jueves, 10 de octubre de 2024

El tejedor de la santidad

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Foto JRCR.

 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

El santo rosario es la historia de Dios narrada por María.

Y al recitar esta plegaria, los latidos del corazón inmaculado de la Santísima Madre del Redentor se escuchan en las profundidades del neuma. Sus ecos, meditados en  el misterio de la divinidad trinitaria, se convierten en la herramienta de la beatitud.  Las preces penetran insondables en la conducta del penitente.

Lentamente, el oficio de esta abstracción rompe las estructuras que atan la debilidad del creyente a la trasgresión del orden moral. Las invocaciones actúan silentes sobre la rutina y las distracciones propias del pensamiento ubicado en las imágenes del gozo o del dolor, luz y gloria de la crónica de la salvación. El poder infinito de la imprecación oficia como la medicina celestial, bálsamo para las llagas de la flaqueza. Su fuerza vigorosa detecta las razones desahuciadas de la conciencia donde las semillas de la malignidad tienen sus depósitos de insubordinada resistencia a la humildad.

Así, el rosario es un prodigio entretejido con los dedos del devoto. Es un dispositivo de tracción entre el Evangelio y la gracia santificante. Su acción virtuosa enciende en la conciencia catequizada la vivencia del amor de Cristo. El resultado de este encuentro con la vida del Verbo permite romper las talanqueras de la acedia. Ella impone y se adhiere a esta época de infortunio. Este tiempo, oscurecido por las dictaduras del derecho al pecado, impone como logro constitucional la muerte. Este fenómeno requiere un choque frontal con el salterio de María.

Allí, en la contienda, el fiel se inclina para implorar, con la dinámica serena de una camándula, el milagro de su conversión.

 

 

 

 

 

 

 

 

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