Por Julio Ricardo Castaño
Rueda
Sociedad Mariológica
Colombiana
San Antonio de Padua, el primer edecán de Nuestra Señora del Rosario de
Chiquinquirá, es una valiosa rareza iconográfica. Su trajinada imagen en el
arte trajo controversias iconológicas y teológicas por su posición de
privilegio en el primer lienzo de Colombia.
El esquema pictórico, trazado sobre una tela de algodón, rompió una delicada
norma de jerarquía. La pintura guardó ese estigma del oficio porque fue la
imposición de un negocio. La voluntad del encomendero creó la idea cuyo
desarrollo ejecutó el templista. Sobran
las teorías sobre un código semiótico en el tríptico del icono neogranadino. El
lienzo no marca un movimiento de genial ruptura con los patrones estéticos de
las escuelas europeas. El platero Alonso de Narváez, el pintor, solo cumplió
con un encargo impuesto por un cliente que pagó en pesos oro.
“… Era la manta más ancha que larga; y porque
no quedasen en blanco los campos que quedaban a los lados de la Madre Dios mandó
pintar a un lado a san Andrés Apóstol y al otro a san Antonio de Padua. Como
ideó Antonio de Santana la imagen, así la pintó Alonso de Narváez: más al
aparecer con un defecto que ha sido reparado siempre de muchos, y sabida la
causa de pocos; porque debiendo pintar a san Andrés apóstol al lado derecho de la
sacratísima Virgen lo pintó al izquierdo…” (Cf. Fray Pedro de Tobar y Buendía,
O.P. Verdadera histórica relación del
origen, manifestación y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la
imagen de la Sacratísima Virgen María Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario
de Chiquinquirá. Madrid, España, 1694. Pág. 12).
Hoy, el patrono de los celíacos, con su manto azul desteñido por el tiempo
y renovado por un milagro, es el más querido de los edecanes de María Santísima
de Chiquinquirá. Él, el llamado “Arca del Testamento” por su santidad Gregorio
IX, es el fiel testigo de una historia de romerías.
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