miércoles, 25 de junio de 2014

Un colombiano llamado Jesús de Nazaret

  
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La devoción y la geografía se unieron en Colombia el 22 de junio de 1902.  Ese día monseñor Bernardo Herrera Restrepo consagró el país al Sagrado Corazón de Jesús para pedir el fin de la Guerra de los Mil Días.

La contienda acabó y por 30 años hubo paz entre los surcos de dolores de un siglo de matanzas fratricidas. La generación patriarcal que ofreció sus votos pasó a sus hijos la valiosa tradición de sus mayores.

De la liturgia se pasó al rito que sostenían las buenas matronas con sus camándulas de nácar… La fidelidad se convirtió en un ritual folclórico en los pueblos amantes de sus valores vernáculos. El amor superior se erosionaba en el alma nacional.

El tiempo del olvido llegó y el pecho abierto de Jesús se convirtió en un gran retrato a color. La figura vivía entre un sólido marco dorado que colgaba en la sala principal de las señoriales casonas de las venerables abuelas.

Los nietos de una generación valiente dejaron erosionar sus más caros valores dentro de la masificación de las modas extranjeras donde hoy todo parece ridículo… “BUM”.

Infortunadamente este artículo debió quedar inconcluso, a manera de protesta, porque un petardo explosivo, colocado en el CAI del parque de la Iglesia de Lourdes en Chapinero, explotó a las 4:46 pm del 20 de junio de 2014 y estas páginas fueron interrumpidas por los ecos del horror de una paz sin Cristo.


Las ondas expansivas rompieron los ventanales de la Oficina Arquidiocesana Pro-culto al Sagrado Corazón de Jesús, ubicada en la calle 63A nro 10-21… ¿Bogotá, Bogotá, por qué me has abandonado?

jueves, 19 de junio de 2014

Los heraldos del honor y de la gloria


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El primer acto de la voluntad del Verbo encarnado fue amar a  su Santísima Madre. El corazón de Jesús comenzó a latir bajo el impulso de los movimientos de sístole y diástole del amor mariano.

La vida del Todopoderoso tomó la herencia de un vientre femenino porque el sagrario de la divinidad acogió a la luz de la revelación. En esa condición de íntima gestación, el alma de María se llamó Jesús y el corazón de Jesús se denominó María.

La devoción por la amada entraña surgió feliz en el afecto inmaculado de la Virgen Madre. Triunfó la totalidad del sentimiento.

La gracia vital de aquel tabernáculo necesitaba ser difundida. El fuego ardía en el altar de María, pero no bastaba. El mundo debería ser incendiado por el sentir del Dios con sensibilidad maternal.

Jesús no podía soportar más la dicha sublime de salvar al hombre y su ansiedad de Redentor se debatía entre el impulso y la dependencia. El respeto al libre albedrío estaba vigente desde la Anunciación. Nada podía hacer por su propia voluntad porque  dependía de su progenitora en el misterio de la humildad.

El resultado de este episodio lo resolvió María. Ella adelantó el  proceso de evangelización y le dio una urgente prioridad, aún sobre sus propias circunstancias. Se decidió, plena y libremente, por el orden asignado a la palabra, primero fue el Verbo.

La Estrella de la Evangelización se encendió en el firmamento de la humanidad. La Santísima Virgen asumió su tarea de intercesora y salió de su entorno habitacional, en un acto de rebelde liberación. Rompió la norma de la mujer sumisa y en complicidad con su Hijo se fue a visitar a su prima Isabel.

El saludo de María abrió el sendero para Juan, El Bautista. Él recibió la certeza del Evangelio para transformarse en el segundo devoto del Sagrado Corazón de Jesús. Su vida quedó consagrada al Mesías. Jamás calló. No negoció con la verdad. Su legado nunca dejó de inspirar esa suprema radicalidad que se necesita para seguir al Salvador.

La Madre del Señor ratificó la alegría del hijo de Isabel y en su canto del Magníficat proclamó la esencia de su unigénito: “…Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación…” (Lucas 1, 49-50).

La caridad fue la invitación para crear un grupo elite de seguidores de Jesús. A esa idea se unió un varón justo llamado José, que acercó su oído al seno de su esposa para escuchar el pulso del milagro prometido a su pueblo.

A la Sagrada Familia se presentaron nuevos miembros. Esa vez fueron unos inocentes zagales que abandonaron sus rebaños para conocer al Buen Pastor. La comitiva de adoradores siguió creciendo para recibir a otras almas. Tres sabios reyes de Oriente vinieron a postrarte ante la cuna de Belén.

Los recién llamados no eran suficientes para ese misionero que crecía en una carpintería de Nazaret. Un día se escapó de la custodia paterna para ir al templo de Jerusalén. Fue a buscar las razones de sus ministros. Él les predicó sobre la ley del amor y su diferencia sobre el amor a la ley. El asombro de aquellos doctores aún se estudia con respeto.

La Madre angustiada intervino para llevarlo devuelta a casa. El discipulado del honor debía seguir aguardando su presentación oficial, su bautismo de fuego y sangre.

El tiempo de la vid maduró, y una revolución interminable se inició en las Bodas de Caná de Galilea. Jesús, obediente al mandamiento de su madre, “…Hagan lo que Él les diga…” (Juan 2, 5) firmó una maravillosa secuencia de signos que después de 2.000 años solo se multiplican cada día como los pescados en la red de Pedro.

El cuartel de las misericordias aún necesitaba de un ara donde la ternura del Cristo pudiera derramarse de forma infinitamente copiosa. Y  en el sacro madero del calvario una lanza romana le atravesó el costado para diagramar una institución que tendría la dicha de formar una cohorte de centinelas.

El ente  que recogió el legado del Calvario fue el Monasterio de la Visitación de Bourg (Francia) cuando el 13 de marzo de 1863, tercer viernes de cuaresma, fundó en esa tierra bendita la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús.

Los soldados comenzaron a propagar la devoción por los nueve primeros viernes de mes de acuerdo con las promesas que Jesús le regaló a santa Margarita de Alacoque:
1.     A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
2.     Daré la paz a las familias.
3.     Las consolaré en todas sus aflicciones.
4.     Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte
5.     Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
6.     Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia
7.     Las almas tibias se harán fervorosas
8.     Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
9.     Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
10.                       Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
11.                       Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
12.                       A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.
Ofrecimiento.

Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometisteis la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera detestando todos mis pecados, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón. Amén
 
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, tened piedad de nosotros.  Padrenuestro...

Corazón de Jesús, rico en todos los que os invocan, tened piedad de nosotros. Padrenuestro…

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos, tened piedad de nosotros. Padrenuestro...

Estas prácticas piadosas suplican con urgencia que Colombia vuelva a ser el país del Sagrado Corazón de Jesús.


Lo pide Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá que mira complacida como muchos de sus devotos portan en su pecho el “Detente”, el escapulario de Jesús. 

miércoles, 11 de junio de 2014

América, he aquí a tu madre



Entre la tilma de Juan Diego en México y la manta de María Ramos en Chiquinquirá están escritos los primeros capítulos del misterio de la evangelización en el Nuevo Mundo.

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

Hay una historia anudada, con fibras de maguey y de algodón, en la conciencia de los pueblos precolombinos. Las memorias  empiezan así: En aquellos días, María partió y fue sin demora a un sitio de la montaña del Tepeyac y saludó al indígena Juan Diego: “…Sabelo, ten por cierto, hijo mío, el más pequeño que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María…”

El testimonio de la salutación quedó consignado en el Nican mopohua (aquí se cuenta) material escrito por Antonio Valeriano que lo redactó, hacia  el año de 1549, después de haber escuchado el relato de su coterráneo, el vidente Cuauhtlatoatzin, (Juan Diego) sobre su encuentro con la Madre de Dios. El libro que, guardó en sus líneas el primer renglón de la gesta evangelizadora en las almas amerindias, fue escrito en lengua náhuatl y algunos eruditos lo denominan el Evangelio de Guadalupe.

Así, la buena noticia del Tepeyac, comenzó su recorrido por la tradición oral de unos nativos mesoamericanos de acuerdo con la profecía bíblica “…Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel…” (Is 7, 14).

La Inmaculada Concepción se reveló a Juan Diego en su estado de gravidez porque vino a esas tierras para anunciarles la Palabra de su Hijo y a dar a luz a su Iglesia bajo el tormento de la conquista y la colonización ibérica. “…Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.  Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento…” (Apocalipsis 12,1).


Los signos del vaticinio son claramente visibles en el famoso ayate de Juan Diego. En esas fibras, tan estudiadas por los científicos de diferentes disciplinas, se inició la feliz doctrina sobre el embarazo de la Santísima Virgen para una civilización superior vencida por la viruela que trajeron, detrás de la cruz, los aventureros españoles. Ella entregaría a su Jesús amado.

Lo importante de aquella crónica, en que la maternidad de María hizo parte de la cosmogonía de los nativos del hemisferio occidental, es que ilustra un secreto sin estudio. Este arcano consiste en que la mariofanía tiene un principio mexicano y un final colombiano. Los dos acontecimientos se complementan  en una fundamental armonía sobre la línea del tiempo, relativamente corta del siglo XVI,  diciembre de 1531 y diciembre de 1586.

Se puede observar que solo habían pasado 55 años, quizás dos generaciones, cuando el Ser Supremo decidió mostrar la siguiente fase de la profecía de Isaías sobre el Emmanuel.

Los nativos olleros de la cultura del maíz y del algodón quedaron perfectamente catequizados cuanto pudieron testificar en sus comarcas sobre el prodigio de Chiquinquirá.

El milagro de la renovación de una deteriorada pintura de la Virgen del Rosario, en compañía de san Antonio y san Andrés en los aposentos de Catalina García de Irlos, viuda del encomendero Antonio de Santana, el 26 de diciembre de 1586, cerró el episodio celestial que comenzó en el Tepeyac y terminó a los pies del Terebinto.

Chiquinquirá, que en la semántica de la lengua chibcha significa: “Tierra de nieblas”, fue iluminada por los ecos del grito del profeta: “…El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande…”  (Isaías 9,2).  Cristo encendió la estrella de Belén en el valle de Chiquinquirá. Era la Pascua de Navidad de 1586, y el Nuevo Reino de Granada se estremeció de gozo.
Allí, en la capilla-pesebre, los naturales conocieron a su Salvador: “…Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.  Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.  Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían.  Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho…” (Lucas 2, 16-20).
La mujer vestida de sol que estaba encinta, medio siglo antes, en las tierras aztecas  mostró en sus brazos a su unigénito. Ella estaba acompañada por un par de santos, un apóstol y un fraile. El primero, san Andrés, era el hermano de Pedro, que bien representa la dignidad episcopal del Buen Pastor porque había edificado sus catedrales para organizar la jerarquía del servicio en las nacientes diócesis donde se levantaron las capillas doctrineras.

El segundo, san Antonio de Padua, es el hombre del sayal marrón, el peregrino. Él simboliza el trasegar heroico de las órdenes misioneras que llegaron a los virreinatos para sembrar los sacramentos en el neuma de los hijos de una raza sometida por el sortilegio de la tecnología. Las técnicas acumuladas por los siglos formaron las cátedras del conocimiento acuartelado en las universidades y monasterios de los Pirineos y de los Alpes. De allí trajeron, los monjes, las ciencias de la escolástica.

Los padres dominicos, los franciscanos, los jesuitas y los carmelitas entre otras comunidades se unieron a la tarea de amasar un continente de barro. Las manos de los sacerdotes  obtuvieron una cerámica apostólica con el mandamiento de María: “…Hagan lo que Él les diga…” (Juan 2. 1,11). En este punto, de la alfarería cristiana, la anunciación del Tepeyac se fundió con la visitación del Terebinto.

La Santísima Virgen María anunció a Juan Diego: “…Yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María…”

La Santísima Virgen María visitó a María Ramos para decirle con las palabras de Sofonías (3,14): “…Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal…”

Y la sorprendida Ramos pudo haber contestado con el interrogante de santa Isabel: “… ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?...”  (Lucas 1,43).

El primer párrafo de la evangelización americana había sido leído de una delicada página del misterio de Dios por los labios de la Puerta del Cielo.

Desde entonces, el agua y fuego del bautismo se extendieron por los parajes ignotos de una geografía avasallante. El salvaje receloso encontró en el clero, secular y regular, la custodia moral  de sus catequesis y se dejó guiar por la mano de la Reina del Santo Rosario porque “…Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños’. (Mateo 11, 25-27).

En conclusión, resulta tremendamente fascinante que las dos advocaciones marianas vernáculas más importantes de Latinoamérica, Guadalupe y Chiquinquirá, según lo acreditan sus títulos y patronazgos, fueran plasmadas en dos rústicos lienzos donde se grabó el mensaje teológico de la embajadora del Fiat: “…Hágase en mí según tu palabra…” (Lucas 1, 38).

Entre el tintero.

Quedan razones que preguntan: ¿Si al cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá se le aplicaran avanzadas técnicas fotográficas se podría contemplar, por un misterioso efecto del signo revelado, a las viudas del oratorio?



Esas sufridas mujeres de la colonia figuran en el proceso eclesiástico de 1587 con los nombres de María Ramos, viuda de Hernández; Catalina García de Irlos, viuda de Antonio de Santana y Juana de Santana, viuda de Juan Morillo, tres testigos principales y excepcionales del suceso.

Y tal vez también haya quedado escondida, para el ojo humano, la  india ladina Isabel y su pequeño hijo, Miguel. El niño fue quien informó sobre la ocurrencia de un fenómeno que incendió la fe de los aborígenes, tan maltratada por los abusos de algunos encomenderos.

Si ese descubrimiento definiera los trazos del suceso, ya contado por la investigación canónica, se hablaría de un equilibrio entre la trilogía masculina de “los Juanes” del Tepeyac (san Juan Diego,  su tío, Juan Bernardino, y el obispo Juan de Zumárraga) y la trilogía femenina de Chiquinquirá (María, Juana y Catalina).

Entonces se podría afirmar que el anuncio del engendramiento divino  (la esperanza del Redentor) para el continente lo recibió el elemento masculino, Juan Diego. “…Mirad: la Virgen está encinta… ” (Is 7,14). Y el segundo, el de la maternidad plena (el nacimiento del Mesías), lo acoge la parte femenina de estos anales, María Ramos. “…Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador…” (Lucas 2, 11).

Al final, estas tintas piden un estudio detallado porque en 1986 solo se tomaron algunas placas radiológicas para determinar la autenticidad del lienzo de Narváez. La solicitud radica en la pregunta de Nuestra Señora de Guadalupe que sigue vigente en Chiquinquirá: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”


miércoles, 4 de junio de 2014

MENSAJE DE AMOR QUE LE COMUNICÓ EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Mensaje de amor que el Sagrado Corazón de Jesús lanza al mundo para salvarlo.

Mientras el mundo se atomiza y desintegra por el odio de los hombres y de los pueblos, 

Jesucristo quiere renovarlo y salvarlo por el amor.
Quiere que se eleven hacia el cielo llamas de amor que neutralicen las llamas del odio y del egoísmo.

A tal efecto, enseñó a Sor M. Consolata Bertrone un Acto de Amor sencillísimo que debía repetir frecuentemente, prometiéndole que cada Acto de Amor salvaría el alma de un pecador y que repararía mil blasfemias.

La fórmula de este Acto es:
"Jesús, María, Os Amo, Salvad las Almas"

Allí están los tres amores: Jesús, María, las almas que tanto ama Nuestro Señor y no quiere que se pierdan, habiendo por ellas derramado Su Sangre.

Le decía Jesús: "Piensa en Mí y en las almas. En Mí, para amarme; en las almas para salvarlas (22 de agosto de 1934). Añadía: la renovación de este Acto debe ser frecuente, incesante: Día por día, hora por hora, minuto por minuto"(21 de mayo de 1936).

"Consolata, di a las almas que prefiero un Acto de amor a cualquier otro don que pueda ofrecerme"... " Tengo sed de amor"... (16 de diciembre de 1935).

Este Acto señala el camino del cielo. Con él cumplimos con el mandamiento principal de la Ley: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente"... y a tu prójimo como a ti mismo.

Con este continuo Acto de Amor damos a Dios lo más excelente: que es amor a las almas. Con esta Jaculatoria nos podemos comunicar constantemente con Dios. Cada hora, cada minuto, es decir, siempre que lo queremos. Y lo podemos hacer sin esfuerzo, con facilidad. Es una oración perfecta; muy fácil para un sabio como para un ignorante. Tan fácil para un niño como para un anciano; cualquiera que sea puede elevarse a Dios mediante esta forma. Hasta un moribundo puede pronunciarla más con el corazón que con los labios.

Esta oración comprende todo:
Las almas del Purgatorio, las de la Iglesia militante, las almas inocentes, los pecadores, los moribundos, los paganos, todas las almas. Con ella podemos pedir la conversión de los pecadores, la unión de las Iglesias, por la santificación de los sacerdotes, por las vocaciones del estado sacerdotal y religioso. En un acto subido de amor a Dios y a la Santísima Virgen María y puede decidir la salvación de un moribundo, reparar por mil blasfemias, como ha dicho Jesús a Sor Consolata, etc., etc.

"¿Quieres hacer penitencia? ¡Ámame!", dijo Nuestro Señor a Sor Consolata. A propósito, recordemos las palabras de Jesucristo al Fariseo Simón sobre Magdalena penitente: "Le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho".

Un "Jesús, María, os amo, salvad las almas" pronunciado al levantarse, nos hará sonreír durante el día; nos ayudará a cumplir mejor nuestros deberes, en la oficina, en el campo, en la calle, etc. Se pronuncia con facilidad, sin distraerse y con agrado.

Un "Jesús, María, os amo, salvad las almas", santifica los sudores, suaviza las penas. Convierte la tristeza en alegría. Sostiene y consuela luchas de la vida. Ayuda en las tentaciones. Hace agradable el trabajo. Convierte en alegría el llanto. Fortalece y consuela en las enfermedades. Y trae las bendiciones sobre los trabajos y sobre las familias.

Un "Jesús, María, os amo, salvad las almas".Ayudará a calmar tu indignación, a convertir tu ira en mansedumbre. Sabrás mostrarte benévolo al que te ofende. Volver el bien por el mal. Conduce a efectos nobles; palabras verdaderas, obras grandes y sacrificios heroicos, iluminará tu entendimiento con luces sobrenaturales; estimulará el bien, retraerá el mal. Obtendrá el arrepentimiento al pecador; en el justo avivará la fe y le hará suspirar por la felicidad eterna.

Dios merece ser amado por ser nuestro Sumo Bien. Esta Jaculatoria es un dulce cántico para Jesús y María.

¡Cuán dulce es repetirlo frecuentemente! ¡Cuán agradable es avivar el fuego de amor a Dios!

Y habiéndolo pronunciado millares de veces durante tu vida, ¡cuán alegre será tu hora de la muerte, y qué gozosa volará tu alma al abrazo de Jesús y María en el cielo!
Dijo Jesús a Sor Consolata:

"Recuerda que un Acto de amor decide la salvación eterna de un alma y, vale como reparación de mil blasfemias. Sólo en el cielo conocerás su valor y fecundidad para salvar almas".

"No pierdas tiempo, todo Acto de amor es un alma". Cuando tengas tiempo libre y no tengas otra cosa que hacer, toma tu corona del Rosario en tus manos y a cada cuenta repite: "Jesús, María, os amo, salvad las almas"... En cuatro o cinco minutos habrás hecho pasar por tus dedos todas las cuentas y habrás salvado 55 almas de pecadores, habrás reparado por 55.000 blasfemias.

Y si esto lo repites varias veces o muchas veces al día podrás salvar centenares y miles y hasta millones de almas... Y esto sin ser misionero entre los paganos, ni predicador...
¡Cuánto consuelo en la hora de la muerte y cuánta gloria tendrás en el cielo!

Dice San Agustín: "Quién salva un alma, asegura su propia salvación", y quién salva centenares y millares y hasta millones de almas, con un medio tan fácil y tan sencillo, sin salir de su casa, ¿que premio no tendrá en el cielo?

Nuestro Señor le pedía a Sor Consolata que repitiera frecuentemente ese acto de amor hasta ser incesante, es decir, continuamente, porque continuamente van muchas almas al infierno porque no hay quién las salve... Repitamos todo lo que podamos esta Acto de amor: "JESUS, MARIA, OS AMO SALVAD LAS ALMAS", para que sean muchas las almas que arranquemos al infierno para hacerlas felices eternamente en el cielo. Las almas que salvamos con este Acto de Amor, será un día nuestra corona de gloria en el cielo.

Cuando uno está ocupado con trabajos manuales, se puede repetir este Acto de Amor con la mente y tiene su mismo valor como lo dijo un día Nuestro Señor Jesucristo a Sor Consolata.

Ha habido almas que han salvado varios millones de almas, con este medio tan sencillo...
Y nosotros por qué no podríamos hacer lo mismo en lugar de perder un tiempo tan precioso en charlas inútiles; repitamos frecuentemente este Acto de Amor, y así acumularemos tesoros preciosísimos para el Cielo.


"JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD LAS ALMAS":
-por la Iglesia y por el Papa
-por la santificación de los sacerdotes
-por las almas del Purgatorio
-por los agonizantes
-por los que se confiesan sacrílegamente
-por los que no asisten a misa los domingos
-por los misioneros
-por los enfermos
-por la conversión de los pecadores
-por la mayor santificación de los justos


En las dudas, en las tentaciones.
En las dificultades de la vida, Por algún intención en particular.

Podemos enseñarlo también a nuestros amigos y parientes que lo recen, que lo propaguen. Gran alivio sentirá el moribundo si se le sugiere al morir.

Al levantarnos sea nuestro pensamiento. Al acostarnos nuestra última oración.
Los que se salvaron están en el cielo por haber amado a Dios. Los grados de gloria en el cielo se miden por la intensidad del amor que las almas practicaron en la vida.
Sólo entonces nos daremos cuenta de lo que vale un Acto de Amor y de su fecundidad en salvar almas.

Sor Consolata le pidió un día a Jesús: "Jesús enséñame a orar". Y he aquí la Divina respuesta: " ¿No sabes orar?" ¿Hay acaso oración más hermosa y que sea más grata que el Acto de Amor?

BENDIDO SEA DIOS POR QUIEEN LEA ESTE MENSAJE Y LO PONGA EN PRACTICA.

Material cortesía del señor Marco Suárez de Chiquinquirá, Boyacá.