jueves, 6 de marzo de 2014

La gloriosísima realeza de la Santísima Virgen María


PBRO JOSÉ MANUEL TOBAR C.
Sociedad Mariológica Colombiana 

INTRODUCCIÓN

El título de Reina se ha atribuido a la Santísima Virgen María por la tradición cristiana desde comienzos del siglo IV.

En su introducción a  la carta  encíclica Ad Coeli Reginam, el papa Pío XII, afirma:
“Desde los primeros siglos de la Iglesia católica, el pueblo cristiano ha venido elevando fervientes oraciones e himnos de alabanza y devoción a la Reina del cielo, ya en circunstancias de alegría ya, sobretodo, en tiempos de graves angustias y peligros. Y nunca fallaron las esperanzas puestas en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció jamás la fe, por la que aprendimos como la Virgen María Madre de Dios, Reina con corazón materno en la tierra y como es coronada de gloria en la celestial bienaventuranza”.

Por otra parte no faltan quienes afirman que el término Reina, pertenece a una época histórica ya superada, que refleja concepciones culturales ya pasadas y extrañas a la sensibilidad del hombre moderno. 

Otros anotan que el poner el acento exclusivamente en la grandeza de la Virgen; podría terminar por borrar el perfil evangélico. Habría el peligro de quedarnos anclados en una Mariología de los privilegios, sin  pasar decididamente a una Mariología del servicio. 

Se daría entonces una oposición entre la tendencia a exaltar en la Virgen, su singular dignidad de Madre (contemplándola en la gloria celeste como mujer revestida de luz) y cercana al trono del Altísimo; y la tendencia a contemplar a la Virgen en su vida evangélica, considerando su camino de fe y su adhesión al querer de Dios. Es por tanto necesario introducirnos en las fuentes bíblicas y patrísticas que nos ayudarán  a aclarar dudas y a precisar conceptos, a fin de elaborar una correcta teología, en el ámbito de lo que podemos entender como la realeza de la Madre de Dios. 


1. FUNDAMENTOS ESCRITURÍSTICOS.

A) La maternidad real de la María:
- La Reina Madre (“GuebiRah”).
Este título nos remite de inmediato al A. T: Podemos observar como en la tradición de la dinastía davídica, solamente la Reina – Madre desempeña el papel oficial que comparte una dignidad y unos poderes especiales. No sucede igual con la Reina –Esposa, aunque esta aparezca como la preferida entre las mujeres y la concubina del Rey.
La Reina – Madre es llamada GuebiRah, término que significa dueña. Término que se encuentra en antítesis a sierva; y que a la vez es paralelo a Odon (Señor). Ella aparece mencionada en la lista de los reyes de Judá, mientras que en el reino del norte (Israel), su nombre no es recordado.

En 2 Re 10,13 Jezabel es recordada como GuebiRah. Igual sucede con Betsabé quien dice a Salomón:

“Tengo que pedirte una gracia; espero que no me la negarás”. El rey responde; “Pide, Madre mía, que no te rechazaré. (I Re 2,12-20”).

De lo anterior se deduce que la GuebiRah, con sensibilidad materna, presenta al rey las necesidades del pueblo. De acuerdo con Jeremías 13, 18,  parece que la Reina – Madre llevaba también diadema real. Durante las fiestas nupciales del Hijo, es ella la que le coloca la corona:
En cantares 3,11 podemos leer:
“Salid, hijas de Sión a contemplar al Rey Salomón con la
diadema con que le coronó su Madre el día de sus bodas,
el día de las delicias de su corazón”.


En el Salmo 44,10 se lee; “a tu diestra está la Reina (Hebreo segal) con oro de Ofir. ¿Se trata de la Reina Madre o de la Reina esposa aquí? Hay quienes equiparan la voz segal como equivalente a GuebiRah.

Un pasaje que se aduce en favor de la realeza, es el de Ester 2,17, el cual sería  tipo de la figura de María: Aquí se narra que Asuero exaltó a Ester hasta hacerla Reina constante consorte.

Ester, como figura de María, al igual que Judith y otras mujeres insignes del Antiguo Testamento, es tema predilecto de escritores marianos, siendo este pasaje uno de los que con mayor frecuencia se invocan.

Santo Tomás, en el prólogo a su contenido de las epístolas canónicas nos presenta a Ester, precisamente en este episodio, como figura de María a la que llama “Reina de Misericordia”, como “Madre del Rey de la Justicia”. Podemos preguntarnos si los autores antiguos, ¿Entendían por los términos “tipo, figura, símbolo” los conceptos precisos que posteriormente han sido establecidos por el estudio científico de la Sagrada escritura?

¿Querían decirnos que Dios había intentado proponernos a Ester en las escrituras como prefiguración de María, y de María precisamente en su calidad de Reina? Esto nos hace dudar, cuando se hace un ejemplo promiscuo de los términos “tipo” y “símbolo”, ya que estos pueden indicar conceptos diversos. Bien pudieron hablar estos autores de “tipos”,”símbolos” y “figuras”; en el sentido alto de la persona o cosa bíblica.

A favor de que Ester es tipo de la Santísima Virgen el P. Alameda O.S.B afirma: “Ester es la principal figura de María”. En María encontramos la fisonomía espiritual de la libertadora del pueblo judío:

“No menos agradable fue María a los ojos de Jesucristo, Rey
celestial, quien la hizo su principal esposa, y… la introdujo 
en su palacio y como no, con corona real en la cabeza…”
(Dog Matik, Poderbarn, (932 11, 306).

Nótese no obstante que para que una persona del A. T., pueda decirse con certidumbre Tipo de otra del Nuevo, es preciso que la significación típica quede establecida por la misma Sagrada Escritura o por la tradición, a lo menos implícitamente. No encontramos en el caso que nos ocupa texto alguno de los Padres o de la Escritura que nos hablen de Ester como Tipo de María; menos aún sucede esto en la precisa formalidad de Reina.

Nos vemos entonces en la necesidad de pasar al Nuevo Testamento, donde encontraremos textos más explícitos, que arrojarán nuevas luces sobre el trabajo en cuestión. Textos que son a saber:

1. Mt 1,22-23: Donde se hace una relectura de Is 7,14 tenemos en este texto la mención de la “almah,” la joven esposa de Acaz, Madre del Emmanuel, el rey Ezequías, cuyo nacimiento y reino aseguran la supervivencia de la dinastía Davídica gravemente amenazada.
Por otra parte tenemos a María, “la Virgen”, sin conocer a varón se convierte en Madre de Cristo, Rey Mesías. Él que es el perfecto Emmanuel, el “Dios con nosotros”; garantiza la continuidad perenne de la nueva casa de David, la Iglesia contra toda la potencia adversa.

2. Mt 2,11: En el episodio de la adoración de los magos, (Relato que tiene sin lugar a dudas un carácter regio); vemos como José que también ocupa un lugar de primer plano casi desaparece. Quizá aquí se aparece la tradición veterotestamentaria  sobre la GuebiRah. Ahora es María la Reina Madre del recién nacido Rey – Mesías. Sus rodillas son el trono natural donde se sienta la majestad real del Niño.

La fiesta de la Epifanía, que prepara el trozo evangélico de Mt 2,1-12, es la de Isaías 60,1-6. Es probable que Mateo transcriba aquí en clave Cristología este episodio; en lugar de Jerusalén – Madre, entra ahora María Madre, mientras el Niño, su Hijo, desempeña el oficio del Rey Mesiánico que recibe el homenaje de todas las gentes.
El encuentro con los magos tiene lugar en la casa de Belén, que podría figurar a la Iglesia. Cada vez que los pueblos, a semejanza de los magos acuden a Cristo, encontraron al Niño con María; Ella siempre estará indisolublemente unida a su Hijo.

3. Lc 1,43; “¿De dónde a mí que venga la Madre de mi Señor a visitarme?” Nótese como el título “mi Señor” es de naturaleza regia. En el Salmo 110,1 David llama justamente al Rey “Mi Señor”. (Recordemos que este salmo tuvo relecturas escatológico - mesiánicas, con una referencia privilegiada a la espera del Rey Mesías. (Cfr: Mc 12,35-37, Lc 20,41-44). Isabel, pues, saluda en María a la Madre del Rey – Mesías, el Rey que nacerá y del que habló el ángel a María.

Dos textos arrojan luz directa sobre la realeza de María a saber:
A) Lc 1,32b-33: El ángel Gabriel revela a María la misión del Niño que va a concebir.
B) Ap 12, 155. La mujer coronada.

En el primer texto leemos: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará por siempre sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin”. En estos versículos resuena la celebre profecía de Natán a David:

“Yo Jhwj haré surgir a tu linaje después de ti, que saldrá de tus 
entrañas y afirmaré su reino;... yo afirmaré para siempre su trono
real”. ( 2 Sam 7 – 16).

Con respecto al texto del Apocalipsis en el que se presenta a “la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus plantas, y coronada con diadema de doce estrellas”, se pregunta sí ella puede representar a la Madre de Dios.

Nótese como el Hijo varón de Ap 12,5 que “Regirá todas las naciones con férrea vara”, hace eco a la descripción del rey davídico en Sal 2,9 (Salmo empleado en el N. T a menudo con relación al Mesías. (Cfr : Lc 3,22, Hch 13.33). Al aplicar esta descripción al “Verbo de Dios” Ap 19,15 nos  cercioramos de que el autor quiere referirse aquí a Cristo.

La mujer que aparece revestida de sol, con la luna bajo los pies y corona de doce estrellas, evoca el sueño de José (Gen 37,9); donde el sol es Jacob / Israel, Raquel es la luna, y las doce estrellas son los hijos de Jacob.

La mujer que grita por los dolores del parto en la angustia de dar a luz (Ap 12,2), puede estar diseñada para que evoque las descripciones del pueblo de Israel o Sión como parturienta (Cfr: Is 26,17,54,1, Miq 4,19).

Aquí los dolores del parto son los tiempos confusos que introducen la era mesiánica.
Nótese como el motivo de la mujer en el desierto, de Ap 12,6 – 14 tiene como probable destino recordar a Israel y el éxodo.


SIGNIFICADO PRIMARIO DE AP 12.

¿Qué intenta el hagiógrafo con el símbolo de la mujer?

Una mayoría de autores considera referencia primaria, a saber el pueblo de Dios. (Israel, la Iglesia o ambos).

El Ap 12 subyacen fuentes judías, ya que es muy probable que la mujer encarne a Israel, pueblo de Dios en el Antiguo Testamento.

La adaptación cristiana del símbolo hace que, dado a luz el Niño Mesiánico, la mujer se convierta en Iglesia, pueblo de Dios en el nuevo Testamento.

Referida a la mujer la expresión “en el cielo”, se explicaría como reflejo del apocalíptico sentido de las realidades celestes y terrestres presentadas a un mismo tiempo. En Is 54 Dios llama a Israel o Jerusalén, que es estéril a ser esposa suya, y la adorna de tal modo que parece un ser celestial.

De igual modo los dolores de parto y el parto mismo son descritos en términos veterotestamentarios. (El relato no sufrió remodelación alguna para que correspondiese a determinados rasgos de la vida de Jesús).

El nacimiento del Mesías significa aquí que emerge la salvación mesiánica. Se describe en general la protección del Mesías y se promete que Dios no permitirá el triunfo final del mal sobre el pueblo.

Se esperaría que el Mesías destruyese inmediatamente al dragón. En la experiencia cristiana no es visible la victoria del Mesías aunque haya venido; más bien se espera en el futuro su victoria final.

La caída de Satán, que en el pensamiento judío se asociaba con los tiempos primitivos, es reasociada con la acción que lleva al Mesías ante Dios y ante su trono.

¿Hay referencias a María en Ap 12?

Recordemos aquí cómo el concepto bíblico de personalidad corporativa permite que un único individuo represente a la colectividad.

Según la narración, la mujer alumbra al Mesías, se preguntará: ¿Hubiese hecho referencia a la Madre del Mesías un cristiano del siglo I, sin pensar en María, de la que habría nacido Jesús? Los escritores primitivos eclesiásticos no atribuyen sentido mariológico a Ap 12; la más temprana interpretación mariológica data en realidad del siglo IV. Epifanio: (Panarion 78.11), Andrés de Creta (In Apoc 33). Este silencio debilita pero no destruye la causa de quienes abogan por una identidad mariana.

Se objeta que, según se describe el nacimiento, este no trascurre en realidad como consta que aconteció en Belén. Según Ap 12, no está claro que el nacimiento tenga lugar en la tierra; apenas nace el Niño es arrebatado, sin que se aluda apenas el ministerio público de Jesús; la dificultad se agrava, si la acción de ser arrebatado el Niño, simboliza la resurrección y ascensión; Jesús no ascendió al cielo apenas hubo nacido en Belén.

Si sensatamente se busca una posible referencia mariana en Ap 12, se debe necesariamente inquirir sobre alguna otra presentación del nacimiento que implique a María y ostente una mayor afinidad.


El cuarto Evangelio por su parte nada dice acerca del nacimiento en Belén.
Los dolores de parto por su parte, parecen ser las penas que rodean la despedida o muerte de Jesús, mientras que el nacimiento aludiría a su vuelta tras la victoria. 

Al pie de la cruz está presente la Madre y esta es designada como mujer. (Jn 19,25-27). Esa muerte y la subsiguiente victoria las cuales constituyen “la hora de Jesús”, señalan el momento de la expulsión de Satán. (Jn 12,27-31).

Si el nacimiento del Mesías significa que Jesús va al Padre después que muere, resulta comprensible que Ap 12,5 asocie el nacimiento del Niño con la acción de ser este llevado ante Dios y ante su trono.

Es posible pero no seguro, por lo que hace a la intención misma del vidente, la referencia secundaria a María en Ap 12. Más seguro es que el símbolo de la mujer, de la que nace el Mesías, se preste a intermediación mariana, cuando creció ese interés en la tardía comunidad cristiana.

Nótese cómo encontramos elementos comunes entre el texto de Apocalipsis y Jn 19,25-27 (María al pie de la cruz). Al respecto el padre André Fuillet lo relaciona así:
“En Juan 19,25-27, la Madre de Jesús se halla caracterizada por tres rasgos que no se hallan en los otros evangelios: 1) La insistencia con la que la Madre de Jesús es llamada “mujer”; la coincidencia a este propósito entre la escena de Caná y la escena del Calvario revela una intención, sin duda, de orden doctrinal. En particular en cuanto que es la mujer por excelencia, en cierto modo, María es entregada como Madre a san Juan.
2) Ella tiene pues, otros Hijos además de Jesús: el mismo Salvador da por Hijo a su discípulo amado. 
3) Esta maternidad espiritual se halla ligada al Gólgota.

“Ahora bien : estos rasgos caracterizan de manera semejante a la Madre del Mesías en el Apocalipsis: ella es también llamada Mujer, también tiene otros Hijos además del Mesías y, en fin, se le atribuye igualmente un alumbramiento metafórico , es indudable que estamos en presencia de una tradición propiamente Joanica, común al evangelio y al Apocalipsis”
(Ignacio de la Potterie: “María
en el misterio de la alianza”, página 306).

Después de la huída de la mujer al desierto (12,14) nos sale al paso el versículo 17: “Se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia. Este importante versículo no menciona al Hijo de la mujer, el Mesías, sino “el resto de la descendencia”, es decir, todos los cristianos. Además del Hijo que la mujer ha dado a luz (El Mesías) ella tiene otros hijos.

La figura de la mujer - Ap 12 - tiene pues, una significación a la vez eclesial y mariana, sobre todo bajo el aspecto de la maternidad de la mujer, es decir en virtud de la relación que guarda con sus hijos.

Ella es la Madre del Hijo varón que ha dado a luz, pero en el ámbito espiritual es también (y esto se aplica tanto a María como a la Iglesia), Madre de otros hijos: “el resto de su descendencia”.

Respecto a otro tema de Ap 12: el combate entre el dragón y la mujer, creemos que si María es la imagen concreta de la Iglesia, con todo lo que esto conlleva de pruebas, persecuciones y torturas en el curso de la historia, ha de ser posible dar una interpretación mariológica de la lucha entre la mujer y el dragón.

A propósito del texto del cantar de los cantares:

“Quién es esta que se levanta como la aurora, hermosa cual luna, resplandeciente como el sol, terrible como escuadrones ordenados”.
(Cant 6,10 55).
El padre Feuillet descubre aquí un argumento para afirmar que esta mujer significa Israel. Este sorprendente juego de imágenes que expresa tanto el esplendor de esta mujer como su victorioso poder, debe integrarse en la visión sintética de la mujer de Sión del pueblo de Dios; pero puede aplicarse también a María.

En María alcanzan su cumplimento todos los aspectos importantes de las promesas hechas en el antiguo Testamento a la hija de Sión, y en su persona concreta se anticipa lo que será realidad para el nuevo pueblo de Dios, para la Iglesia.
En el antiguo breviario en los maitines del 15 de agosto se leía la antífona:

“Alégrate, Virgen María porque tú sola venciste a todas las herejías en el mundo entero”.

María se halla personalmente comprometida en la lucha escatológica contra el mal.

Al comparar Jn 19,25-27 y Ap  12 nótese una relación inversa: En Ap 12 se pone el acento pues, en la Iglesia pero con resonancias mariológicas; en el evangelio el acento se coloca (en el episodio de Caná y al pie de la cruz), sobre la persona de María, “La Madre de Jesús”.
En Ap 12, la mujer Sión, la Iglesia, será la esposa del cordero cuando tenga lugar la conclusión definitiva de la alianza.

La mujer revestida del sol y coronada de estrellas (figura de la Iglesia Virgen y Madre), nos pone ante los ojos a la Reina de los apóstoles y a la soberana del mundo. Es la Iglesia, pero la Iglesia como destello de María, porque la una es el ejemplar y la otra la copia.

En Ap 12, brilla deslumbrante de majestad y de grandeza, coronada con diadema real, y como Madre de “un Hijo varón que ha de gobernar a todas las naciones con mano férrea”, Hijo que es “arrebatado hacia Dios y hacia su trono”.

Una vez más la Madre del Rey se ofrece a nuestros ojos ostentando los atributos de su excelsa realeza.

Sigue entonces abierta la cuestión respecto al sentido mariano que pueda tener el texto en estudio, dirá: debemos superar una visión demasiado humana y sociológica de la Iglesia y elevar la mirada hacia el misterio de la “mujer” que es indisolublemente María y la Iglesia que es nuestra Madre.


CAMPOS DE SIGNIFICACIÓN EN AP 12: (TRIPLE LECTURA)



1) Plano mitológico:

- Símbolos celestes
- Función respecto al dragón
- Persecución – Dar a luz.




Estos rasgos pertenecen a los ciclos más significativos y fecundos de los mitos de Egipto, Asía  menos y Grecia. En este fondo ha de entenderse la figura de la mujer.



2) Contexto de historia y esperanza israelita:



- La fecundidad (de la Palabra de Dios) 
- Los dolores de parto
-Tradición profética del A.T: Israel o la hija de Sión, como personificación del pueblo de la espera.
- Se espera la plenitud y verdad del tiempo nuevo.
- Nacimiento del Hijo varón (El Mesías esperado)
- En este contexto se entiende la derrota del dragón (Diablo).
- Plenitud del tiempo nuevo



3) Lectura cristiana:

- La mujer en parto (identificada con la Iglesia)
- El Hijo (Varón – Rey) es Jesucristo.
- Padecimiento de la mujer // persecución de la Iglesia tras la pascua de Jesús.



2) FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DE LA REALEZA DE MARÍA SANTÍSIMA.

En sentido amplio y genérico, “Rey” se dice de todo aquel que dirige o gobierna; o sea de quien, con verdadero dominio y poder, conduce a otros hacia un fin determinado.
En este sentido se podría llamar rey a cualquiera que tenga autoridad o poder sobre otro.

La potestad de gobernar, propia del oficio del rey, es potestad de jurisdicción, o sea potestad de regir a otros como súbditos, y comprende el poder legislativo, judicial y ejecutivo. El más esencial a la función regia es el poder legislativo.

Pío XII establece en la Ad Caeli Regiam cómo la realeza de María debe ser concebida analógicamente con la realeza de Cristo.

“Como Cristo con el título particular de la redención es Señor y Rey, así la bienaventurada Virgen es Señora nuestra por el singular concurso prestado a nuestra redención, suministrando su sustancia y ofreciendo voluntariamente por nosotros, deseando, pidiendo y procurando de una manera especial nuestra salvación”. (Ad Caeli Reginam  48).

El concilio Vat II nos propone también la realeza de María Santísima: “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la Iglesia celestial y fue enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan y vencedor del pecado y de la muerte”.


Puesto que la realeza de María ha de explicarse por analogía con la de Cristo Rey, se hace necesario en primer lugar precisar la teología sobre la realeza  de Cristo, (Cfr: Encíclica Quas Primas del papa Pío XI).

1. Cristo hombre es rey del universo no sólo en sentido metafórico, sino también en sentido estricto, literal y propio. En sentido propio hay que atribuirle a Jesucristo hombre el título y la potestad del Rey; pues solo como hombre se puede afirmar de Cristo que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino, ya que el Verbo de Dios identificado sustancialmente con el Padre, posee en común con él todas las cosas. Cristo es Rey en sentido propio según lo afirma la escritura. (Lc 1,32-33, Jn 18,37, Ap 19,16).

2. El fundamento de la realeza de Cristo – hombre, es la unión hipostática  de su naturaleza humana con la persona del Verbo Divino.
Cristo en cuanto Verbo de Dios, es el creador y conservador de todo cuanto existe y tiene por tanto pleno dominio sobre toda la creación universal. 

3. Cristo hombre es rey del universo también por derecho de conquista, como Redentor del mundo.
Por derecho de conquista significa por haber redimido al mundo con su pasión y su muerte en la cruz. (Cfr: 1 Pe 1,18-19).

4. La potestad real de Cristo abarca el triple poder legislativo, judicial y ejecutivo.
a. P. Legislativa: “Habéis oído que se dijo… pero yo os digo” (Mt 5,21-22). “Un nuevo mandamiento os doy” (Jn 13,34).
b. P. Judicial:” El Padre no juzga a nadie sino que ha entregado al Hijo el poder de juzgar” (Jn 5,22)
c. P. Ejecutiva: El rige de hecho los destinos de la historia del mundo, sirviéndose a veces de sus mismos enemigos (guerra, martirio, etc) para sacar adelante los planes de su Reinado de amor sobre el mundo entero.

5. El reino de Cristo no es un reino temporal y terreno, sino un reino eterno y universal: Reino de vida, de santidad, de gracia, de justicia, de amor y de Paz.
a. No temporal: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), lo cual no implica el mantener absoluto dominio sobre todos los reinos de la tierra y sobre todas las cosas creadas.
b. Eterno y Universal: “y su reino no tendrá fin” (Lc 1,33)
“Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).
c. De Verdad y de Vida: Vino al mundo “para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37) y para que “todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
d. De Santidad y de Gracia: “El Hijo engendrado será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).
e. De Justicia: Vino a establecerla en el mundo y juzgará a cada uno según sus obras” (Rom 2,5-6).
f. De Amor: Porque es el reino de caridad, virtud y que no pasará jamás (1 Cor 13,8).
g. De Paz: Porque la paz es “obra de la justicia” (Is 32,17) Jesucristo es el príncipe de la paz anunciado por el profeta Isaías (Is 9,6).


Podemos entonces profundizar ahora en la realeza de María en parangón analógico con la realeza de Cristo Rey y Señor del universo. La realeza de María ha de concebirse en parangón analógico con la de Cristo. La Virgen María es Reina del universo no sólo en sentido metafórico, sino también en sentido estricto, literal  y propio.

Los títulos de Rey y de Reina convienen a Cristo y a María también en sentido propio, a causa de su primado, no sólo de excelencia, sino también de poder sobre todas las cosas.

El fundamento principal de la realeza de María en su divina maternidad, que la eleva al orden hipostático y la une indisolublemente con su divino Hijo, Rey universal.

“Como Cristo, con el título particular de la redención es Señor y Rey, así la bienaventurada Virgen es Señora nuestra por el singular concurso prestaba nuestra redención, suministrando su sustancia y ofreciendo voluntariamente por nosotros, deseando, pidiendo y procurando de una manera especial nuestra salvación”.
(Ad Caeli Regenam  48).

María por voluntad divina, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra salvación. Reparando con sus méritos todas las cosas, es Madre y Señora de todas las cosas ha elevado estas cosas a su dignidad original con la gracia que ella mereció (Aquí situamos a María como corredentora de la humanidad). María es real y verdadera Reina aunque en sentido limitado y analógico con relación a Cristo. Lo es por su título de conquista y de asociación a Cristo.

Tenemos entonces, dos potestades: Absoluta la de Jesucristo y relativa la de María; ambas regias dentro de un mismo orden, de las cuales una la de María, es totalmente dependiente y subordinada a la de Jesucristo. La realeza de María pertenece a un orden inmensamente superior. (Orden hipostático – Relativo) que nada tiene que ver con las realezas de la tierra.

María participa también de la potestad legislativa en el reino de Cristo.

Puesto que la ley del reinado de Cristo es la gracia, puede con verdad afirmarse que María, en cuento Reina, participa directamente del poder legislativo del Rey en tanto cuanto participa ella en la adquisición y distribución de la gracia. Siendo la ley del reino de Cristo, en primer lugar la gracia, y, siendo María participante en el procurar esta gracia a los individuos, se sigue lógicamente que María participa de la potestad legislativa de Cristo.

A semejanza y en perfecta dependencia de Jesucristo, el reino de María no es un reino universal y terreno, sino un reino eterno y universal. (Reino de santidad, de gracia, de justicia, de amor y de paz).

María ha comenzado a reinar en el momento mismo en que por obra del Espíritu Santo a Jesucristo Rey, y reafirma su derecho de conquista con su compasión al pie de la cruz de Jesús; la ejerció sobre la Iglesia de los primeros discípulos del Señor, y la seguirá ejerciendo en el cielo sobre todos los seres creados.

Entre los padres orientales encontramos testimonios claros respecto a la realeza de María:


Orígenes coloca en boca de Israel estas palabras:
“¿Por qué me saludas tu primero? ¿Por ventura soy yo la que engendró al Salvador? Más bien yo debo ir a ti, porque tú eres bendita entre las mujeres. Tu eres la Madre de mi Señor, tu eres mi soberana”.
(Orígenes: Homilía san Lucas, homilía VII).

San Juan Damasceno es quien con más claridad habla de la relación entre María Reina y Cristo Rey; entre la maternidad divina y la realeza de María. María Reina íntimamente unida con Jesús rey; donde Reina él su reino es universal: “Es soberana en cuanto es masculino y femenino, celestial y terreno”. “Reina sobre todas las criaturas”. “Sobre la creación entera”. (Cfr: Homilías en la fiesta de la dormición II y III).

El poder real de María, afirma el Padre Dillenschnerider (Congreso Mariológico de Boulogne Sur-mer, 1938)), se ha caracterizado por la ternura maternal que informa su actividad medidora entre Dios y los Hombres.

Si bien debemos renunciar a admitir en María todo poder ejecutivo y judicial, podemos, no obstante, concederle un verdadero poder legislativo, ya que en el reino de la gracia el poder legislativo se confunde con la facultad de dispensar la gracia.

El poder propio de la Virgen en la distribución de las gracias constituye su poder de intercesión, sin que se pretenda con esto coartar su libertad mediadora.
Su causalidad de intercesora, de “omnipotencia suplicante”, entra de lleno en una zona de independencia en virtud de la autonomía que le concede su oficio de Madre y mediadora de los hombres.

María la asociada más perfecta, es también reina perfecta.

Con toda la vida y el alma del Verbo encarnado, ella abraza toda la vida y todo el destino de la humanidad y hace suya esa preocupación por la humanidad que a Cristo acucia y consume. El carácter de sus plegarias y de las misiones que se le confían, le vienen precisamente de esta suerte de unión con Cristo – Rey, y en esto estriba su condición de Reina.

¿Dónde encontrar convergentemente, una Reina que goce sobre el corazón del Rey, de un ascendiente comparable al ascendente de que goza María sobre el corazón de Jesucristo?

De lo anterior se concluye que su participación en el reinado universal de su Hijo, sobrepasa también la participación de los reinos de la tierra en el gobierno de sus respectivos reinos. Porque el distintivo específico del reinado de María es: fecundar, vivificar, embellecer y divinizar las almas de sus súbditos; la Iglesia por tanto la llama no solamente Reina sino Reina de Misericordia.

María es pues, la gran confidente, conocedora de planes y proyectos acariciados por el Rey, ante todo por medio de sus súplicas; matiza con un tinte de bondad y de ternura, todos los actos de gobierno de su regio consorte depositario, único del poder ejecutivo y judicial. Ella logrará con su prestigio personal y el ambiente que goza sobre el corazón del Rey; que la severidad impuesta por los imperativos de la justicia vaya templada por la caricia suave y amorosa de la misericordia.

María, por lo tanto, desplegará especialmente su poder de Reina, al poner en juego el gran resorte de su plegaria, de sus ruegos y de su intercesión omnipotente.

Nótese de otra parte, como se destacan las íntimas relaciones que unen la realeza de María con su corazón inmaculado. María es Reina principalmente por su corazón. El corazón de María es símbolo de esa riqueza inconmensurable de afectos y virtudes que lo adornan.

El amor inmenso de María simbolizado por su corazón ejerce un influjo decisivo en la divina maternidad, como raíz y fundamento de los actos que en ella desembocan. Y como la maternidad, a su vez es la raíz y el fundamento de la realeza, síguese por lógica consecuencia que también el corazón, o digamos el amor, es razón y motivo de la realeza de María.

Su calidad de corredentora constituye a María Reina y soberana; la corredención es ante todo y sobre todo, obra del amor y de la caridad de María, es decir de su inmaculado corazón; luego también su prerrogativa de Reina tiene por razón, raíz y fundamento el amor y la caridad de María, es decir su inmaculado corazón.


REALEZA Y ASUNCIÓN DE MARÍA.

Asociada a Jesucristo y a su obra, en fuerza de la gracia maternal, la misión de la Virgen reviste una nota de universalidad y un carácter oficial indiscutible. En la sinfonía del misterio mariano se descubren múltiples y maravillosos acordes.

Dios ha querido que ambos privilegios (realeza y asunción) alcanzasen su consagración definitiva con pocos años de diferencia.

Pío XII, el gran pontífice mariano, para celebrar el triunfo de la Virgen glorificada en cuerpo y alma, introduce en las letanías la conocida invocación; Regina in Coelum Assumpta, ora pro nobis. Los antiguos oficios de la Asunción, contemplaban a la Madre de Dios exaltada a los reinos celestiales, sobre todos los coros de ángeles; pero quedan mucho más de manifiesto y explicitados en el nuevo oficio, cuyos himnos, una y otra vez, saludan a María asunta como Reina.

Si recogemos los testimonios de la antigüedad cristiana, hallamos que la realeza ya era celebrada siglo y medio o dos siglos antes que la Asunción. (Véase la abundancia de textos antiguos que Pío XII cita en la “Ad caeli Reginam” en la voz de la realeza).

Los testimonios a la voz de la Asunción no aparece no aparecen sino hasta el siglo V. (Cfr: Sn Juan Damasceno, Germán de Constantinopla).

Los romanos pontífices afirman también mucho antes la realeza de María que su asunción en cuerpo y alma a los cielos.

La formula “Asunción de María en cuerpo y alma al cielo” no aparece sino hasta Pío XII que la empleó primero en la “Mystici Corporis”, y luego en una alocución del 15 de agosto de 1945. (Regina in Coelum Assumpta, Capt. IV).

La fiesta de la asunción celebrábase ya en algunas Iglesias de oriente, a mediados del siglo VI (con el nombre de dormición de la Santísima Virgen) sólo hasta mediados del siglo VIII la Iglesia de Roma la hace suya.

Nótese cómo entre los privilegios marianos, exceptuando la maternidad, ninguno fue tan celebrado como la virginidad, y, sin embargo, hoy es el día en que la virginidad aún no tiene fiesta propia.

La Madre del Rey y Creador de todas las cosas es levantada, sobre todos los coros angélicos… allí en el cielo, es reclinada la Madre de Cristo y Reina del mundo; los ciudadanos del cielo se alegraron de tener ya consigo a María, Reina de todo lo creado.

Berceo, el poeta, cree en la Asunción, pero contemplando a la Virgen en el cielo, lo que canta en la ingenuidad de sus versos en la realeza:
“Sennora benedicta, Reina y acabada por manos de tu hijo don Cristo coronada”
(Milagros de Nuestra Señora, milagro 26, estrofa 910).

Veamos pues cuáles son los fundamentos comunes de la asunción y la realeza de María Santísima.

1. María, se encuentra santamente asociada a Jesucristo.
Entendemos aquí la asociación perfecta e indisoluble de la Virgen con Cristo en su predestinación, en su vida, en su misión y teología, y no meramente en el ejercicio o realización de los actos postulados por la misma.
Toda la razón de ser de María, es el Verbo humanado al cual está unido totalmente y desde el principio.
Jesús y María los padres y restauradores del orden nuevo: quedan unidos no sólo por las mutuas relaciones que ligan a la Madre con el Hijo, sino mucho más por razón de su ministerio o destino y misión comunes, aunque con las diferencias radicales que se adivinan entre el Verbo humanado y su Santísima Madre.

Cuando contemplamos a María en sus diferentes oficios de corredentora. (correndención subordinada a la de Cristo), medianera, Reina, etc; descubriremos la armonía y unidad que el principio de asociación imprime a todo el misterio de María, profundamente maternal en su raíz mas honda.

A) Asociada en la predestinación:
Dios destinó a su Unigénito la Madre de la cual nacería en la plenitud de los tiempos; la escogió y distinguió su puesto en los designios, la amó sobre todas las criaturas con tal predilección, que solo en ella se complació de singular manera.

B) Asociada en su vida:
El papa León XIII afirma: “Cuantas veces rezamos (el rosario)  traemos  a la memoria los episodios que constituyen la obra de nuestra redención; ante nuestros ojos se desarrolla, la grandeza de los misterios que constituyen a María como Madre de Dios y Madre nuestra”.

C) Asociada en la redención del hombre :
La Virgen fue escogida para Madre de Dios, a fin de asociarla a la obra de redimir al género humano. De lo cual se sigue que alcanzase favor y poder tan grandes ante su Hijo, que jamás podrá conseguirlo mayor naturaleza humana o angélica.

D) Asociada en gloria:
Por haber sido cooperadora suya en la obra admirable de la redención vino a ser para siempre la dispensadora de las gracias, fruto de esa misma redención.

Como consecuencia:
“La Augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde la eternidad con un mismo decreto de predestinación, Inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosamente asociada al Divino Redentor, que obtuvo el triunfo pleno sobre el pecado y sus consecuencias como supremo coronamiento, fue preservada de la corrupción del sepulcro y, vencida la muerte como lo fuera antes por su Hijo, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, rey inmortal de los siglos”.
(ENC Munificentissimus Deus. D. C,  809).

Glorificada María en el cielo y participando de la realeza de Cristo, la asociación entre ambas resulta perfecta bajo todos los aspectos.
Por su maternidad, pues, es María segunda Eva y subsiste el principio de recirculación; fundados en la maternidad, contemplamos a la Virgen envuelta en un halo de gloria incomparable y afirmamos su posición única por sobre todas las demás criaturas, es decir, el principio de singularidad trascendente.
De la realeza en primer término podemos afirmar:

Por la maternidad, la Santísima Virgen hallase aparte y en un orden especial: debajo de Jesucristo, que por la unión hipostática es verdadero Dios; pero muy por encima de todos los hombres, que no pasan de ser hijos adoptivos de Dios, cuando María es Madre suya verdadera y natural.

La maternidad divina la hace Reina, no sólo por su excelencia y dignidad, sino también por su dominio e influjo sobre todos los súbditos del Reino de Dios. No cabe concebir al Verbo divino encarnándose sin recibir desde aquel primer instante el dominio absoluto y universal sobre todo lo existente, ni a María elevada a la dignidad de Madre de Dios sin participar inmediatamente de esa realeza. Al quedar elevada a la maternidad divina por una excelencia superior a la de todas las criaturas, queda incorporada a la familia humana, bien que Reina y Señora de toda ella.

Hablando del amor de Cristo a María afirmamos; el amor primero y antecedente con que la eligió; por este amor hizo la perfectísima y no sometida a corrupción alguna, y la asocio a su obra redentora constituyéndola principio de vida y antídoto contra la muerte, de la cual nunca sería dominada. María está indisolublemente asociada a la santidad de Cristo; y como Este por naturaleza, así María por gracia.

Será inaccesible al pecado que es la muerte. En consecuencia debe estar asociada a la vida ya los bienes de su Hijo en el cielo, es decir deberá estar a su lado en cuerpo y alma y reinar junto a Él en trono de gloria.

María está formalmente asociada a Jesucristo en la destrucción del pecado y de la muerte. Esta destrucción se consuma con la resurrección anticipada de Jesucristo, en la cual debía seguirle su Madre. Es claro que lo que es causa de vida y antídoto contra la muerte no puede permanecer en el sepulcro presa de la muerte misma.
San Bernardino de Bustis afirma al respecto:
“La Reina no puede estar separada del Rey ni cuanto al alma, ni cuanto al cuerpo. Como Jesucristo, Rey de Reyes, estuvo exento de la corrupción, así debió estarlo María, por su dignidad de soberana emperatriz”.
(Mater Etecclesía vol. V pag 27-28).


La asunción de María en cuerpo y alma a los cielos está contenida formalmente en el depósito de la revelación y es verdad definida. Quizá hayan quedado sin definir  circunstancias de esa glorificación, como su modo (o proceso) y su término, que acaso sean definibles.

Sobre la realeza no tenemos determinado autoritariamente el elemento esencial de la misma o en que consista, y mucho menos la presentación oficial de la misma por el magisterio solemne de la Iglesia como verdad revelada por Dios.

Nadie no obstante puede concluir aquí que se trate de cosa baladí. Verdades creídas o reveladas por la Iglesia, pueden tardar en ser definidas.

Según el Concilio Vat II: son objeto de fe divina y católica todas las verdades que se contienen en el depósito de la revelación y que la Iglesia nos propone ora por solemne definición, ora por su ordinario y universal magisterio. (DB N. 1.792).

La realeza, como la gracia de la maternidad, como la predestinación está en la constitución misma del misterio mariano y es algo que la Virgen no pudo merecer en su raíz, aunque luego mereciese la gloria que acompaña a su ejercicio.

Por analogía con Jesucristo Nuestro Señor: desde el primer instante era Rey, en sentido riguroso, y se le debían todos los honores. Los títulos primeros de Cristo a la realeza son naturales por su persona; los de María eran sólo de gracia por la predestinación que Dios hiciera de Ella, de manera algo semejante.

De la Virgen se sirve el mismo Jesucristo; al respecto afirma el papa Pío XII:

“De esta unión con Cristo Rey deriva Ella tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión con Cristo, nace aquel poder regio por el que Ella puede dispensar los tesoros del Divino Redentor; en fin: en esta misma unión con Cristo tiene fundamento y origen la inagotable eficacia de su patrocinio a favor nuestro ante su Hijo y delante del Padre Celestial”.
(ENC Ad Caeli Reginam Doc Marianos  902).

La asunción era reclamada por la dignidad de María.
Era también obligada para el adecuado desempeño de sus funciones a favor de los hombres.
“In regias caelorum sedes, regina tu, hera domina, veraque Dei genitrix translata est”
(Mariale canon 3 oda 5).

La soberanía regia, como dignidad suprema, sólo puede recaer dignamente en una persona plena e íntegramente constituida. Sin la asunción corporal, separada el alma del cuerpo, la persona de María quedará incompleta, deficiente, sujeto impropio e inadecuado para sostener la dignidad soberana de Reina Universal.

Una perfección que tendrían sus súbditos: los ángeles en el cielo y los hombres que en la tierra van hacia la eternidad, no podía menos de hallarse en nuestra gloriosa Reina.

La asunción era por lo tanto complemento de la realeza y camino para su ejercicio pleno.

Si la Madre de Dios ha sido elevada sobre todos los espíritus angélicos, tan excelsa exaltación no es sólo para su gloria, sino para beneficio nuestro. Para todos los Hijos de Dios, ella ha traído la salvación y la redención en Cristo Nuestro Señor.

La asunción diríase reclamada por la maternidad espiritual tal como, en su etapa celeste, la desempeña la Virgen. Hoy ejerce la redención desde el cielo a través de su maternidad espiritual, haciendo la redención subjetiva, distribuyendo las gracias que nos ganó. Ella distribuye las gracias con su voluntad, su querer y su cuerpo, como lo hace también su Hijo.

Sin la asunción corporal, esta maternidad quedaría capitalmente disminuida, lo cual quiere decir que la maternidad espiritual reclama la asunción; ésta también era complemento de los oficios de María a favor de los hombres: de la maternidad, de la mediación, de la realeza.

Si pues, Jesucristo resucitó como primicias de los difuntos que han de resucitar, así también, la resurrección y glorificación del cuerpo de la Virgen son como prenda y anticipo de las nuestras.

La asunción reclamada por todos los oficios y por la dignidad de María, era complemento y disposición última en todos ellos para su natural y ordenado ejercicio; y aunque fue asunta por ser Reina, de hecho, por la asunción entró en posesión de su trono y comenzó de lleno su reinado.

La asunción es pues, el triunfo y la consagración definitiva de María Reina.
La realeza de María por analogía con la de Cristo, se verifica también en el Espíritu Santo. El Espíritu desarrolla al máximo la potencialidad unitiva que empuja a la Madre hacia el Hijo. La Virgen no tiene otra voluntad que la de Cristo.

(Flp 2,5). En virtud, pues, de aquel mismo espíritu que la hizo perfectamente conforme con Cristo su Señor, se convierte a su vez en canal de gracia.

María se convierte en Madre del Rey Mesiánico porque se ha declarado sierva del Señor (Lc 1.38). El concilio Vat II actualiza esta doctrina afirmando:

“Asunta  a los cielos no ha dejado esta misión salvadora sino que con su múltiple intercesión continua obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria celestial”.
(L. G  62).

María es Reina en cuanto que participa de la realeza del pueblo de Dios. “Pueblo de sacerdotes, nación santa” (Ex 19.6). El N. T., afirma: los redimidos participarán de la exousía o poder real de Dios. “Trasladados al reino del Hijo amado” (Col 1,13).
Dentro de la condición regia del pueblo de Dios, hay que comprender el título de María Reina.

La Virgen en efecto es parte de la Iglesia y no es lícito separarla de ella. Nada en María enmascara o vela el poder (reinado) único de Dios. Todo resplandece como pura gracia de Dios en Ella. María triunfa sobre la ley, entendida como código exterior portador del pecado. María es Reina coronada de gloria. Ella ya y para siempre en el reino de Dios ha conseguido la corona de gloria. (1 Pe 5,4), la corona incorruptible (1 Cor 9,25).

María no sólo coopera a la existencia del reino del Hijo; ella es la “quebirah” del reino Mesiánico, la Reina-Madre que hace posible las bodas del Verbo con la humanidad. María es un persuasor oculto de santidad y de seguimiento de Cristo en sus fases iniciales (Inmaculada), central (Madre de Dios) y final (asunta en el cielo). Ella como líder se ha hecho protagonista  de primer orden al servicio del plan salvífico de Dios. 

Anotemos, finalmente, como no debe vaciarse de sentido, ninguno de los títulos que a la Virgen otorga el pueblo cristiano (Madre, Reina, medianera…) Veamos el significado ontológico de los mismos, relacionando a la Virgen con Jesucristo su Hijo de quien depende todo el orden de la gracia, pero lo cual en todo, también lo quiso Dios, asociada.

Salve Regina Mater Misericordie.


APÉNDICE

Entre los muchos aspectos que se podría tratar sobre las incidencias de la realeza de la Virgen María en la piedad mariana, se destacan a saber:

1. Salve Regina
La antífona Salve Regina, se ha atribuido a los apóstoles, a san Atanasio, Juan Damasceno, Anselmo de Canterbury, etc.
El primer libro litúrgico que trae esta antífona de la Virgen María, es un breviario de Seckau, de los siglos XI – XII.
El texto primitivo decía: Salve, Regina Misericordia… O dulcis María. En el siglo XIII se le añadieron por influencia de Cluny las palabras: Mater misericordie y O dulcis virgo María. 
La Salve Regina es sin duda el caso más sorprendente de como una antífona litúrgica puede hacerse inmensamente popular en la piedad cristiana. No puede compararse con otras similares como Ave Regina caelorum, ni siquiera con la de Regina Caeli laetare.
Una nota singular de esta antífona es el apelativo “de misericordia”, tanto si se une a la palabra Reina o Madre. Es una nota peculiar del Reinado de la Virgen María e indica en primer lugar su poderosa intercesión.

María es Reina con su Hijo Jesús:
“Habiendo sido exaltada la Virgen María como Madre del Rey de Reyes, con toda razón la Santa Iglesia la honra y quiere ser honrada por todos con el título glorioso de Reina. Si el Hijo es rey, dice san Atanasio, con toda razón la Madre debe tenerse por Reina y llamarse Reina y Señora. Desde que María, añade san Bernardino de Siena dio su consentimiento aceptando ser la Madre del Verbo Eterno, desde ese instante mereció ser la Reina del mundo y de todas las criaturas”.
(San Alfonso María de Ligorio:
Las glorias de María, comentario a la Salve Regina).

2. Letanías Lauretanas.
Todas las invocaciones marianas de las letanías están agrupadas en cuatro temas centrales: maternidad divina, virginidad perpetua, mediación y realeza universal de la Virgen María. En el grupo referente a la realeza se sigue el orden litúrgico de grupos de santos, ángeles, patriarcas, profetas, apóstoles, etc.

El papa Gregorio XVI concedió a determinados lugares la facultad de añadir la invocación “Regina sine labe originalli concepta.” León XIII concede en 1883 que se introduzca la invocación Regina sacratissimi rosarii. (Que en un principio era privilegio exclusivo de los dominicos).

Benedicto XV añade la invocación Regina Pacis en 1915. Pío XII prescribe que se incluya, en memoria de la definición dogmática, la invocación de Regina in Caelum assumpta.

La serie de invocaciones aclamando a la Virgen Reina sobre los diversos órdenes de santos, ha de hacer necesariamente en el pueblo fiel el efecto de una catequesis constantemente repetida sobre la realeza de la Virgen. Es al mismo tiempo una aclamación permanente de esta prerrogativa mariana que eleva a la Virgen María al grado de santidad más próximo a Dios. Todas estas advocaciones son otras tantas perlas engastadas en la inmortal corona de la Reina del universo.

3. La esclavitud mariana.
El esclavo es ante todo fiel a su Reina; si realmente lo es, ante todo la venera, reconociendo su excelencia singular. En segundo lugar la ama y hace todo lo que le agrada, evitando todo lo que pueda injuriarla.

Además del culto de veneración, de amor y gratitud, de invocación y de imitación, se debe a la Virgen Santísima, como Reina del Universo un culto de esclavitud. La consagración a la Madre de Dios es un grito que arranca del corazón y de la voluntad: todo por María.

Anotemos finalmente como la realeza de la Virgen, se mantiene explicita en todas las advocaciones marianas, incluso en las de su mayor dolor por la pasión y muerte de su Hijo.
Seria, interesante hacer el estudio de las imágenes marianas coronadas canónicamente.
Cada 15 de agosto se espera la salida de la Virgen de los Reyes de la catedral hispalense. Se oye entonces el eco de las súplicas del pueblo a la Virgen de los Reyes:

“Venid oh Madre excelente 
pues qué virtud os abona:
con esta imperial corona
reinareis eternamente”.

Nota. Acerca de la fiesta de Santa María Reina:
La costumbre de coronar las imágenes marianas se difundió en occidente a partir del siglo XVI. La atribución del título de “Reina” a María está consagrada por la tradición milenaria de la Iglesia. En 1954 como conclusión del año mariano por el centenario del dogma de la Inmaculada, Pío XII instituyó la fiesta. Inicialmente se fijó como fecha de su celebración el 31 de mayo”.

El Papa mismo coronó el icono de la “salus populi romani”. La reforma del calendario le asignó el grado de memoria y la trasladó para el 22 de agosto, con el fin de que fuera más evidente la conexión entre Asunción y realeza de María.

BIBLIOGRAFÍA 

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     Ed San Pablo. Bogotá, Colombia 1993.

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- Estudios Marianos: nro 48 1983. (Págs. 183-209). Fundamentos Teológicos 
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        Ed. Cabarrulias Madrid, España 1988.

- Juan Pablo II: La Virgen María. Ed. Palabra Madrid, España 1992.

- María de Ligorio san A: Las glorias de María. Ed palabra, Madrid, España 
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- Peinador M :  Fundamentos escriturísticos de la realeza de María.
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   Ed. Buen suceso, Madrid, España 2000.

- Pío XII : Ad Caeli reginam. Col: Actos y documentos pontificios 21.
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- Pons G: Textos marianos de los primeros siglos.
       Ed. Cuidad Nueva, Madrid, España 1994.

- Royo Marín O.P.: La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas B. A. C.
          Madrid, España 1996.


Tomado de la Revista Regina Mundi, nro 46

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