jueves, 28 de agosto de 2025

Bendita eres entre todas las mujeres (Lc 1,42)

Foto archivo particular

 

San Amadeo de Lausanne (1108-1159)

monje cisterciense, obispo

Homilía mariana VII (SC 72. Huit homélies mariales, Cerf, Paris, 1960)

 

¿Quién celebrará dignamente las alabanzas de su santísima Asunción? ¿Quién puede decir con qué felicidad ella salió de su cuerpo, con qué felicidad vio a su Hijo, con qué alegría avanzó hacia el Señor, rodeada de coros de ángeles, llevada por el celo diligente de los apóstoles? Mientras tanto ella contemplaba al Rey en su belleza y veía a su Hijo esperarla en la gloria, libre de toda pena, tal como ella había sido exenta de toda mancha. Ella dejó la morada de su cuerpo para permanecer eternamente con Cristo. Ella pasó a la visión de Dios y su alma bienaventurada, más brillante que el sol, más elevada que el cielo, más noble que los ángeles, la exhaló hacia el Señor. (…)

 

Cuando vamos a la fuente de la vida, vamos a la vida. De la vida, de su flujo incesante, se bebe la vida eterna. Antes de su partida, la Virgen madre ya ha bebido en esta fuente inagotable, porque en su paso mismo, no fue tocada por el sabor de la muerte en lo más mínimo. Tan bien vio a su Hijo, que ella no sufrió de la separación de la carne. Se lanza, liberada, en una bienaventurada visión y, saciada del rostro tan deseado de Dios, encuentra los venerables habitantes del cielo, prontos a servirla y conducirla.

Nota del editor: La extensa tradición de la Iglesia conservó, dentro de sus enseñanzas, el misterio de la asunción de María Santísima a los cielos. Esto sirvió como un sustento teológico y mariológico para la proclamación del dogma por Pío XII, 1950.


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