Crear o
sacar algo de la nada, sólo Dios puede hacerlo. Pero hay algo más grande que
sacar un ser de la nada, y es sacarlo del pecado. La Redención es más grande
que la Creación.
Si la Creación fue hecha por
Dios con número, peso y medida; la
Redención fue debidamente estudiada y preparada por Dios.
Desde la eternidad vio el fracaso del hombre, desde la eternidad ideó el
remedio que era redimirlo, desde la eternidad determinó encarnarse y morir, y
por ende desde la eternidad, eligió, preeligió y predestinó a María Santísima.
Si el
capítulo del libro de los Proverbios en que se describe al Verbo Divino
acompañando a Dios su Padre en la obra creadora, circuyendo el giro de los
cielos, jugando con los astros que lanza en aparente desorden y en real y
prodigioso orden, colocando en los insondables espacios el cimiento de las
moles siderales, represando o precipitando las cataratas… si todo ese capítulo
es aplicable al Verbo y a María, con mayor razón el capítulo que paralelamente
a éste podría escribirse en que se narrara la aparición del mundo de la gracia
con sus soles prodigiosos que son los méritos de Cristo, sus abismos pasmosos
que son las humillaciones del pesebre, el huerto, el pretorio, el calvario y el
sepulcro; sus océanos inundantes que son la sangre de la redención, represada
en la Iglesia ,
derramada por los surtidores de la
Misa y de los sacramentos; sus atardeceres trágicos de las
humillaciones del Verbo, y sus auroras boreales largas y espléndidas de la resurrección
y ascensión. Y en todo ello anda María que es a un tiempo causa y efecto de la
gracia, fuente y canal, arca y llave, tesoro y tesorera, abismo y clave, océano
y arcaduz. Si es más grande la redención que la creación, a María le
corresponden esas maravillas que se pregonan en el libro de los Proverbios, y
muchas más habría que decir para subir adecuadamente de creación, a redención;
María es mucho más que socia de la creación porque es socia de la redención.
Esposa de la unión hipostática.
“Por eso
María Santísima es una creatura estudiada por Dios, escogida de antemano,
prevista en todos sus detalles”. “La
Virgen es el único de los seres creados que ha sido tal como
Dios ha querido, en toda la trayectoria de su vida, así como en todos sus
movimientos secretos”. (Jean Guitton).
Supuesta la
determinación de Dios de encarnarse y morir, ninguna creatura era necesaria,
solamente María era indispensable. Por eso María es escogida por Dios para sus
grandes planes, ideada para que no tuviera una sola falla, trazada a la medida
de los infinitos misterios para los cuales necesita Dios, predeterminada para
el grandioso plan de la encamación y de la redención; toda la estructura de
María es para Dios, para el Verbo encarnado, para el Dios Redentor, el Dios Glorificador.
Está dispuesta a la medida de Dios que ha de hacerse hombre en Ella, que ha de
recibir de Ella el cuerpo y la sangre, que ha de recibir en Ella una alma
perfectísima, que ha de fraguar en Ella, ser moldeado en Ella, heredarle
temperamento, fisonomía, ademanes, voz… y todas las modalidades que heredan los
hijos de sus padres, y que Nuestro Señor había de heredarlas de su Madre y
únicamente de su Madre. ¡Con cuánto cuidado se buscaría su Madre, con cuánta
inteligencia la idearía, con cuánto amor la inundaría, de cuántas bellezas la
adornaría, y cuántos primores pondría en Ella!
Para
ilustrarnos sobre la predestinación de María, en gran manera nos servirá,
ponderar lo que dice Tertuliano cuando describe la creación del primer hombre.
Cuando Dios formaba del limo de la tierra aquella semejanza de cuerpo que
después, mediante el alma, iba a poseer una triple vida: como planta, como
animal, como racional; cuando Dios se inclinó sobre el barro así dispuesto e
infundió el soplo de vida por medio del alma, entonces, dice Tertuliano, Dios
pensaba en la persona adorable del Verbo encarnado (Christus cogitabatur homo
futurus) y por eso en un admirable y divino plan lo disponía todo en
orden a la encarnación del Verbo. Al crear la más noble de sus creaturas tuvo
muy presente al Verbo encarnado.
Pues mucho
mayor es la relación e íntima unión del Verbo con María, que con el primer
hombre. Con mayor razón pensaría Dios desde toda la eternidad en disponer todo
el ser de María en función y en relación directa con el Verbo encarnado. Y este
pensamiento adquiere todo su esplendor intelectual si lo estudiamos a la luz de
un pensamiento genial de san Agustín que llama a María en atrevida pero
absolutamente exacta expresión “molde de Dios”. Forma Dei. Si Dios, iba a
moldearse en María, María desde toda la eternidad debía ser moldeada en Dios.
Con razón
dice san Bernardo que la Virgen
no fue improvisada en un momento y al acaso, sino elegida desde la eternidad,
predestinada por el Altísimo y preparada de antemano por Dios mismo. Y en otro
lugar dice san Bernardo que María es “opus
aeterni consilli” la obra de una eterna deliberación[1].
Todo eso es
la predestinación de María: una elección, un conocimiento anticipado, y una
preparación. En María se da una elección: la elección a ser Madre de Dios; un
conocimiento anticipado de cómo debe ser la elegida; una preparación que es
como la determinación del fin, según el cual se escogerán los medios adecuados.
La
predestinación de María es la mirada escudriñadora de Dios que la concibe; es
la voluntad amantísima que la elige; es el poder omnímodo de Dios que la
realiza desde toda la eternidad. Y el mismo san Bernardo expresa bellamente el
pensamiento de Tertuliano y de san Agustín: “¿En qué vaso ha de infundirse esta
gracia? ¿Qué vaso podremos presentar como digno receptáculo de la gracia?
Bálsamo purísimo es y requiere un solidísimo vaso”. Si esto dice san Bernardo
de la gracia que debía entrar al corazón de María; ¿qué se debe decir del Verbo
que debía encarnar en Ella? ¿Cuál no debía ser María para llenar a cabalidad el
oficio y función de Madre de Dios?
Pues esto es
lo que Dios determina en la predestinación de María. Con razón canta la Iglesia : Facta est tota divinitus: Toda tu
persona fue divinamente labrada. ¡Qué portento eres, oh María! ¡Qué belleza
eres, oh María! ¡Qué perfección eres, oh María! ¡Qué armonía eres, oh María!
¡Qué acabada eres, oh María! ¡Cuánto me gozo en que Tú seas así! ¡Cuánto
agradezco a la
Trinidad Beatísima que te haya hecho tan perfecta! Eres el
fruto de lo mejor que pudo idear la Sabiduría de Dios, de lo mejor que pudo realizar la Omnipotencia de Dios,
de lo mejor que pudo constituir el Amor de Dios. Te hizo la Sabiduría , la Omnipotencia y el
Amor. Te planeó desde toda la eternidad. A tu lado las demás criaturas ni se
necesitan, ni cuentan ni valen. Oh predestinada, oh única, oh suficientísima,
oh preferida, oh predilecta: vales tú sola más que toda la creación.
La predilecta de la Trinidad Beatísima
El arte
escultórico representó a una joven doncella radiante de belleza en medio de
tres personajes que concentran hacia ella toda su atención y todas sus miradas:
es el uno un anciano venerable por su majestad y poderío, quien aparece
entregándole a la doncella un cetro de oro, símbolo de realeza y dominación; es
el otro un hombre en plena juventud y hermosura quien con las manos juntas y
entre cruzadas demuestra que profesa plena sumisión y respeto hacia Ella; y es
la tercera la representación misteriosa de una persona bajo el símbolo de una
blanca paloma que envuelve a la misma doncella en plácidas claridades de luz y
ardientes llamaradas de fuego. Es la expresión de un misterio que pertenece al
dogma católico.
María ha
sido llamada templo y sagrario de la Santísima Trinidad :
Ella es la Hija
primogénita del Padre; la Madre
amantísima del Hijo; la Virgen
y fecunda esposa del Espíritu Santo.
Dos razones
poderosas hay para demostrar que María Santísima es la Hija primogénita del Padre,
en una manera en que las demás criaturas no pueden ser llamadas hijas de Dios
porque es manera que sólo le corresponde a María. En el acto eterno y
perfectísimo en que Dios-Padre engendra a su Hijo, en ese mismo acto “queda
formado en la mente divina el ideal de María, ideal el más semejante al Verbo
por su perfección y hermosura; el más unido con Él por la unión de la gracia
casi infinita en que fue concebida, y por formar un todo con el mismo en el
plan de la Encarnación ,
hecha no sólo en el Verbo y por el Verbo, sino para el Verbo”.
María fue
hecha en el Verbo porque va unida a la segunda persona en aquel acto portentoso
en que el Padre se reproduce viviente, perfectísimo en el Hijo, resplandor de
su gloria y figura de su sustancia. Imaginémonos que un rayo de luz procediera
de un foco y que de él derivara vida real y verdadera, igualdad de ser,
dependencia como de hijo con su padre, y que esto sucediera perfectísimamente y
desde toda eternidad, tendríamos entonces una comparación exacta con el
nacimiento eterno del Hijo que procede vivo, igual al Padre en el Ser y unido a
Él por los lazos más íntimos que el Padre celestial expresa de esta manera: In splendoribus sanctorum ante luciferum
genui te. Pues en ese rayo viviente, eterno, divino de luz iba María.
Y no sólo
fue hecha en el Verbo sino también por el Verbo, porque enseña san Juan que sin
el Verbo no hizo Dios nada de lo que existe. María vale más que toda la Creación y por lo mismo
fue objeto de mayor cuidado que las demás criaturas juntas.
Y es más
aún. María fue hecha para el Verbo. Y aquí nos perdemos en el mar insondable e
inmenso de las grandezas de María, guiados por aquella palabra agobiadora de
san Ambrosio: “Digna Verbo Sedes: In Deo
Patre divinitas, in María Matre virginitas”. Trono digno de sí tiene el
Verbo: en Dios Padre la divinidad, y en su Madre María la virginidad. ¿No es
verdad que aquí la dignidad de María se acerca, como dice santo Tomás a las
inmensidades de la divinidad?[2]
De arte que
María es la Hija
del Padre porque va asociada al Hijo. Dentro de las realidades divinas el Verbo
procedente no es el Verbo simplemente sino que de hecho es el Verbo que llegado
el tiempo ha de encarnarse en el seno de
María. Luego Ella va en ese Verbo, y es por lo mismo la Hija primogénita de Dios y de
Ella podemos decir: Qué bellos son tus pasos desde toda la eternidad, oh hija
del Príncipe.
Y también
por otra razón es hija del Padre con quien comparte la infinita dignidad de
llamar hijo suyo real y verdadero al mismo Hijo eterno de Dios. De donde
resulta entre Dios-Padre y María el nudo inviolable de una santa Alianza.
Es también
María Santísima Madre del Hijo. Y por eso el Hijo divino está frente a Ella en
actitud de sumisión y respeto. Recibió de María la humana naturaleza, como
recibió del Padre el ser divino.
Aparece
también el Espíritu Santo, de quien María es esposa virginal, fecunda y con
quien en calidad de esposa la unen una mutua entrega, un mutuo amor, una
inseparable manera de vivir y una comunicación de bienes.
Y si hemos
de expresar el sentido teológico y ascético de este cuadro, ciertamente no
encontraremos palabras más hermosas y exactas que las de san Luis María
Grignion de Montfort.
“El Padre no
nos ha dado, dice Montfort, ni nos da a su Hijo sino por medio de María, y no
comunica sus gracias sino por María. Dios-Hijo no ha sido formado para todo el
mundo en general sino por Ella, ni se forma diariamente ni nace en las almas
sino por Ella, en unión del Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y virtudes
sino por Ella. El Espíritu Santo no ha formado a Jesucristo sino por María, ni
forma los miembros de su cuerpo místico sino por Ella, y no dispone de sus
dones y de sus favores sino por su medio (Grignion
de Montfort parte II).
Hay más aún:
el puesto de María con relación a las divinas personas no es simplemente el que
expresa este cuadro en que María recibe el cetro de oro del Padre, el amor y la
obediencia del Hijo, y queda revestida del sol de la Santidad , de la belleza
de la virginidad, de la fecundidad de la maternidad por el Espíritu Santo… sino
que toda la
Trinidad Beatísima da cita en el alma y en el Corazón de
María de acuerdo con aquella prodigiosa palabra: “Si alguno me ama, mi Padre le
amará, y a él vendremos y en él fijaremos nuestra morada”. Allí piensa el
Padre, allí nace el Hijo, allí ama el Espíritu Santo. María es templo y
sagrario de la
Santísima Trinidad. Con razón se ha dicho que María es
“parecidísima a Dios” y que es “de la familia de Dios”.
Oh portento
admirable, oh criatura predilecta, oh camino para ir a Dios, oh centro de Dios.
En María
hallamos a Dios en la trinidad de sus personas; en la efusión de sus dones, en
la unidad de su ser. Si supiéramos el don de Dios que es amar a María.
En los umbrales de la humanidad
Aquella
tarde del Paraíso que salieron expulsados nuestros primeros padres por el ángel
vengador de los derechos divinos, se pudo afirmar que quedaba fracasada la obra
de Dios y perdido sin remedio el infeliz mortal. Sin embargo, la noche tétrica
se iluminó con un rayo de esperanza. Alcanzaron a ver nuestros padres en el
fondo de aquel cielo oscuro la figura de una mujer portentosa que sería
descendiente de ellos y sin embargo impecable, hermosa, llena de gracia,
libertadora de su mismo linaje. La esperanza dulcificó sus penas: María es la
antítesis de Eva: dos personajes que tienen puntos de contacto y al mismo tiempo
profundas divergencias: una y otra madres de vivientes, pero Eva degenera en
madre de muerte, en tanto que María día por día merece más el título de la
madre de la vida sobrenatural. Una y otra son vírgenes; pero Eva sacrifica su
virginidad para aceptar la maternidad; en cambio María recorre superándolos
todos los grados posibles de la virginidad y es la Virgen por excelencia.
Ambas son dechados de hermosura salidos de las manos del Dios, pero Eva deforma
su hermosura con el pecado, en tanto que María la acrecienta sin cesar por la
gracia. Ambas fueron inmaculadas en su comienzo; pero mientras Eva estaba
fraguada al fin y al cabo con la mezcla del bajo metal de la criatura
imperfecta, María es impecable porque en el Ser de María entra Dios a hacer imposible
el acceso del demonio. Eva habla con el espíritu de las tinieblas y su alma
queda entenebrecida; María no admite diálogo con el demonio, y sin que éste
sepa cuándo ni cómo Ella le aplasta la cabeza. Eva se deja engañar por el
“seréis como dioses” que le dice Satanás, María es superior al halago del ángel
que le ofrece en nombre de Dios la maternidad divina. Eva con sumo egoísmo
quiere renunciar a la maternidad humana para aislarse con su compañero en una
felicidad que no puedan compartir otros semejantes; María acepta la maternidad
divina y la maternidad espiritual por la que todos los hombres son sus hijos
aunque comprende con plena clarividencia
que una espada atravesará su alma.
Eva es el fracaso de Dios, María es
el desquite de Dios. Eva es el prototipo de la criatura pecable; María
es el ejemplar único de la criatura impecable. Eva es radicalmente
soberbia, María es el abismo de la
humildad. Eva repite como el demonio “non serviam”; María dice de palabra
y de obra: “He aquí la esclava del Señor”. Eva es una criatura secundaria
sacada durante un sueño del primer Adán; María es una criatura indispensable en los planes del
Dios-Hombre y redentor, y de ella
saca Dios al verdadero Adán, padre del humano linaje restituido a la gracia y
santidad.
Marcos Lombo Bonilla
Presbítero.
Manzanares-Caldas.
Dada la
importancia de la
Mariología de la
Iglesia para toda la fe cristiana y para el dominio del
momento actual, es muy importante que ella se nos presente de una manera
objetiva y real. Sólo la
Revelación puede informarnos correctamente sobre María. María
pertenece a esta revelación, y sólo en cuanto aparezca visible en ella, es de
importancia para nosotros. La
Mariología católica no es el resultado de deseos y esperanzas
humanas. María no es una figura creada por la fantasía poética del hombre.
Donde la fuerza creadora del hombre produzca, entregada a sus propios
instintos, una Mariología, se ha abandonado el espacio del espíritu de la Iglesia. Nacería
una mitología, pero no Mariología. María no es producto del mito, sino una
manifestación de la historia de la salvación, obrada por Dios. Lo que la Mariología alcanzó a
ser, no es elemento de la nostalgia humana: de salvarse, sino es acontecimiento
de historia exacta.
Michael Schmaus
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