jueves, 29 de noviembre de 2012

“Adversus nolentes”

  
El espíritu combativo de san Cirilo de Alejandría está perfectamente expresado en el título del libro Adversus nolentes confiteri sanctam virginem esse Deiparam (Contra los que no quieren confesar que la Santísima Virgen es Madre de Dios) (en griego: theotokos). A la vez, este título revela la preocupación principal del santo, su Cristología y su Mariología, en las cuales ganó méritos extraordinarios.

La índole fuerte de luchador denodado parece haberle llegado por herencia familiar. Su tío Teófilo, patriarca de Alejandría (385-412) es conocido en la historia por lo intrépido e inconciliable de su carácter. Su memoria, antes, está oscurecida por la injusta persecución de san Juan Crisóstomo y caracterizada por la excesiva condenación de los adeptos de Orígenes, por la ciega destrucción de templos paganos a pesar de su gran mérito artístico y por su ambición de aumentar la importancia de su sede patriarcal, todas luchas en las cuales no revelaba mucho escrúpulo en la selección de los medios.

Habiendo sucedido a su tío Teófilo en 412, Cirilo, en los primeros años muestra los mismos defectos, pero él emprendió una enérgica lucha contra ellos y observamos a lo largo de su carrera episcopal una continua purificación de su alma, hasta que llegó a la cumbre de la santidad. Su principal historiador, Sócrates de Constantinopla, en todo caso, no está libre de prejuicios y desfigura sin duda hechos a su decir cometidos por Cirilo: el cierre de las iglesias de los noviciados, la expulsión de los judíos y sobre todo la cruel muerte de Hipatia, famosa filósofa griega de la Universidad de Alejandría, bajo los pies del populacho enardecido. Estos cuentos o tienen su explicación en provocaciones de sus adversarios o su gravedad por Io menos fue exagerada, y en el último y muy lamentable suceso, la culpa fue principalmente del prefecto romano Orestes, 415.


La misma energía le servía más tarde a Cirilo en su lucha contra Nestorio, hereje de su época. La claridad de sus opiniones dogmáticas y la fuerza inquebrantable de su carácter fueron las que llevaron a Cirilo a presidir el Concilio Ecuménico de Éfeso (431) entre 198 otros obispos católicos. Este Concilio reconoció a la Santísima Virgen María el título de theotokos (en castellano el verbo “parir” es intransitivo; traducimos, por tanto, “la que dio a luz a Dios”) contra Nestorio quien no admitía sino el título christotokos, respaldado por la famosa escuela de Antioquía. La gravedad de la lucha intelectual y disciplinaria se ve claramente al notar que casi 50 obispos, formados en el espíritu de Antioquía, estaban al borde del cisma. El que Cirilo, por un lado, defendiera, sin concesiones dogmáticas de ninguna clase, la ortodoxia católica acerca de la Madre de Dios, y que por otro lado, alcanzara después del Concilio a reducir y atraer al seno de la unidad de la Iglesia católica a estos obispos vacilantes, es una prueba más de su grande influencia y del éxito con que había llevado a cabo la lucha por suavizar su carácter fuerte y áspero.

Sus méritos de dogmático diáfano se aprecian al hacer un breve recuento del problema nestoriano: los sermones de Nestorio, patriarca de Constantinopla a donde el emperador Teodosio II lo había llamado en 428, sobre una unidad solamente moral entre Dios y hombre en Cristo causaron grandes escándalos entre las gentes cultas y humildes de la capital, pues todo el mundo estaba desde el Concilio de Nicea (325) acostumbrado a dar a la Virgen el título de “Madre de Dios”, precisamente con base en una unidad física entre los dos elementos constitutivos de Cristo, el divino y el humano. Los rumores de la excitación popular preocuparon pronto a la sede romana, a la corte imperial y al Patriarca Cirilo de Alejandría, cuyo genio dogmático se rebeló en seguida contra la innovación herética de Nestorio. Un sínodo romano que condenó la doctrina de Nestorio (430) y pastorales y epístolas dogmáticas de Cirilo debían haber convencido a Nestorio de su error, mas éste prosiguió en su predicación y buscó respaldo en sus amigos de Antioquía. El emperador al ver de golpe su imperio encendido en llamas de ardorosas luchas dogmáticas, convocó un Concilio Ecuménico que debía reunirse en junio de 431 en Éfeso. El papa Celestino I accedió a enviar al Concilio a sus legados. Pío XI nos describió el entusiasmo de las gentes de Éfeso al ver lograda la victoria sobre Nestorio, en la siguiente forma: “Tanta era la devoción del pueblo de Éfeso a la Madre de Dios, tan encendidamente la amaba, que cuando supo el fallo pronunciado por los Padres del Concilio, los aclamó con explosiones de alegría, y en ingente muchedumbre los acompañó con antorchas encendidas, hasta sus casas. Y, sin duda, la excelsa Madre de Dios, sonriendo amorosamente desde el cielo ante este maravilloso espectáculo, recompensó con su maternal afecto y poderosísimo auxilio a los hijos de Éfeso y a todos los fieles del orbe católico”. ¿Y a quién acaso más que a san Cirilo quien con sus exposiciones claras y decisivas, basadas en la tradición de los siglos anteriores, le había ganado, más que cualquiera, a la Madre de Dios el título de theotokos?

Relegado Nestorio por el emperador a su claustro de Antioquía, y después expulsado de allí a una parte remota de Egipto, la herejía sin embargo no murió, sino se ha conservado hasta hoy, en medio de persecuciones, con épocas de gran espíritu misional y otras de heroicos martirios (Segunda Guerra Mundial). Sólo una pequeña fracción de nestorianos, los cristianos caldeos, encontró el sendero real de la unión con Roma. Cirilo, el ver sobrevivir la herejía a pesar del Concilio, escribió su libro Adversus nolentes.

Los argumentos que usa en este escrito son los eternos de la Santa Madre Iglesia, pero todo lo que sale de la pluma de Cirilo en cuestiones dogmáticas (en exégesis, Cirilo parece regular y en estilística a veces malo), es claro, interesante, convincente y muchas veces aplastante, a pesar de que su terminología no podía ser todavía la clarísima que conocemos como fruto del Concilio Calcedonense. (451).

Según Nestorio, el Logos no era el sujeto de todos los actos en Cristo, de los divinos (milagros) y de los humanos (lágrimas), sino el sujeto de todos estos actos era el Cristo. Lo llevó a estos errores la escuela antioqueña que siempre tenía la idea de que Cristo, siendo pecable como todos los hombres, hubiera merecido por su lucha heroica contra las tentaciones y por su sagrada pasión, la posesión real de los atributos divinos. Acosado Nestorio por los ortodoxos, pretendía una unión entre los dos elementos, divino y humano, en Cristo, ni moral ni física, sino sui géneris que para el intelecto humano se perdiera en el crepúsculo del misterio; pero la Iglesia no podía seguirle en tales vaguedades, porque ella necesita una doctrina de términos claros, de una claridad meridiana que no se preste continuamente para novedosas interpretaciones, fuente eterna de herejías.

San Cirilo, a quien el papa Celestino I dio el título honorífico bonus fidei catholicae defensor, en cambio sostuvo la unidad física en la unión hipostática, habiendo una sola persona en Cristo, la segunda de la Santísima Trinidad, sujeto de todos los actos que observamos en Cristo. De esta doctrina, naturalmente, se deducía para la Virgen con absoluta necesidad de lógica el título de theotókos. Dice el obispo E. Seydl a este respecto: “Jamás ha querido sostener un cristiano la ridiculez de que María hubiera dado la vida a su Dios eterno, pero sí dio a luz a quien era Dios y hombre en una sola persona y en carne humana. El Hijo de Dios, generado por el Eterno Padre, desde eternidades, y Cristo, el hijo de Dios encarnado a quien María dio a luz en la gruta de Belén, no son dos personas solamente moralmente unidas, sino se trata de uno solo y María llegó a ser la madre humana de este Hijo de Dios. La segunda persona de la Santísima Trinidad aceptó en sus entrañas la naturaleza humana. El Logos no renunció por su encarnación a la filiación divina; siguió siendo Dios y el ser Dios es lo más sublime en Cristo, nacido de la Virgen; por lo cual, también es conveniente calificar y titular a su madre según el elemento más sublime en él y darle el nombre de theotókos. (Biblia y Liturgia, 1931, pág. 357).

La Iglesia reza con mucha gratitud en la fiesta de san Cirilo en el Misal: “Oh, Dios, que hicisteis a vuestro bienaventurado Confesor y Pontífice Cirilo invicto defensor de la divina maternidad de la beatísima Virgen María, concédenos por su intercesión que los que la creemos verdadera Madre de Dios, nos salvemos por su maternal protección”. También le dio a  san Cirilo en 1882 el título de doctor ecclesiae”.

Ricardo Struve Haker
Pbro.

“Pues no nació Jesucristo primeramente hombre vulgar de la santa Virgen, luego así descendió sobre Él el Verbo; sino se dice que el Verbo obtuvo la generación carnal del mismo vientre, hecho una sola cosa, es decir teniendo por propia la generación de su propia carne. Así los Santos Padres se atrevieron a llamar Madre de Dios a la santa Virgen”.

De la epístola II de san Cirilo a Nestorio,
leída y aprobada en el Concilio de Éfeso (431).


jueves, 22 de noviembre de 2012

Oración piadosa a María

            Santa María, yo adoro y bendigo a tu hijo glorioso, a quien ruegues Tú por nosotros, pecadores. Siendo Tú, Señora, más voluntariosa en rogar por nosotros, pecadores, que lo somos nosotros, no hay necesidad de que te roguemos a que ruegues por nosotros. Pero por cuanto no seríamos dignos de ser participantes en tus oraciones si no te rogáramos y confiáramos en tus oraciones, por tanto, somos obligados a rogarte y contemplar en tus honores y de hacerte reverencia y honor, para que Tú nos recuerdes con tu piadoso recuerdo, y nos mires con tus hijos misericordiosos en este tiempo tenebroso en que estamos por falta de devoción y caridad, por cuya falta olvidamos la santísima pasión de Hijo bendito, en cuanto no nos acordarnos de Él como debiéramos, ni menos para honrarte a Ti y a tu Hijo hacemos todo aquello que debiéramos y pudiéramos hacer; pero Tú, Señora, no ceses de rogar a Dios por nosotros con todos tus poderes. Luego siendo esto así, Tú, Reina de los reyes y Reina de las reinas, ayúdanos a que te honremos, honrando a tu Hijo en aquel lugar donde eres Tú deshonrada, y tu Hijo desamado, deshonrado, descreído y blasfemado por aquellos hombres a quienes tu bendito Hijo espera que vayan a honrarle y defenderle de los defectos que falsamente le son atribuidos por aquellos que viven en el error y van caminando al fuego perdurable.

            Cuan presto Tú. Reina, fuiste llena de gracia y del Espíritu Santo y del Hijo de Dios, que concebiste, tan presto fuiste tenida y obligada a rogar por nosotros, pecadores; porque en cuanto fueron mayores tus honores, en tanto conviene que se considerasen más en ti los justos y los pecadores; y cuanto más fuertemente nos confiamos en ti, tanto tu justicia te hace ser más cuidadosa en curar nuestras enfermedades y perdonar nuestras culpas.

            Inclina, Reina, tus ojos aquí abajo entre nosotros y mira cuántos son los hombres que te ruegan y te honran, acordándote y cantando tus loores.

Raimundo Lulio
(1232-1316).

jueves, 15 de noviembre de 2012

La Ermita de la Peña, tradición sin memoria

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana

Si Bogotá pudiera escribir la historia del olvido, esa crónica empezaría en la puerta del Santuario de Nuestra Señora de la Peña. El resumen de ese episodio es como sigue:

El 10 de agosto de 1685, un platero del barrio san Victorino llamado Bernardino de León, despertó de su labor colonial a los padres jesuitas y a las gentes de Santa Fe de Bogotá para contarles que él había encontrado unas esculturas de piedra, que representaban a la Sagrada Familia de Nazaret, en un escarpado contrafuerte de los cerros orientales de la capital.

Las romerías de chinas noveleras, beatas camanduleras, indígenas taimados, artesanos incumplidos y gañanes calaveras presididos por el alto clero hicieron sendas por entre unas breñas altísimas y erosionadas para conocer el lugar del hallazgo. Probada la veracidad del relato vinieron las respectivas investigaciones y el registro del hecho ante notario eclesiástico. Pasaron seis meses de espera y el arzobispo, don Antonio Sanz Lozano, les otorgó el permiso para la veneración pública a partir del domingo de carnestolendas o de quincuagésima. Ese día memorable fue el 10 de febrero de 1686.

El pueblo raso aprovechó la novedad e instituyó un carnaval para elevar sus pecados a la categoría de folclor demosófico. El jolgorio fue bautizado con los borbotones de la ancestral bebida muisca, la chicha. La resaca, producto de un motín de circunstancias adversas al catecismo, no dejó espacio para que los redactores escribieran algunas notas al respecto de ese testimonio. Entonces la primera laguna, en la memoria de la urbe, ahogó el principio de sus tradiciones en una bacanal de amnesias.

El tiempo, con un pasar de calmas sin progreso, sumó 28 años de silencio. Sólo en 1714 se levantó una pequeña ermita. Edificación que los fuertes vientos que venían de los Llanos Orientales, y bajaban por el páramo de Cruz Verde, derrumbaron.

¿Por qué tanta demora en tener una capilla? Quizás la fe de los carboneros, que explotaban un socavón cercano, se impuso porque bastaba con mirar desde los potreros de la hacienda La Fiscala, el camino de herradura de Engativá o los matorrales de la quebrada Las Delicias (Chapinero) para contemplar ese escarpado filo donde ocurrió el milagro, el templo era la montaña. Este concepto cosmológico se adaptaba a las creencias de una población mayoritariamente indígena. El suceso estaba escrito en piedra, como las tablas de la Ley, en una mirador que dominaba la panorámica de la Sabana, desde Torca hasta Fute.

Así los feligreses, consientes de la importancia de un lugar ancestralmente sagrado, insisten en echar ladrillo. La esperanza contra la adversidad impuso un mojón en aquel alto rodeado por peligrosos abismos donde las bestias de carga se despeñaban con frecuencias trágicas.

Las dificultades, que cebaron los buches de zamuros y buitres, sirvieron de aliciente para domesticar esa agreste cúspide.

El capellán, Dioniso Pérez de Vargas, bendijo la segunda ermita en diciembre de 1715, pero en mayo del año siguiente la parte norte se cayó. Ante la catástrofe, el ingenio del sacerdote inventó una solución digna de un bendito orate. Contrató a un cantero para separar las figuras de la roca y llevarlas a un sitio seguro, 350 metros más abajo. La misión era imposible porque la mole de roca no cabía por entre un estrecho paso. Eso sin contar con la necesidad de construir una calzada al borde de un profundo precipicio.

Favor divino

La mano de Dios hizo pasar las imágenes por una “…angostura, bajío y despeñadero que no los admitía con las andas ni a lo ancho ni a lo largo…” como lo describió Matallana en su compendio histórico.

El prodigio celestial trastocó las leyes de la física y el primero de diciembre de 1716 una fila de cargueros sudorosos descargó las estatuas en un descampado del cerro Los Laches. Allí cientos de prudentes manos piadosas habían levantado una enramada para recibir a la Reina. Afortunadamente, los datos de la hazaña se conservaron para poder comprobar el milagroso descenso. De lo contrario, los expertos en narraciones extraordinarias estarían hablando de una prueba irrefutablemente misteriosa de la presencia de alienígenas en el Nuevo Reino de Granada.

El esfuerzo de la Asamblea, por rendirle un tributo a la Soberana del Cielo, se vio recompensado con abundancia de bendiciones y la devoción cruzó fronteras. La oralidad, con su fuerza narrativa, hizo viajar la noticia del acontecimiento a corazones lejanos.

Los relatores contaron sobre la recién fundada Cofradía de la Virgen de la Peña. Los criollos devotos y sus gustos por las romerías generaron una época feliz. El tumulto tenía la mancha de la tierra. El mestizaje delataba a los del alpargate. Y eso jamás sería el ideal de procesión para la casta señorial dominante. La tolerancia de ciertas clases sociales no estaba diseñada para soportar que perturbaran sus costumbres de rancio abolengo.

El rincón montañero, apto para los embelecos de la gentecita de medio pelo, debería sobrevivir por su cuenta.

Los peregrinos convencieron al padre Baltazar de Mesa de acudir al rey de España para solicitarle una ayuda económica a favor de Nuestra Señora de la Peña con base en la herencia dejada por el arzobispo Antonio Claudio Álvarez de Quiñones (1737).

Los individuos sin abolengos, un poco más prácticos en sus devociones, donaron tierras y joyas. Ellos presentaron a sus hijos ante la Patrona y repitieron de memoria la Afectuosa novena de la Santísima Virgen María en su milagrosa advocación de la Peña editada por Baltazar de Mesa (1739) y publicada en la imprenta de la Compañía de Jesús.

Las curaciones milagrosas llenaron algunas páginas de los archivos de la cofradía para asombro de los incrédulos y gloria del Altísimo.

La dicha de los santafereños llegó a extremos de gozo delirante porque en el año de 1752 la bula del papa Benedicto XIV, en favor de la Cofradía de Nuestra Señora de la Peña, entró a la capital.

Economía y fe

Entre ese fulgor devoto se comenzó a escribir el capítulo de las desmemorias. En la segunda mitad del siglo XVIII, la ermita de la Peña pasó a ser un bien privado administrado bajo la tutela de los intereses económicos de algunos capellanes y sus respectivas familias.
La maña cicatera, el pleito leguleyo, la mística cristiana y el  abandono se juntaron para erosionar la naciente tradición.
Esa etapa oscura y heroica, iluminada y pendenciera trajo un intento por salvar los anales, materia vital ensamblada por una tradición que guarda la memoria para conservar una identidad nacional. La tarea de proteger el bagaje cultural del pasado recayó sobre los hombros del padre Juan Agustín Matallana, cuando en 1810 comenzó a predicar sobre la devoción a Nuestra Señora de la Peña. El prelado le preguntó a los granadinos “¿tenéis otro tesoro igual?”
La respuesta nunca se escuchó porque el tumulto enardecido de una plebe amotinada apagó las jaculatorias entre los motines falsarios de una casta oscura. Pero, el bochinche libertario trajo motivos para volver el rostro en busca de la Reina y Alteza Real de Santafé de Bogotá. El reino se enfrentó al peor peligro gestado por los pueblos de América, los independentistas legalizaron la libertad para venderla por cuotas políticas.


Contra el peligro liberticida surgió una luz de la loma tutelar. El presbítero Matallana recuperó documentos amarillentos del archivo de la curia eclesiástica, manuscritos roídos, protocolos públicos y textos de los conventos para empezar la reconstrucción de una crónica perdida. Con base en ese valioso material editó en 1812, la Novena en honor de Jesús, María y José que se veneran en la ermita de la Peña extramuros de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, desde el año 1685. El material fue reimpreso por Bruno Espinosa de los Monteros en 1814 como preámbulo a la obra cumbre de Matallana Historia metódica y compendiosa del origen, aparición y obras milagrosas de las imágenes de Jesús, María y José de la Peña que se veneran en su ermita extramuros de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, Provincia de Cundinamarca en la Nueva Granada, publicada en 1815.

La remembranza volvía para unir a los reinosos bajo el amparo de la Madre Inmaculada, pero la dicha volvió a ser efímera. El trote reluciente de los Húsares de Fernando VII cambió los intereses ideológicos de los tinterillos por las genuflexiones ante el déspota. La revuelta inconclusa sirvió de excusa para que el pacificador Pablo Morillo amenazara con destruir a martillo el monumento religioso por ser el sostén cómplice de los patriotas en su rebelión contra el Rey. La estulticia masónica, en manos de un militar español, impuso el silencio sacramental.

La sangre en la Huerta de Jaime ahogó a una generación de traidores que sólo heredó sus derrotas. Las victorias las consiguieron los de ruana, pero se las robaron los amanuenses del sofisma.

De la matanza continental  surgió la separación de España que les heredó la tragedia moral del bandolerismo bipartidista. La civilización mestiza optó por olvidar sus raíces cristianas para dedicarse al oficio de los matarifes, liderados por pasiones banderizas.

El santuario tomó su cruz de arrabal de mala muerte y quedó alejado del afecto bogotano por las distancias sociales. Así lo sintetizó el provisor Antonio Herrán cuando el capellán Juan Gualberto Caldas le solicitó, en 1853, el traslado de las carnestolendas para la infraoctava de Epifanía. “…Como la Iglesia de Nuestra Señora de la Peña se halla a extramuros de la ciudad y regularmente el tiempo de cuaresma es de invierno por cuya razón la gente decente no puede concurrir a dar igualmente culto y evitar desórdenes con su presencia en la gente del pueblo…” El ciudadano de prosapias, apegado a sus comodidades, prefería visitar la Catedral y no subir a un sitio yermo, sin un sendero adecuado para los caracoleos de sus potros briosos. Además, escuchaban a los arrieros aterrados contar sobre los alaridos de los suicidas enterrados en las Tapias de Pilatos, tejar situado en los Llanos de Belén. Y como si la desmotivación fuera poca, las cuadrillas de malhechores aprovecharon la soledad para convertirla en cómplice de sus delitos. Los atracadores no respetaron a Nuestra Señora y esa nefasta tradición superó el bicentenario.

Paradójicamente la aversión por el santuario lo generó su principal atractivo folclórico, las carnestolendas. A finales de 1894, don José María Cordovez Moure publicó la segunda serie de las Reminiscencias de Santa fe y Bogotá donde retrató con su fina pluma las consecuencias de las mascaradas. “…Pero solamente la chicha que se bebía en Carnestolendas convertida en agua, bastaría para devolverle el hético río San Agustín a su primitivo estado; y como los efectos diuréticos de esa bebida son apremiantísimos quedaba el camino convertido en verdadero fangal de espantosa fetidez…” Y más adelante relató “…Del mediodía para adelante esos lugares eran un sólo volcán atizado por el exceso de licor, las escenas escandalosas de los jugadores y, más que todo, por los actos de impureza de que se hacían ostentación. Después de la seis de la tarde quedaban convertidos esos extramuros de la ciudad en inmenso lupanar. Si los habitantes de Pompeya y de las ciudades malditas hubieran podido presenciar lo que allí pasaba, es seguro que hubieran increpado a la justicia divina el haberlos castigado por mucho menos de lo que se hacía en las Carnestolendas de Santafé.


Por lo general, cada noche de Carnaval costaba la vida a varios de los concurrentes, sin contarse el gran número de puñaladas y palizas que se daban, las más de las veces a infelices que en nada habían ofendido a los desconocidos agresores. La autoridad enviaba agentes de Policía a esas alturas; pero estos eran impotentes para impedir la consumación de los hechos criminosos que se ejecutaban, no sólo en las habitaciones, sino en las encrucijadas y veredas que se forman por doquiera en ese terreno de suyo quebrado. Además, la gente perdida se creía autorizada par entregarse a toda clase de excesos con el hecho de hallarse en el Carnaval de la Peña, y llevaban la audacia hasta el extremo de desarmar a la Policía…”

La peligrosa juerga transformó la devoción en el sitio de los miserables. Ni los buenos capellanes vivían por allá. En ese oriente taciturno, donde las ventiscas son más frías, vivía el descuido amancebado con la lujuria.

La decadencia y sus excesos protervos alejaron definitivamente a las gentes de bien, que con sus corotos y mulas, hicieron soberbias caravanas para visitar el templo de Lourdes, donde se creó una elite de distinguidas familias, lejos del bochornoso espectáculo que hacía enrojecer de pudor a las señoras de la alta alcurnia.

Luchas y sotanas

La siguiente centuria vio pasar a don José Manuel Marroquín, el vicepresidente golpista, para dar gracias por el fin de la Guerra de los Mil Días y nada más. Los intentos por cambiar el destino de la capellanía contaron con el empuje de distintas comunidades religiosas. Una de esas congregaciones entregó pedacitos de piedras arrancadas a cincel del las estatuas como recuerdo para los peregrinos. Es decir que la misión de iluminar las conciencias con el faro del Evangelio encandiló a muchos y embelesó a otros, pero la ciudad no respondió. Los religiosos partieron sin logros destacables. La amnesia impuso su dictadura sobre esas tierras con surcos fértiles para el yerro infractor. El símbolo mariano de la capital servía, pero no funcionaba. La extranjerofilia se llevó a los devotos para el vecino cerro de Monserrate.

Dios le regaló a Bogotá un pesebre pétreo para que sus habitantes no tuvieran que pedir bendiciones ante advocaciones foráneas y los raizales hicieron exactamente lo contrario. Pueblo de dura cerviz. La desidia institucional logró convertir a la casa de la Virgen en un paseo para los colegiales o en una aventura de las alegres muchachadas en sus recorridos por la vía hacia el tanque de Vitelma. Ya nadie se acordaba de las comparsas cuaresmales.
Restauración
Pasaron algo más de 140 años para que alguien volviera a pensar en los sucesos con letras de molde. Irónicamente un extranjero, perseguido por los nazis, fue el elegido de la Providencia para restaurar el Santuario de la Peña. El esfuerzo teutónico del venerable padre Ricardo Struve, un alemán protestante convertido al catolicismo, logró reconstruir y reparar el vacío histórico al usar las partidas de bautismo de los capellanes como brújula para caminar por los senderos del pasado e indagar entre los árboles genealógicos sobre las costumbres de aquellos personajes. Struve consignó su investigación y la guardó en su obra El Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña.
Ese esfuerzo total tropezó con la ausencia de Patria. En 1968, sin Struve una nostalgia singular comenzó a carcomer los cimientos de la Ermita Vieja. Los maleantes se robaron los ladrillos subidos en 1947 a lomo de cristiano, burro y toro. El Museo de la Peña y sus tesoros desaparecieron. Según cuentan, las piezas de arte sirvieron para financiar el matrimonio de un cura que colgó los hábitos. La acción desventurada borró para siempre la retentiva de un patrimonio cultural invaluable.
El infortunio crecía y la prensa, que debía ser la primera defensora de los bienes inmuebles de la Nación, produjo un repugnante derrame de tinta. El periódico El Espectador se burló de la Patrona cuando la llamó: “La Virgen sin piernas” y otra vez la indiferencia empezó a desmoronar el legado de Struve del mapa de la conciencia nacional.
Fueron otros 17 años sin que el Estado se acordara de ese territorio ajeno a la ciudad. El sector parecía una versión vernácula de la Corte de los Milagros, pero sin las descripciones de Víctor Hugo.
La barriada se extendió entre invasiones y sucesiones de lotes sin fin porque la pobreza nacional es el patrimonio de sus riquezas. Sin embargo, unas efemérides que pocos recordaban la sacaron de su habitual aislamiento.
El presidente Belisario Betancur, en un gesto conservador, y con motivo del tricentenario del hallazgo invirtió tecnología helicoportada para reparar la ermita y la capilla (1985). En aquel momento singular hubo un poco de luz para las ruinas de una colina sacra. Las verbenas motivaron la herencia de las carnestolendas. El turismo de olla y cometa regresó para dejar su huella de corazones flechados, grafitos obscenos y kilos de basuras regados desde el altozano de la iglesia del barrio Egipto hasta los pastizales de la finca de los Morato.
El aniversario vio a una procesión de obispos latinoamericanos que bendijo una piedra conmemorativa y se fue confiada en que sus ovejas esta vez sí cuidarían el delicado aprisco. Las peregrinaciones parecían confirmar esa esperanza, la del eterno retorno, porque los medios de comunicación publicaron la noticia del evento con algo de sorpresa maquiavélica.
La música se apagó en las minitecas ambulantes. El smog subió por la loma legendaria para confundirse con las brumas paramunas y un mutismo de bandoleros se apoderó del lugar por espacio de 24 años.
En el calendario del año 2009 este cronista registró que de 10 taxistas solicitados para ir a visitar el Santuario de Nuestra Señora de la Peña ninguno sabía donde quedaba. El 80 por ciento de los indagados se negó a realizar el servicio cuando se les explicó la ruta. Eso indica que la Sociedad Mariológica Colombiana, hija consentida de aquella familia nazarena, debe recuperar el legado del padre Struve porque las piedras gritan.


jueves, 8 de noviembre de 2012

I. María en el Antiguo Testamento


Por: Juan Alberto Ramírez Ochoa
Vicepresidente de la Sociedad Mariológica Colombiana


Introducción

Cuando Jesucristo vino al mundo no eligió un palacio real... Hubo, sin embargo, algo que preparó con exquisito cuidado: la mujer que había de ser su madre. Y, la eligió perfecta, sin mancha ni pecado, virgen y madre.

No podemos dudar de que el Hombre-Dios estuviera muy orgulloso de su madre. Pero, ¿por qué, entonces, se menciona tan pocas veces a la Virgen María en la Sagrada Escritura?

Sí queremos encontrar textos referentes a Nuestra Señora en el Antiguo Testamento tenemos que buscarlos bajo la forma de revelaciones o  profecías. Parece natural que el Hijo y la Madre se encuentren unidos en las profecías, tanto, como luego lo estuvieron en la vida real. Es que, como ya lo dijo san Agustín, "el Nuevo Testamento está oculto en el antiguo y el Antiguo Testamento se pone de de manifiesto en el nuevo". Veremos que, aunque los textos sean escasos el Antiguo Testamento tiene mucho que descubrirnos acerca de la Santísima Virgen.

1.  Génesis 3,15.

Después de su lamentable caída en el Paraíso, Adán y Eva estaban esperando su castigo. Pero Dios, antes de dar su castigo a Eva y a Adán, preparó el suyo a Satanás, que había seducido a Eva en forma de serpiente. Y Dios le dirige estas palabras tremendas, a las que se conoce con el nombre de Protoevangelio:

"Pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él aplastará tu cabeza y tú acecharás su calcañar".
Son muchos los textos que interpretan este pasaje de la Biblia. La mayoría de los autores están de acuerdo en que la doctrina de la Iglesia es unánime en la interpretación mariológica del Génesis 3,15. No hay quien ponga en duda la relación, de María con el Génesis. Es una referencia directa y literal a María.

Las dos razones, más oportunas, que nos hacen afirmar que María es la mujer a la que se refiere el Génesis son:

1)     El hecho de que solamente la Santísima Virgen María sostuviera una enemistad perpetua entre Ella y Satanás.
2)     El hecho de que la descendencia de la mujer estuviera en perpetua enemistad con la descendencia del demonio y aplastara la cabeza de Satanás. Jesucristo cumplió todo esto. Él es la descendencia de la mujer,  María, su Madre.

¿Podríamos encontrar, a través de la historia, alguna mujer que se haya distinguido, más que María, en su oposición al demonio? La Inmaculada Madre de Jesús no estuvo en poder de Satanás ni siquiera un momento.

Por otra parte, hablamos de la descendencia de la mujer. Esa descendencia aplastará el poder de Satanás y, del algún modo, resultará herida en el choque. Ahora bien, esta victoria perfecta, sólo puede atribuírsele a Jesús, el Mesías, que realizó la redención del mundo con su muerte en la cruz y su resurrección. Pero, si Cristo se identifica como la descendencia de la mujer, está claro que esta mujer no puede ser otra que su Madre, María.

2.   Isaías 7,14-16.

En el año 734 a. C., el reino judío del norte de Israel, en unión con Damasco, trató de provocar por la fuerza una alianza, con el reino de Judá, contra Asiría. Para procurarse un buen instrumento como cabeza del reino, trataron de destronar al rey Ajaz y colocar un hombre más de su gusto. El profeta Isaías le dijo a Ajaz que no le pasaría nada si, en lugar de apoyarse en la asistencia de asirios contra Israel y Damasco, el rey de Judá confiaba enteramente en Dios. Después Isaías profetiza la destrucción de este proyecto y aconseja al rey que no tenga miedo de las amenazas de Israel, porque sus planes se caerían por tierra. Para fortalecer la fe del rey de Judá, Isaías le ofrece una señal, un milagro, un prodigio, como prueba de que está hablando en nombre de Dios. El rey Ajaz no quiere pedir ninguna señal, pero Isaías le da la señal profética del alumbramiento de una virgen:

"He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre, Emmanuel. Comerá miel, cuajada y leche hasta que sepa rechazar lo malo y elegir lo bueno. Pero antes de que el niño sepa rechazar lo malo y elegir lo bueno, la tierra por la cual temes, será librada de esos dos reyes".

Los autores católicos están de acuerdo en que la profecía se refiere a Jesucristo, el Mesías. El Mesías tendría una Madre Virgen. El texto de Isaías 7,14-16 es, pues, mariano, al mismo tiempo que mesiánico, y las referencias a la Madre Virgen del Salvador son al mismo tiempo directas y literales propiamente dichas.

"El evangelista Mateo recoge este texto a fin de que se cumpliera cuanto fue anunciado por el Señor (Mt.1,22). Mateo recurre al esquema promesa-cumplimiento para transmitir sus propósitos teológicos. Según Mateo, en el nacimiento de Jesús se cumplió la visión del profeta Isaías, quien había anunciado el nacimiento de un niño, al que se le pondría el nombre de Emmanuel (Dios con nosotros). La versión griega de los LXX del pasaje Isaiano ya hacía traducido el vocablo hebreo almah (mujer joven) por parthenos (virgen). En su anuncio conecta Mateo evidentemente con esa interpretación para afirmar la singularidad de los orígenes del Hijo de Dios hecho hombre. En el contexto general de Isaías, el nacimiento del Emmanuel se entiende como un signo salvífico otorgado por Dios; antes de que ese niño haya alcanzado la edad del discernimiento, serán derrotados los reyes a los que todavía teme tanto Israel". (3).
3.   Miqueas  5,1-2.

El profeta Miqueas, como su contemporáneo Isaías, profetizó que el reino de Israel quedaría muy reducido antes de recuperar la misericordia de Dios que le estaba prometida. El reino judío del norte sería arrastrado hacia el exilio y Jerusalén estaba destinada a la destrucción. Pero al final vendría un rey poderoso y reuniría al pueblo disperso, rey procedente de un pueblo humilde y pequeño cuyos antecedentes son misteriosamente eternos, y, que, sería nacido de una mujer.

"Pero tú, Belén de Efrata, aunque eres el más pequeño entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel, y cuyo origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas. Los entregará hasta el tiempo en que la que debe dar a luz, tenga su hijo. Entonces volverá a su familia, el resto de los hijos de Israel".

Los autores católicos están de acuerdo en que las profecías del nacimiento, en Isaías y Miqueas, se refieren a María, la Madre de Jesús. El evangelio de Mateo muestra como, la profecía de Miqueas, se cumplió con el nacimiento de Jesús (Mt.2,6). Es decir, que la profecía de Miqueas encierra una alusión directa a María, la Madre de Cristo, y, es, por tanto, otro pasaje mariano del antiguo testamento. Tanto en el Protoevangelio como en Isaías y Miqueas, la salvación nos llega por medio de una persona, en íntima unión con su madre. Así, pues, la Iglesia católica no se aparta de las líneas de la revelación al honrar a la Virgen María, Madre de Dios.

                               .
(3) GÓMEZ G. Jorge Iván, Pbro. mdr. La B.V. María Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. 2004. Pág.22.

Conclusión

Existe un gran número de textos en el Antiguo Testamento, acerca de la promesa de una Madre unida a su Hijo, el Salvador. Aquí sólo se han citado tres: el Protoevangelio, Isaías y Miqueas.

El pecado del hombre en el Paraíso puede calificarse de felix culpa, puesto que nos trajo tan inmensa promesa de salvación, una promesa que asocia a María, la mujer, con el Mesías, su hijo, en la redención de la humanidad. Isaías y Miqueas, hablando de parte de Dios, habían de referirse directamente a su Madre. Para esto se añadió a su figura una nueva nota distintiva: la Madre del Mesías sería una Virgen. De este modo, la señal del rey Ajaz fue confiada a las palabras y a la pluma de Isaías. Su contemporáneo Miqueas, confirmó esa noticia. En todas estas manifestaciones proféticas se dibuja una mujer, María, Corredentora, Inmaculada, Virgen y Madre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

En resumen, la Sagrada Escritura, en el AT y en el Nuevo Testamento, y la venerable tradición van mostrando de manera cada vez más clara la función de María en la historia de la salvación, por así decirlo, la proponen a nuestra contemplación. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia, iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, Madre del Redentor. Bajo esta luz. Ella aparece proféticamente en la promesa hecha a nuestros primeros padres acerca de la victoria sobre la serpiente (cf. Gén. 3, 15). Igualmente, Ella es la virgen que concebirá y dará a luz un Hijo que se llamará Emmanuel (cf. Is.7, 14; Miq.5, 1-2; Mt.1, 22-Mt.2.6)". (4)

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(4) VATICANO II, LG, 55.

II. María en el Nuevo Testamento

Introducción

Al iniciar el estudio del dato mariano en el NT, considero oportuno subrayar, una vez más, el trasfondo cristológico que aparece en la intención del autor de cada uno de los textos que componen los libros de la nueva revelación y, de manera especial, allí donde encontramos aquellas páginas que enuncian la persona y misión de María, Madre del Jesús histórico y partícipe de la obra redentora de éste; por ende, sujeto de estudio y profundización por parte de la teología.

En este orden de ideas, el grupo ecuménico de Dombes, (Francia)  al reflexionar sobre María "entre el designio de Dios y la comunión de los santos", en una de sus "controversias y conversaciones1' en torno al tema concluía: "Las afirmaciones relativas a la existencia de la Virgen -desde el principio hasta el fin - deben estar siempre ordenadas a la comprensión de la persona de Cristo y de la salvación que Cristo nos trae" (5).

Se trata, como afirma la teóloga M.T. Nadeau, de subordinar la Teología Mariana a la Cristología. "Después de todo, no hace falta indagar demasiado en la vida de María en el Nuevo Testamento para darse cuenta de que Ella misma dirige las miradas más hacia su Hijo que hacia su persona. Podemos imaginar por tanto, sin miedo a equivocarnos, que a la que a lo largo de toda su vida actuó de acuerdo con la voluntad del Padre, y no dejó de exhórtanos en el Magníficat a alabar en Ella a Dios y a su obra, no le gustaría sin duda que la consideraran independientemente de su Hijo. No cabe duda: en Él está su verdadero lugar teológico" (6).     
(5)GROUPE DES BOMBES, Marie dans le dessein de Dieu et la communion des saints". Bayard-Centurión, París 1988, págs. 50-51.
(6) NADEAU, M.T. ¿Quién es María? Hablar de la Virgen hoy. San Pablo, 2002. Pág.22.
1. En el evangelio de san Mateo (en torno al 70-80}.

En el evangelio de la infancia según san Mateo, dos pasajes son particularmente importantes para la teología mariológica:

a)     María, Madre de Jesús El Mesías (1,1-17: la genealogía de Jesús); el relato del "origen de Jesús Mesías" tiene por finalidad responder a la pregunta:
"¿Quién es Jesús?". Este texto tiene su importancia en el ámbito mariológico, fundamentalmente porque:
·   Mateo menciona a María como el 40 eslabón esencial y determinante del origen de Jesús:
·   En la medida en que Mateo proclama a Jesús como el Mesías, hijo de Abraham e hijo de David, por el mismo hecho está proclamando la grandeza de María, la mujer que lo dio a luz. Este texto enseña, en definitiva, con claridad y nitidez: la maternidad mesiánica de María.

b)     La concepción virginal de Jesús-Mesías, por obra del Espíritu Santo (1,18-25): este relato contiene importantes datos de teología mariana:
·   Afirma la virginidad de María anterior a la concepción de Jesús;
·   Proclama la concepción de Jesús en María como fruto de una acción soberana y creadora de Dios, mediante la fuerza y el poder de su Espíritu;
·   Enseña que la maternidad de María es una maternidad mesiánica, pues dará a luz al Mesías anunciado por el profeta Isaías (Is.7, 14)
·   Insinúa discretamente que la maternidad de María será una “maternidad divina", pues el hijo a quien va a dar a luz -al no tener padre humano, pero al ser concebido por la virtud del Espíritu de Dios- tendrá por Padre al mismo Dios.

2.   Maternidad mesiánica y maternidad divina de María en el evangelio de san Lucas (hacia el año 70).

El protagonista del "evangelio de la infancia" en san Lucas es siempre Jesús; pero unida estrechamente a Él, aparece su Madre. Cinco son los pasajes en que Lucas presenta a María, la Madre de Jesús:

a)     La Virgen María, Madre del Hijo de Dios (1,26-38):

La finalidad del relato  de la anunciación ha sido declarar que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, y afirmar la libre colaboración de la Virgen María mediante su consentimiento a una concepción virginal.

La anunciación es un texto eminentemente cristológico. Su interés está centrado en la persona de Jesús: Mesías e Hijo de Dios. Ningún pasaje evangélico contiene tantos títulos mesiánicos como éste. Sin embargo, María juega un papel de importancia capital en esta escena:

·        María es el instrumento elegido por Dios para llevar a cabo la realización de las promesas mesiánicas: el hijo que va a nacer será el Mesías Davídico; por tanto, su maternidad será una Maternidad Mesiánica;

·        En María se realizará al mismo tiempo el misterio inaudito de la encarnación del Hijo de dios; su maternidad será, por consiguiente, una Maternidad Divina;

·        En todo este proyecto divino, María colabora con toda su voluntad, con toda su libertad, con toda su entrega, con toda su fe y con todo su amor;

·        Finalmente, en las perspectivas del evangelista, María le interesa ya no solamente como persona individual, sino como símbolo del creyente tanto de Israel como de la Iglesia. María la virgen es una síntesis admirable de los pobres de espíritu, del Siervo de Yavé, de la mujer fiel y entregada, y de Jerusalén, la Hija de Sión, Madre del Pueblo elegido y depositaría venturosa de las promesas mesiánicas

b)     María, la Madre del Señor (1.39-56):

El relato evangélico de la visita de María a su pariente Isabel es un cuadro rebosante de gozo y alegría, a la vez que denso en mensaje doctrinal.

Esta escena aparece, a primera vista, como el encuentro de dos madres (María e Isabel); sin embargo, en la realidad profunda es sobre todo el encuentro de dos hijos (Jesús y Juan).

Más aún, en la mente del evangelista, Isabel-Juan y María-Jesús representan las dos economías que se encuentran y se continúan: la Antigua y la Nueva Alianza. La Antigua precede; por eso la primera anunciación ha sido la de Juan; pero la nueva Alianza lleva a plenitud la primera, por eso el Mesías viene en el seno de su Madre a visitar a Isabel y a su hijo para que a su contacto sean llenos del Espíritu Santo.

El relato consta de una introducción (v.39-40:"María va al encuentro de Isabel"); dos escenas mesiánicas (V.41-45: Isabel saluda y bendice a María" y 46-55: el cántico de María); y una conclusión (v.56: María en casa de Isabel).


c)     María da a luz a su primogénito: Salvador. Cristo, Señor (2,1-21):

En contraste con el relato sobrio del nacimiento de Juan, Lucas narra el nacimiento de Jesús con riqueza y lujo de detalles. Si Juan nació en la modesta comunidad de una casa sacerdotal, Jesús nacerá en la sencillez y pobreza de un establo y será colocado en un pesebre.         .

El presente relato cubre dos temas:

·        El nacimiento del hijo primogénito de la Virgen María, que es un Salvador, Cristo y Señor (2,1-20);

·        El nombre Jesús dado al recién nacido (2,21).      

Desde el punto de vista doctrinal, el relato del nacimiento de Jesús proclama la maternidad en acto de la Virgen María.     

Ella es la Madre de Jesús; pero Jesús es a la vez el Salvador, el Cristo (el Mesías) y el Señor. Su maternidad es una maternidad mesiánica y una maternidad divina. María es grande y bienaventurada, pero toda su grandeza le viene radicalmente por lo que es su hijo.

d)     María participará en la misión dolorosa de su Hijo (2,22-40):
Además de reconocer las virtudes religiosas de María y de José al querer ellos cumplir con exactitud las prescripciones de la ley de Dios, es necesario destacar dos elementos doctrinales de particular significado:

·        María presenta su hijo Jesús al Señor. La escena -en la cual no se menciona el rescate- aparece: como el acto de ofrecimiento que la Virgen María hace a Dios de su primogénito; como la oblación de una víctima; como la consagración de su hijo al servicio exclusivo del Señor.

A la luz de toda la vida de Jesús, el ofrecimiento que María hace de su hijo en el templo es un anuncio de la oblación que del mismo hará en el Calvario; es a la manera de una oblación sacerdotal.

·        María es la personificación de la hija de Sión. madre del pueblo de Dios. Ella sufre, a la par de su hijo, ante le perspectiva de la división del pueblo a causa de la aceptación o del rechazo que los hijos de Israel (y después de ellos, los gentiles) harán de su Hijo-Jesús; y su dolor se agudizará a causa de aquellos qué hayan optado en contra, cerrándose al ofrecimiento de la salvación en Jesús.

e)     "Su Madre guardaba todas las cosas en su corazón..." (2,41-52):

La intención del evangelista al transmitir el episodio de Jesús niño perdido en el templo de Jerusalén es descubrir que Jesús, desde que se abrió a la conciencia humana, sabía que era el Hijo de Dios.

La nota “su Madre guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" nos ilustra sobre la fuente de donde nos han venido estos recuerdos. María, con su reflexión contemplativa, guiada por el Espíritu Santo, penetraba más y más en el misterio de su Hijo. El Espíritu Santo que la había cubierto con su sombra para concebir en su seno el Hijo de Dios, la iluminaba con su poderoso resplandor día a día en el ejercicio continuado de su maternidad humano-divina,

3.   La Madre de Jesús en el evangelio de San Juan (entre el 90-100)

a)     María en la obra mesiánica de Jesús (2.1-11):

La presencia de la Madre de Jesús y su intervención, en ausencia de tantos otros detalles, es muy significativa. El papel que Ella juega en este relato sólo se explica por una intención de orden doctrinal por parte del evangelista.

El vino de Caná tiene un doble valor: como milagro y como signo:

·        Como milagro. Con la conversión del agua en vino, Jesús manifestó su gloria e hizo brotar en sus discípulos la fe en Él como Mesías. En otros términos, con ese prodigio Jesús inauguró públicamente su tarea mesiánica, y su Madre intervino en ello.

·        El banquete de bodas de Caná es signo del banquete de bodas mesiánicas, donde el esposo es Jesús y la mujer es su madre. Ella es la Mujer nueva, que está junto al Hombre nuevo.

·        Como signo. El vino de Caná es signo y anuncio de la sangre que Jesús dará cuando llegue su hora. Si, pues, María intervino en el momento del símbolo, también intervendrá en la hora de lo simbolizado, a saber: en el instante en que Jesús lleve a término su obra mesiánica derramando su sangre por la vida del mundo. Esta intervención aparecerá clara al ver a la Madre de Jesús al pie de la cruz de su Hijo, recibiendo de sus labios nuevamente el solemne y misterioso título de Mujer, y asistiendo el momento en que de su costado broten las últimas gotas de sangre {Jn. 19, 25- 2. 34)

El relato de Caná forma un todo con la escena del Calvario, y el elemento clave es el título de Mujer dado a María en una y otra ocasión. Con este procedimiento literario el evangelista ha querido enseñarnos que la Madre de Jesús estuvo íntimamente unida a si hijo desde el comienzo de su obra mesiánica hasta el instante supremo de su entrega en la cruz.

En esta amplia perspectiva es como se comprende bien el tono abrupto de la respuesta de Jesús: "Qué hay entre tú y yo. Mujer; todavía no ha llegado mi hora". Estas palabras del Señor son como una cita, para el momento cumbre de su hora. Entonces sí, sin que ella le pida el vino nuevo, el vino mesiánico Él lo dará en abundancia.

b)     Maternidad espiritual de María (19,25-27):

La contemplación que los evangelistas han hecho de Jesús en el Calvario es muy sobria, pero rica en penetración religiosa. Cada uno ha percibido rasgos o detalles particulares.

Juan ha transmitido el testamento espiritual del corazón de Jesús; "Mujer: he ahí a tu hijo...; He ahí a tu Madre...; y ha intuido la plena realización del plan salvífico de Dios en dos palabras augustas: "Tengo sed", y "Todo está consumado" (Jn 19,26-30).

En este pasaje, comprendido en profundidad, se puede percibir un eco y resonancia de los capítulos segundo y tercero del Génesis (Gn 2,18;3,Ib-16.20); resonancia que encuentra su apoyo en la siguiente reflexión:

Para san Juan, durante la semana de la glorificación por la cruz, se jugó un drama decisivo, en el que tomaron parte personajes tipos, presentados mediante títulos de significado simbólico: El Hijo del hombre (12,23.24;13.31); "la Mujer"(19,26); el discípulo a quien Jesús amaba (13,23;19,26); el príncipe de este mundo (12,31;14,30; 16,11).
Pues bien, este drama es la contrapartida del drama de los orígenes de la humanidad. Un combate se libra en el que el Príncipe de este mundo (la antigua serpiente) será arrojado fuera (12,31); el Hijo del hombre, el hombre nuevo, el nuevo Adán, saldrá victorioso y atraerá a todos hacia si (12,31; 16,33). En esta obra grandiosa está asociada una Mujer que tiene la misión de nueva Eva: compañera y principio de vida. Finalmente, de allí surgirá una nueva descendencia, un linaje fiel, representado en el discípulo amado de Jesús.

Para el evangelista Juan, en el momento en que Jesús está elevado de la tierra atrayendo a todos hacia sí, un nuevo mundo está por comenzar, una humanidad nueva está por nacer.

Allí está él, el Hombre nuevo, el nuevo Adán; y allí está ella, la nueva Mujer, la nueva Eva. Ella recibe de labios del hijo del hombre su nueva misión: será la Madre del discípulo de Jesús, esto es, de todo aquel a quien, siendo objeto de su amor salvífico, le comunique vida eterna.

María al pie de la cruz es declarada por Jesús "Madre espiritual de una humanidad nueva" que está naciendo. Desde el día de la encarnación María, al ser Madre de Jesús Cabeza, quedó convertida en madre de su cuerpo total; pero en el Calvario, cuando Jesús, el Hijo hombre, engendra definitivamente al nuevo Pueblo de Dios -la Iglesia- María recibe oficialmente su misión maternal respecto de ella.

En otras palabras, en esta escena evangélica {Jn 19,25-27) se deduce una doctrina importante: que la Santísima Virgen María, Madre de Jesús, es a la vez Madre de la Iglesia, esto es Madre de la Comunidad de todos los creyentes.



Conclusión

"La verdad sobre María se deduce en primer lugar de los datos bíblicos que nos han sido transmitidos, sobre todo, en los cuatro evangelios. No obstante, es necesario afirmar que quien nos habla de María no es el evangelio de Mateo, el de Lucas o el de Juan. De María habla un solo libro, que es la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios en la Escritura debe ser entendida e interpretada unitariamente.

Por lo tanto, aunque resulte necesario para un mejor estudio fijarse en cada uno de los libros y autores, no obstante, el autor de la Escritura Santa es el Espíritu Santo y toda ella constituye un solo libro en el cual se manifiesta el proyecto de Dios. Este criterio hermenéutico nos lleva a interpretar los textos marianos en el conjunto de la Palabra de Dios y a la luz de su autor, que no se contradice y tiene un proyecto unitario, armónico y global. En esta perspectiva, la Iglesia puede ir descubriendo aspectos nuevos en la revelación sin salirse de ella. La revelación resulta entonces una fuente inagotable. Siempre hay nuevas dimensiones, nuevas facetas por descubrir. Buscar la verdad sobre María en unos pocos textos neotestamentarios es insuficiente, no hace justicia a la única revelación que nos ha sido transmitida. Es por eso perfectamente legítimo descubrir la verdad sobre María tanto a la luz del Génesis como a la del Apocalipsis, tanto de los libros del Antiguo Testamento como de los del Nuevo. (7).    



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 (7)PAREDES GARCÍA, J.C.R., Mariología, BAC, Madrid, 1995. Págs. 301-302.