“…Dios te guarde, templo del Salvador, trono de una vida incorruptible,
carro del sol rutilante, tierra única a propósito para producir el trigo de que
nos alimentamos; sagrada levadura que diste gusto a toda la descendencia de
Adán y esponjaste la masa de que se hizo el verdadero pan de nuestras almas;
arca honrosa donde descansó Dios y donde se santificó la misma gloria; cántaro
de oro que contiene al que hace dulce y suave el maná y saca miel de la piedra
en favor del pueblo desagradecido; espejo espiritual de la santa contemplación,
por quien los profetas inspirados de lo alto figuraron la venida de Dios a la
tierra…
Santa Señora, tú eres el arcano incomprensible de la divina economía, a
quien los ángeles desean contemplar incesantemente; tú eres el aposento
admirable de un Dios anonadado, la tierra deseada que te hiciste bajar del
Cielo, y le diste entrada entre nosotros; tú eres el tesoro del misterio
escondido antes de todos los siglos, el libro animado donde el Verbo del Padre
eterno fue escrito por la pluma del Espíritu Santo; el instrumento auténtico de
la concordia celebrada entre Dios y los hombres… el monte de Sión donde se
huelga el Señor; la columna de vida que conduces no al pueblo cautivo por medio
de una luz perecedera, sino que alumbras al verdadero israelita para llevarle
al país de la conquista; la tierra virginal de que se formó el molde del
segundo Adán. Eres agradable como Jerusalén, y el aroma que sale de tus
vestidos, sobrepuja todas las delicias del Monte Líbano. Tú eres la caja del
perfume celestial que no se evapora jamás; el óleo de la unción santa, la flor
incorruptible, la púrpura tejida de lo alto, la real vestidura, la diadema
imperial, el trono de Dios, la puerta del Cielo, la reina del universo, la copa
llena de la sabiduría divina, el asiento de la vida, la fuente perenne de las
santas ilustraciones.
Me faltan las palabras, y mis pensamientos son muy lánguidos para seguir
las ansias de mi alma. ¿Qué te diré yo, Santísima Virgen, Madre de Dios, única
capaz de la sabiduría que subsiste en sí misma y da vida a todo lo demás? ¡Oh
Santa Virgen, principio de nuestra vida y vida de los vivientes! ¡Oh vínculo
que nos unes indisolublemente a Dios! ¡Oh reino asegurado por la fuerza de la
gloria y del poder de Aquel que está en ti! ¡Oh sagrado baluarte de los
cristianos y asilo divino de todos los que se refugian en ti!”
(Sermón de la Asunción).
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