάμενος ἡμᾶς εἰς αὐτὸ τοῦτο θεός, ὁ δοὺς ἡμῖν τὸν ἀρραβῶνα τοῦ πνεύματος.

 

«1Porque sabemos que cuando esta morada terrestre, este tabernáculo, se deshaga, tendremos de Dios un edificio, una casa eterna, no hecha de manos, en los cielos.2Por eso suspiramos en este nuestro estado, anhelando ser revestidos con nuestro cuerpo celestial:3siempre que se encuentren ya vestidos / aunque desvestidos, no desnudos.4Porque nosotros que estamos en esta tienda gemimos y estamos agobiados, no queriendo ser despojados, sino revestidos de nuevo, para que lo mortal sea absorbido por la vida.5«Es Dios quien nos preparó para este mismo propósito y nos dio como garantía el Espíritu» (2 Co 5,1-5).

 

Esta perícopa –que representa una evolución del pensamiento paulino y en cierto sentido su llegada madura22– explota y entrelaza dos metáforas: habitar y vestir. Por una parte, la tienda-habitación23 [oikía tou skênous] (vv. 1; 4) que debe ser sustituida por el edificio celestial [oikodomên ek theou] (1b); por otra parte, la vestidura del cuerpo corruptible que debe dejar espacio al cuerpo de vida (vv. 4b, 4c).

En comparación con los textos paulinos anteriores (cf. 1 Ts 4; 1 Cor 15), aquí ya no está en primer plano la parusía escatológica y la espera de la unión con el Señor (con la glorificación asociada a ella) se presenta inmediatamente después de la muerte. Según la hipótesis más acreditada exegéticamente, la «morada eterna, no hecha por manos humanas, en los cielos», en contraposición a la precaria casa-tienda, se refiere precisamente al cuerpo glorioso24. «Por “la morada eterna en el cielo” no se entiende el reino de Dios, sino

 


22Véase F. Mickiewicz, «Vivienda» y ME Boismard, Nuestra victoria. Estos dos exegetas, sin embargo, no conectan 2 Cor 5 con Mt 27 y Ap 20 ni tampoco con la Asunción.

23Cf. Sab 9:15; Is 38, 12; 2Pt 1, 13.

24Así, el Ambrosiaster: «encontraremos una morada eterna construida en los cielos. Esta casa indica el cuerpo inmortal en el que estaremos siempre cuando resucitemos… Podremos ser revestidos de la gloria prometida si – despojados del cuerpo – no hemos sido despojados del Espíritu Santo. Así lo mortal es absorbido por la vida… Resucitando nos revestimos de lo inmortal.


el nuevo cuerpo del cumplimiento»25; «El cuerpo resucitado es ‘eterno’ (aionion) en el sentido de que no está sujeto a ningún deterioro o destrucción»26. La otra hipótesis –menos convincente para nosotros– se refiere de forma más general a la morada en el cielo (cf. Jn 14,2: monai pollai)27. En todo caso, Pablo –que quizá aún espera no morir antes de la Parusía– preferiría no ser despojado de su cuerpo mortal y alcanzar la glorificación sin sufrir la muerte y la corrupción.

Es útil notar la dificultad textual del v. 3:

a)   Si adoptamos la lectio “en-dysamenoi”: «siempre que [nos encontremos] vestidos»

(con Merk, cf. Vg, Luther, BJ y CEI) puede interpretarse de dos maneras:

-  «Vestido [de Cristo]»: en sentido cristológico-bautismal; El destino de la gloria está reservado para quienes se han revestido de Cristo, la vestidura blanca, la vida nueva y han sido fieles a ella28.

-  «Vestidos [con el cuerpo mortal]»: esto se referiría entonces a la esperanza de Pablo de ser encontrado vivo en la parusía, con referencia a 1Cor 15,44.53.54 (cf. la nota de Osty en BJ).

b)  Si optas por la “ek-dysamenoi”«Despojarse» (cf. Nestlé-Aland) sería cuestión de despojarse del cuerpo terrenal y no encontrarse «desnudo», es decir, privado del hombre interior. También aquí hay un significado bautismal. Pablo aspira a revestirse del cuerpo glorioso, pero sabe que la condición para tal glorificación es tener el hombre interior dentro de sí, cuando el cuerpo exterior puede ser abandonado (cf. 2 Co 4,16).

 

 


Esta glorificación, sin embargo, se retrasa: «quienes tienen fe en la promesa de Dios... prefieren y desean abandonar el cuerpo, para descansar hasta el día de la resurrección bajo el altar de Dios (cf. Ap 6,9)» (Comentario, 64 y ss. 66). Esta hipótesis queda descartada por la exégesis contemporánea: «es imposible encontrar una alusión a un estado intermedio entre la muerte y la parusía en el versículo 3» (F. Mickiewicz, «Morada», 560).

25F. Mickiewicz, «Vivienda», 560; F. Lang, Las cartas, 357.

26F. Manzi, Segunda carta, 199. MJ Harris, Raised Immortal, 99, es partidario de la resurrección en la muerte y, por tanto, de una evolución del pensamiento paulino. Véase ya P. Benoit, «Risurrezione», especialmente p. 141 sobre 2Cor 5. Teológicamente, la idea, ya propuesta por O. Karrer, K. Rahner,

N. Lohfink y G. Greshake, también fue compartido por G. Biffi, Alla destra, 227s

27Véase por ejemplo A. Feuillet, «La demeure céleste»; P. Rossano, Nueva Versión de la Biblia y J. Murphy-O'Connor, Nuevo Gran Comentario Bíblico.

28Cf. Gálatas 3:27; Ap 3, 18. De nuevo el Ambrosiastro: «si al dejar el cuerpo nos hemos revestido de Cristo, pues quien es bautizado en Cristo se reviste de Cristo. Así pues, si permanecemos en el estado bautismal y en la tradición, despojados del cuerpo, no nos encontraremos desnudos, habitando Cristo en el hombre interior. Cuando parezca que lo hemos revestido mediante el don del Espíritu Santo, seremos dignos de ser revestidos de nuevo con la gloria celestial prometida. La gloria prometida reposará sobre quienquiera que vea en posesión del signo de la adopción» (Comentario, 66).


La razón de la tensión escatológica (stenazomen/epipothountes) surge en el v. 5: el ardiente deseo del cuerpo glorioso se debe a la presencia de la prenda del Espíritu Santo en los cristianos: habiendo gustado la prenda, no se puede dejar de anhelar la plenitud29.

Notamos que el teólogo y biblista de Estrasburgo, F.-x, se refiere mucho a 2 Cor 5. Durrwell para quien la resurrección final no constituirá una novedad absoluta, sino «la culminación de la creación hacia la cual el hombre es creado desde el principio»30. Para él, la resurrección universal en Cristo y con Cristo será la manifestación de la multitud de aquellos que han sido asumidos en su única resurrección y que así habrán participado en la acción generadora del Padre en el poder del Espíritu. «La resurrección está inscrita en la naturaleza del hombre tanto como la muerte»31; Tiene su primer acto en la creación y se anticipa con la vida cristiana nacida con la justificación bautismal y alimentada con la Eucaristía: un continuo revestirse cada vez más de Cristo. Así, podemos hipotetizar una «resurrección progresiva» que, lejos de ser destruida por la muerte física, encuentra en ella su momento peculiar de realización: «una vida de resurrección que no es todavía la del fin [...] Una duración celestial entre la muerte y la resurrección final no es, pues, imposible» y «sigue siendo posible una glorificación final, al final de la historia»32.

A pesar de su importancia, la perícopa de 2 Cor 5 permanece muy marginal en los pronunciamientos eclesiásticos y no sabemos de ninguna cita de ella en relación con la Asunción de María. Y sin embargo s. Pablo menciona una doble posibilidad de glorificación corporal: todos desean revestirse del cuerpo celestial, pero el ideal sería “revestirse” de él sin tener que privarse del cuerpo terrenal. Pues bien, sabemos que este misterio de la derrota total de la muerte y de la corruptibilidad es precisamente lo que le ocurrió a María. El gran patrólogo francés, el asuncionista Martin Jugie († 1954), había intuido el valor mariológico de este pasaje; Después de haberlo citado, declara: «era muy conveniente que Jesús hiciese perfectamente bendecida a la Madre sin demora, que satisficiera ese deseo natural que el alma humana alimenta de ser

 


29Cf. También 2 Cor 1:22. En otro lugar se habla de las primicias del Espíritu (Rom 8,23), de su sello,

prenda de nuestra herencia (Ef 1,13s), de su certificación de la presencia del Señor (cf. 1Jn 3,24).

30F.-x. Durrwell, Regards chrétiens, 86 [nuestra traducción].

31F.-x. Durrwell, Saludos chrétiens, 91.

32«Una nueva vida corporal se inaugura a través de la muerte… La ruptura se produce en una superación, en la que el hombre es más él mismo… muere hacia la resurrección» (F.-x. Durrwell, Regards chrétiens, 95 y nota 31). Perspectiva similar en autores como P. Schoonenberg, J. Moingt, F. Carillon, C. Castelucci, B. Sesboüe (cf. A. Danczak, La cuestión, 194).


unido a su cuerpo»33. La glorificación corporal está conectada con la felicidad perfecta. En María, como en Cristo, todo está “absorbido por la vida”. Para el Pablo «maduro», el momento de la muerte es un desembarco en la verdadera vida, una llegada al puerto deseado, una recepción de la corona de gloria, un «estar con Cristo» y, por tanto, una participación inmediata en su poder vivificante34. Así, incluso para los primeros cristianos, la muerte es un “nacimiento” a la eternidad (dies natalis) y, si se deja atrás el cuerpo mortal, “resucitar” significa revestirse del cuerpo de gloria preparado por Dios. Basta pensar en las afirmaciones de san Ignacio de Antioquía sobre el ser engendrado por el martirio que «individualiza y anticipa la parusía de Cristo y la resurrección de los cristianos»35.

El privilegium Mariae consiste en que ella –como el mismo Jesús antes que ella– no tuvo que “desvestirse” de su cuerpo mortal, sino que fue inmediatamente “revestida” y por tanto transfigurada con el cuerpo glorioso: esto es precisamente lo que la tradición llama la Dormición o Asunción de la Virgen.

 

 

3.  Ap 20, 4-6 y María participa en la «primera resurrección» y en un sacerdocio real

 

4Καὶ εἶδον θρόνους, καὶ ἐκάθισαν ἐπí αὐτούς, καὶ κρίμα ἐδόθη αὐτοῖς, καὶ τὰς ψυχὰς τῶν πεπελεκισμένων διὰ τὴν µαρτυρίαν Ἰησοῦ καὶ διὰ τὸν λόγον τοῦ θεοῦ, καὶ οἵτινες οὐ προσεκύνησαν τὸ θηρίον οὐδὲ τὴν εἰκόνα αὐτοῦ καὶ οὐκ ἔλαβον τὸ χάραγμα ἐπὶ τὸ µέτωπον καὶ ἐπὶ τὴν χεῖρα αὐτῶν· καὶ ἔζησαν καὶ ἐβασίλευσαν µετὰ τοῦ Χριστοῦ χίλια ἔτη.

5οἱ λοιποὶ τῶν νεκρῶν οὐκ ἔζησαν ἄχρι τελεσθῇ τὰ χίλια ἔτη. αὕτη ἡ ἀνάστασις ἡ πρώτη.

6· ἐπὶ τούτων ὁ δεύτερος θάνατος οὐκ ἔχει ἐξουσίαν, ἀλλ'ἔσονται ἱερεῖς τοῦ θεοῦ καὶ τοῦ Χριστοῦ,

καὶ βασιλεύσουσιν µετ'αὐτοῦ [τὰ] χίλια ἔτη.

 

«4Después vi tronos; y a los que se sentaban sobre ellos se les dio autoridad para juzgar. También vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y de los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían creído en él.

 


33M. Jugie, La mort, 658 (cf. TMSM, VII, 251).

34Cf. Filipenses 1:21,23; 3,21; 2 Tim 4:8 y par. Esta creencia encuentra eco en la primera patrística: cf. 2Clem Cor 19,4, Sal-Barn. 21; Hormiga de ignición Polic. 7.1.

35L. Bouyer, Historia, 245. Cf. Ignacio de Antioquía, Ad Rom. 2,2; 6,1.2; En Filadelfia.

5; Para Magnes. 9.2 que alude a Mt 27, 53 Tertuliano, De anima, 55; Sobre la Resurrección, 43.


 

recibió la marca en su frente y en su mano.

Ellos volvieron a vivir y reinaron con Cristo durante mil años.

5Pero los demás muertos no volvieron a la vida hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección.

6Bienaventurado y santo el que participa de la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos,

sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.

(Apocalipsis 20, 4-6).

 

Este texto sobre los Mil Años y la Primera Resurrección tuvo una acogida difícil: dos interpretaciones, por decirlo así extremas, dominaron la historia eclesial: por una parte la literal (Justino, Ireneo), por otra la espiritualista/alegórica (Orígenes, Agustín)36. Para algunos es un reino terrenal de los santos antes de la Parusía; Para otros, del triunfo de la Iglesia mediante el renacimiento bautismal. Ahora bien, si se lee el pasaje de Apocalipsis 20,4-6 junto con otros textos del mismo libro (Apocalipsis 6,9-11; 7,14-17; 11,11.12; 14,1-5.13), se entiende que se refiere al destino inmediatamente después de la muerte de los santos y mártires, cuya glorificación constituye una especie de estribillo o leitmotiv del libro mismo. Una exégesis cuidadosa no puede admitir que los mil años y la primera resurrección puedan identificarse con un reino futuro y una resurrección en la tierra. Por otra parte, la prôtê anasatasis ni siquiera se identifica con el bautismo. El texto, en cambio, habla explícitamente de la

 

«Santos que van a reinar con Cristo», de la «vida que los mártires disfrutan entre su muerte y el juicio final porque han participado en la inmolación de Jesús (cf. Ap 6,9)… Una condición en la que incluso ahora los santos testigos son victoriosos (cf. 12,11), sirven a Dios como sacerdotes en su santuario y ante su trono (cf. 6,15), incluso resucitan (cf. 11,11), tienen la vestidura blanca y las palmas del triunfo (cf. 6,11; 7,9.14), y cantan un cántico nuevo (cf. 14,2-3; 15,2-3; 19,1.6)… En la base de todo el discurso está esencialmente el tema de un personalismo comunitario sincero, que se funda en el kerygma de la victoria de Cristo sobre la muerte y que recuerda mucho tanto a San Pablo (cf. 1 Tes 4,17: «Y así seremos siempre con el Señor”) y el Cuarto Evangelio (cf. Jn 12,26: “Si alguno me sirve, …donde yo esté, allí también estará mi servidor”)»37.

 


36Cf. Justin, Dial. Trifón. 81,1-3; 131.6; Ireneo, Adv. Haer. 5,31-36; Hipólito, En Dan. 4,23,4-5; Lactancio, Div. Inst. 7,13-14.24-26. Textos alegóricos en Orígenes, De princ. 2,11,2-3; Jerónimo, En Isaías 627C; Agustín, Civ. De 20,6-18. Véase Anales de la historia de la exégesis 15/1 (1998) y la tesis de C. Pasquier, Approches, que aboga por una remodulación de la tesis ireneana (con bibliografía 619-669).

37R. Penna, Los retratos originales, 507-508. Véase también F. Piazzolla, Il Cristo, cap. 9. Para lo que sigue nos remitimos a nuestro Novissimus Adam, cap. 6.


El testimonio de la primera patrística es precioso: San Cipriano, tras citar Apocalipsis 20, 4 y subrayar que no se trata solo de los mártires, sino de todos los fieles que han permanecido intactos e inmunes a las seducciones del mundo, nos exhorta a esforzarnos por «alcanzar tan gran gloria, hacernos amigos de Dios, disfrutar inmediatamente junto con Cristo, recibir la recompensa divina [...] ofrecer a Dios como sacrificio aceptable una fe incorrupta, una virtud espiritual íntegra, una alabanza radiante y adoradora; acompañar a Cristo cuando venga a hacer justicia a sus enemigos; asistirlo estando a su lado cuando se siente a juzgar; convertirnos en su coheredero, ser iguales a los ángeles, disfrutar de la posesión del reino junto con los patriarcas, los apóstoles, los profetas [...] Con Dios como juez, la recompensa llega sin demora»38. Es necesario subrayar el énfasis en la inmediatez de la remuneración: «ut cum Christo statim gaudeat - sine damno temporis» merces…redditur». Así que, en realidad, a diferencia de los otros fallecidos,

«los mártires entran en el paraíso del Cielo inmediatamente después de la muerte»39.

Es interesante observar que p. Aleksej Knjazev († 1991) – discípulo y sucesor de S. Bulgakov en el Instituto Saint-Serge de París – relacionó este texto del Rev. con Mt 27,52 y con la intercesión de María: los santos «seguirán activos en la Iglesia, especialmente con su oración… La Madre de Cristo estaba entre aquellos que «han vuelto a la vida» [Ap 20,4]. Como los apóstoles, los mártires y los demás santos, María es testigo en el más allá y para la Iglesia terrena de la resurrección de Cristo»40.

A la luz de esto, se puede legítimamente ver en Apocalipsis 20:4-6 una descripción insuperable, aunque aún no debidamente explotada, de la “ecclesia triumphans” antes de la Parusía final. Los Mil Años se refieren al “tiempo intermedio” de la iglesia actualmente gloriosa en el cielo unida con el Resucitado (“siempre vivo para interceder por nosotros”, Heb 7:25). Este “supertiempo” (Überzeit) celestial va desde la Ascensión a la Parusía de Cristo y en él «también ha comenzado la resurrección de los muertos y la transfiguración hacia Dios en su resurrección y en la de los que han resucitado con él»41. Los santos y los mártires son inmediatamente recompensados ​​por el Señor y participan en su reinado y en su intercesión sacerdotal (nótese la única aparición de la palabra hiereis en Ap 20:6).

 


38Cf. Cipriano, Ad Fortunatum. Exhortatio ad martyrium, xii-xiii (PL 4, 675A-B).

39A. Wikenhauser, Offenbarung, 130; cf. también G. Bonsirven, The Apocalypse, 282 y G. Ravasi, Apocalypse, 193 y V. Cuffaro, Ap 20:4-6, 473-477.

40A. Kniazeff, La madre, 139s (TMSM, II, 554s). Para la intercesión mariana se cita con razón la antiquísima oración “Sub tuum praesidium” (siglo III).

41HU von Balthasar, Theodrammatica, V, 307-308, con mención de Mt 27, 53.


En resumen, este es un lugar bíblico que legitima la enseñanza de los Concilios de Trento y del Vaticano II respecto al destino glorioso inmediato de los santos y su poder de intervención benéfica (“oops”) a nuestro favor.

Esto es lo que enseñó el Concilio de Trento, sin citar jamás el pasaje en cuestión:

 

«Los santos, reinando con Cristo [una cum Christo regnantes], ofrecen a Dios sus oraciones por los hombres. Es bueno y útil invocarlos suplicantemente y recurrir a sus oraciones, a su poder [opem] y a su ayuda, para implorar beneficios de Dios, por su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, que es nuestro único redentor y salvador… Los que afirman que no se debe invocar a los santos, que gozan de la felicidad eterna en el cielo, o que no se ruega por los hombreso que invocarlos, para que oren también por cada uno de nosotros, debe llamarse idolatría,o que esto está en conflicto con la palabra de Dios y se opone al honor del único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo [1 Tim 2:5]; o que es una locura dirigir nuestras súplicas con la voz o la mente a los que reinan en el cielo, piensan impíamente."42.

 

En resumen, el destino de los santos después de la muerte corresponde a los Mil Años como el tiempo celestial entre la Pascua y el Juicio Final. Este período no coincide con la eternidad divina (“siglos de siglos”), ni con el tiempo fugaz y turbulento de la historia (“un tiempo, dos tiempos y medio tiempo”, “tres años y medio”, “42 meses”, “1260 días”). Precedido en la tierra por el renacimiento del bautismo, la “prôtê anastasis” no se identifica con él, sino que es el resultado glorioso en el más allá después del martirio o de una muerte santa, “en el Señor” (Ap 14,13); es una participación primaria en la gloria de Cristo y corresponde al don de la «vestidura blanca» ofrecida a los elegidos y que sucede, en caso de perseverancia, al bautismal (cf. Ap 6,11; 7,9); es también el revestirse del cuerpo celestial “no creado” de ahora en adelante (2 Co 5,1). Recompensa peculiar, pero también tarea celestial de carácter sacerdotal y judicial asignada a los santos (cf. Mt 19,28; 1Co 6,2.3), es la retribución positiva y la autoridad (exousia) dada a los siervos del Señor (cf. Lc 19,17; Ap 2,26), que se han mostrado fieles en el trabajo por el Reino (cf. Mt 25,14-23).

Leídos juntos, Mt 27, 2 Cor 5 y Ap 20 son iluminadores para la escatología cristiana y constituyen un fundamento precioso y ecuménico (precisamente porque son escriturales) también para el dogma de la Asunción. A la luz de Mt 27, por la fuerza

 


42Concilio de Trento, Sesión XXV, Decreto sobre el Purgatorio (DS 1821; cf. también LG 50c). El término “ops, opis” se refiere a la ayuda que proviene de alguien en una posición de autoridad y poder muy superior.


De la Resurrección de Cristo, todos los santos están llamados a la “primera resurrección” de Ap 20. En el caso de María, sin embargo, esto ocurre de manera singular. Ella es verdaderamente la “vencedora” por excelencia y verdaderamente “bienaventurada”, aquella que, más que nadie, se ha adherido en todo al Cordero y no ha sufrido jamás la señal del mal. Las siete recompensas prometidas al “vencedor” y las siete bienaventuranzas del Apocalipsis se aplican perfectamente a María. Las recompensas son: comer del Árbol de la Vida en el paraíso; no sufras la segunda muerte; recibir el Maná escondido y una piedra blanca con un nombre nuevo; gozar de autoridad sobre las naciones y el Lucero de la Mañana; teniendo vestiduras blancas y tu nombre en el libro de la vida; permanecer eternamente en el Templo llevando el nombre de Cristo y de Dios; poder sentarse con Cristo, en su trono. Las bienaventuranzas consisten en esto: escuchar y poner en práctica las palabras divinas; morir en el Señor; tened vigilancia y temor de Dios; aceptar la invitación a la fiesta de bodas del Cordero; participar en la primera resurrección y ser sacerdotes de Dios y de Cristo reinando con él por mil años; guarda las palabras proféticas del libro; lavad vuestras ropas y tened parte del árbol de la vida. A diferencia de los demás santos, a la Virgen no sólo se le da la anastasis sino también la analêpsis (assumptio), que equivale a asumir el cuerpo de gloria sin separarse del terrenal (2 Cor 5).

 

III.          Resumen: La gloria de María entre la tipología y el privilegioResumamos con algunas breves tesis lo que se ha desarrollado para leer la figura de María, también desde el punto de vista de su destino de gloria, entre “tipología” y “privilegio”. De hecho, por una parte es completamente paradigmática y por tanto semejante a todos los santos en virtud de su común unión con Cristo Redentor; Por otra parte, sin embargo, debe preservarse lo que la distingue y la coloca en una posición de peculiar singularidad y, por tanto, de innegable privilegio. Nuestra perspectiva nos parece combinar esta doble necesidad mariológica.

 

 

Escatón inmediato y tiempo intermedio

 

Interpretar la Asunción a la luz de los tres textos bíblicos propuestos permite conciliar posiciones que de otro modo serían irreductibles (y que también dividen el pensamiento).

 


43Cf. F. Piazzolla, Las siete bienaventuranzas (cf. Ap 1, 3; 14, 13; 16, 15; 19, 9; 20, 6; 22, 7; 22, 14;

las promesas están en Apocalipsis 2, 7.11.17.26.28; 3, 5.12). Cf. infra las “Letanías apocalípticas”.


reformada) sobre la relación entre el escatón inmediato y el tiempo intermedio en espera del juicio final. Creer en la glorificación inmediata (incluso corporal) de María y de los santos permite pensar simultáneamente en la verdadera discontinuidad entre la muerte personal y la Parusía final por una parte (Cullmann) y la glorificación instantánea post-mortem (Barth)44. Pero esto se aplicaría sólo a los santos, quienes, precisamente en el «tiempo intermedio» del reinado y del sacerdocio con Cristo, ayudarían, con su oficio de intercesión, a todos los demás difuntos, «durmientes» (cf. Ap 20, 5a), a purificarse en vista de un crecimiento en la personalización. Surge aquí el tema del “purgatorio”, que no podemos abordar aquí. Baste decir que puede considerarse como una "incubadora": si los santos nacen a la Gloria cuando mueren, los demás difuntos (no preparados) necesitan acostumbrarse aún más a la Vida divina.

 

 

Un privilegio, pero no una excepción exclusiva

 

La hipótesis de una resurrección inmediata de los elegidos, lejos de contradecir la Koimesis/Asunción de María, la justifica aún más dándole un mayor fundamento bíblico. Sin embargo, el privilegio de la Asunción debería extenderse hasta cierto punto y compartirse con todos los mártires y santos, aunque obviamente en un grado menor de esplendor. La lógica «difusiva» del ágape, típica del cristianismo, nos lleva a concebir una participación en la gracia escatológica entre todos los miembros del cuerpo de Cristo (cf. 1Cor 12). La Lex orandi, que une, en la intercesión celestial, a María y a todos los santos, como personas (y por tanto “corpore et anima unus”), confirma la expansión de la que hablamos. Por otra parte, pensar en los santos en su actual supuesta condición celestial de “almas separadas” es incongruente pues les atribuye, de hecho, una menor asimilación a Dios que durante su vida terrena. Por otra parte, «si es cierto que “el alma de Pedro” no es “Pedro mismo”, y si la teología no puede contradecir la oración de la Iglesia, ¿podemos acaso hablar de la supervivencia de los santos en forma de almas separadas?»45. Los grandes Doctores de la Iglesia medieval ya coincidían en excluir la verdadera bienaventuranza sin la unión del alma y el cuerpo:

 

«el alma unida al cuerpo es más parecida a Dios que cuando está separada del cuerpo, porque posee su naturaleza más perfectamente [anima corpori unita plus assimilatur

 


44Cf O. Cullmann, De las fuentes, 214ff. y K. Barth, Die Auferstehung, 126.

45Fx Durrwell, Saludos, 97, nota 34.


 

Deo quam un cuerpo separado, quia perfectius habet suam naturam] […]

La felicidad no sería completa si la persona no la disfrutara; y como la persona no es el alma, sino el compuesto, es claro que se goza según el compuesto, es decir, el cuerpo y el alma, pues de lo contrario no habría pleno goce»46.

 

Desde esta perspectiva, pensar la corporeidad gloriosa de la condición de los santos eliminaría el carácter problemático inherente a las “verae beatae” de la definición papal de la visión beatífica47.

Sin embargo, hay un orden: primero Cristo, las Primicias y luego los que son de Cristo. Esta «jerarquía» en la resurrección, indicada por los primeros textos del Nuevo Testamento (cf. 1 Ts 4,16; 1 Co 15,23), encuentra su eco en la doble resurrección de Ap 20: la primera, reservada a los santos y mártires (vv. 4-6) y la segunda, universal y propia de todos los demás muertos (vv. 11-15)48. Esta gradación (tagma) se refleja también en la diferenciación del esplendor de los cuerpos resucitados en función de lo que fue «sembrado en la tierra» (cf. 1 Co 15,38ss; Gal 6,7ss).

 

 

Un anticipo de la Parusía y por tanto de la Resurrección

 

La parusía de Cristo está prevista para todos los santos, puestos desde su existencia terrena bajo el influjo del poder transformador de Cristo y de su Espíritu (cf. Flp 3,21; Ga 5,22). Su entrada al Más Allá constituirá el resultado final de la conformación cristiana inaugurada por la primera regeneración bautismal. Lo mismo ocurre con “el último día”49. La parusía advenimiento de Cristo y por tanto la unión con él, que es en persona «la Resurrección y la Vida» (Jn 11, 25), son anticipadas en el bautismo como perdón de los pecados y adopción; en la Eucaristía como comunión en el alimento pascual y en la adoración al Padre y finalmente en la santa y/o muerte martirial como adhesión plena y personal al Esposo.

 


46Thomas, Quaest. de Potencia, 5,10,5; Buenaventura, De Assumptione B. Mariae Virginis, sermo 1; respecto a Cantar de los Cantares 8:5 (“¿Quién es ésta que sube del desierto, llena de delicias, recostada sobre su amado?”).

47Benedicto XII, Benedictus Deus, (1336) DS 1000.

48Cf. E. Lohse, El Apocalipsis, 183. S. Ambrosio no menciona Ap 20, pero afirma sin embargo: «licet in momento resuscitentur omnes, omnes tamen meritorum orden despertar» (Decessu fratris II, 116 [CSEL 73, p. 315]). San Francisco de Sales, meditando sobre el Juicio Final, escribe: «después del diluvio de llamas y relámpagos, todos los hombres resucitarán de la tierra, excepto aquellos que ya han resucitado» (Introducción a la vida devota, I, 14, 2).

49Cf Jn 6, 39s.44.54 y CIC 1001.


Para los primeros Padres, con la muerte de los mártires y santos se produce una «contracción escatológica» que da paso a una participación inmediata en la integridad del Misterio Pascual: muerte con Cristo y resurrección con él. 50 J. Daniélou argumentó que: «Mediante el contacto con la Eucaristía ya hay una participación del cuerpo en la vida resucitada y cierta resurrección ya comenzada... Dado que esta resurrección corporal ya ha comenzado en esta vida, sería verdaderamente extraordinario que, mientras tanto, la muerte y la resurrección no quedaran absolutamente nada de ella. Sería casi un retroceso, y es difícil comprender cómo un cuerpo «eucarizado» en esta vida puede, entre la muerte y la resurrección, no conservar algo de esta transfiguración». 51

El privilegio de la Virgen está preservado por el hecho de que sólo para ella, como para Jesús, la resurrección/glorificación implica una identidad física/numérica y una continuidad total entre el cuerpo terrenal y el cuerpo glorificado. Queridos Christi, queridas Mariae: sólo la Inmaculada, con y como Cristo, por su peculiar unión y conformación con su hijo y salvador, no experimentó la corrupción, es decir, la aniquilación de este cuerpo corruptible (a sepulcri corruptione… immunis, DS 3900). Sólo ella, como Jesús, estaba “vestida” (ependysasthai) de gloria. Los santos, en cambio, son revestidos (endysasthai) después de su muerte, no sin antes haberse despojado de la carne mortal (ekdysasthai) (2 Co 5,4). Por tanto, la Virgen María no debe ser considerada como la excepción, es decir, la única corporaliter beneficiaria de la resurrección en Cristo-Primicia, sino más bien como la gema más bella engastada en la corona del Rey de reyes que incluye a todos sus santos52. La resurrección reservada a ellos inmediatamente después de la muerte encontraría ulterior confirmación en la tradición eclesial, que conoce diversas afirmaciones de glorificación corporal y testimonios de apariciones no sólo de la Virgen, sino también de otros santos53.

 


50M. Susini, El martirio, 147s.

51«La doctrina de la mort chez les Pères de l'Eglise», en Aa.Vv., Le mystère de la mort et sa célébration, 161; nuestra traducción). En la misma línea J. Moingt, «Inmortalidad del alma y/o resurrección», en Aa.Vv., La risurrezione, 69-85.

52Bellas representaciones iconográficas de María en la Comunión de los Santos se pueden encontrar en el “Paraíso” de Giusto de' Menabuoi en el Baptisterio de Padua (ca. 1375/1378) y en la Coronación de la Virgen de Beato Angelico (Uffizi, Florencia, 1434/1435). Venancio Fortunato cantó sobre María acogida y venerada por Juan Bautista, por los apóstoles, por los profetas y por los mártires (cf. In laudem sanctae Mariae; TMSM, III, 614).

53Santo Tomás mencionó la resurrección de San Juan Bautista (Summa Theol. Suppl. 77,1). San Bernardino de Siena, Francisco Suárez, San Francisco de Sales et todos. Estaban convencidos de la glorificación corporal de San José (cf. L. Genovese, «Asunción de San José»,


La verdadera corporeidad de la resurrección (cf. CIC 999) no coincide con la identidad físico-numérica entre el cuerpo terrenal y el cuerpo glorificado (los huesos que volverían a la vida...). Por otra parte, la teología enseña que resurgiremos de las cenizas (ex cinere) y, por tanto, de forma completamente independiente de los residuos orgánicos del cuerpo terrestre54.

Añadimos que la veneración reservada a los cuerpos de los fieles (la incensación durante los funerales) y el culto a las reliquias no contradicen la "primera resurrección": en la tierra, los restos de los santos son honrados como testimonios históricos de su existencia llena de caridad y misericordia, recompensada en adelante con la glorificación personal. La carne mortal (a menudo marcada por la incorrupción) de los elegidos cede sin embargo el paso al cuerpo de gloria, como la semilla cede el paso a la planta, la crisálida a la mariposa, la tienda a la morada definitiva.

 

 

Un recordatorio de la “alta medida” del cristianismo

 

La intención de Pío XII al proclamar la Asunción fue aumentar en el pueblo cristiano el sentido del "valor de la vida humana" consagrada al amor de Dios y del prójimo, oponerse al materialismo con su consiguiente "corrupción de las costumbres", poner de relieve el "fin excelso" al que están destinadas las almas y los cuerpos de los fieles; y, por último, fortalecer y estimular la «fe en nuestra resurrección»56. Ahora bien, el mensaje bíblico sobre el destino bienaventurado de los mártires y de los santos – constantemente reiterado por el Apocalipsis (verdadera exhortación neotestamentaria a la radicalidad cristiana) – nos lleva a interpretar la Asunción de María no tanto como la consecuencia casi obvia de su privilegio individual (Inmaculada y por tanto Asunta; inmune al pecado original y por tanto exenta de la corrupción del sepulcro), sino, sobre todo, como la glorificación de su santidad y de su “martirio”. También para ella se trata de recoger en la gloria lo que se ha sembrado en la caridad (cf. Ga 6, 7ss). Al pie de la cruz, en la

 


549-569). Santa Teresa de Ávila vio s. Pedro de Alcántara en la gloria (cf. Vida, 27, 19). Cf. Un eco de esta creencia se encuentra en la Homilía de San Juan XXIII durante la Misa de canonización de San Gregorio Barbarigo (cf AAS, 52 [1960] 453-462). Véanse también los testimonios sobre Giuseppe Cafasso, Cottolengo, Giuseppe Moscati, Pio da Pietrelcina, Leopoldo Mandic, Guido Schäffer… (cf. p. ej. M. Stanzione, Apariciones extraordinarias).

54Cf. s. Thomas, Suma Teológica. Supl. 78, 2 y 3.

55Cf. 1Co 15:37; 2Co 5, 2.8. Sobre las reliquias, véanse los ensayos de A. Yastrebov y N. Valentini en Studi ecumenici 24/4 (2006). Sobre la “crisálida” cf. N. Malebranche, Entretiens sur la métaphysique, xI, xiii-xiv.

56El Magisterio Mariano de Pío XII, n. 430.


“kénosis de la fe”, sufrió el martirio supremo, llegando a convertirse en la Toda Santa en la participación más completa en los sufrimientos de Cristo (Col 1,24)57. Reina de los mártires, obtiene la recompensa prometida a los servidores fieles. Pues bien, en línea con estos datos y con la intención de Pío XII podemos añadir una nota pastoral: pensar y proponer la "primera resurrección" como redención particular y prioritaria para los fieles servidores de Cristo puede llevar a reactivar un topos de la predicación clásica (y hoy en verdad muy ignorado): la esperanza en una recompensa celestial (mistos/merces). El reconocimiento y la proclamación de la resurrección primaria y bendita serviría para incitar al pueblo de Dios a desear una asimilación más profunda y verdadera con Cristo. A raíz de la Lumen gentium 42, s. Juan Pablo II quiso «proponer a todos de nuevo y con convicción este “alto modelo” de vida cristiana»58, que incluye también la perspectiva del martirio como «cumbre del testimonio de la verdad moral». Ciertamente, «relativamente pocos pueden ser llamados a ello», pero «existe, sin embargo, un testimonio coherente que todo cristiano debe estar dispuesto a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y graves sacrificios... El cristiano está llamado, con la gracia de Dios invocada en la oración, a un compromiso a veces heroico, sostenido por la virtud de la fortaleza, mediante la cual... puede incluso «amar las dificultades de este mundo en vista de la recompensa eterna»»59.

Un sermón que conecte la Asunción con la santidad y el martirio con la perspectiva de la glorificación personal podría contribuir a reavivar la llama de la esperanza gloriosa también en los fieles para que puedan estar, como ella (y como los santos), lo más cerca posible del Señor en el más allá.

 

 

IV. Doxología

 

Recordando un dicho según el cual María «no es objeto de estudio, sino de poesía»60, concluimos con el lenguaje más apropiado, el de la himnodia, de la alabanza y de la bendición. La primera pieza es una invocación litúrgica cantada diariamente por una familia religiosa consagrada a la Asunción; El segundo es una adaptación mariana de las Bienaventuranzas y promesas apocalípticas, el último es nuestro himno personal inspirado en la Escritura.

 


57Cf. Juan Pablo II, Redemptoris Mater (1988) 18.

58Juan Pablo II, Novo millennio ineunte (2001) 31.

59Juan Pablo II, Veritatis splendor (1993) 93, cit. de Gregorio Magno, Moralia VII, 21,24; cf. también Tertio Millennio adveniente (1994) 37.

60C. Lubich, María, 12.


Exapostilación de la Asunción

 

«Oh Madre de Dios, en este día,

Aquel a quien diste a luz te recibe en el seno del Padre. Donde Él está, tú permanece y contempla su gloria,

gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. En sus manos, oh Purísimo, confías tu espíritu.61.

 

 

Benditos y Victoriosos – Letanía Apocalíptica a la Asunción de la Virgen

 

Bienaventurada tú, María, que escuchaste y guardaste las palabras proféticas.

Bienaventurado tú que dormiste en el Señor, y ahora descansaste de tus trabajos, porque tus obras te siguen.

Bienaventurada tú que velaste y guardaste tu ropa, y no hubo en ti nada vergonzoso.

¡Bienaventurados vosotros, los primeros invitados a las bodas del Cordero!

Bienaventurados y santos vosotros que participáis de la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ti, sino que estás unido a Cristo sacerdote y reinas con él.

Bienaventurado tú en quien se cumplen las palabras proféticas.

Bienaventurados vosotros que habéis lavado vuestras vestiduras, accedéis al Árbol de la Vida y entráis en la Ciudad Santa.62.

 

Eres Victoriosa, María, y recibes del Árbol de la Vida en el paraíso de Dios. Eres victorioso y no te afecta la segunda muerte.

Eres Victorioso y recibes el maná escondido y una piedra blanca con un nombre nuevo que sólo tú conoces.

Tú eres Victoriosa, María, y gobiernas las naciones con Cristo y obtienes la Estrella de la Mañana.

Eres Victorioso, revistes vestiduras blancas, tu nombre es indeleble en el Libro de la Vida y Cristo te reconoce ante su Padre y ante sus ángeles.

Tú eres Victoriosa, columna eterna en el templo de Dios, llevas grabados en ti el nombre de Dios, de la Jerusalén celestial y del Señor Jesús.

Tú eres Victoriosa, María, y estás sentada en el trono de Cristo, como Él, el Vencedor, se sienta en el trono con su Padre.63.

 

 


61De la Liturgia de las Horas de la Familia Monástica de Belén, de la Asunción de la Virgen María y de San Bruno.

62Cf. Apocalipsis 1, 3; 14, 13; 16, 15; 19, 9; 20, 6; 22, 7; 22, 14.

63Cf. Apocalipsis 2, 7.11.17.26.28; 3, 5.12


Himno bíblico a la Asunción

 

Salve, oh Mujer, consuelo de la humanidad, en quien la muerte es aniquilada para siempre.

Tu gloria enjuga las lágrimas de todo rostro.

y liberar la tierra de la vergüenza de los hijos de Eva64.

 

Oh María, que eres de Cristo y no comiste del árbol prohibido, sino que, humilde, acogiste la voz del Hijo.

y conformate a su santidad65.

 

Criatura y madre del Amén, con él descendiente de Abraham, recibe ahora la bendición y siéntate a su diestra, ¡honrada por el Padre!66

 

Primer discípulo del único Maestro que vino del Padre y regresó a Él con el cuerpo que recibiste.67.

Virgen Santa, a quien Dios revela a su Hijo, goza ahora del conocimiento del Padre.68.

 

Mujer, hiciste mortal al Hijo eterno

quien con su muerte aniquiló al señor de la muerte69. Madre de la humanidad, madre de los que sufren,

Madre Dolorosa, mártir al pie de la cruz,

 

Ahora Dios enjuga todas tus lágrimas y por ti

ya no hay muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.70.

 

En ti aparece nuestro Salvador Cristo Jesús,

quien destruyó la muerte y reveló la vida y la inmortalidad71.

 

Templo del Espíritu, preservado de toda corrupción,

Te vistes con el hogar eterno y vences la muerte y el infierno72.

 


64Cf. Is 25:8.

65Cf. Jn 5:25; Romanos 8, 29.

66Cf 2Cor 1, 20; Gálatas 3, 16; Juan 12:26.

67Cf. Mateo 23:8; Juan 13:3.

68Cf. Gálatas 1:16; Mateo 11, 27.

69Cf. Hebreos 2:14.

70Cf. Apocalipsis 21, 4.

71Cf. 2Ti 1, 10.

72Cf. 1Co 6:19; 2Co 5, 1s; Oseas 13,14.


 

Ahora ya no puedes morir y eres como los ángeles.

y tú eres verdaderamente hija de la resurrección y hija de Dios73.

 

Oh Reina, siéntate con aquel que tiene todo poder en el cielo y en la tierra y que lleva todas las cosas en su mano.74.

Nueva Eva, Criatura perfecta, exaltada por Dios que todo lo pone bajo tus pies.75.

 

Oh Mujer vestida de sol, en quien brilla

la extraordinaria fuerza y ​​poder del Padre,

quien resucitó a Jesús y lo llamó a su diestra76.

 

Tú que en la tierra ofreciste con Cristo el sacrificio de obediencia y de alabanza,

Ahora eres bienvenido para siempre en el santuario.

del Cielo en la presencia del Padre77.

 

Raptado al cielo, escuchas palabras inefables78, justa frase de Amor al hijo crucificado:

«Siéntate a mi diestra hasta que te coloque

"Tus enemigos como estrado de tus pies"79.

 

Exaltada sobre toda criatura, en tu nombre, María, madre de Jesús, el orgullo cede y toda lengua confiesa.

tu hijo Señor para gloria de Dios Padre80.

 

Junto al Cordero inmolado, de pie sobre el trono,

También a vosotros están sujetos ahora ángeles, principados y potestades.81.

 

Siervo bueno y fiel, entra en el Reino preparado para ti, donde Dios será todo en todos vosotros.82.

 


73Cf. Lucas 20:36.

74Cf. Mateo 28:18; Juan 3:35.

75Cf. Salmo 8:6.

76Cf. Apocalipsis 12, 1; Efesios 1, 19-20.

77Cf. Hebreos 10:12; 7, 25

78Cf 2Cor 12, 4.

79Cf. Hebreos 1:13.

80Cf. Filipenses 2:9-11.

81Cf. Apocalipsis 5:6; 1Pt 3, 22.

82Cf. Mateo 25:22; 1Co 15, 28.


 

Uníos en un mismo espíritu al Viviente, al que estuvo muerto, pero ahora vive para siempre y tiene el poder de la muerte y el Hades,

y vivir con él por los siglos de los siglos83. Amén.

 

 

Parroquia de San Gerardo Maiella,            DO. Lorenzo Rossetti

v. R. Balzani 74, 00177 Romac.lorenzo.rossetti@gmail.com

 

 

RESUMEN

 

El artículo sostiene la hipótesis de que tres textos aún no explotados por el Magisterio eclesiástico pueden aducirse en favor del dogma de la glorificación de la Virgen María. Esto es Mt 27, 52-53; 2Cor 5, 1-5 y Ap 20, 4-6. Esta ampliación del fundamento bíblico fortalece la doctrina católica y la hace más ecuménica; Esto implica también una mirada renovada al destino inmediato post mortem de los mártires y los santos.

 

Palabras clave: Asunción de María – Escatología – Resurrección – Munifi- centissimus Deus – Mt 27; 2Co 5; 20 de abril

 

 

ABSTRACTO

 

El artículo propone la hipótesis de que a favor del dogma de la glorificación de la Virgen María se podrían aducir tres textos bíblicos que aún no son utilizados en el Magisterio católico. Esto es Mateo 27:52-53; 2Co 5:1-5 y Apocalipsis 20:4-6. Esta ampliación bíblica fortalece la doctrina católica y la hace más ecuménica, pero al mismo tiempo exige una concepción renovada del destino inmediato post mortem de los mártires y de los santos.

 

Palabras clave: Asunción de María – Escatología – Resurrección – Munificentissimus Deus – Mat 27; 2Co 5; Rev. 20

 

 


83Cf. 1Co 6:17; Apocalipsis 1, 18.


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