De Eugenio de Castro. A.B. Sanín Cano
Apagado el incendio
quedó el templo en ruinas…
Hiedra: en vez de
brocado. Las lívidas arañas
Con hilos envuelven
las santas bizantinas.
De los rotos mosaicos
brotan plantas extrañas,
Plantas de los
abismos .... y la humedad sombría
Pone manchas verdes en
muros y peñas.
Tras vidrio de colores,
una Virgen María,
Como un rayo de luna,
lilial y cansada,
En las sombras se
yergue de la iglesia vacía.
Por lágrimas muestra
la mejilla surcada;
Su lividez de tísica
da a las almas pavura,
y hay tristezas de ángelus
en su dulce mirada.
Siete espadas al rostro
dan sello de amargura;
Los anillos, sin
piedras, guardan solo el engaste,
y su pálida boca, temblorosa
murmura:
¡Oh Jesús! ¡Oh hijo
mío! Porque me abandonaste
En medio de estas
ruinas de calma aterradora,
¿Do la luna es
fantasma y es el sol un contraste?
Mi vestido y mi manto
son harapos ahora
Mi diadema, sin
joyas, ya cual antes no brilla,
y mi boca es un astro
que la luz no colora.
Ya, contrito, a mis
plantas ninguno se arrodilla
Nadie cirios me
trae... y tan sólo oraciones
Oigo aquí de las
almas que el pecado mancilla.
Nadie viene a pedirme
dulces consolaciones,
Bálsamo para el alma
por el dolor herida...
Soy ahora, hijo mío,
Virgen de los Ladrones.
Las lágrimas dejaron
ya mis ojos sin vida;
¡Yo que siempre
refugio fui de humanos dolores,
¡Hoy aquí de
murciélagos soy tan solo guarida!
¡Oh mi altar de otros
días con sus luces y flores! ...
oh música del órgano!
… Templo siempre aromado
Del incienso y la mirra
con los gratos olores...
Hizo un búho en mis
brazos suave nido abrigado,
Ya me el búho (los búhos
son aves desgraciadas)
Y crie sus polluelos
con materno cuidado.
Pero un día su vuelo
por las ruinas calladas
Levantaron… y huyeron…
De este abismo de espanto
Todos huyen por siempre,
menos estas ... espadas.
¡Oh Jesús hijo mío!
¿No te mueve mi llanto? ....
Quiero en vez de la lluvia,
la tristeza y el viento,
incensarios y música,
y jazmines y canto!
De mis penas
apiádate, de mi duro tormento.
¿Porque sola me
dejas, y por qué no me abrigas,
Porque, tú que eres suave
cual perfumado ungüento?
Mas si debo, con
frío, quedarme aquí entre ortigas,
Si tal es el mandato
de tus fallos divinos,
Dame un manto... Este
manto parece de mendigas.
Dame anillos, rubíes
diamantes peregrinos…
Los ladrones, a veces,
tienen hambre, ¡cuídalos!
Tienen hambre: y no pueden,
robar en los caminos.
Dame flores… no armiños,
lirios embalsamados;
La flor azul lino; y
miosotis en donde
Tiemble el rocío;
rosas, y claveles rosados.
Así habló... más ninguno
a la Virgen responde.
Todo es paz y
silencio… La noche es negra y fría.
y Jesús ¿qué se hizo?...
¿Duerme acaso o se esconde?
Está triste la noche cual
tu alma, ¡oh María!
Los murciélagos
vuelan...melancólicamente
Van pasando fantasmas
por la obscura arquería.
Más de pronto la luna
se destaca en Oriente,
y robando colores a los
altos vitrales
Ilumina, en las
sombras, a la Virgen doliente.
A sus pies pone flores
y fulgentes cendales;
Cambia en llamas el
cinto y el manto hecho jirones;
Le da anillos y joyas
de esplendores astrales.
De la Virgen María
cantan las ilusiones
en las dulces pupilas
Y clama entre guirnaldas:
“Oh ladrones; ¡Oh amigos!
¡Venid, venid, ladrones!
Robaos mis anillos.
Robad mis esmeraldas.
Imp. de El Nuevo Tiempo
Traducción: Ismael Enrique
Arciniegas. Biblioteca Nacional de Colombia.