Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
La
piedad mariana encuentra en Chiquinquirá la soberanía misericordiosa de Cristo.
El hallazgo lo vive el peregrino de ignotas veredas que trae entre sus mandas
el tesoro riquísimo de sus ancestros: la fe.
Él
viene con su esperanza intacta porque pasó por el fuelle espantoso de la
tribulación. Su andar fatigado y de hinojos es el sello del agradecimiento. La
conducta anónima del silencio grita: Milagro.
La
penitencia y la reconciliación se abrazan atadas por una conversión reparadora.
El corazón late al compás del avemaría que ruega por la familia. El signo de la
caridad brilla entre sus lágrimas dichosas. Es el encuentro bienaventurado
entre el hijo pródigo y el Padre.
María,
la mujer inmaculada, funde Adviento y Navidad en la romería de la promesa
grande. La patria, de antaño y hogaño, desfila intacta ante el Evangelio: “…y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús…”
El
horizonte se vuelve doctrina y el secreto de los caminos coloniales renueva la gracia
de la perseverancia. Entonces, el promesero raizal hace su entrada en la
basílica como lo describe san Félix, el capuchino:
“Con el rosario en la mano
los ojos en el suelo
y el alma en el cielo”.
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