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Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda |
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad
Mariológica Colombiana
“Vuelve a casa y cuenta lo
que Dios ha hecho por ti”. (Lc 8, 39).
Los
promeseros depositan en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá
(Boyacá), por semana, entre 400 y 600 objetos de cera denominados milagros*.
Eso significa que el número de favores celestiales, al tomar el guarismo más bajo, supera los 57 prodigios diarios. El profundo agradecimiento a Nuestra Señora, por su inagotable intercesión ante la misericordia de su Hijo, es perfectamente verificable por el testimonio continuo de la historia cotidiana. La prueba está viva dentro de los ancestrales comportamientos de un pueblo heroico.
A los fieles raizales se suman los peregrinos de las tierras de oriente como Corea, China y Australia. Los piadosos cruzan los hemisferios del globo terráqueo para venir a colocar su ofrenda en el recinto de los ex votos. Su reconocimiento es el pago humilde a una gracia que no les otorgó la ciencia ni el favor del dinero. La bendición recibida tiene un nombre asombrosamente complejo e inexplicable para el racionalismo, se llama milagro.
Así de simple. El dedo de Dios se posa sobre la súplica dolorosa de la angustia y cambia el destino de las almas agobiadas. Hay que contemplar a esos romeros que, de hinojos, entregan su gratitud rociada de lágrimas jubilosas. Ellos narran hechos asombrosos. Dejan sin aliento a sus corazones al cantar las hazañas del Salvador.
La Virgen de Chiquinquirá, en su Villa de los Milagros, cumplirá en diciembre 438 años de vociferar al viento el salmo 125: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
*El dato no incluye misas,
flores, veladoras ni otros lugares del templo ni otras iglesias.
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