Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Nunca
me olvidaré de ninguna de sus obras”. (Am 8,7).
La historia de la Virgen de Chiquinquirá se convierte en habladuría
y ficción por obra de los guías de las peregrinaciones. La conducta, errónea
y repetida, apunta sin tregua a la cuentería o la leyenda con viso de enredo.
La advocación tiene una documentación, amplia y
suficiente, tesoro de los académicos. Paradoja sin par. Por ejemplo, el proceso
jurídico eclesiástico sobre la renovación del lienzo, 26 de diciembre de 1586,
fue abierto en los aposentos de Chiquinquirá el 10 de enero de 1587 por el cura
Juan de Figueredo y el escribano de Su Majestad, Felipe II, Diego López
Castiblanco. Pieza que los frailes dominicos conservan en perfectas condiciones
en su archivo de provincia. ¿Hay algún santuario mariano que ostente un
certificado de verificación de los hechos con apenas 15 días después de
ocurrido el prodigio?
La respuesta es un no rotundo. Esto demuestra la misericordia
divina dada al portento chiquinquireño. No obstante, la charla de inducción a los
turistas afanados se reduce a contar sandeces. La síntesis de la persistencia
en el yerro está en una frase escuchada con frecuencia en el Pozo de la Virgen:
“Aquí, ‘mamita María’ se renovó y el cuadro de arriba no es original porque los
padrecitos lo vendieron…”
La patraña sigue con la telenovela del encomendero
Santana narrada al gusto del afán. Ese caos es interrumpido por la santa misa y
la partida a comprar artesanías en Ráquira. El capítulo de la ruta del error
cierra así: “el hermano de Antonio se casó con María Ramos, mujer que trajo a
la Virgen a la choza…” El paseo por la
mentira pisoteó a la historiografía con el peso de la indiferente ligereza.
Cuánta superficialidad por falta de información bien documentada, se da entre habladurías!!
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