Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de la Sociedad Mariológica
Colombiana
El tema
mariano es el punto crítico en las conversaciones con los miembros de ciertos
credos, especialmente con los autodenominados “cristianos”. En días pasados, al
sostener una charla con un amigo que apostató de su religión y es feliz porque
encontró a Jesucristo (sin su Madre), se dio una particular controversia donde
se descubrió la equivocación patrocinada por un concepto impostor. El buen
sectario anunció triunfante un tema para confundir a muchos bautizados con su aseveración
contundente. La afirmación es la siguiente:
“La virgen
de san Marta es otra advocación o manifestación de la Virgen María porque ustedes,
los católicos, son unos idólatras que adoran a once mil vírgenes distintas”.
La
respuesta inmediata, honesta y extensamente franca, fue un no rotundo para el
tremendo sofisma, pero igual se le explicó la dimensión de su descalabro para
disipar la humareda venenosa de la blasfemia.
Para
resolver ese nudo gordiano, producto de una ausencia formal de catequesis, basta con pasar la
espada del intelecto por una página del diccionario de la Real Academia
Española donde se define el significado de la palabra advocación, que no es
sinónimo de manifestación, a saber:
“2. f . Denominación
complementaria que se aplica al nombre de una persona divina o santa y que se
refiere a determinado misterio, virtud o atributo suyos, a momentos especiales
de su vida, a lugares vinculados a su presencia o al hallazgo de una imagen
suya, etc. Cristo de la Agonía. Virgen de
la Esperanza,
del Pilar
Entendida
la semántica es necesario recordarle a los amantes de discutir con la Biblia , reducida al
versículo de su interés, que no se leyeron los pasajes del santo Evangelio de Lucas
10, 38-42 y de Juan 11, 1-5 donde se establece
claramente que doña Marta de Betania era la hermana de Lázaro, personaje
histórico porque en su casa se hospedó Jesús de Nazaret. Con leer esos párrafos
apoyados en los dos primeros capítulos de los textos de san Lucas bastaría para
comprender quien es la Madre
de Jesús y cual es su amiga. Si lo
hicieran podrían entender que son dos mujeres distintas con atributos
diferentes que cumplen misiones separadas en la vida de la Iglesia , pero sirven al
mismo Señor.
Pero lo
fascinante del asunto es que Marta, cuyo himen no conoció varón, es venerada
(no adorada) nada menos que en la Iglesia
Luterana y en la Comunión Anglicana ,
sin contar por supuesto la Iglesia Católica
Apostólica y Romana cuya fiesta se celebra el 29 de julio. Marta es una mujer, que por sus virtudes, llegó
a ser santa. La moda de confundirla con una advocación de la Santísima Virgen
María es un yerro patrocinado por la malicia perversa de ciertos herejes.
Sobre el
segundo punto de la aseveración, este redactor invita, muy humildemente, a
cualquier persona a que publique un solo documento oficial de la Iglesia católica donde se
indique, sugiera u ordene la adoración de la Santísima Virgen
María por parte de sus fieles. Mientras lo encuentra, porque no existe, se
permite darle un repaso breve al tema desquiciado de las supuestas 11 mil vírgenes
donde se mezcla la leyenda, la historia y el error. Cruel trilogía.
En el
siglo V de la era cristiana, un
noble de Britania de nombre Ereo se enamoró de Úrsula y la pidió en matrimonio.
El pretendiente era pagano y ella,
seguidora de Cristo. Por esa razón, la doncella pidió tres años de espera para
peregrinar a Roma. Con ella viajaron diez mujeres más, seguramente amigas de la
casa. De regreso de su romería, y al llegar a Colonia (Alemania), fueron secuestradas por una horda de hunos. Los bárbaros
quisieron retozar con esas señoritas y ellas se negaron a complacerlos. La
noble acción les costó la vida. Así Úrsula y compañía se convirtieron en
mártires. Las once vírgenes inmoladas se conocen con los nombres de Úrsula, Aurelia, Brítula,
Cordola, Cunegonda, Cunera, Pinnosa, Saturnina, Paladia y Odialia de Britannia,
nombres grabados en una placa por Clematius, un senador, habitante de
Colonia, que les mandó edificar una basílica.
A esos datos sueltos se suma, un documento del año 922 encontrado en un monasterio cerca de Colonia
donde está escrito: “Dei et Sanctas Mariae ac ipsarum XI m virginum” “undécima mártires virginum” (once mártires vírgenes), pero algún mal traductor del latín
le agregó el millar y con ese montón terrible el dato llegó a España por intermedio de Beatriz de Suabia,
esposa de Fernando III de Castilla, llamado El Santo (1199-1252). El Rey, sin
mucho pudor investigativo e influenciado por su consorte, introdujo la devoción
por las once mil vírgenes en sus dominios. Y por esa línea, de pasiones
medievales, llegó a los feudos americanos de sus sucesores, los Reyes Católicos,
donde todavía crean confusión entre los oyentes de los cuenteros y sus falacias.
Realmente, no se
necesita una prueba histórica rigurosa para demostrar el triunfo del sentido
común sobre la exageración. Basta con imaginar la logística necesaria para
mover 11.000 mujeres por una Europa romanizada para reducir el tamaño de las
viajeras a los proporciones de lo coherente.
En conclusión, estos debates
aburridos surgen de unos garajes
donde la opinión se convirtió en verdad para garantizar el sustento del
embuste. Así la libertad de conciencia, sometida a un libertinaje de tinte
religioso, les permite crear un culto personalizado acorde con ciertos pecados
particulares donde reina la mentira.
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