jueves, 31 de octubre de 2024

San Agustín, sermón 215, 4.

Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda
4. Creamos, pues, «en Jesucristo, nuestro Señor, nacido del Espíritu Santo y de la virgen María». Pues también la misma bienaventurada María concibió creyendo a quien alumbró creyendo. Después que se le prometió el hijo, preguntó cómo podía suceder eso, puesto que no conocía varón. En efecto, sólo conocía un modo de concebir y de dar a luz; aunque personalmente no lo había experimentado, había aprendido de otras mujeres -la naturaleza es repetitiva- que el hombre nace del varón y de la mujer. El ángel le dio por respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, lo que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios 11 .
Tras estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en su espíritu que en su seno, dijo:
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra 12 . Cúmplase -dijo- el que una virgen conciba sin semen de varón; nazca del Espíritu Santo y de una mujer virgen aquel en quien renacerá del Espíritu Santo la Iglesia, virgen también. Llámese Hijo de Dios al santo que ha de nacer de madre humana, pero sin padre humano, puesto que fue conveniente que se hiciese hijo del hombre el que de forma admirable nació de Dios Padre sin madre alguna. De esta forma, nacido en aquella carne, de pequeño, salió de un seno cerrado, y en la misma carne, de grande, ya resucitado, entró por puertas cerradas. Estos hechos son asombrosos, porque son divinos; son inefables, porque son también inescrutables; la boca del hombre no es suficiente para explicarlos, porque tampoco lo es el corazón para investigarlos. Creyó María, y se hizo realidad en ella lo que creyó. Creamos también nosotros para que pueda sernos también provechoso lo hecho realidad. Aunque también este nacimiento sea asombroso, piensa, sin embargo, ¡oh hombre!, qué tomó por ti tu Dios, qué el creador por la criatura: Dios que permanece en Dios, el eterno que vive con el eterno, el Hijo igual al Padre, no desdeñó revestirse de la forma de siervo en beneficio de los siervos, reos y pecadores. Y esto no se debe a méritos humanos, pues más bien merecíamos el castigo por nuestros pecados. Pero, si hubiese puesto sus ojos en nuestras maldades, ¿quién los hubiese resistido? 13  Así, pues, por los siervos impíos y
pecadores, el Señor se dignó nacer, como siervo y como hombre, «del Espíritu Santo y de la virgen María».
5. Quizá te parezca poco el que haya venido, vestido con carne humana, Dios por los hombres, el justo por lospecadores, el inocente por los culpables, el rey por los cautivos y el amo por los siervos; el que se le haya visto en la tierra y haya convivido con los hombres 14 ; además de eso, fue crucificado, muerto y sepultado. ¿No lo crees? Quizá digas: «¿Cuándo tuvo lugar eso?». Escucha cuándo: «En tiempos de Poncio Pilato». Intencionadamente, se te puso también el nombre del juez, para que no dudaras ni del cuándo. Creed, pues, que el Hijo de Dios «fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y sepultado». Nadie tiene mayor amor que éste: que alguien entregue la vida por susamigos 15 . ¿Piensas que nadie? Absolutamente nadie. Es verdad, Cristo lo ha dicho. Preguntemos al Apóstol y que él nos responda. Cristo -dice- murió por los impíos 16 . Y de nuevo: Cuando éramos sus enemigos, Dios nos reconcilió consigo por la muerte de su Hijo 17 . He aquí, pues, que en Cristo encontramos un amor mayor, dado que entregó su vida no por sus amigos, sino por sus enemigos. ¡Cuán grande amor el de Dios por los hombres! ¡Qué afecto el suyo, hasta el punto de amar incluso a los pecadores y morir por amor a ellos! Dios nos manifiesta su amor a nosotros -son palabras del Apóstol- en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros 18 . Cree también tú eso y no te avergüences de confesarlo en bien de tu salvación. Con el corazón se cree para la justicia, pero con la boca se confiesa para la salvación 19 . Además, para que no dudes ni te avergüences, al inicio de tu fe recibiste la señal de Cristo en la frente, como en la sede del pudor. Piensa en tu frente para que no te asuste la lengua ajena. Dice el mismo Señor: A quien se avergüence de mí delante de los hombres, el Hijo del hombre se avergonzará de él delante de los ángeles .

 


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