Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El
primer acto de la voluntad del Verbo encarnado fue amar a su Santísima Madre. El corazón de Jesús
comenzó a latir bajo el impulso de los movimientos de sístole y diástole del
amor mariano.
La
vida del Todopoderoso tomó la herencia de un vientre femenino porque el
sagrario de la divinidad acogió a la luz de la revelación. En esa condición de
íntima gestación, el alma de María se llamó Jesús y el corazón de Jesús se denominó
María.
La
devoción por la amada entraña surgió feliz en el afecto inmaculado de la Virgen Madre. Triunfó
la totalidad del sentimiento.
La
gracia vital de aquel tabernáculo necesitaba ser difundida. El fuego ardía en
el altar de María, pero no bastaba. El mundo debería ser incendiado por el sentir
del Dios con sensibilidad maternal.
Jesús
no podía soportar más la dicha sublime de salvar al hombre y su ansiedad de Redentor
se debatía entre el impulso y la dependencia. El respeto al libre albedrío
estaba vigente desde la
Anunciación. Nada podía hacer por su propia voluntad porque dependía de su progenitora en el misterio de
la humildad.
El
resultado de este episodio lo resolvió María. Ella adelantó el proceso de evangelización y le dio una urgente
prioridad, aún sobre sus propias circunstancias. Se decidió, plena y libremente,
por el orden asignado a la palabra, primero fue el Verbo.
El
saludo de María abrió el sendero para Juan, El Bautista. Él recibió la certeza
del Evangelio para transformarse en el segundo devoto del Sagrado Corazón de
Jesús. Su vida quedó consagrada al Mesías. Jamás calló. No negoció con la
verdad. Su legado nunca dejó de inspirar esa suprema radicalidad que se necesita
para seguir al Salvador.
La
caridad fue la invitación para crear un grupo elite de seguidores de Jesús. A esa
idea se unió un varón justo llamado José, que acercó su oído al seno de su
esposa para escuchar el pulso del milagro prometido a su pueblo.
A la Sagrada Familia se
presentaron nuevos miembros. Esa vez fueron unos inocentes zagales que abandonaron
sus rebaños para conocer al Buen Pastor. La comitiva de adoradores siguió
creciendo para recibir a otras almas. Tres sabios reyes de Oriente vinieron a
postrarte ante la cuna de Belén.
Los
recién llamados no eran suficientes para ese misionero que crecía en una
carpintería de Nazaret. Un día se escapó de la custodia paterna para ir al
templo de Jerusalén. Fue a buscar las razones de sus ministros. Él les predicó
sobre la ley del amor y su diferencia sobre el amor a la ley. El asombro de aquellos
doctores aún se estudia con respeto.
El
tiempo de la vid maduró, y una revolución interminable se inició en las Bodas
de Caná de Galilea. Jesús, obediente al mandamiento de su madre, “…Hagan lo
que Él les diga…” (Juan 2, 5) firmó
una maravillosa secuencia de signos que después de 2.000 años solo se
multiplican cada día como los pescados en la red de Pedro.
El
cuartel de las misericordias aún necesitaba de un ara donde la ternura del
Cristo pudiera derramarse de forma infinitamente copiosa. Y en el sacro madero del calvario una lanza
romana le atravesó el costado para diagramar una institución que tendría la
dicha de formar una cohorte de centinelas.
El
ente que recogió el legado del Calvario fue
el Monasterio de la
Visitación de Bourg (Francia) cuando el 13 de marzo de 1863,
tercer viernes de cuaresma, fundó en esa tierra bendita la Guardia de Honor del
Sagrado Corazón de Jesús.
Los
soldados comenzaron a propagar la devoción por los nueve primeros viernes de
mes de acuerdo con las promesas que Jesús le regaló a santa Margarita de
Alacoque:
1.
A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las
gracias necesarias para su estado.
2.
Daré la paz a las familias.
3.
Las consolaré en todas sus aflicciones.
4.
Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y
principalmente en la hora de la muerte
5.
Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
6.
Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el
océano infinito de la misericordia
7.
Las almas tibias se harán fervorosas
8.
Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran
perfección
9.
Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado
Corazón esté expuesta y sea honrada.
10.
Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones
empedernidos
11.
Las personas que propaguen esta devoción, tendrán
escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
12.
A todos los que comulguen nueve primeros viernes de
mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la
perseverancia final.
Ofrecimiento.
Jesús mío dulcísimo,
que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometisteis la gracia de la
perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón
nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí,
indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e
intención, concededme que muera detestando todos mis pecados, esperando en
vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y
amabilísimo Corazón. Amén
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, tened piedad de nosotros. Padrenuestro...
Corazón de Jesús, rico
en todos los que os invocan, tened piedad de nosotros. Padrenuestro…
Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos, tened piedad de nosotros. Padrenuestro...
Estas
prácticas piadosas suplican con urgencia que Colombia vuelva a ser el país del
Sagrado Corazón de Jesús.
Lo
pide Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá que mira complacida como muchos
de sus devotos portan en su pecho el “Detente”, el escapulario de Jesús.
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