jueves, 25 de septiembre de 2025

«Mi madre y mis hermanos»

Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

 

Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Edith Stein, (1891-1942)


A pesar de la unidad real existente entre la cabeza y el cuerpo, la Iglesia está al lado de Cristo como una persona independiente. Cristo, en tanto que Hijo del Padre eterno, vivía ya antes del comienzo del tiempo y es anterior a toda existencia humana. Después, por el acto de la creación, la humanidad vivía antes que Cristo tomara su naturaleza y se integrara a ella. Pero por su encarnación, le trajo su vida divina; por su obra de redención la hizo capaz de recibir la gracia de tal manera que la recreó una segunda vez... La Iglesia es la humanidad rescatada, creada nuevamente de la misma sustancia de Cristo.

 

La célula primitiva de esta humanidad rescatada es María; es en ella que se llevó a cabo por primera vez la purificación y la santificación por Cristo, ella es la primera que quedó llena del Espíritu Santo. Antes que el Hijo de Dios naciera de la Virgen Santa, creó esta Virgen llena de gracia y, en ella y con ella, a la Iglesia...

 

Toda alma purificada por el bautismo y elevada al estado de gracia es, por esta misma razón, creada por Cristo y nacida para Cristo. Pero es creada en la Iglesia y nace por la Iglesia... Así la Iglesia es la madre de todos aquellos a quienes está dirigida la redención. Y lo es por su unión íntima con Cristo, y porque permanece a su lado en calidad de Esposa de Cristo para colaborar a su obra de redención.

 

jueves, 18 de septiembre de 2025

María es mártir en su alma

 Foto Archivo particular

 

San Bernardo, abad


Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15: Opera Omnia, edición cisterciense, 5 (1968), (273-274). Liturgia de las Horas 15 de Septiembre

 

La madre estaba junto a la cruz (cf. Jn 19,25).

 

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como una bandera discutida; y a ti —añade, dirigiéndose a María— una espada te traspasará el alma.

 En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús —que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo— hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

 ¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

 No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

 Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?,» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Santísimo Nombre de María

Foto Julio Ricardo Castño Rueda

 

 «El nombre de María, dice San Pedro Crisólogo, es nombre de salvación para los regenerados, señal de todas las virtudes, honra de castidad; es el sacrificio agradable a Dios; es la virtud de la hospitalidad; es la escuela de santidad; es, por fin, un nombre completamente maternal». La Iglesia venera el Nombre de María el 12 de septiembre, como lo hace con el nombre de Jesús el 3 de enero. María es un nombre de honor porque María fue la Madre de Dios. Por lo tanto, María es un nombre santo así como también un nombre materno. El Papa Inocencio XI hizo que esta fiesta fuera universal, y el Papa Juan Pablo II la reinstituyó en 2003. El santo nombre de María es una devoción popular y San Luis de Montfort ha escrito extensamente sobre él. Ha sido Lucas en su evangelio quien nos ha dicho el nombre de la doncella que va a ser la Madre de Dios: «Y su nombre era María». El nombre de María, traducido del hebreo «Miriam», significa, Doncella, Señora, Princesa. Estrella del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el himno Ave Maris Stella. El nombre de María está relacionado con el mar pues las tres letras de mar guardan semejanza fonética con María. También tiene relación con «mirra», que proviene de un idioma semita. La mirra es una hierba de África que produce incienso y perfume. En el Cantar de los Cantares, el esposo visita a la esposa, que le espera con las manos humedecidas por la mirra. «Yo vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra». «He mezclado la mirra con mis aromas. Me levanté para abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, y mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura». Los Magos regalan mirra a María como ofrenda de adoración. «Y entrando a la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron y abriendo sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra». El verdadero apostolado La mirra, como María, es el símbolo de la unión de los hombres con Dios, que se hace en el seno de María. María es pues, el centro de unión de Dios con los hombres. Los lingüistas y los biblistas desentrañan las raíces de un nombre tan hermoso como María, que ya llevaba la hermana de Moisés, y muy común en Israel. Y que para los filólogos significa hermosa, señora, princesa, excelsa, calificativos todos bellos y sugerentes. EL NOMBRE Y LA MISIÓN En la Historia de la Salvación es Dios quien impone o cambia el nombre a los personajes a quienes destina a una misión importante. A Simón, Jesús le dice: «Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca edificaré mi Iglesia». María venía al mundo con la misión más alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARÍA, el nombre que tenía, y cumple todos esos significados, pues como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones. María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo, esposa y madre, esclava del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las condiciones más pobres, pero que con su calor lo envuelve en pañales y lo acuna. María valiente que no teme huir a Egipto para salvar a su hijo. Compañera del camino, firme en interceder ante su hijo cuando ve el apuro de los novios en Caná, mujer fuerte con el corazón traspasado por la espada del dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén de la Iglesia en sus primeros pasos con su maternidad abierta a toda la humanidad. María, humana, decidida y generosa, fiel y amiga, fuerte y confiada. María, Inmaculada, Madre, Estrella de la Evangelización.

 Tomado de Corazones.org .

domingo, 7 de septiembre de 2025

La Legión de María, taller de santos

Diseño: Jaime Alfonso Castaño Rueda
Por Julio Ricardo Castaño Rueda Sociedad Mariológica Colombiana 

 “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48) 

La santidad es un derecho del hombre porque es imagen y semejanza de Dios. La sustancia del Creador, su aliento divino, fecundó el alma para escribir un decreto de predestinación a la gloria eterna.

La Legión de María comprende esa norma vital como una ocupación cotidiana del combate espiritual, un ejército en orden de batalla. Su manual, en el capítulo II, lo expresa con una claridad de místico objetivo: 

"La Legión de María tiene como fin la gloria de Dios por medio de la santificación personal de sus propios miembros mediante la oración y la colaboración activa -bajo la dirección de la Jerarquía- a la obra de la Iglesia y de María: aplastar la cabeza de la serpiente infernal y ensanchar las fronteras del reinado de Cristo”.

 El oficio del legionario comprende la destrucción del pecado como un fin próximo, alcanzable, verificable y publicable. El logro humilde tiene la bendición del cumplimiento al decálogo del Sinaí, la práctica de los sacramentos, la ejecución silente de las obras de misericordia y el poder del rosario. Este esfuerzo, demoledor de circunstancias pecaminosas, lo ratifica el compendio en el capítulo XI:

 “La Legión pone su principal empeño no en realizar una obra particular exterior, sino en la santificación interior de sus miembros”.

La manufactura de la gracia rompe el discurso de las sociedades posmodernas que convirtieron la santidad en una utopía moral. La Legión de María demuestra que ser santo es una tarea de la voluntad divina porque obedece al mandamiento de la Inmaculada: Juan 2,5.