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Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“Vosotros,
pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48).
La bienaventuranza
es una virtud de María. Es un don superior de su concepción inmaculada. Es por
tanto una gracia de su maternidad divina cuya condición celeste tiene la
facultad de ser heredada a sus hijos adoptivos por medio del ejemplo.
Así, el cristiano tiene
la capacidad de aprender a discernir, en cada acto de su conducta, el como
construir una acción movida por el tríptico de la perfección: bien, verdad y
belleza. La dinámica de edificar en la bondad lo hace digno de acceder a un
estado cotidiano de ejemplaridad.
Y para asumir el
reto necesita utilizar las herramientas básicas, asequibles y funcionales para
cualquier fiel dispuesto a entregar su libre albedrio a la esclavitud del amor.
Esos instrumentos,
de labor virtuosa, se aplican en el taller de la vida sin cortapisas ni
legalismos. Sólo basta con incluirlos en la bendición diaria del suspiro
orante. Los utensilios de la santidad son los mandamientos de la ley de Dios,
los sacramentos, las obras de caridad y el santo rosario. Este cuarteto
devocional, de funciones místicas, fue engendrado con el Verbo en María.
La Sierva del
Señor coloca al alcance del corazón ese derecho formal de los pecadores. Ellos
pueden alcanzar la gloria eterna porque la santimonia no es la utopía del
dolor. Es el arte humilde de sacrificar el egoísmo en el altar de la voluntad
del Dios.
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