Con esta pagina sencillamente clásica,
profundamente inspirada, el escritor Eduardo Caballero Calderón en sus Cartas colombianas (Sexta carta), rinde
el tributo de su admiración a la
Virgen de Chiquinquirá. Nos hemos permitido hacer algunas
variaciones de ligera importancia como anteponer los epígrafes que aparecen aquí
para dar más relieve al pensamiento de uno de los colombianos contemporáneos
que mejor se desenvuelven en el hidalgo idioma de Castilla.
Fervor colombiano en Chiquinquirá
Nada
me ha conmovido más que la visión reiterada del fervor colombiano que se
arremolina en los diciembres en la
Basílica menor de Chiquinquirá. He visto partir de Tipacoque,
con los brazos en cruz, a viejos campesinos a quienes los arrastra y los saca
de sí una gran fe…
Recuerdo el caso de Jesús Monsalve, el sacristán de
Tipacoque, que murió de viejo en el año pasado después de haber ido cuarenta y
nueve veces, cuarenta y nueve años seguidos, a cumplir una promesa a Chiquinquirá.
Una promesa por su buena muerte, que es lo más extraordinario de todo.
En vísperas de romería he visto reunirse en la
plazuela de Tipacoque frente a las puertas de la capilla, hasta quinientos
hombres, ardiendo de impaciencia porque no acaban de llegar los camiones que
habrían de llevarlos por esos anchos y polvorientos caminos boyacenses, al
santuario de Chiquinquirá.
Como Compostela
en España
El cuadro milagroso de la Virgen , como en Santiago de
Compostela la tumba del Apóstol para los españoles, ha sido para nosotros el mayor aglutinante del espíritu
nacional. A lo largo del camino de Compostela, en la alta Edad Media, se fue
coagulando en catedrales, abadías, conventos, ciudades y palacios, la cultura
europea. Y a lo largo de los caminos de Colombia, cargados en hombros de los
peregrinos, se ha ido formando nuestra música popular y nuestra naciente
poesía, con ese sentimiento de que, dentro del ancho mundo, un lazo común
hermana a quienes, por nacidos en Colombia, somos peregrinos que vamos desde
todos los rincones del país hacia el santuario de Chiquinquirá.
A él confluyen todos nuestros caminos: Los que vienen
caracoleando desde las ásperas montañas de Santander; los que trepan, fatigados
y sudorosos, desde el Magdalena, trayendo en su lomo a los peregrinos de la Costa Atlántica.
En Chiquinquirá desembocan los caminos del Valle y del
Cauca, y los del Tolima y el Huila, que se ensanchan en sonoros remansos a la
orilla de los ventorros boyacenses, donde el bambuco, y el guatecano, y el
torbellino, comienzan a cantar en los tiples aldeanos
Todo el
mundo conoce a Chiquinquirá
Hay muchas ciudades de Europa donde no se tiene
noticia de Bogotá. Ni conocen los telares de Medellín, y se ignora quién es el
presidente de la República ;
pero todo el mundo ha oído mentar alguna vez a Chiquinquirá.
Tiene este nombre cuando se le escucha de improviso en
aquellas latitudes, la sonora alegría de un repique de panderetas. Y es que en
Chiquinquirá, como en la caja de un tiple boyacense, vibran las cuerdas graves
y delgadas de todos los caminos de Colombia…
A ella no llegan, cansados y sudorosos, temerosos de
perder las indulgencias plenarias, ni liberales ni conservadores, sino
colombianos. En las trastiendas de la plaza, cambian ritmos, impresiones e
ideas, los llaneros que vienen de Arauca al frente de su despeada tropa de
bueyes; y los calentanos del Tolima y el Huila, con sus ruanas de algodón
blanco; y los friolentos paramunos de Cundinamarca y Boyacá, todavía
arrebujados en las monteras y los bayetones; y los costeños que llegan en
camisa, tiritando; y los caucanos, y los nariñenses que traen noticias de
tierras buenas y feraces que quedan más allá de la hoya del Patía.
Un valle
rico y ameno
En Chiquinquirá se fragua, se templa y se modela la
patria. La naturaleza le dio a esa ciudad boyacense, no sólo una Virgen
milagrosa para que la sostenga en su regazo, sino un valle rico y ameno, que
tiene el espejo de la laguna de Fúquene para mirar las lentas nubes que pasan
por el cielo, y un río que se desliza, con temor de alejarse, por entre los
potreros de ceba.
En pocas partes de Colombia la tierra es tan jugosa,
tan “agradecida”, como dicen los campesinos que le acarician las entrañas con
el arado de chuzo. Hacia el norte del lado de Saboyá, se ampolla el valle en
colinas grasas, cubiertas de robledales. Hacia el occidente se encuentra la
región fabulosa e inexplorada del territorio Vásquez. Hacia el sur, entre las
montañas, riega su cola de pavo real la laguna de Fúquene. Desde la ventanilla
del autoferro va viendo usted, de trecho en trecho, haciendas donde se crían
las mejores yeguas de Colombia. Alternan las dehesas con los sembrados. En
tiempos de romería y de ferias, las dos plazas de Chiquinquirá son una gloria
de los chalanes. Las bestias de Simijaca, enjaezadas con pesadas sillas
chocontanas, se esponjan a la vista del público, y tascando el freno y
enarcando el pescuezo zarpan como goletas entre el mar de la muchedumbre.
Los relinchos de los padrotes, las locas carreras de
los potrancos. El rasgueo de los tiples en las esquinas el sol bueno y tibio
que burila las ancas de las yeguas, son la gloria de los chiquinquireños.
Son ellos gente áspera y belicosa, pero los salva ese
amor profundo, irrevocable por su tierra…
Tomado de la Revista El Santísimo Rosario,
julio de 1959. Padres Dominicos.
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