Nuestra Señora de la Peña, la colonial patrona de Santafé de Bogotá. Foto J.R.C.R
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El pasado 27 de
abril, el presidente de Colombia Iván Duque visitó el Santuario Nacional de
Nuestra Señora de la Peña en su oficio de sembrador de árboles. La tarea, entre
ecológica y mística, pasó casi inadvertida para la prensa. Especialmente para
aquellos redactores cuyo ateísmo libertino es la hoz y el martillo contra el
catolicismo, la iglesia de Dios.
Esta vez el
mandatario no fue crucificado sobre las columnas, de corte transversal y
vertical, de los periódicos editados con sarcasmos políticos. La razón de esa
conducta editorial se debe al desconocimiento profundo de la Patrona de Bogotá.
Ella, la Virgen
de la Peña, a pesar de la visita presidencial, volvió a quedar custodiada por
el arcángel san Miguel y un ancestral olvido impuesto por el notablato a las
ermitas de extramuros. Lo divino se volvió plebeyo y el tesoro del cielo,
herencia de los desposeídos, se dejó allá, en el cerro oriental, como un punto
de referencia en el mapa de los caminos.
La capilla, punto
de encuentro, termina cobijada por una publicidad contra doctrinal donde algún turista
inventa leyendas o mitos para cubrir ese rubor cultural teñido de ignorancia.
La esencia del monumento sirve para un autorretrato fotográfico dentro del
cotidiano ejercicio de la banalidad.
Y esa muralla de
indiferencia es escalada por el vigor del rosario, en manos del promesero mariano.
Cada domingo, medio millar de fieles suben para vivir la santa misa y poder
oficiar una liturgia de amor contra la amnesia.
El total desconocimiento de este portento al menos se repara con la afluencia de los devotos cada domingo....
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